Cada Persona es Importante – Testimonio de Guillermo Blasco, joven estudiante de arquitectura ante el Papa y los Jóvenes en la Visita del Papa a España – No Estrujes Corazones – Soldado Iraquí abraza la vida monástica – Semillas – La Última Prueba

sábado, 3 de mayo de 2008
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1) CADA PERSONA ES IMPORTANTE

 

Durante mi segundo semestre en la escuela de enfermería, nuestro profesor nos dio un examen sorpresa. Leí rápidamente todas las preguntas, hasta que llegué a la última: "¿Cuál es el nombre de la mujer que limpia la escuela?". Pensé que seguramente era una broma. Había visto muchas veces a la mujer que limpiaba la escuela. Era alta, cabello oscuro, como de cincuenta años, pero ¿como iba yo a saber su nombre?. Entregué mi examen, dejando la última pregunta en blanco. Antes de que terminara la clase, alguien le preguntó al profesor si la última pregunta contaría para la nota del examen. "Absolutamente", dijo el profesor. En sus carreras ustedes conocerán muchas personas. Todas son significantes y merecen ser vuestra atención, aun sólo si ustedes les sonríen y dicen "Hola".

 

Yo nunca olvidé esa lección. También aprendí que su nombre era Dora.

 

….Y usted, ¿sabe el nombre de las personas que le sirven?

 

 


 

2) TESTIMONIO DE GUILLERMO BLASCO, JOVEN ESTUDIANTE DE  ARQUITECTURA ANTE EL PAPA Y LOS JÓVENES EN LA VISITA DEL PAPA A ESPAÑA. 4 de marzo de 2003

 

Querido Santo Padre:

 

Me llamo Guillermo Blasco. Tengo 19 años, pertenezco a una familia de seis hijos y estudio arquitectura técnica. Nací el día de la Inmaculada y la Virgen me ha llevado siempre bajo su manto. Estudié en el Colegio de Ntra. Sra. del Recuerdo de Madrid y mis padres me han educado en la fe.

Desde niño, Santo Padre, he sentido en mi corazón algo grande. En 1998 peregriné a Santiago de Compostela con un grupo que surgía de las manos de María: los Montañeros de la Asunción. Ese camino me hizo un bien inmenso. Allí sentí que Cristo quería algo más de mí.

El 15 de agosto de 1998, día de la Asunción, murió mi hermano Fernando en Irlanda en un atentado terrorista. Tenía 12 años. Este hecho marcó mi vida de adolescente. Esa misma noche, cuando supe lo ocurrido, llamé hasta la madrugada a todos los hospitales de Irlanda. Al día siguiente, se confirmó la terrible noticia e, inmediatamente, fui a Misa con mi padre.

Entre la perplejidad y el miedo, una pequeña luz se encendió en el horizonte. Era la luz

del camino de Santiago, algo que había penetrado hasta lo mas profundo de mi ser. En la comunión encontré una fuerza que jamás hubiese imaginado. Nunca había visto el poder de Dios en las personas. Cuando mis padres perdonaron a los asesinos de mi hermano, su testimonio se gravó a fuego en mi corazón. Desde entonces tengo la convicción de que la Virgen ha intercedido de una forma muy especial por mi familia.

La muerte de mi hermano supuso un gran cambio para mí. Mi familia se unió como una piña, y gracias al ejemplo de mi madre, comencé a ir a Misa todos los días antes de clase. Lo necesitaba. Había descubierto que Jesús es el mejor amigo, del que nadie me puede separar. Vi también que necesitaba la fuerza interior que me da la Eucaristía.

Fueron tiempos duros, Santidad, pero la comunión diaria, y el testimonio cristiano de mis padres mantuvieron a flote mi esperanza. Peregriné a Javier, a Santiago en “99”, y en el 2000 participé con Vuestra Santidad en la inolvidable Vigilia de Tor Vergata. Allí sentí, como en Toronto, que el Espíritu Santo se derramaba sobre nosotros, igual que esta tarde lo hace en Cuatro Vientos.

Al año siguiente, Cristo quería darme algo más; algo que solo se da a quien se quiere de verdad. Me dio a su madre, a María, a quien me ha ido enseñando el inmenso amor de su Hijo. Y le ofrecí mi vida. Me consagré a ella, en la Congregación Mariana de la Asunción. Desde entonces soy de la Virgen y ella no ha dejado de protegerme.

Desde aquel día, y para siempre, intento a través de la oración, ofrecerle cada cosa que hago: cada entrenamiento, cada lámina que dibujo… Ella me ha ayudado a saborear la oración, el diálogo con el Amigo que nunca falla, que sólo me pide que me deje amar, que sólo desea colmarme de gracias. Por eso, permítame Santidad que invite a mis hermanos, los jóvenes, a compartir el amor de María, el amor de Cristo, el Amigo fiel que nunca permite que nos sintamos solos, que sólo nos pide que le dejemos llenar nuestro corazón de su amor y que en esta tarde nos hace esta pregunta: ¿Quieres ser mi testigo, quieres ser amado?

Estoy convencido, Santo Padre, de que el secreto de la vida de Vuestra Santidad es su amor a la Virgen, expresado en el lema TOTUS TUUS. De ahí nace su fuerza para recorrer el mundo entero, a pesar de la enfermedad y los achaques físicos, como testigo de la verdad y del amor de Cristo. Gracias Santo Padre, Gracias Amigo, por venir a España y por enseñarnos que María es el camino más corto para llegar a Cristo.

 

Guillermo Blasco

 

 


 

3) NO ESTRUJES CORAZONES

 

Cuando era joven, mi carácter fuerte, impulsivo y explosivo,

me hacía reventar en cólera a la menor provocación.

La mayoría de las veces, después de uno de estos incidentes,

me sentía avergonzado y me esforzaba por

consolar a quien había dañado.

 

Un día mi maestro, quien me vio dando excusas a un

compañero de salón después de una explosión de ira,

me llevó a un aula, me entregó una hoja

de papel lisa y me dijo:

 

"¡Estrújalo!".

 

Asombrado, obedecí, lo arrugué e hice con él una bolita.

Luego me dijo:

 

"Ahora déjalo como estaba antes”…

 

Por supuesto que no pude dejarlo como estaba.

 

Por más que traté, el papel quedó lleno de pliegues y arrugas.

 

El profesor me dijo:

 

"El corazón de las personas es como este papel …

La impresión que dejas en ellos, será tan difícil de

borrar como esas arrugas y esos pliegues que

has hecho en el papel" …

 

Así aprendí a ser más comprensivo y paciente.

Cuando siento ganas de estallar, recuerdo ese papel arrugado.

La impresión que dejamos en los demás es

imposible de borrar … más aún cuando lastimamos

con nuestras reacciones o con nuestras palabras …

 

 

 


 

  4) SOLDADO IRAQUÍ ABRAZA LA VIDA MONÁSTICA«EL SEÑOR ME DIJO: “VEN Y SÍGUEME”»

 

    Un ex soldado iraquí de Nínive, tras dramáticas experiencias de guerra, ingresó en un monasterio caldeo (católico).  El religioso ha pedido permanecer en el anonimato.

 

    Publicado por FIDES, Agencia de la Congregación Vaticana para la Evangelización de los Pueblos.

 

    Vengo de una familia cristiana. En 1984 era soldado del ejercito iraquí. Combatí en la guerra contra Irán militando durante casi cuatro años en el ejército. He combatido también contra los kurdos y entre otras adversidades fui hecho prisionero: un grupo de guerrilleros kurdos me capturó y permanecí tres meses en la montaña sufriendo crueles torturas. Me liberaron porque mi familia pagó como rescate 10.000 dinares.

    La vida militar en el ejército de Saddam me agotó y huí, por lo que me convertí en un desertor. La policía me capturó y un tribunal militar me condenó a prisión por deserción.

    En aquel período descubrí la oración como verdadero alimento espiritual. Viví esta crisis con mucho dolor y sufrimiento en cuerpo y alma. Pero el Señor estaba siempre conmigo y no me dejó jamás, porque quien tiene fe en el Señor nunca debe tener miedo y encuentra la paz y la alegría a pesar de las situaciones de angustia.

    Dice el salmo: «Fui joven, ya soy viejo, nunca vi al justo abandonado, ni a su linaje mendigando el pan» (Sal 37, 25).

    Comencé a interrogarme sobre el verdadero sentido de la vida y sobre los verdaderos valores, preguntándome dónde y cuándo podría encontrar el camino adecuado de mi existencia en el mundo ¿Qué camino deberé seguir para llegar a la verdadera felicidad?

    A las preguntas sobre mí mismo se añadían otros interrogantes: ¿por qué hay guerras, injusticias y odio en el mundo? ¿Por qué la humanidad no puede vivir en paz? En aquel momento de angustia, oí una voz fuerte dentro de mí que me llamaba: «Ven y sígueme, encontraras el verdadero sentido de tu vida». «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6).

    En 1988 terminó la guerra y seguí un curso de estudios en la Universidad en mi ciudad, Nínive. Continuaba frecuentando la Iglesia y pidiendo a Dios que confirmara mi vocación.

    En 1991 comenzó la Guerra del Golfo y la situación de la mayoría de la gente empeoraba de día en día. Muchas familias emigraban de Irak. También yo habría querido unirme a la diáspora.

    En 1993 me inscribí en un curso de Teología y sentí en lo profundo de mi corazón lo dulce y buena que es la Palabra de Dios. La conciencia de la vocación se hizo más fuerte y entonces respondí a la llamada del Señor. Es el Señor quien llama y es Él quien da el primer paso hacia el hombre.

    Después de un intenso período de oración, en 1995 dejé a mi familia y mi ciudad para seguir al Señor y entré en el convento de los Monjes Caldeos que se encuentra en Bagdad. Ahora estoy perfeccionando mis estudios.

 

 


 

 5) SEMILLAS

 

Anoche tuve un sueño raro: En la plaza mayor de la ciudad habían abierto una tienda nueva. El rótulo decía: "Regalos de Dios". Entré: Un ángel atendía a los clientes. Yo, asombrado, le pregunté:

– ¿Qué es lo que vendes, ángel del Señor?

– Ofrezco cualquier don de Dios.

– ¿Cobras muy caro?

– No, los dones de Dios son gratis. Miré los grandes estantes; estaban llenos de ánforas de amor, frascos de fe, bultos de esperanza, cajas de salvación y muchas cosas más. Yo tenía gran necesidad de todas aquellas cosas. Cobré valor y le dije al ángel:

– Dame, por favor, bastante amor a Dios; dame perdón de Dios; un bulto de esperanza, un frasco de fe y una caja de salvación. Mucho me sorprendí cuando vi que el ángel, de todo lo que yo le había pedido, me había hecho un solo paquete; y el paquete allí estaba en el mostrador, un paquete tan pequeño como el tamaño de mi corazón.

– ¿Será posible? – pregunté – ¿Esto es todo? El ángel me explicó:

– Es todo, Dios nunca da frutos maduros; El sólo da pequeñas semillas, que cada quien debe cultivar.

 

 


 

6) LA ULTIMA PRUEBA

Autor: desconocido

 

John X se levantó del banco, arregló su uniforme, y estudió la multitud de gente que se abría paso hacia la Gran Estación Central. Buscó la chica cuyo corazón él conocía pero cuya cara nunca había visto, la chica de la rosa.

Su interés en ella había comenzado 13 meses antes, en una Biblioteca de Florida. Tomando un libro del estante, se encontró intrigado, no por las palabras del libro, sino por las notas escritas en el margen. La escritura reflejaba un alma pura, de grandes valores y capaz de grandes sacrificios. En la contraportada del libro descubrió el nombre de la dueña anterior, la señorita Hollys Maynell. Con tiempo y esfuerzo localizó su dirección en Nueva York. Él le escribió una carta para presentarse y para invitarla a corresponderle.

Al día siguiente John fue enviado en barco para servir en la Segunda Guerra Mundial. Durante un año y un mes, los dos se conocieron a través del correo, y un romance fue creciendo. John le pidió una fotografía, pero ella se negó porque sentía que una relación verdadera no se puede fundamentar en apariencias.

Cuando por fin llegó el día en que él regresaría de Europa, arreglaron su primer encuentro: a las 7:00 PM en la Gran Estación Central de Nueva York. "Tú me conocerás" dijo ella, "por la rosa roja que llevaré en la solapa".

 

Así que a las 7:00 PM, puntual, John estaba en la estación buscándola.

Dejaré que el señor "X"  les diga lo que sucedió:

 

"Una joven vino hacia mí, su figura era alta y esbelta. Su cabello rubio y rizado se encontraba detrás de sus delicadas orejas; sus ojos eran azules como flores. Sus labios y su mentón tenían una gentil firmeza y en su traje verde pálido lucía como la primavera en vida. Yo comencé a caminar hacia ella sin darme cuenta que no llevaba la rosa. Mientras me movía, una pequeña sonrisa curvó sus labios: "¿Buscas a alguien marinero?" murmuró la dama. Casi incontrolablemente di un paso hacia ella y entonces vi a Hollys Maynell.  Estaba  parada casi directamente detrás de la chica, con la rosa en la solapa. Una mujer, ya pasada de sus 40, con cabello grisáceo y algo gruesa. 

La chica del traje verde se iba rápidamente. Sentí como si me partieran en dos: mi deseo tan agudo de seguirla, y a la vez mi tan profundo anhelo por la mujer de corazón puro que por correspondencia me había acompañado y apoyado durante tiempos difíciles. Y ahí estaba ella, tenía un aspecto amigable y sereno.

No puedo negar que me sentí de pronto decepcionado. Pero enseguida comprendí que ese sentimiento respondía sólo a la pasión y la fantasía. Contradecía todo lo que precisamente, con la ayuda de Miss Maynell, había descubierto sobre el amor verdadero.  Fue por eso que di el paso y la saludé con auténtico entusiasmo. Es cierto, esto no sería romance, pero sería algo preciado, algo quizás mejor que el romance, una amistad por la que había y debía estar siempre agradecido.

"Soy el Teniente John X, y usted debe ser la Srta. Maynell. ¿la puedo llevar a cenar?" "Muchas gracias, dijo la mujer, pero usted busca a mi hija, es la joven con el vestido verde que se acaba de ir. Me entregó su rosa y me dijo que si usted me invitaba a cenar se la entregase para que usted se la lleve. Lo está esperando en el restaurante de enfrente."

Aquel encuentro ocurrió al fin de la Guerra Mundial, hace más de 50 años.  John y Maynell son ya muy ancianos pero los años solo han aumentado aquel amor probado que resultó ser verdadero.