Celebrar el cumpleaños de María

martes, 8 de septiembre de 2015
image_pdfimage_print

María2

08/09/2015 –  Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo. Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.
Mientras pensaba en esto, el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados”.

Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: “Dios con nosotros”.

Mt 1, 18-23

 

Origen histórico

¿De dónde surge, cuál es el origen de esta fiesta mariana? Los apócrifos aparecen como describiendo, entre leyendas y fábulas, espacios que no han sido dichos en el texto sagrado de los Evangelios. Entre otros evangelios apócrifos, está el evangelio de Santiago, que introdujo una gran cantidad de datos bastante pintorescos en torno al nacimiento e infancia de María (por ej., que Joaquín y Ana eran sus padres). Él cuenta el nacimiento maravilloso de María, cuando los padres de ella eran ancianos y su madre era estéril; también la presentación de María en el templo, su niñez consagrada, el matrimonio con José, la gruta como lugar de nacimiento de Jesús. Este evangelio apócrifo se divulgó por muchos lugares de Oriente y estos datos fueron tomados por la piedad del pueblo (por ejemplo que los padres de María fueron Joaquín y Ana, lo cual no aparece en los textos bíblicos).

En muchas Iglesias se instituyó esta fiesta de la Natividad de María y así se generó una tradición y una costumbre. Un documento del Papa Galacio I en el año 495 rechazó y ordenó retirar los evangelios apócrifos de la literatura cristiana, entre otros, el de Santiago. Sin embargo, las fiestas originadas en este evangelio persistieron en el calendario litúrgico y muchas de ellas se mantuvieron hasta hoy; entre otras, la de la Natividad de María. Por influencia de dicho evangelio apócrifo, se celebraba (y aún hoy se celebra) en Jerusalén una fiesta que conmemoraba el nacimiento de María el día 8 de septiembre. Al igual que como sucedió con la fiesta de la Asunción, la fiesta de la Natividad de María se fue extendiendo a todo el imperio por orden del Emperador Mauricio en el año 582 y por el Papa Sergio I, que le dio una gran solemnidad en Roma.

    Nosotros, tomando nota de los datos históricos, no queremos desprendernos delacontecimiento de gracia y de vida que supone este nacimiento tan particularmente significativo: María es el lugar donde Dios va a venir a reposar en medio nuestro. Y por eso, el acontecimiento de su nacimiento tiene un valor singular. Siendo ella el lugar donde nace la vida nueva, Cristo, no podemos nosotros sino, junto a Ella, en este día de su nacimiento, pedirle al Señor en el Espíritu que haga renacer aquella primavera de vida que necesitamos para estos tiempos nuevos.

También sucedió algo parecido con la fiesta de la Asunción, en lo que hace a la fecha y no en cuanto al dato dogmático por el cual se termina de proclamar que María fue asunta en cuerpo y alma al cielo.

Es una fiesta, un lugar de alegría y gozo. Cuánto bien nos hace encontrar espacios para celebrar. Es la presencia alegre de María, la que canta la grandeza del Señor, la que nos convoca a su corazón jubiloso para con ella cantar las maravillas del Señor. 

Nuestro corazón necesita de espacios interiores para el festejo y la celebración. En el Jubileo del 2000 Juan Pablo II decía que la mirada se centraba en María. Ella es la mujer de la esperanza y de la fortaleza, de la alegría y del gozo. Ella también nos invita a su cumpleaños para participar de su alegría. 

 

Redemptoris Mater – “Bienaventurada María”

En el Jubileo milenario del nacimiento de Jesús que compartíamos en el año 2000, Juan Pablo II decía que nuestra mirada se orientaba a María y que en esos años previos muchas voces se alzaban para exponer la oportunidad de hacer también un Jubileo mariano dedicado a la celebración del nacimiento de María.

En Redemptoris Mater (donde está la más rica -a mi juicio- de las últimas enseñanzas acerca de esta festividad, y de la cual nos vamos a valer en esta catequesis para entrar en el sentido teológico, espiritual), el papa Juan Pablo II dice que todo el misterio mariano hay que entenderlo a la luz del misterio de Jesús: su nacimiento, su concepción inmaculada, su maternidad, están pensadas por Dios el Padre desde siempre en relación a los méritos que llegan a María por el anticipo de la gracia Pascual que Dios el Padre le regala como modo de asociarla al misterio de su Hijo.

La Madre de Dios es madre de nosotros, y su maternidad divina no es solamente para sanar las profundas heridas interiores con las que el pecado nos ha marcado, sino para elevar nuestra naturaleza al lugar al que ella y su hijo pertenecen. Es lo que Dios quiere de nosotros, no tanto que seamos impecables sino virtuosos. Cuando hablamos de impecabilidad, hablamos de no pecado, y esta condición, sólo por gracia recibida, no es tan común y aún cuando así fuera que por gracia de Dios nos veamos libres del pecado, siempre seremos pecadores, marcados pro las consecuencias del pecado. Más importante que esto es el reconocimiento de que pertenecemos a la condición de los pecadores. Jesús lo dijo muchas veces, Él ha venido por los heridos y enfermos, por los pecadores. Por lo tanto, si te ves en esta condición sabete elegido por el Señor. Mucho más importante que esta condición, es que el Señor te llama a una vida en plenitud. Por debajo de la base está ese llamado, a ser virtuoso y eso viene de la mano de la vida en el Espíritu Santo. Y en este sentido María es madre que cura las heridas que el pecado nos dejó y que eleva nuestra naturaleza invitándonos a vivir como ella en el Espíritu Santo.

Visitando la imagen viva de la Virgen de Guadalupe en México, podía experimentar la presencia de María que sana las heridas más profundas.  Y María como madre viene a acariciar el alma donde se siente herida, viene a consolarnos y a fortalecernos, y al mismo tiempo, por la vida en el Espíritu nos hace fuertes frente a la lucha con la carne, como dice Pablo. Según la experiencia de San Pablo y de todos nosotros, la gran lucha es entre vivir en el Espíritu o vivir en la carne.

La plenitud de los tiempos, o sea el acontecimiento salvífico del Emmanuel, es el que ha estado destinado desde todo la eternidad, pensado para que la Madre, existente ya en la tierra, esté como anticipando de alguna manera el regalo grande que Dios nos hacía. En este sentido, María es como el Adviento, es el preanuncio del gran acontecimiento y mientras se acerca el segundo milenio -decía Juan Pablo II- es plenamente comprensible que en este período nosotros deseemos dirigir de un modo particular a la que la noche de la espera del Adviento, comenzó a resplandecer como una verdadera estrella de la mañana, stella matutina.

María nos acompaña y nos sostiene en la esperanza para alcanzar lo que por gracia ella ya alcanzó, plenitud hasta ser uno todo con el Señor. En esa estrella ponemos nuestra mirada mientras esperamos la manifestación del sol que es Cristo. Es la segunda venida del Señor, mientras peregrinamos en la noche de la fe, la estrella nos muestra un rumbo que nos sostiene en la noche la vida del Espíritu. El texto que hace referencia a esta vida del Espíritu, nos lo regala Pablo en la carta a los Gálatas 5, 16-26:

“Yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren. Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley. Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios.

Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está de más, porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos. Si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también por él. No busquemos la vanagloria, provocándonos los unos a los otros y envidiándonos mutuamente”

 

11709777_10206955579238301_51570324216107897_n

María, Medianera de todas las gracias

En la preparación para la celebración del gran Jubileo, Juan Pablo II decía: María es la mujer del Adviento de estos tiempos nuevos, es la que prepara la llegada del Hijo, es el lugar donde el Hijo va a llegar. Todo nuevo renacer en nosotros la tiene a Ella como protagonista principal. Por eso queremos consagrar nuestro tiempo nuevo de conversión y cambio, de transformación de vida a su figura, a su persona, en misterio de alianza de amor de Ella con su hijo. Al igual que la estrella de la mañana, junto con la aurora que precede la salida del sol, así María, desde su concepción inmaculada, ha precedido, por gracia anticipada del Padre, la venida del Salvador, la salida del sol de justicia en la historia del género humano para prepararnos a las gracias que nosotros esperamos recibir en Cristo.

Todo don, bendición, comunicación de gracia que Dios nos quiere hacer en la persona de Cristo, la tiene a Ella como la puerta a través de la cual nos llega. Es el camino que Dios eligió, en Jesús y desde Jesús. De allí que, al final de su vida, cuando Jesús nos quiere dejar la puerta abierta para el don de la redención que se ofrece plenamente en el misterio Pascual, nos entrega al pie de la cruz a su Madre: Ahí tienes a tu Madre. Que es como decir: Aquí está la puerta. Mujer, éstos son tus hijos, te los confío; dales la bienvenida, Vos que estás en la puerta que pone en contacto a la humanidad con la gracia nueva de vida que yo te regalo en Alianza de Amor con Vos.

Entrar por la puerta, por este lugar donde Dios nos comunica toda su gracia, es lo que celebramos en esta Fiesta. Celebramos el nacimiento de este espacio, en la persona de María, la puerta por la que Dios entró en la humanidad y así nos regaló el don maravilloso de la Redención.

Toda gracia de la Iglesia está unida al misterio mariano. Ella como Madre de Cristo está unida de una forma particular a la Iglesia, que el Señor constituyó como su Cuerpo. El texto delConcilio Vaticano II dice: la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, ha sido formada en el seno de María; y como su ser se sigue formando, sigue siendo María la formadora. María es el lugar de gestación de todo eclesialidad y puerta de toda bendición.

 

Padre Javier Soteras