Buscadores incansables de Dios

miércoles, 20 de abril de 2016

20/04/2016 – “Nadie puede venir a mí, si el Padre que me envió no se lo concede, y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas y serán todos instruidos por Dios. Todo el que escucha al Padre y recibe su enseñanza viene a mí. Esto no significa que alguien haya visto al Padre, solamente aquel que ha venido de Dios ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree tiene la vida eterna. Yo soy el pan de vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embrago murieron. Este es el pan que ha bajado del cielo para que quien lo coma no muera”.

Juan 6, 44 – 50

Vivir de la fe para nosotros significa todo esto. Haber descubierto una iniciativa que no surgió de nosotros, sino de Dios. “No son ustedes los que me han elegido, yo los elegí”.

San Juan nos recuerda “Dios nos amó primero” y San Pablo lo va a decir de esta manera “Me amó y se entregó por mi”. Dios me amó primero, esa es la iniciativa, esa es la modalidad: Dios da el primer paso y nosotros vamos tras Él. Su primereo en nuestra vida nos saca de lo ya sabido y nos llena de sorpresas. 

Anselm Grün, en su libro “Para experimentar a Dios abre tus sentidos”, dice que buscar a Dios significa dejar que Dios nos cuestione. No podemos buscar a Dios como si buscáramos una cosa, como algo que se puede conseguir, como un objeto que uno ya conoce. Dios siempre es misterio, y por lo tanto, descalzos y despojados de nosotros mismos nos adentramos en esa nube del no saber para entrar en el saber divino de Dios que nos revela los secretos más profundos desde nuestra más profunda humanidad. Dios siempre nos sorprende.

Deberíamos preguntarnos por Dios desde nuestra humanidad y dejarnos interpelar por Él. Cuando nos cuestiona si somos en verdad personas, si sabemos quienes somos en realidad, y si lo hacemos, lo que hacemos es correcto. Buscar a Dios demanda buscar al ser de lo humano. Nunca nos daremos por conformes con lo que hemos alcanzado. También en la eternidad el misterio se irá revelando, el suyo y el nuestro. Saciados en la permanente revelación del misterio, así será el cielo. De Dios es más lo que no sabemos que lo que sabemos, dice Santo Tomás de Aquino, por lo tanto encontrarse con Él es un continuo desear seguir buscándolo, y encontrándolo, buscar más. 

En el camino hacia Dios, estamos siempre en movimiento, no nos podemos detener ni descansar. Dios nos cuestiona sin cesar. Descansar en la búsqueda de Dios es sólo por un rato, para después recomenzar. Como le pasó a Elías que deseándose la muerte se hecho a morir y Dios lo asistió con un ángel que le ofreció agua y comida “Levántate que queda mucho por andar”. Es grato saber que en la meta nos espera un final feliz, que siempre será el encuentro con un Dios que es amor y que siempre es más.

Como le preguntó a Adán nos pregunta a nosotros: ¿Dónde estás?, ¿Dejas que te encuentre o es que estás huyendo? ¿Te escondes como Adán porque quieres evadirme? Sólo puede buscar a Dios aquel que es buscado por Dios. Sólo se anima a ir tras Él quien ha sido hallado por Él. Si lo busco es porque lo tengo, dicen algunos sabios de la espiritualidad. Ojalá hoy sea uno de esos días en donde se nos despierte con hondura el deseo de Dios y la intención de buscarlo.

Un perro de caza va tras la huella que ha olfateado. La huella es la pista de una pisada de un animal o de una persona. El perro de caza sigue la pista que ha husmeado, hasta que logra dar con su presa. Desde hace tiempo, dice Grün, los monjes han utilizado esta imagen para ejemplificar la búsqueda de Dios.

Cuenta Ansel Grün, que el monje es como un perro de caza, que tiene frente a sí, el rastro de la presa. Un monje debe observar a los perros de caza en su cacería. Cómo sólo uno de ellos descubre a la presa y la persigue, mientras que los otros al verlo correr lo persiguen. Estos últimos seguirán tras él hasta que el cansancio los haga regresar. Sólo aquel que tiene a la presa en la mira, seguirá persiguiéndola hasta que logre alcanzarla. Nada podrá detenerlo, como a los otros. Ni un abismo, ni un bosque, ni matorrales, ni espinas, ni heridas hasta que logre atrapar a su presa. Así debe ser el hombre y la mujer que busca al Señor. Si lo buscás es porque ya has sido encontrado. Teniendo la Cruz frente a nosotros constantemente como señal de vida. La cruz para nosotros, desde la Pascua, es la llaga abierta del Señor en la propia existencia pero llena de vida, transfigurada y luminosa.

Seguir la pista de Dios es seguirlo desde la experiencia de la propia debilidad y fragilidad. No es en un escenario sin problemas ni ideal ni de laboratorio. Buscamos en lo cotidiano, entre luces y sombras, como perros sabuesos buscadores de la eternidad. 

Es posible que en la búsqueda el olfato nos falle y seamos engañados en el camino. ¿Qué hacer? Seguir buscando. Somos buscadores de la eternidad y Dios nos da ese olfato para buscarlo. Es Jesús que nos ha dejado huellas en el camino.

Es esta figura del perro de caza, va olfateando la huella que ya está, el olor que ya está. No podría tener alguna posibilidad de ser activado ese olfato, si no estuviera esa huella y ese aroma antes presente. No se busca sino lo que ya es preexistente. Él nos ha dejado el rastro de su amor frente a nosotros.

Esto es muy importante para entender como he de levantarme cada día para vivir, para tomar mis decisiones, saber que en medio de las sombras que me toque vivir Dios me dejó algunas huellas. Nos invita a seguir esas señales hasta encontrar con el tesoro que está escondido ahí en las dificultades.

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Seguir el rastro en nuestras propias cruces

En un relato Ansel Grün cuenta que un hombre encontró el tesoro en lo alto de un castillo custodiado por perros feroces que le ladraban. Sólo cuando aprendió el lenguaje de los perros pudo acceder a su tesoro. Lo mejor de la vida a veces viene escondido a través de las dificultades. Suele ser la cruz y el diálogo con ella, abrazándola como se nos ofrece, donde está escondido lo que estamos buscando. Por eso no hay que esquivarla, sino agarrarla y abrazarla, y asumiéndola descubrir que detrás de ella está lo anhelado y lo deseado. 

El olfato del seguidor de Jesús ha de dar con señales que muestran el paso del Señor crucificado y resucitado. En nuestra propia existencia hay señales de cruz y de resurrección donde el Señor nos alcanza y nos invita a ir detrás de Él para ir por mucho más de lo que tiene para regalarnos. 

Las sendas que Dios abre delante de nosotros deja rastros de amor, y el amor de Dios se expresa como en ningún otro lugar en la cruz. Por lo tanto la vida cuando está marcada por la cruz es señal de que Dios ahí esta vivo y presente, por eso la cruz no debe ser rechazada. Cuando nos toca sufrir tendemos a retraernos, escondernos, buscar atajos, el no asumirla… porque no estamos hechos para el dolor, sin embargo forma parte de nuestra existencia. Solo en la medida que asumimos la cruz, podemos encontrar lo que por delante se nos abre como secreto de vida que transforma. El rostro pleno de Jesús aparece en la Pascua, en la cruz: “Este es el hombre” dice Pilato cuando lo muestra a Jesús lleno de espinas camino a la cruz. La realidad de la humanidad se hace transformante cuando asumimos nuestras propias cruces y vamos detrás de lo que Dios nos ofrece como salvación. Es la cruz nuestra gran aliada. Esa que tantas veces rechazamos, esa que no nos gusta de entrada y que buscamos esquivar. Ser un sabueso detrás del Señor es ir buscando detrás de las propias dificultades la presencia de un Dios que está escondido en un misterio de vida allí donde parece que las cosas terminaron. Con sencillez, con humildad, con grandeza de alma, con inteligencia interior, con capacidad de discernimiento… la sabiduría está colgada en el árbol de la cruz.  En la cruz se esconde la sabiduría, y nosotros no podemos sino encontrar la savia de la vida allí mismo donde se nos muestra el camino en los que van detrás del crucificado.  

“El que quiera seguirme que cargue con su cruz y que me siga” dice Jesús, lo que sería “el que quiera seguirme que entienda el lenguaje de la cruz” dice Jesús. La naturaleza humana tiende a rechazar la cruz, y en verdad ahí está el secreto y el tesoro. Podemos perder el olfato si nos corremos del camino de la cruz. Podemos desviarnos o esquivarnos, como edulcorar el camino u olvidarlo. Como cuenta Mamerto Menapace en aquel hombre que decidió ir tras el secreto de su vida y se le dió una cruz y la cargó. Cuando fue por el camino vio que le quedaba incómoda, la lijó un poco, le hizo frío y le arrancó una rama, y así… Cuando llegó al final del camino le dijeron que subiera la pared con su cruz. La había cortado por todos lados y ya no le alcanzaba para pasar del otro lado. Entonces le indicaron que volviera y buscara alguien que la estuviera cargando y le ayudara. A nadie se le pide más de lo que puede. El tamaño de la cruz es según el tamaño de tus posibilidades, por lo tanto buscá compañeros para cargar la cruz, enseñale que a la cruz no se le quita nada de lo que tiene, y los dos podrán venir hasta el final.

Tenemos el olfato para encontrar a Dios. Ha sido un don de Dios. Buscar a Dios significará responder al Dios preexistente. Al Dios que nos amó primero, al Dios que nos llamó, que nos eligió. Al que nos miró y nos tuvo en cuenta. Al que activó nuestra capacidad de búsqueda. El que dijo: Fulano! Y tocó mi nombre. Tocó mi identidad, mi persona y me despertó. Seguir y buscar a Dios será responder.

Sin dudas nuestra búsqueda de Dios, en el fondo, siempre es una historia de amor. Si abandonáramos la búsqueda de Dios nos conformaríamos con poca cosa. Como en el ejemplo de la parábola del hijo pródigo. Nos conformamos sólo con saciar nuestro apetito con desperdicios, que en realidad están destinados a alimentar a los cerdos. Nuestra alma permanecerá viva mientras continúe nuestra búsqueda de Dios.

 

Padre Javier Soteras