Busca La Paz Y Consérvala

viernes, 8 de mayo de 2009

Entrevista a Jacques Philippe, sacerdote de la Comunidad de las Bienaventuranzas. En su labor apostólica, ha asumido importantes compromisos (consejo general, responsable de los sacerdotes y los seminaristas, encargado de la formación de los pastores). Ordenado sacerdote en 1985, predica retiros en Francia y en el extranjero es autor de diferentes publicaciones.
 
Para los que son cristianos, la paz tiene que ver con la presencia de Jesús. Para los que no son cristianos tiene que ver con la presencia de lo trascendente, de lo que está más allá de nosotros mismos.

GL: ¿Cuál es el carisma de la Comunidad de las Bienaventuranzas?

JP: Anticipar acá en la tierra la gloria que va a venir a través de la oración, a través del amor fraterno, a través de todas las obras de evangelización, del servicio a los humildes y manifestar que el Reino de Dios ya se encuentra presente, que Dios quiere renovar el mundo por medio de su Espíritu y revelar a tos su gran misericordia. Dios prepara un gran Pentecostés para el mundo y una extraordinaria difusión de su espíritu, y , como dice la escritura, “todos verán el saludo de Dios”. Nuestro deseo es preparar esto: abrir nuestros corazones a la venida del Señor. Rezamos mucho por la unidad de la Iglesia, que tiene que curarse de todas divisiones que son cosas feas. Y esto es un misterio, no es obra nuestra.

GL: ¿Cómo puede ser feliz el que llora, el que es pobre, el perseguido?

JP: El secreto de esto es descubrir la presencia de Dios en estos sufrimientos, porque entonces ese Dios se hace un Dios de consuelo, de esperanza. Obviamente no es fácil, pero no hay que encerrarse en amarguras y rebeliones, sino  entrar en una actitud de confianza y tarde o temprano va a venir la presencia de Dios a manifestarse, no de una forma extraordinaria sino de manera simple, pero Dios comunica una fuerza de reconciliación, de consolación porque el Espíritu Santo es consuelo.

GL: Podemos decir que podemos encontrar Alguien que mitiga el sufrimiento, alivio, pero de allí a ser feliz…, a encontrar gozo en esas situaciones ¿cómo se hace?

JP: No se puede encontrar una alegría sensiblera. Hay momentos en que no hay alegría sensible, pero no hay que descorazonarse sino abrir el corazón a la presencia de Dios que siempre nos da una fuerza de ánimo. No es una alegría explosiva. La escritura llama a esto “alegría de la esperanza”. En lugar de estar preso de una situación, hundido, se comienza a encontrar un caminito, porque nos hace ver el sentido de la vida y eso nos da paz. Poco a poco se puede llegar a sentir una alegría muy profunda, que en esta vida nunca va a ser total. Siempre vamos a tener altibajos, momentos de prueba, pero si no nos soltamos de la mano de Dios, después de todo momento de prueba viene otro momento de consuelo. Y, como Pablo, que habla de sus momentos de prueba, debemos también como él compartir con todos cuando nos llegan los momentos de consuelo. Eso es muy importante porque eso da una mirada de esperanza sobre sufrimientos ajenos. Pero hay que tener paciencia: si fuera tan fácil vivir con alegría exultante contínuamente, ya estaríamos en el cielo.

GL: De la desesperanza a la desesperación hay un solo paso. Como vivimos tiempos tan malos es probable que muchos estemos o en algún momento tengamos que pasar por momentos de desesperación ¿cómo buscar la paz y conservarla? ¿cómo permitir que la gracia de Dios actúe en nosotros produciendo, con la colaboración de nuestra voluntad, inteligencia y capacidades, todas esas buenas obras que Dios dispuso de antemano para que nos ocupáramos en ellas? Es de la mayor importancia que nos esforcemos en adquirir y conservar la paz interior, la paz de nuestro corazón, es decir: para que Dios actúe es necesario tener el corazón en paz. ¿Dios actúa en la desesperación?

JP: Dios trabaja por todos lados. Siempre trata de salvarnos. El punto principal es que nosotros tengamos abiertos a la acción de Dios. Allí hay una ley espiritual que es muy importante y que a veces no se entiende lo suficiente. Mientras más paz tengamos más actúa el Señor. Hay momentos en que unos tiene sacudones feos, pero hay que esforzarse lo más posible de abandonarse, guardar una actitud de confianza, tratar de evitar las inquietudes en momentos de turbulencias excesivos. Mientras más calma y paz delante del Señor, más permitimos su actuación y de tomar la situación en sus manos y darnos su luz. Es importante tomar conciencia de esto que es tan simple. Cuando estamos en una situación de agitación, problema, no podemos discernir porque estamos dirigidos por nuestras emociones . Solo con la paz podemos discernir correctamente.

GL: Procurar la paz es un combate, una lucha. Y si yo me pongo a combatir siento que pierdo la paz. ¿Cómo resuelvo esa paradoja?

JP: La finalidad del combate es dejar de lado las cosas que nos hacen perder la paz, y de ponernos en manos del Señor. Hay que tratar de ver cuáles son las razones que nos hacen perder la paz. Pueden ser numerosas, puede ser que me estoy culpabilizando yo mismo por mi fragilidad, o no me acepto tal cual soy, o sufro por la relación con otra persona. Entonces hay que tomar cierta distancia con las cosas que sentimos que nosotros somos concientes que nos hacen perder la paz y poner todo ese paquete a la luz del Evangelio. Lo que nos hace que ganemos la paz es la actitud de fe y de confianza y estar seguros de que Dios va a guiar nuestras vidas y que es infinitamente misericordioso, y nos quiere tal cual somos. Lo que nos hace recuperar la paz el volver a El y ponernos frente a Dios como un niño frente a su papá y encontrar esa imagen de Dios que es la que nos presenta el evangelio. Dios es el Dios de la paz. En cuanto encontramos un verdadero contacto con el Señor a través de la fe, de la confianza, abandonándonos en sus manos y por la oración, reencontramos la paz. A veces esa paz está solo en lo profundo del corazón pero es suficiente para avanzar en nuestra vida.

GL: En la desesperación, habitualmente se pierden la fe y la confianza, al menos como vivencia. ¿cómo se puede recuperar? ¿qué le diría usted a una persona desesperada?

JP: Lo primero que tiene que hacer es tratar de recuperar esa confianza. En un principio no puede ser muy sensible pero hay que implantar actos de fe con lo poquito de libertad que me queda. Incluso si estoy en una situación terrible, si siento fragilidad, debilidad, lo primero no es resolver el problema porque nos supera. Pero reencontrar esa actitud de fe que es la que nos re-pone en contacto con el Señor. Es misterioso pero real. Cuando reimplantamos esos actos de fe en forma sincera, de corazón, el Señor no nos abandona y terminamos por tener esa paz. Por ejemplo: es normal que una madre esté preocupada por la salud de su hijo si ésta hace peligrar la vida, pero va a colaborar más con ese hijo y su salud si se impone ella misma una actitud de esperanza, de confianza en el porvenir que si no la pone. Es cuando uno vive en esa actitud de fe que nos damos cuenta que el señor no nos abandona, que es fiel. No siempre se siente su presencia, pero de vez en cuando se siente que el Señor está cerca nuestro en pequeños signos, en coincidencias, en circunstancias que nos hacen sentir que todo está en sus manos. Como dice el evangelio “si crees, verás la gloria del Señor”.

GL: Como vemos, la paz es el premio de una batalla. Lo que me llama la atención es el valor que tiene la voluntad en esta batalla. Porque en el mundo y en el ámbito de las creencias en general, si observamos las propuestas religiosas, trascendentes, espirituales que tiene el mundo, lo que se observa es un marcado debilitamiento  de dos potencias humanas: la razón y la voluntad. No significa esto que uno tenga que hacer una propuesta voluntarista o racionalista. Esa no es nuestra propuesta, pero sí es interesante ver cómo la voluntad es una condición necesaria para que la fe crezca y se robustezca.
 En un mundo tan plagado de incertidumbres, me irritan las incertidumbres que nos procuramos los seres humanos, no las que las contingencias de la vida siempre traen. Por ejemplo: la incertidumbre dolorosa de un niño que no sabe qué va a pasar con sus padres porque los ve pelearse todo el tiempo, que vive con el miedo y la preocupación que sus padres se separen, la incertidumbre del desempleo que es una amenaza mensual de que el nido se les caiga del árbol, las personas que viven con la incertidumbre de salir a la calle porque sienten que en cualquier momento pueden ser objeto de violencia. Quiero decir: hay incertidumbres que se soportan mejor porque tenemos una tradición ancestral en relación a la naturaleza. Pero las que provienen de los ámbitos que debieran brindarnos seguridad, son particularmente angustiantes, porque además producen enojo, rabia, impotencia. Allí el miedo se mezcla con el enojo, la rabia, la demanda, y la paz se pierde. ¿cuál es su mensaje para estas situaciones?

JP: Si hacemos la lista de todos los problemas que nos inquietan… el mundo moderno es muy poderoso a nivel tecnológico pero se siente, se palpa que la gente vive en una gran inseguridad interior. Estamos gobernados por miedos, inquietudes, preocupaciones, y se ve que hay una necesidad de seguridad que no está satisfecha porque buscamos seguridades externas y no vamos encontrar nunca. Ha habido épocas más calmas y otras más agitadas, pero el problema no está allí. La paz  tenemos que encontrarla en nuestro corazón. Afuera no la vamos a encontrar nunca. Si espero tener todas las seguridades materiales y afectivas para estar en paz, no la encontraré. Y ahí, en el interior, solo Dios nos puede dar la paz. Si estamos seguros del amor de Dios, que es Padre misericordioso y que no nos abandona, es para nosotros una seguridad. Justamente esta inseguridad de este mundo moderno es un desafío, es un tiempo a la vez difícil, pero de mucha gracia. Porque el desafío que nos esta proponiendo es el de encontrar en el interior de nuestro corazón las seguridades que necesitamos. Y en el fondo hay una sola seguridad y es que la misericordia del Señor es ilimitada, el amor del Señor es incondicional. Incluso cuando uno ha encontrado esa seguridad interior, tenemos verdadera libertad, entonces uno ya no depende de los otros, de los acontecimientos y no está siempre calculando, midiendo y se puede vivir. Una vez encontrada la esperanza en el Señor, hay que renovarla a través de la oración, de la Eucaristía. El verdadero problema de nuestra vida no son las circunstancias que nos tocan en este mundo, sino la falta de fe. Lo más importante es entonces crecer en la fe a través de una verdadera experiencia del Señor, y tenemos los medios: la oración, la palabra del Señor, la Eucaristía. Nuestra inseguridad muchas veces proviene del no apoyarnos en la Palabra del Señor. En el salmo 23 rezamos “El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar”.
 Estamos bombardeados de noticias, conocemos todas las desgracias, los problemas del mundo, y no nos queda tiempo para la oración. Después nos sorprendemos de perder la paz. Nos olvidamos que en la palabra del Señor, particularmente en los salmos, hay muchos que son para animarnos, en los que encontramos repetidas veces las expresiones “El Señor es mi Pastor”, “el Señor es mi fortaleza”, “el Señor es mi roca”. Es totalmente necesario alimentarnos de la Palabra de Dios. La Eucaristía es un misterio muy rico, en la cual el mismo Señor se nos da para que podamos descansar en su amor. Cuando hemos recibido la Comunión debemos descansar en el Señor como niños que están agotados, cansados, perdidos, y que se van a descansar sobre el regazo del Padre o de la madre. El fin de la Comunión es permitir a todos los cristianos descansar en el Señor y descargar en él todas nuestras angustias, dificultades para el futuro, mis miedos, problemas que no puedo resolver: entregar todo esto al Señor con mucha simplicidad y familiaridad, y él nos cuidará, porque es mi pobreza interior, con los momentos en que yo estoy desconforme con mi persona, donde veo mi miseria, mi pecado, se lo entrego al Señor porque es El quien me perdona, quien me purifica, el que salva. Una de las razones fundamentales de nuestra interioridad es la Eucaristía. Pero estamos viviendo la Eucaristía de una manera muy superficial. No tenemos la suficiente fe en la presencia del Señor y hacemos la comunión de cualquier forma siendo que tenemos al Señor allí. Es como si uno estuviera en el desierto frente a una vertiente y no toma el tiempo de tomar un vasito de agua, o alguien que está agotado frente a una cama confortable y no se toma el tiempo para ir a descansar en ella. La Eucaristía es para eso: para reencontrar la paz en el Señor, porque por medio de la Eucaristía tenemos todo el amor del Señor, toda su bondad, toda su ternura, toda su misericordia, y allí uno renueva sus fuerzas. Si nos tomamos realmente ese tiempo después de la comunión para descansar en el Señor, luego nos damos cuenta que aunque el mundo sigue siendo el mismo, pero nuestras angustias y nuestro corazón cambiaron totalmente porque la presencia del Señor nos comunicó la paz. Cristo resucitado cuando se aparece a sus discípulos les da su paz y les dice “yo he vencido al mundo”.

GL: En San Juan de la Cruz leemos “Dios da en la medida de aquello que esperamos de El”. San Francisco de Sales dice “La medida de la Providencia divina sobre nosotros, es la confianza que tenemos en ella”. Cada uno llega a recoger de esa “Fuente” que es alegría, paz, esperanza, vida en abundancia, con el cacharro que tenga. Si yo llevo un vasito chiquito me voy a traer una medida pequeña. Si llevo un balde voy a traer una medida más grande. Nuestra confianza en Dios, nuestra esperanza en El tienen una medida y según esa medida es lo que obtenemos. ¿Es así esto?

Los oyentes participan
– Yo siento confianza en Dios pero no sé como hacer para convertir a mi familia
JP: No siempre se puede convertir a todo el mundo como uno querría. A veces uno tiene esa gracia, pero a veces uno tiene esa pobreza. Siempre se puede orar por esas personas cuando uno no los puede abordar a través de la palabra, y tratar uno mismo de vivir en la esperanza. Todo cristiano debe ser un instrumento de paz, pero no únicamente a través de sus discursos sino a través de su forma de actuar: crear un ámbito de paz, de confianza de simplicidad en su vida personal. Eso nace a través de la confianza, de la oración, del afecto. Hoy en día es el mejor testimonio que uno puede dar. Hay tanta inquietud en el mundo que una persona que tiene paz, llega, hace escándalo. Pero es el testimonio más importante que hay que dar. Si uno está tan inquieto y preocupado como los demás, no puede comunicar el Evangelio.

– Estoy separada hace 9 años, no encuentro consuelo. Me siento sola y abandonada ¿qué puedo hacer?
JP: No hay que perder el coraje. La Escritura misma nos dice “aunque tu padre y tu madre te abandonen yo no te voy a abandonar”. Es importante entonces tener fe en la presencia del Señor. El Señor conoce los sufrimientos y ve todo lo que está pasando. Tiene que ponerse necesariamente en sus manos mediante actos de fe y tarde o temprano va a experimentar la fidelidad del Señor. Solo Dios lo sabe qué, pero alguna cosa esa persona verá. La Escritura dice también “El que espera en el Señor no será confundido”. Hay que poner la confianza en Dios y verás que hay razón para hacerlo aunque parezca alocado. Tenemos razones para creer, para esperar, porque obtenemos del Señor tanto como esperamos. Ninguno de nuestros actos de fe y de oración están perdidos. Siempre va a haber momentos en que el Señor va a venir a consolarnos y a colmarnos. Tenemos que tener paciencia.

– ¿Uno puede buscar la paz donde lo cree conveniente? ¿O hay que buscarla en algún lugar en especial, hay alguna receta?
JP: La paz debemos encontrarla en nuestro corazón. A veces es necesario retirarse en oración, porque el Señor está en nuestro corazón y hay que buscar esta presencia. La oración, la Eucaristía, la escucha atenta de la Palabra  son manifestaciones de la paz del Señor. Si perseveramos en esta búsqueda, el Señor contesta a nuestras inquietudes.

– Quien no cree ¿puede encontrar la paz?
JP: La puede encontrar si tiene cierta confianza en el porvenir, en la vida. Pero es de una gran fragilidad porque la paz verdadera más allá de todas las cosas mundanas solo la da Dios. A pesar de eso, Dios trabaja en todos los corazones, inclusive en el de los que no creen. Una persona que no cree pero que tiene buena voluntad, que se apoya en valores fuertes, que vive en confianza, en misericordia, en amor, seguramente  también va a encontrar cierta paz, incluso si no es cristiano, porque Dios se interesa por todos y a todos da su gracia. Obviamente, cuando uno puede tomar todos los elementos que la Iglesia nos ofrece, la vida de los sacramentos es una gracia grande. Pero el Señor también da su gracia a través de otros medios a personas de buena voluntad.

– Cómo se puede tener paz cuando alguien en la familia nos ofende, cuando hay ofensas, resentimientos?
JP: La única solución es el perdón. Cuando hay sufrimientos, amarguras entre personas, si uno no perdona no puede encontrar la paz. Es difícil y  es necesaria la paciencia y el tiempo. Son gracias que hay que pedirlas al Señor. El Señor va a venir a socorrernos en nuestras debilidades y algún día nos dará la gracia de poder perdonar para que nuestro corazón encuentre la paz. No hay que quedarse encerrado en los rencores y amarguras porque uno se hace daño a sí mismo. El camino del perdón es difícil, exigente, pero es un camino de libertad, de paz. Si lo queremos y lo pedimos, el Señor nos lo dará porque El dijo “pidan y recibirán”

VAMOS A PEDIR A MARÍA QUE RUBRIQUE NUESTRO DIÁLOGO DE HOY CON LA GRACIA DE ESE DON QUE SOLO DIOS PUEDE DARNOS: LA PAZ. Y QUE ESA PAZ LLEGUE A ESAS ÁREAS DE NUESTRA VIDA, DE NUESTRAS  RELACIONES, DE NUESTRAS FAMILIAS, DE NUESTROS VINCULOS, DE NUESTROS LUGARES DE TRABAJO, DONDE VERADERAMENTE LA INQUIETUD, LA PREOCUPACIÓN, LA TURBULENCIAS, LAS TORMENTAS INTERIORES, LOS SENTIMIENTOS ENCONTRADOS, LAS DISOCIACIONES, LOS AFANES NOS ROBAN LA PAZ. SI PAZ POCO ES LO QUE PUEDE SEMBRARSE

GL: Al contacto con Cristo despunta la vida. La vida solo se desarrolla en la paz. Por eso es tan seria la guerra, la violencia. Porque amenaza la vida y su despliegue. Para los que son cristianos, la paz tiene que ver con la presencia de Jesús. Para los que no son cristianos tiene que ver con la presencia de lo trascendente, de lo que está más allá de nosotros mismos. No estamos acá hablando de la paz de los cementerios, ni sobre la paz de los cómodos, de los que encontraron una cueva para refugiarse de las inclemencias del mundo, porque esa paz es aburre y deja un sabor triste, gris, que no transforma nada. Estamos hablando de una paz capaz de transformar la realidad, una paz creativa y creadora, potente, capaz de desarrollar vida en el entorno.
 Cuando alguien se pregunta cómo encontrar la paz, hay respuestas que son personales. Si las circunstancias escapan a nuestro dominio hay que buscar ayuda. A veces hay desórdenes muy fuertes, traumas que han dejado secuelas muy graves, y entonces hay que buscar un camino terapéutico con ayuda de profesionales, de dirección espiritual para el discernimiento, buscar la paz con otros. Hay gracias que solo brotan y florecen, que solo se derraman en la atmósfera que genera la comunidad. Incluso solos con Dios tampoco es suficiente. Necesitamos del Dios con el hermano y en los hermanos. Muchas veces está “el mate de la paz” mediante el cual nos encontramos con el otro, conversamos y salimos despejados porque nos corrimos de ese lugar de preocupaciones y de pensamientos permanentes gracias a la presencia del otro. Jesús no nos pensó solos. Nos pensó, como mínimo, de dos en dos. Jesús derramó su paz en la comunidad cuando dijo “mi paz les dejo” , por tanto el individualismo no es el canal propicio para la paz del corazón, porque allí acechan fuerzas muy negativas muchas veces. Entonces es importante utilizar todos los recursos: cuando falla uno buscar el otro. Si por ejemplo siempre buscamos la paz solos en la Eucaristía y no la encontramos a pesar de que es el recurso por excelencia, ¿no será que además hace falta agregar la vida comunitaria? Y a la inversa, si solo buscamos la paz a través de los vínculos ¿no será que Dios nos está esperando en el Sacramento?- Si solo buscamos la paz a través del rezo, ¿no será que tenemos que buscarla a través también del diálogo pastoral?
  Si no la podemos encontrar en nuestra familia, en nuestros hijos, no seamos tercos: busquémosla en otras relaciones, en aquellas relaciones que nos hagan presente a Jesús