El camino a la unión con Dios

lunes, 20 de junio de 2016
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20/06/2016 – Seguimos haciendo camino junto a la figura de San Juan de la Cruz:

“¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres,
¡rompe la tela de este dulce encuentro!”.

 

Nos detenemos ahora en la expresión “ya no eres esquiva”, que pareciera casi no tener importancia en este contexto pero, de la explicación de San Juan de la Cruz, surge que la misma guarda una relación profunda con el proceso que la persona hace mientras va camino a la unión con Dios. Dice así: “Pues ya no eres esquiva. Es, a saber, pues ya no afliges ni aprietas, ni fatigas como antes hacías; porque conviene saber que esta llama de Dios, cuando el alma estaba en estado de purgación espiritual, que es cuando va entrando en contemplación, no le era tan amigable y suave como ahora lo es en este estado de unión”. Y continúa explicitando que antes que este fuego de amor penetre y se una en lo más profundo del alma, “por acabada y perfecta purgación y pureza, esta llama, que es el Espíritu Santo, está hiriendo en el alma,(en cuanto que esta punzando, purgando) gastándole y consumiéndole las imperfecciones de sus malos hábitos; y ésta es la operación del Espíritu Santo, en la cual la dispone para la divina unión y transformación en Dios. Por eso la expresión “Ya no seas esquiva, acaba ya si quieres” es decir completa la obra de ir hacia la limpieza propia de la purgación para que se produzca el encuentro. En ese debate y en esa tensión el ser humano va creciendo y va nadando a la prufunda comuniñon con Dios. Porque es de saber que el mismo fuego de amor que después se une con el alma glorificándola, es el que antes la embiste purgándola. Bien así como el mismo fuego que entra en el madero es el que primero le está embistiendo e hiriendo con su llama, enjugándole y desnudándole de sus feos accidentes, hasta disponerle con su calor, tanto que pueda entrar en él y transformarle en sí. Y esto llaman los espirituales vía purgativa. En el cual ejercicio el alma padece mucho detrimento y siente graves penas en el espíritu, que de ordinario redundan en el sentido, siéndole esta llama muy esquiva; porque en esta disposición de purgación no le es esta llama clara, sino oscura; que si alguna luz le da, es para ver sólo y sentir sus miserias y defectos; ni le es suave, sino penosa; porque aunque algunas veces le pega calor de amor, es con tormento y aprieto”.

La experiencia del Getsemaní

Esta experiencia de purgación resulta dolorosa y el corazón humano se hace esquivo frente a esta presencia. Es como la experiencia de Getsemaní “si fuera posible que pase de mi este cáliz” . Es decir cuando estamos en este tipo de experiencia, de aprieto uno busca sacarle el cuero a la situación, querer correrse, el sufrimiento que supone la dolorosa purificación el lama se quiere ser esquiva. Es por la cercanía del amor de Dios que nace la expresión”ya no seas esquiva” porque ha reconocido que ya no se puede demorar. En un primer momento, la persona tiende a apartarse cuando Dios toca lo más profundo de su ser y lo pone en un proceso de purificación. Pero luego, la cercanía de este amor le resulta familiar y cercano al alma. De allí la expresión “ya no eres esquiva”. Reflexionando sobre esto es bueno detenerse y hacer memoria de aquellas experiencias personales en que hemos sentido el amor purificador de Dios. A veces son situaciones que no queremos recordar porque se trató de alguna crisis o de un momento doloroso. No obstante, es una buena forma de adquirir experiencia y fortalecerse en el camino el encontrarnos con esas situaciones. El Señor nos va purificando con ese fuego y nos va haciendo uno con Él. El fuego del amor de Dios que gana el alma en el Espíritu Santo se caracteriza por ser una presencia de ternura. No obstante, hay que tener en cuenta que también se puede experimentar sequedad, terquedad interior, dificultad para caminar o cerrazón. Entonces, en esta confrontación entre un fuego tierno y cálido, por una lado, y las oscuridades que hay dentro nuestro, por el otro, se produce una embestida. “Oh llama de amor viva que tiernamente hieres en mi alma en mi más profundo centro” No apunta a cualquier lugar, apunta al centro del corazón humanos en donde se da la batalla. Este es un territorio de lucha.

Cuando se mira la propia experiencia, se descubre que la vida pasó por aquellos lugares de confrontación entre la luz y la oscuridad, entre la ternura y la dureza, entre el deseo de bien y esa fuerza de mal que nos quiere hacer ir por un camino distinto al que Dios nos inspira. Como dice San Pablo en la Carta a los Romanos, capítulo 7 versículo 19: “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero”. Ese proceso de lucha interior es del que habla Juan de la Cruz cuando nos refiere que la presencia de Dios ya no es esquiva, significando que en algún momento fue complicado atravesar por aquellos lugares de “oscuras quebradas”, como reza el Salmo 22. La vida es así, tiene estas connotaciones de encuentros entre la luz que nos conduce hacia adelante y las noches que nos habitan por dentro. Dios nos hace atravesar entre estas dos realidades hacia la purificación, para llevarnos a un encuentro que nos una siempre en Él.

Cuando se produce este encuentro entre los contrarios, entre el amor de Dios y todo lo que no es Dios, el corazón sufre poco menos que un purgatorio. San Juan de la Cruz dice: “No se puede encarecer lo que el alma padece en este tiempo, es a saber, muy poco menos que en el purgatorio. Y no sabría yo ahora da a entender esta esquivez cuánta sea y hasta dónde llega lo que en ella se pasa y siente, sino con lo que a este propósito dice Jeremías con estas palabras: ´Yo varón, que veo mi pobreza en la vara de su indignación; hame amenazado y trájome a las tinieblas y no a la luz; tanto ha vuelto y convertido mano contra mí. Hizo envejecer mi piel y mi carne y desmenuzó mis huesos; cercóme en derredor y rodeóme de hiel y trabajo; en tenebrosidades me colocó como muertos sempiternos; edificó en derredor de mí porque no salga; agravóme las prisiones; y demás de esto, cuando hubiere dado voces y rogado, ha excluído mi oración; cerróme mis caminos con piedras cuadradas y trastornó mis pisadas y mis sendas`. (Lamentaciones 3, 1-9)”. Esta es la experiencia de quien atraviesa por estos lugares de encuentro entre los opuestos. Es decir, transitar entre la luminosidad, la ternura, la bondad, la belleza y el amor de Dios; y nuestros egoísmos y fealdades, sin sentidos y contradicciones. Este lugar de combate y de purificación es una especie de purgatorio donde el alma -de cara a Dios en un proceso muy doloroso- sufre; y mientras sufre y permanece, se purifica; y en la purificación es como si quisiera esquivarle a la presencia de este fuego divino que la quema por dentro, pero no puede; y entonces va avanzando este fuego, purificando a la persona hasta hacerse uno Dios con ella. Casi que ya no se sabe donde comienza uno y donde está el Otro. Al principio cuesta que se encienda el corazón humano, pero una vez encendido, todas las bondades que Dios trae consigo impregnan el alma.

Dice Juan de la Cruz que al ser esta llama “amplísima e inmensa y la voluntad humana es estrecha y angosta, siente su estrechura y angostura la voluntad en tanto que la llama la embiste, hasta que, dando en ella, la dilate y ensanche y haga capaz de sí misma. Y porque también esta llama es sabrosa y dulce, y la voluntad tenía el paladar del espíritu destemplado con humores de desordenadas aficiones érale desabrida y amarga y no podía gustar el dulce manjar del amor de Dios. Esta purgación, esta pena se parece a la del purgatorio, porque, así como se purgan allí los espíritus para poder ver a Dios por clara visión en la otra vida, así, en su manera, se purgan aquí las almas para poder transformarse en él por amor en ésta”. En la “Subida del Monte Carmelo”, Juan ha estudiado la intensidad de esta purificación y qué ocurre con la voluntad, la inteligencia y la memoria en estas circunstancias: “La intensión de esta purgación y cómo es en más y cómo en menos, y cuándo según el entendimiento, y cuándo según la voluntad, y cómo según la memoria, y cómo también según la sustancia del alma, y también cuándo según todo; y la purgación de la parte sensitiva, y cómo se conocerá cuándo lo es, la una y la otra, y a qué tiempo y punto o sazón de camino espiritual comienza, porque lo tratamos en la ´Noche oscura de la Subida del Monte Carmelo` y no hace ahora a nuestro propósito, no lo digo. Basta saber ahora que el mismo Dios, que quiere entrar en el alma por unión y transformación de amor, es el que antes está embistiendo en ella y purgándola con la luz y calor de su divina llama, así como el mismo fuego que entra en el madero es el que le dispone antes, como habemos dicho. Y así, la misma que ahora le es suave, estando dentro embestida en ella, le era antes esquiva, estando fuera embistiendo en ella”.

Padre Javier Soteras