Ceferino, el futuro santo de los jóvenes

jueves, 8 de noviembre de 2007
Si nuestra vida es luz, y si andamos en la luz, como él está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de Jesús, Hijo de Dios, nos purifica de todo pecado.”

1º Juan 1, 7

Los beatos, los santos, nuestros hermanos que, encarnaron en su corazón los sentimientos de Cristo Jesús, que tenemos el caso de Ceferino Namuncurá, tienen esta posibilidad de traducirse para nosotros en una señal en el camino, en una luz que brilla en medio de las sombras. Las sombras propias que surgen del peregrinar humano, en lo cotidiano, en lo de todos los días, donde, a veces se acierta en la búsqueda de la plenitud que anhelamos. A veces no.

Nos encontramos como a mitad de camino, no terminando de acertar en nuestro intento.

Que bueno que es encontrar estas luces. Hay luces que iluminan, dice Patricia Sosa. Hay luces que destellan. Hay otras que son pequeñas, que, con su titilar y su brillar, aunque no sean la gran luminaria, son suficientes para que, podamos nosotros encontrar, un rumbo. El que podemos haber perdido por allí. El testimonio de los santos en este sentido, nos ayuda, y de esto habla la Palabra. Estamos llamados a ser luz en aquel que siendo luz, ha venido a brillar en nuestros corazones para hacernos testigos, de la Gracia de la Resurrección. Ésta que vence toda oscuridad, toda tiniebla.

Los santos, los beatos.

Ceferino, concretamente en este caso, viene a dejarnos un anticipo del cielo, con la experiencia de final de su vida, nos regala un poco de todo lo mucho que el Señor grabó en su corazón. Y que ahora celebramos y cantamos, y gozamos como pueblo, que peregrina detrás del anhelo de encontrar una luz que definitivamente marque su rumbo: Ceferino nos deja como una pequeña señal en nuestro andar.

Esa luz es la que buscamos, la que necesitamos en las sombras. Cuando se apagan las luces o se termina el día, no terminamos de identificar mucho lo que nos rodea, necesitamos de la luz.

Así también en el camino de la vida a veces, se nos pone un poco sombrío el peregrinar, el andar en la luz. La luz de la presencia de Dios que marca puntual el encuentro con el hermano que nos abre a sentidos nuevos, o nos regala esta posibilidad de no perder el rumbo y de terminar de identificar qué es lo que nos rodea, cuando parece que todo se apaga.

Es tan bueno salir de esa soledad que angustia, que entristece, esa soledad que apaga la vida y tener el corazón ardiendo de tal manera que, podamos encontrar el sentido en el salir hacia el otro. En mayúsculas y en minúsculas, el Otro en todo sentido, en Dios y en los hermanos.

Justamente los santos nos brindan esta posibilidad, Ceferino en este sentido, es un fiel reflejo de la luz, que es Cristo. En él se hace presente la luz de Jesús. Y al final de su vida, sobre todo, es como que mientras la vida se va apagando detrás de aquella enfermedad que tomó sus dos pulmones, una luz comienza a brillar con mayor fuerza, desde dentro de él.

Hacía larguísimas oraciones al final de su vida, Ceferino, particularmente delante de María, bajo la advocación de Auxiliadora.

Fijémonos como lo cuenta él y qué dice:

“Allí en Turín, fui al Santuario de María Auxiliadora y recé a la Virgen por todos. Y en ese lugar también me saltaron las lágrimas y casi todas las veces que voy me sucede lo mismo. Ah, mi amado padre… Durante las funciones sagradas qué paraíso es este Santuario de la Virgen.”

Empieza como a gustar del paraíso, mientras la vida, en otro sentido se apaga. La vida, en otro sentido aparece. La vida puede más que la muerte y Ceferino es testigo, de que la luz que brilla en él supera toda oscuridad, toda sombra. También ésta que se cierne sobre todo su ser, que se va opacando, que se va empalideciendo, detrás de la enfermedad que avanza.

Se emocionaba particularmente, en este tiempo con la música de todo lo que se celebraba. En realidad desde niño se sentía muy atraído por la música Ceferino. Cuando formaba parte del grupo donde se tocaba la flauta, ensayando gorjeos y trinos. Como lo había embelezado la música que se ejecutaba en las grandes Iglesias de Italia, si esto estaba en él.

Él da testimonio de esto y en una carta lo destaca.

Dice: “la música que se oía, el órgano del santuario, fue una función muy linda, en especial, la parte musical tocó mi corazón. Música no faltaba. Me parecía estar en el Paraíso. La música de Perosi y Palestrina. Me pasaron un rato de Paraíso.”

Todo le habla del Cielo a Ceferino.

Mientras la muerte se acerca, puede más la vida que brilla en su corazón.

Mientras la enfermedad iba carcomiendo sus pulmones, Ceferino experimentaba frecuentes anticipos de la Gloria.

Pero antes de esta experiencia gloriosa se destaca también este encuentro, que ayer relataba Gabriel, este anticipo del Cielo, con el que Ceferino vivió hacia el final de su vida, se dio particularmente en aquel encuentro que Gabriel Camuso, nos relataba ayer.

Ceferino. Al final deja que la luz brille en su corazón. Hay luces que iluminan, dice la canción y hay otras… porque ésta de la que hablamos nosotros ahora, que es la de Jesús, en el corazón de los santos, es la que en lo más profundo de nuestro ser se anhela y se espera.

Esto que lo dice una canción, como cualquiera otra, pero para nosotros, tiene este sentido que hoy le damos. En el marco de la celebración anticipada de esta luz para nuestro pueblo. Ceferino, beato.

 

Después de su encuentro con Pío X, le escribe al padre Cristanelo; para pedirle encarecidamente que vaya a visitar a los mapuches, les lleve la bendición del Papa y reparta allí las medallitas, rosarios y estampas, que les manda. Además de unos retratos de Pío X.

Por el tono y la cantidad de detalles del Papa, denota que Ceferino le daba mucha importancia a esta misioncita. Parece que él temía que, no le dieran valor a los retratos del Papa porque escribe; “recomiendo mucho que no pierdan esos retratos porque son muy preciosos, cuando vuelva, lo primero que haré, será mirar los retratos que les mandé de aquí.”

Como cuidando la figura del vicario de Cristo entre estos hermanos que de a poco iban encontrando, en la Iglesia, como institución, el reflejo de la presencia de Jesús, la que verdaderamente recibieron con el corazón.

Los últimos meses son los que comienza a transitar él hasta entregarse en las manos del Padre.

Regresa a Turín para reanudar los estudios, y ahí el Padre Sureti, que es su maestro, se detiene en su diario personal, a presentar una síntesis de las características por aquel tiempo. Este Ceferino que se apaga y brilla al mismo tiempo. Que va dejando que la sombra de la muerte, termine por ganar su corazón porque así es la Voluntad del Padre, como ocurrió con Jesús en aquella tarde. A las tres, cuando una gran sombra, cubría el mundo entero, dice la Palabra. Comienza a brillar la Gracia del triunfo sobre la muerte, así también en Ceferino.

Dice en un escrito Sureti, “quería Ceferino ser sacerdote para dedicar su vida a los paisanos suyos. Tenía en gran veneración el santo evangelio, que él quería difundir un día entre sus contemporáneos. Siempre estaba como sonriendo, y con una gran igualdad de carácter siempre. Siempre la misma calma. La misma dulzura, la misma serenidad. Esa bondad suya tan propia. Había perdonado de corazón las armas que habían combatido con su gente.” Este costado tan doloroso del sur argentino, en la invasión de Roca, parece que no pasó desapercibido, como dicen algunos sino que por allí en la vida de este pedazo grande de hombre que era Ceferino, marcó se ve duramente su corazón, pero más fuerte fue la presencia del evangelio. Que pudo perdonar a los que no sabían qué hacían cuando arrasaban sobre aquellas tierras nuestras.

El clima de Turín, a él le venía muy mal. Y agravaba todavía más su estado de salud. Entonces lo trasladaron a Frascati, pero ahí empeoró.

En medio de una terrible enfermedad que lo iba como consumiendo cada vez más. Le causaba muchísimos dolores y grandes molestias. Ceferino expresaba admirablemente, su espiritualidad en esta circunstancia y decía: “en las largas noche de insomnio, agitado y sacudido por la tos implacable, me sentaba en la cama y besaba y volvía a besar la medalla de María auxiliadora, e intentaba mantenerme allí de pie con alguna jaculatoria.”

En esos últimos meses de su vida ya no podía sonreírse como antes, pero los que veían su rostro cuentan, que sonreía con los ojos.

Como que no se le escapaba el brillo de los ojos. Como que si en algún lugar de nosotros hay luz, está en la mirada.

Si en el rostro todo. Porque es estos días me encontré con Daniel, él es nuestro corresponsal en la zona de Goya, Esquina, viven en Esquina. Tiene una Radio, Daniel. Z, frecuencia Z. Una hermosa experiencia. Casado, tiene su hijo. En el caso de él el brillo está en el rostro todo. Es la cara, es la faz, es el rostro todo. Particularmente para los que tenemos la facilidad de captar la luz, la que verdaderamente espeja o no el brillo que hay en el corazón. O la oscuridad que hay en él.

Pareciera que mientras algo se apagaba en Ceferino, por su salud delicada, que había tomado sus dos pulmones ya, había un brillo que a pesar de no poder tomar su sonrisa porque expresaba su cara, su boca, lamuela del dolor, en los ojos y en resto de su faz, algo brillaba.

Que podamos ser nosotros también, brillo, luz, presencia de gozo, de alegría. En medio del dolor, de la lucha, del trabajo. En lo de todos los día, para los que esperan una luz de esperanza en el camino.

Así como se había desprendido de su tierra mapuche, como también de la Patagonia, dio un paso hacia Europa para ir a completar sus estudios, llevados de la mano de quien lo promovió en el camino de la vida en Cristo, Juan Cagliero. Ceferino comienza a despedirse de esa tierra y de todo.

En la vida de los santos es así. El despojo forma parte del camino. Por algo Jesús cuando invita a los suyos a ir a predicar la buena noticia dice “no lleven nada, vayan sin nada.” El despojo forma parte del camino del anuncio. El ir sin nada, despojado de todo supone como la gran posibilidad para que brille la luz que Jesús quiere comunicar. “No lleven nada y vayan con todo”. No lleven nada y vayan con lo que yo les doy. “No lleven pan, no lleven alforja, no lleven túnica, vayan descalzos, vayan libres y sepan que Yo voy con ustedes.”

Pareciera que esta presencia de Jesús mientras el santo se va despojando, va ganando el corazón. Y en el momento de mayor tribulación, por el proceso de despojo, es el momento de mayor luminosidad.

Marzo de 1905, Ceferino ya acepta que debe abandonar los estudios. En una carta al Padre Pagliere, el 21 de Marzo, le cuenta que por consejo del doctor y de los directores del colegio, debe dejar completamente de estudiar. Justamente eso le habrá producido un gran dolor, porque él seguía soñando con volver a la Patagonia y servir a los de su raza, siendo cura.

Se nota que ha desarrollado en su interior una actitud de profundo abandono a la voluntad del Padre, porque en esa misma carta se expresa diciendo: “cuando venga Monseñor Cagliero quién sabe dónde me andará. Ahora cambiando de colegio alguna casa resultará. Bendito sea Dios y María, basta que pueda salvar mi alma y lo demás que se haga la voluntad del Señor.”

Está entregado, está en las manos del Padre. Confía que es el gran proyecto, llegar a esa parte del camino, donde todo se hace incierto y ciertamente seguro. Incierto porque ya no depende de uno, y ciertamente seguro porque está todo en las manos del Padre.

Aquel mapuche de grandes deseos termina aceptando los límites duros de la realidad. Aquel hombre que nació y se crió en la pampa abierta, donde parece que no hay límite y donde el horizonte siempre lleva la mirada más allá. Parece que empezó a encontrarla muy aquí, muy adentro de él, que el horizonte se le acorta y que el Cielo va como ganando espacio, en medio de los dolores que van cada vez más tomando sus pulmones.

Él mismo reconoce que lo mejor sería regresar. Porque ya no disfruta, ni siquiera, de sus salidas al patio, en los recreos con sus compañeros. Porque dice: “¿qué hago? Ya no son recreos. Solamente voy al patio a tomar un poco de aire, después estoy solo sin hablar con ninguno.”

Seguramente no se acercaban a él por temor al contagio. Porque temían que pudieran ser contagiados.

Una semana después lo trasladan al hospital de la isla Tiberina, en Roma. Uno de los enfermeros cuenta que, Ceferino, conocía bien la gravedad de su estado de salud y comprendía que los dos pulmones ya estaban afectados. Antonio Prens confirma este dato, diciendo, “lo visité una vez en el hospital y le dije que rezaba por su salud. Y me contestó, que rezara por la salvación de su alma.”

Ya en la cama del hospital, Ceferino es conciente de que si no muere pronto, deberá volver a Argentina para morir entre los suyos. Entonces comienza a pensar mucho en su padre y decide prepararlo, poco a poco, para lo que pueda pasar. El 21 de Abril le escribe: “Le agradezco su gran resignación de sacrificar años sin vernos. En cuanto mis estudios resultan bien, pero la salud me impide continuar. Cuando esté mejor me prepararé para volver a Buenos Aires y de allí a Viedma. En otras cartas le daré noticias más claras. Mil besos y abrazos. Querido papá le pido su paternal bendición y créame. Su afectísimo hijo, que desea abrazarlo.”

Conmovedor, tierno, propio de quien experimenta el límite en un tiempo, se abre a la vida. Ceferino no le dice de golpe toda la verdad, esa que a él le costó a él mismo aceptar. Sabe que al padre le va a costar aún más. Aunque promete le va a mandar noticias más maduras, más claras. Y no deja de expresarle todo su cariño, todo su afecto. Se preocupa tanto por su padre, que quiere hacerle saber pronto van a volver a verse. Eso no va a ocurrir.

Por eso, cuatro días después le escribe también al Padre Vespignani, para pedirle que averigüe dónde está el cacique y le comunique su estado de salud y “su retorno”.

Unos días después, el 1º de Mayo de 1905, Ceferino muere de tuberculosis en el hospital. Tiene 18 años. A su lado estaba sólo, su querido amigo y padre espiritual, Juan Cagliero. Él cuenta que hasta el último momento vio a Ceferino, resignado a la Santa Voluntad de Dios. Tranquilo en su alma, paciente, risueño en sus dolores.

Parece que a Cagliero le brindó su sonrisa hasta el último instante, aún en medio de la tortura de su enfermedad.

Tal vez esto, el mismo Cagliero lo haya visto como uno de los primeros discípulos de Juan Bosco, el que fue entre los jóvenes, niños, adolescentes, el primer santo que brindó a la Iglesia, junto a Juan Bosco, la comunidad salesiana: Domingo Sabio.

Tal vez en el rostro de este nativo nuestro, él haya visto reflejado aquel espíritu de santidad juvenil, que estaba presente también en aquel joven italiano, que se acercó a Juan Bosco, atraído por su carisma, con el deseo de ser santo. Murió a temprana edad, y también entregó su vida por la comunidad que estaba naciendo, de los salesianos.

Todos lo que lo acompañaban a Ceferino en los últimos días, atestiguan que encontraron en él actitudes extraordinarias. Y que era admirable de modo especial, la resignación de su enfermedad. El médico, director del hospital, decía “hallaba en él una virtud y un juicio que no son comunes a su edad.”

Cuando Ceferino murió llegó a Roma una carta de su padre Manuel Namuncurá, para tratar de darle ánimo. Allí le recordaba que era hijo, del que había sido señor de las pampas y príncipe de los guerreros. Manuel esperaba la respuesta de su mimado Ceferino, pero le anunciaron que había muerto.

Pocos días después el viejo cacique viajó a Buenos Aires, para agradecerle a los salesianos la educación cristiana que habían dado a su hijo predilecto. Manuel Namuncurá murió en medio de su pueblo, tres años después, a la edad de 97 años.