Caminio a Belén

martes, 3 de febrero de 2009
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Te vamos a invitar de una manera especial a hacer este camino de Belén que nos lleva al profundo Belén que tenemos en nuestro corazón. Está con nosotros el padre Ángel Rossi.


– Es lindo porque Adviento es una peregrinación es como que le corazón se va preparando, ojalá, para este Señor que viene. Es medio paradójico:"vamos hacia el Señor que viene". Dios Padre nos da a Su Hijo en carne. Hay una peregrinación también de Dios hacia nosotros y nosotros, a la vez, vamos a su encuentro, especie de doble camino. en todo caso, la iniciativa es de Dios para con nosotros. Él viene a nosotros, pero también nosotros vamos caminando y llegando hacia Él. Por lo tanto, es un poco la sensación linda, y estando ya más cerquita es como que se pone más exigente. Es más linda, pero se pone más exigente porque la peregrinación a Belén requiere de nosotros, sobre todo de un corazón. Se dice que uno llega a Belén o teniendo la pureza de los niños o teniendo la humildad de quienes se atreven a inclinarse ante Dios. Es como que el último tramito es cuando uno está frente al pesebre y, frente al pesebre, -dice Descalzo- sólo entran erguidos los niños. y los grandes sólo agachándose mucho, doblando el espinazo del orgullo, agachando la cabeza de nuestras importancias, o sea, haciéndonos niños. Navidad es un tiempo difícil porque es una peregrinación interior. nosotros no nos mudamos geográficamente, no vamos a ningún lugar, sino que es una peregrinación del corazón, que, a veces, es más difícil y exigente que la física.


-Cuesta hacerse niño, cuesta este caminito hacia la infancia. Este tiempo de Adviento y Navidad se vive teniendo el corazón infantil, sintiéndonos puros o teniéndolo arrepentido, es decir, experimentándonos pecadores y necesitados de su misericordia. Es una peregrinación nada fácil. Quizás, el desafío de hacernos niños. Se dice que navidad es definido como un tiempo prohibido para mayores. O dicho de otro modo, un tiempo prohibido para los de alma vieja. Es fiesta de niños, los niños son los que viven, que entienden casi instintivamente, espontáneamente de esta fiesta. Ellos la esperan, la viven, hay una sintonía misteriosa entre el pesebre y nuestros niños. Cosa que a los grandes nos cuesta. Es fiesta de niños porque son una especie de acusación, de reproche vino para nosotros los mayores. Por lo tanto, hay que imaginar cuando los veamos frente al pesebre o cuando los veamos esperar, es bueno que nos digamos: "¡qué amorosos los nenes!", sino que nos preguntemos ¿por qué yo ya no tengo esa esa pureza y esa ingenuidad? ¿Qué me queda a mí de la fe luminosa que una vez tuve? ¿En qué recodo del camino ha quedado quizás esa inocencia, aquella ilusión , brillo de los ojos, esperanza siempre renovada que los niños sostienen empecinadamente y que a veces nosotros hemos ido dejando robar o que han quedado en los recovecos del camino. Por lo tanto, éste es el desafío de navidad . decía una oración linda que habla del Adviento como camino que puede describir este momento que estamos cerquita. Es de Javier Quimsá, un jesuita. Él dice:


Aquí estoy, Señor, caminando en este Adviento,
un Adviento más entre estremecido, asustado, aturdido y expectante,
percibiendo cómo avivas en mi pobre corazón las cenizas del deseo
cómo después de un toque de nostalgia la memoria,
que se despereza y abre sus ojos al pasado deslumbrado por el agradecimiento.
Aquí estoy, Señor, caminando en este Adviento,desempolvando mi esperanza,
consintiendo en este esperar,siempre mismo, siempre nuevo,
consintiendo en este tener que esperar para vivir,
en este esperar como afirmación fundamental de mi vida,

en este esperar que traduce la profunda y secreta necesidad

de tender hacia lo que se me presente como inalcanzable

y, por ello, inesperable con mis propias fuerzas.

Aquí estoy, Señor, caminando en este Adviento,

una vez más enfrentado a la paradoja de esperar lo inesperable,

de tener que ejercer esta esperanza para existir,

de hacerme consciente de que ser es esperar.

Aquí estoy, Señor, con la mirada del corazón clavada en este Adviento,

con el anhelo encendido, con el deseo ardiendo,

luchando contra mis miedos y esperanzas

para que el fuego de la esperanza se abra e ilumine el primer paso.

Aquí estoy, Señor, intentando limpiar la niebla de mis ojos,

rogándote que enjugues Tú mis lágrimas

y que tu luz alce mi cabeza y oriente mi mirada

hacia el lugar de la promesa.

Aquí estoy, Señor, aguardando lo que no veo,

lo que no siempre quiero, lo que desconozco,

lo que, sin embrago- ¡qué ironía!- es mi mayor certeza.

¿Cómo aguardar amor y desvergüenza?

¿Cómo negar la espera al Dios de mi esperanza?

Aquí estoy, Señor, caminando en este Adviento,

estremecido, asustado, expectante, enamorado

y sintiendo Tu llamado como la cosa más cierta, más real,

como la única verdad de mi espera.

No te canses de llamar, Señor, no te canses de llegar,

no te canses de venir, Señor, que aquí estoy caminando,

Señor, a Tu encuentro en este Adviento.

-Por eso, nuestra peregrinación quizás nos puede ayudar. Quizás lo físico sea ir al pesebre que hayamos armado o que está en nuestras parroquias. Esto que decía: Navidad es un tiempo propicio para preguntarnos, al ir a Belén , frente al Niño, ¿cómo llego a esta Navidad? ¿Qué ha sido de mi vida en este año? ¿En qué he ganado? ¿En qué he crecido? ¿En qué he perdido? ¿En qué me he estancado? En definitiva, qué me ha quedado entre las manos y en el corazón en esta Navidad.

Esto es un poco el desafío. Me acordaba de Bernanof. Él hablaba de lo que llamaba “el dulce milagro de las manos vacías”. Decía que hay dos maneras de legar con las manos vacías. La primera es las manos vacías porque lo dimos todo. Tenemos la sensación de que en el año hemos dado todo lo que de nuestra parte podíamos. Entonces es un tiempo propicio para agradecer. La otra posibilidad es “manos vacías” porque tenemos la sensación de que no hicimos nada duradero, que nos fuimos en hojas y en flores, no dimos frutos. Y entonces en este caso pedir perdón y, en vez de quedarnos lamentándonos infecundamente, ofrecerle esas manos vacías para que Él las llene de nuevo de su semilla, de su amor. Que el Niñito sea quien se acune en nuestras manos vacías y las vuelva a llenar de lo fecundo una vez más.

Sea de un modo u otro, esas “manos vacías” se tienen que convertir como en la cunita, en el pesebre del Niño. Que Él las bendiga, las limpie, las cubra para que no se cierren, para que se conserven siempre abiertas.

– Decimos que Adviento y Navidad es una peregrinación para nosotros interior. Es decir, el nacimiento de Dios tiene lugar en al intimidad más profunda del alma, en un rinconcito de la mente, en lo más puro, lo más noble, lo más delicado que el alma puede ofrecer. Ahí tiene que darse ese profundo ámbito silencioso al que nunca quizás uno puede llegar sin la gracia de Dios. Éste es el caminito interior. Quizás como un primer desafío para ese caminito interior es ponerse de pie.

Para poder caminar lo primero es levantarse porque, a veces, andamos medio golpeados, cabizbajos. En vez de mirar hacia adelante, vamos mirando hacia atrás . A veces estamos simplemente tirados al borde del camino– como dice el Evangelio-, entonces hay un primer desafío que es ponerse de pie.

San Anselmo tiene aquella recomendación propia de este tiempo, que es este imperativo: “Arriba, tú, hombrezuelo”, como diciendo “Ponéte de pie en este tiempo de Adviento”. Y agrega “Arriba, Tú, hombrezuelo huye un poco de tus preocupaciones. Entra un instante en ti mismo, apartándote del tumulto y de tus pensamientos. Arroja lejos de ti las preocupaciones que te agobian y aparta de ti las inquietudes que te oprimen. Búscate tiempo para Dios y descansa. Habla con Dios y dile con todas tus fuerzas “ quiero, oh, Señor, buscar tu rostro. Señor y Dios mío, enseña a mi corazón dónde y cómo tengo que buscarte, dónde y cómo puedo encontrarte”. Éste el primer gran desafío es ponernos de pie e ir a Belén, ir al pesebre. Ojalá nos demos un tiempito para ir a ponernos frente al pesebre. Que no sólo sea cosa de los chicos, sino que nosotros también allí frente al pesebre nos dejemos prometer cosas lindas, un poco la experiencia de los niños. Es un ir a renovar la esperanza.

Todo este tiempo de Adviento hemos oído las promesas de Dios, tal como los profetas las han transmitido. Promesas. Uno va a Belén a dejarse prometer cosas lindas. Así como muchas veces el mundo nos trae desventuras y promete tanta cosa triste o promete cosas que uno sabe que es mentira. En el pesebre, en cambio, uno va a buscar promesas que son verdad. Este tiempo hemos escuchado que “las aguas surgirán en medio del desierto”, un símbolo muy lindo.”Que las espadas se cambiarán en arados y las lanzas en podaderas”, “ Que el lobo y el cordero, la pantera y el cabrito vivirán juntos y pacíficamente”. Éstas son promesas paradójicas, difíciles que se tiene que dar en el propio corazón. Ir a Belén es dejarnos prometer que en el desierto del propio corazón brotará agua, que nuestras espadas de las agresividades se cambiarán en arados, que nuestras lanzas-nuestras palabras punzantes, hirientes- se convertirán en podaderas y que animales feroces y animales mansitos van a poder vivir juntos. Bueno, el lobo y el cordero conviven en el propio corazón. A veces somos panteras, a veces cabritos, pero saber que el desafío es hecerlos convivir. Es una imagen muy bonita de la plenitud de los tiempos: finalmente, Dios va a unir lo que parece imposible de unir. No son ilusiones piadosas con las que los profetas querían arrullarnos, sino que son sueños en los que descubrimos nuestras propias posibilidades. Son los sueños de Dios en nosotros. Por lo tanto, ir al pesebre y revisar esto que Eduardo Casas llama este “territorio de sueños que es nuestro corazón. Escribe aquello tan lindo de “en este tiempode Navidad, de Adviento mi memoria saca cuentas de lo que he soñado y de lo que he deseado. Recuerdo que alguno me dio agua para que no dejara de soñar debajo del sol del lento y solitario camino. También hubo quien me atropelló los sueños y los hizo pedazos. No importa, aquí estoy, recomponiendo mi bandera, tratando de encontrarme y seguirme a mí mismo y mis esperanzas. Otras veces persiguiendo yo mismo, persiguiendo mis propios sueños, atropellé los sueños de los demás,sin deternerme para ayudar a poenr de pie lo que mi torpeza acababa de derrumbar. Hay tardes en que subo a la colina y lanzo mis sueños, soplándolos al aire para que vuelen, se espazan y vivan. Hoy quisiera saludar a todos aquellos que transitan mi territorio de sueños”. Esto también es parte del desafío de la Navidad. Uno revisa. Navidad es como el desafío de soñar. Los que viven mejor la Navidad son los niños son los que están siempre soñando. Por lo tanto, el tiempo comienza a moverse a un ritmo distinto.

 

Uno tiene que renovar la capacidad de soñar, de creer, de dejarse prometer cosas. El signo de no sañar es el signo de que estamos muertos espiritualmente. Y al revés: la capacidad de soñar es el signo de que estamos muy vivos. Y que no depende de cómo andemos. Porque podemos andar “muy sobraditos de cosas” y hemos perdido la capacidad de soñar. Hay mucha gente que quizás no le falta anda, pero ya no sueña. Y hay otra gente que, en grandes necesidades, dificultades serias, el corazón sigue soñando. Exupéry dice aquello tan lindo en Tierra de hombres, cuenta aquella anécdota en la que cae al desierto y dice : “quedé solo, sin nada, sin ropa, sin alimento, a distancias enormes de quienes me pudiesen ayudar. Si me ponía en marcha podían pasar días sin encontrar un sitio…me doy cuenta de que la única certza que tenía era la certeza de respirar, lo único seguro que tenía”. Es decir, un momento de desolación, de mucho despojo, de sentirse muy desnudo y dice: “Sin embargo, mi corazón estaba lleno de sueños”. Como que cuando uno puede pensar que ya no tiene sentido soñar, sin embargo el corazón está invadido de sueños, algo que era más fuerte que él. Sentía que no valía la pena y, sin embargo el corazón le decía que sí.

Es lo que le dio fuerzas para ponerse en camino, lo cuenta porque se salvó.

 

 

La alegría de la Navidad no es ingenua. Los monjes decían que en los tiempos de dolor y de contradicción la alegría toma la forma de la paciencia, se cambia de forma. Quizás no sea la mejor de nuestras Navidades, pero quizás, la más pobre de todas pueda llegar a ser la espiritualmente más linda de todas. Esto es un poco paradójico. Por lo tanto, no bajar los brazos, no quedarse mirando, no negarlo.

Con esto uno no pretende una Navidad en una burbuja, sino todo lo contrario, lo que fue la primera Navidad, en medio de las contradicciones. Hay una poesía que puede venir al caso. Es de Ferrer, que le da textos a doña Jovita. Ella toma la imagen de esto. Ella va al pesebre y dice:

Querido Niño Jesús, te he venido a saludar

hoy he querido acallar todas las voces de afuera

pa´ que tengamos siquiera un rato pa´ conversar.

El pesebre está muy solo, todos andan ocupados.

No es que te haigan olvidao, ni es que no piensen en Vos.

Solamente, Niño Dios, andan medio preocupados

es por eso que he venido a visitarte un ratito

y a traerte estos huevitos que esta mañana he juntadoa

y este pan recién horneado y este cuero de cabrito.

A la orilla del aljibe dejaré mis alpargatas,

no quiero pedirte plata,quiero pedirte trabajo.

Estoy muy pobre, caracho, los chicos andan en patas.

Según el cura me ha dicho, no hay que sentarse a esperar,

también se debe pechar de mientras se va rezando,

por eso, vengo pechando, pa´ver si puedo arrancar.

Agora que estamos solos quiero pedirte un favor:

cuando me llegue el dolor, la vejez, la enfermedad

o la mesma soledad, no me abandones, Señor.

Te propongo, Niño Dios, equilibrar la balanza,

yo voy a tener confianza en que me vas a cuidar

y Vos me vas a alumbrar con la luz de la esperanza.

Esta poesía tan linda de petición es en pobreza. Es llevar al pesebre nuestras angustias. Pero las llevamos en esperanza, éste es el desafío.

 

En clave de camino, Javier Albizu se vale de esa frase tan linda que es de los pastores que estás en Lc 2, 15-17 cuando se le aparecen los ángeles y le anuncian que ha nacido el Redentor. Ellos sintetizan un poco lo que estamos diciendo: “Se decían unos a otros:vayamos a Belén”. Esta expresión es muy linda y es un poco el desafío nuestro. Incluso lo dicen cuando ya se han ido los ángeles. Lo dicen en un momento de oscuridad, no en un momento de éxtasis. Es como que también en las dificultades debemos decirnos unos a otros “vayamos a Belén”.

Ir a Belén es muy distinto, según el personaje. Y la primera peregrinación es la de Dios Padre. De Dios Padre hacia nosotros en la Encarnación . Es Dios Padre que sale a buscarnos. Lo más querido del Padre, que es el hombre, ya no estaba junto a Dios, se había ido en busca de otros cobijos y entonces el Hijo sale por el Padre en su humanidad a buscar a los hombres. Por lo tanto, una peregrinación posible es dejar que el corazón salga a buscar o lo que ha perdido o al que ha perdido. No es algo que se perdió, es algo que se nos perdió a nosotros. Quizás he perdido la oración, quizás he perdido la confianza, quizás he perdido la inocencia, la vida de familia o al mismo Niñito. Se nos ha perdido la persona de Cristo en la Navidad y en el corazón muchas veces.

La segunda peregrinanción está encarnada en la Virgen. Es el de dar lugar a los planes amorosos de Dios. Es decir, dar lugar para que Dios pueda hacerse presente en nuestra vida, a que las cosas se salgan de nuestros planes y comiencen a seguir caminos sorprendentes y sabios planes de Dios, a que Dios rompa el proyecto. Pero no los rompe sádicamente, sino para gestar un proyecto propio en donde nosotros optamos. Dar lugar a que pueda y quiera tenernos con Él, a que se ocupe de nosotros. Que depende de nosotros por esto de la libertad. Dar lugar a que me sane, a que nos fortalezca, a que nos alimente, a que nos misione, dar lugar a que el Señor renueve su cariño por nosotros. La Virgen posterga sus planes adhiriéndose a los de Dios.

Hay una poesía de Conrado Nalé Roxlo que habla de lo imprevisto. Suena medio fuerte, pero puede venir al caso. Dice:

 

Señor, nunca me des lo que te pida.

Me encanta lo imprevisto,

lo que baja de tus rubias estrellas.

Que la vida me presente de golpe la baraja

contra la que he de jugar.

 

Quiero el asombro de ir silencioso

por mi calle oscura,

sentir que me golpean en el hombro,

volverme y ver la faz de la aventura.

 

Quiero ignorar en dónde y de qué modo

encontraré la muerte.

Sorprendida, sé que el alma

a la vuelta de un recodo

que un paso altrás se me quedó la vida.

 

 

-Es muy linda la imagen de José en el pesebre. Albizu dice que su peregrinación es el “camino del silencio”. Es un silencio que se vuelve obediencia, que exige, ante todo, escuchar el querer de Dios. Para obedecer hay que escuchar y para escuchar hace falta un silencio. No es el silencio de callarse, hablar bajito, sino un silencio hondo del corazón. También el silencio que nace de cuando suceden cosas en la vida que no entendemos. Es un querer que a veces uno no entiende. En criollo: de lo que uno no entiende es mejor callarse. José es también el silencio de quien va viviendo cosas que quizás en el momento no las entinde, las guarda en su silencio. Seguramente, se le habrán ido develando en el tiempo. Por lo tanto, se dice que José es la silenciosa fidelidad de cuidar todo lo que estaba puesto en sus manos. Él nos enseña otro camino posible: caminar desde el silencio. Un silencio obediente, que respeta, que no es mutismo. El silencio es guardar la palabra porque siente uno que el silencio es más fecundo. Navidad es eso porque la Palabra viene a nosotros y el gesto de la Virgen, el silencio acoge la Palabra y en caso de José silencio que cede la palabra a Auquél que viene y se hace Palabra de Dios entre nosotros. La imagen del silcencio está muy unida también a la humildad. Los hombres humildes son silenciosos normalmente. Y al revés, los hombres soberbios son muy charlatanes. Menapace toma el ejemplo de una experiencia de su vida. Él dice que cuando llegaban los tachos en los carros y entraban al pueblo, para ver si estaban llenos o vacíos no había que asomarse: los tachos vacíos van haciendo mucho ruido. Es muy linda la imagen, las almas vacías suelen ser siempre ruidosas. Las almas llenas, fecundas, normalmente son silenciosas. Por lo atnto, José es el que nos enseña esto. Diego Fares tiene aquella oración tan linda en el Hogar San José de Bs As que yo siempre la rezo casi con miedo, pero creo que nos hace bien. Dice:

Enseñános, José, cómo se es no protagonista,

cómo se avanza sin pisotear,

cómo se colabora sin imponerse,

 cómo se ama sin reclamar.

Decínos, José, cómo se vive siendo número dos,

cómo se hacen cosas fenomenales desde un segundo puesto.

Explicános, José, cómo se es grande sin exhibirse,

cómo se lucha sin aplausos,

cómo se avanza sin publicidad,

cómo se persevera y se muere

sin esperar que te hagan un homenaje.

 

Por lo tanto, José encarna el camino del silencio y la humildad que en el pesebro está tan marcado. Cuando Descalzo, hombre que vivió de la palabra, está muriendo, sabe que le queda poco tiempo, hace un reflexión muy linda y le pide a Dios la gracia del silencio. Ya es tiempo, de reflexión, de gratitud. Escribe aquello tan lindo:

Yo que hablé tanto, tanto y tanto,

que siempre fui un charlatán del viento,

un mayorista de palabras,

siento que no me queda voz para tu canto.

Adelgaza, mi amor, mi voz ahora,

déjala ser silencio, llama pura, río de monte

soledad sonora, álamo respirando en la espesura.

Déjame ser un pájaro que llora

por no saber cantar tanta hermosura.

Esta imagen donde se le pide a Dios el silencio como una gracia. Es esto: en un profundo silencio se hace carne la palabra.