Bienaventurados los puros de corazón

miércoles, 19 de junio de 2013
image_pdfimage_print

“Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.” Mt. 5,8

Transparencia por hipocresía

La bienaventuranza de los puros de corazón nos vincula instintivamente a la virtud de la pureza; casi como si la bienaventuranza fuera el equivalente en positivo al sexto mandamiento: “No cometerás actos impuros”. Esta interpretación está muy presente a lo largo de la historia de la espiritualidad cristiana. Pero en la enseñanza de Jesús, la pureza de corazón no indica una virtud particular, sino una cualidad que debe acompañar a todas las virtudes. Su contrario no es la impureza, sino las máscaras. Bienaventurados los puros quiere decir bienaventurados los transparentes, los que no solo se encuentran con Dios en la transparencia de su alma, sino que transparentan a Dios a quien contemplan como si lo estuvieran viendo cara a cara.

¿Qué es lo que esperan los hombres de estos tiempos? Que nosotros podamos reflejar en nuestro rostro y actitudes, en nuestros compromisos y búsquedas, al Invisible. Desde ese lugar somos invitados a la limpieza interior. Tal como cuando el río está limpio y su agua transparente, se puede ver el fondo, así los limpios interiormente, los puros, permiten que se vea a Dios en sus rostros. Hay personas que en su alegría, en su integridad, en la claridad de su expresión, en la manera de pararse en la vida, en su ser de una sola pieza, en su mirada y actitudes, manifiestan la interacción y la unión con Dios.

Lo contrario a la transparencia es la hipocresía. Eso que oculta el rostro real de quiénes somos y quiénes estamos llamados a ser: transparentes como niños. Jesús habla de esto en el Evangelio (Mt 6, 2-6 y los paralelos de los sinópticos): “Cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.”

Dios ve el corazón

Somos nosotros los que no terminamos de ponernos de cara a Él y, por lo tanto, ocultamos quiénes somos a la luz del rostro real del Dios viviente que nos habita por dentro. La hipocresía, las máscaras, son las que nos impiden acceder al encuentro con Dios.Y suelen aparecer como un mecanismo de defensa que busca cubrir lo frágil y lo débil, ante un mundo terriblemente exigente en torno al éxito. Ojalá entendiéramos que el éxito está en ponerse en las manos del que todo lo puede.

La hipocresía es el pecado denunciado con más fuerza por parte de Dios a lo largo de toda la Biblia y el motivo está claro: con esta actitud, el hombre degrada a Dios. «Dios no mira como mira el hombre; porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón», dice la Palabra (I Sam 16, 7) cuando son presentados delante de Samuel los posibles herederos del reino y aparece entonces David, que es muy pequeño y estaba pastoreando las ovejas en el campo. Dios le da a entender a Samuel que éste es el elegido, el más pequeño, porque Dios no ve el tamaño exterior, sino que ve el corazón.

El limpio de corazón es el que se deja contemplar por Dios. Es el que le deja a Dios todo el espacio de su ser para que sea Él quien lo habite y pueda así reflejar a Dios. Es en la interioridad, en la intención donde se fija la pureza.

Los términos puro y pureza no son usados en el Nuevo Testamento para indicar lo que nosotros entendemos hoy: la ausencia de pecado de la carne. Para eso se utilizan otros términos: enkráteia (templanza), sophrosyne (castidad). Por lo tanto, queda claro que el puro de corazón por excelencia es Jesús mismo. Hasta los mismos adversarios de Jesús lo advierten: «Maestro, sabemos que eres sincero y no tienes en cuenta la condición de las personas, porque no te fijas en la categoría de nadie, sino que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios.» (Mc 12, 14). Jesús lo dice de sí mismo: Yo no busco mi propia gloria, sino la del Padre.

El Evangelio hoy nos llama a vivir de la mejor manera, con sinceridad; aunque frágiles y vulnerables, nos anima a lanzarnos a lo que viene con audacia, porque en las manos deDios estamos. Somos pequeños y muchas veces intentamos cubrir esa pequeñez herida, cuando en realidad lo que Dios nos pide es tener un corazón limpio y puro, ofrendarle un corazón contrito y humillado.

Padre Javier Soteras