Carta a la Madre

jueves, 18 de octubre de 2007
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Éramos tres, Señor, en la mañana del domingo. Ya estamos Tú y yo solos.

Lloro contigo, sí; Señor, no digas que no compartes mi dolor.

Amo, llorando contigo que lloraste  ante la tumba de Lázaro, tu amigo, y lo resucitaste.

Lloro contigo que dijiste: “Honra a tus padres”. Y hoy su honor y el mío

Señor, es esta lágrima que es tuya porque Tú la provocas y la asumes.

Si Tú lo quieres, dame la mano. Soy un niño ahora.

No sé lo que es la muerte. …

Mira a mi madre. Una pared horrible has levantado entre los dos. Derríbala,

porque Tú nos amabas, nos amábamos en este paraíso de dolores. “Se estaba bien aquí”.

Desde aquí lloro en nombre del amor, el que Tú creas, en el que te recreas  sucediéndonos…

Bébeme en esta lágrima, Dios mío, Dios suyo, Dios de ella, a quien escribo

esta carta de amor, que ya no puede leer, que no podrá leer, porque está ciega y no me oye…

Dile que estoy aquí Y dile que no tema por mi muerte, aquella de aquel niño, en aquel

pueblo, en aquella ciudad, aquel invierno, aquella noche incierta, inacabable,

Y dile con palabras que Tú sabes: “He aquí a tu hijo”.

Porque yo he sido amado como nadie, en la pérdida de ese amor, también se puede descansar y morir.