10/02/2016 – Guárdense de las buenas acciones hechas a la vista de todos, a fin de que todos las aprecien. Pues en ese caso, no les quedaría premio alguno que esperar de su Padre que está en el cielo. Cuando ayudes a un necesitado, no lo publiques al son de trompetas; no imites a los que dan espectáculo en las sinagogas y en las calles, para que los hombres los alaben. Yo se lo digo: ellos han recibido ya su premio.
Tú, cuando ayudes a un necesitado, ni siquiera tu mano izquierda debe saber lo que hace la derecha: tu limosna quedará en secreto. Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará. Cuando ustedes recen, no imiten a los que dan espectáculo; les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que la gente los vea. Yo se lo digo: ellos han recibido ya su premio.
Pero tú, cuando reces, entra en tu pieza, cierra la puerta y ora a tu Padre que está allí, a solas contigo. Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará. Cuando ustedes hagan ayuno, no pongan cara triste, como los que dan espectáculo y aparentan palidez, para que todos noten sus ayunos. Yo se lo digo: ellos han recibido ya su premio. Cuando tú hagas ayuno, lávate la cara y perfúmate el cabello. No son los hombres los que notarán tu ayuno, sino tu Padre que ve las cosas secretas, y tu Padre que ve en lo secreto, te premiará.
Mt 6,1-6.16-18
“Hoy miércoles de ceniza tenemos que ir al cardiólogo para ver cómo tenemos el corazón” P. Puiggari sobre corazón como lugar donde está Dios — Radio María Arg (@RadioMariaArg) febrero 10, 2016
“Hoy miércoles de ceniza tenemos que ir al cardiólogo para ver cómo tenemos el corazón” P. Puiggari sobre corazón como lugar donde está Dios
— Radio María Arg (@RadioMariaArg) febrero 10, 2016
“El #miércolesDeCeniza no es un día triste y amargado, sino el día para volver a cantar las maravillas de la fidelidad de Dios” P. Puiggari — Radio María Arg (@RadioMariaArg) febrero 10, 2016
“El #miércolesDeCeniza no es un día triste y amargado, sino el día para volver a cantar las maravillas de la fidelidad de Dios” P. Puiggari
¡Bienvenidos a la Catequesis! ¿Cómo podemos nosotros concretar la invitación que el Papa Francisco nos hace en esta Cuaresma de celebrar y experimentar la misericordia de Dios? Posted by Radio María Argentina on miércoles, 10 de febrero de 2016
¡Bienvenidos a la Catequesis! ¿Cómo podemos nosotros concretar la invitación que el Papa Francisco nos hace en esta Cuaresma de celebrar y experimentar la misericordia de Dios?
Posted by Radio María Argentina on miércoles, 10 de febrero de 2016
Dios nos ama profundamente y es el más interesado en salirnos al encuentro en este tiempo. Por eso el Papa nos dice en su mensaje de Cuaresma, nos invita a celebrar y experimentar la misericordia de Dios. La cuaresma como tiempo litúrgico que terminará con la Pascua, en donde celebramos la bondad de Dios. El centro no está en nuestro pecado, sino en el amor infinito de Dios.
Vamos a comenzar la Cuaresma pidiendo a la Virgen que nos haga cantar la grandeza de Dios. No es un día triste y amargado, sino el día para volver a cantar las maravillas de la fidelidad de Dios.
La Cuaresma como tiempo de gracia y también de interiorización como para ir viendo qué está pasando en el corazón. El Señor nos invita a mirar para adentro y descubrir sobretodo esa alianza de amor que Dios tiene con los hombres. Hay cosas que son constantes, entre ellas, la capacidad de amor de Dios que supera todo. Nos lo narra el profeta Oseas una compasión viseral de Dios con su pueblo.
Uno de los componentes del amor es la libertad. Los hombres tenemos una tendencia a alejarnos de Dios, y Él se acerca más. En Jesús hay un derroche del amor de Dios encarnándose en Jesús para estar más cerca. El Hijo de Dios viene a hacernos presente su amor para que también nosotros podamos escucharlo y experimentarlo. La belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Cristo muerto y resucitado, es la buena noticia que nos ha cambiado la vida.
Dice el Papa Francisco en su mensaje de la Cuaresma 2016:
El Hijo de Dios es el Esposo que hace cualquier cosa por ganarse el amor de su Esposa, con quien está unido con un amor incondicional, que se hace visible en las nupcias eternas con ella. Es éste el corazón del kerygma apostólico, en el cual la misericordia divina ocupa un lugar central y fundamental. Es «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (Exh. ap. Evangelii gaudium, 36), el primer anuncio que «siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis» (ibíd., 164). La Misericordia entonces «expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer» (Misericordiae vultus, 21), restableciendo de ese modo la relación con él. Y, en Jesús crucificado, Dios quiere alcanzar al pecador incluso en su lejanía más extrema, justamente allí donde se perdió y se alejó de Él. Y esto lo hace con la esperanza de poder así, finalmente, enternecer el corazón endurecido de su Esposa. La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que la tradición de la Iglesia llama las obras de misericordia corporales y espirituales. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo. Por eso, expresé mi deseo de que «el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina» (ibíd., 15). En el pobre, en efecto, la carne de Cristo «se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga… para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado» (ibíd.). Misterio inaudito y escandaloso la continuación en la historia del sufrimiento del Cordero Inocente, zarza ardiente de amor gratuito ante el cual, como Moisés, sólo podemos quitarnos las sandalias (cf. Ex 3,5); más aún cuando el pobre es el hermano o la hermana en Cristo que sufren a causa de su fe.
El Hijo de Dios es el Esposo que hace cualquier cosa por ganarse el amor de su Esposa, con quien está unido con un amor incondicional, que se hace visible en las nupcias eternas con ella.
Es éste el corazón del kerygma apostólico, en el cual la misericordia divina ocupa un lugar central y fundamental. Es «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (Exh. ap. Evangelii gaudium, 36), el primer anuncio que «siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis» (ibíd., 164). La Misericordia entonces «expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer» (Misericordiae vultus, 21), restableciendo de ese modo la relación con él. Y, en Jesús crucificado, Dios quiere alcanzar al pecador incluso en su lejanía más extrema, justamente allí donde se perdió y se alejó de Él. Y esto lo hace con la esperanza de poder así, finalmente, enternecer el corazón endurecido de su Esposa.
La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que la tradición de la Iglesia llama las obras de misericordia corporales y espirituales. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo. Por eso, expresé mi deseo de que «el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina» (ibíd., 15). En el pobre, en efecto, la carne de Cristo «se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga… para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado» (ibíd.). Misterio inaudito y escandaloso la continuación en la historia del sufrimiento del Cordero Inocente, zarza ardiente de amor gratuito ante el cual, como Moisés, sólo podemos quitarnos las sandalias (cf. Ex 3,5); más aún cuando el pobre es el hermano o la hermana en Cristo que sufren a causa de su fe.
La Cuaresma no nos encierra en el intimismo espiritual, al tipo spa espiritual para embellecernos, sino que sirve en función de sacarnos de nosotros para ayudar al hermano más necesitado. Son ellos siempre los primeros destinatarios.
Dios es amor y este amor es tan fuerta que tiene que vencer toda forma de muerte, sobre toda la de quien se cree rico y es el más pobre.
Ante este amor fuerte como la muerte (cf. Ct 8,6), el pobre más miserable es quien no acepta reconocerse como tal. Cree que es rico, pero en realidad es el más pobre de los pobres. Esto es así porque es esclavo del pecado, que lo empuja a utilizar la riqueza y el poder no para servir a Dios y a los demás, sino parar sofocar dentro de sí la íntima convicción de que tampoco él es más que un pobre mendigo. Y cuanto mayor es el poder y la riqueza a su disposición, tanto mayor puede llegar a ser este engañoso ofuscamiento. Llega hasta tal punto que ni siquiera ve al pobre Lázaro, que mendiga a la puerta de su casa (cf. Lc 16,20-21), y que es figura de Cristo que en los pobres mendiga nuestra conversión. Lázaro es la posibilidad de conversión que Dios nos ofrece y que quizá no vemos. Y este ofuscamiento va acompañado de un soberbio delirio de omnipotencia, en el cual resuena siniestramente el demoníaco «seréis como Dios» (Gn 3,5) que es la raíz de todo pecado. Ese delirio también puede asumir formas sociales y políticas, como han mostrado los totalitarismos del siglo XX, y como muestran hoy las ideologías del pensamiento único y de la tecnociencia, que pretenden hacer que Dios sea irrelevante y que el hombre se reduzca a una masa para utilizar. Y actualmente también pueden mostrarlo las estructuras de pecado vinculadas a un modelo falso de desarrollo, basado en la idolatría del dinero, como consecuencia del cual las personas y las sociedades más ricas se vuelven indiferentes al destino de los pobres, a quienes cierran sus puertas, negándose incluso a mirarlos.
En mi experiencia como cura puedo ver que muchas veces quienes más tienen son los que menos comparten, y los más pobres son quienes más comparten.
La Cuaresma de este Año Jubilar, pues, es para todos un tiempo favorable para salir por fin de nuestra alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia.
El tiempo favorable implica una gracia especial con la que Dios nos regala. Así en este tiempo de Cuaresma el Señor nos deja mirar el corazón y evitar que se endurezca. Para ello nos deja algunos medios, que no son fines en sí mismo, que nos ayudan a que nuestro corazón experimente la misericordia, se deje transformar, y pueda ser misericordioso como el Padre, como el ayuno, la limosna y la penitencia. No es algo desde fuera, sino una transformación del corazón que va desde dentro. El corazón que se ha ido haciendo indiferente o sordo a la Palabra de Dios, es llamado por Dios a vivir esta gracia especial que el Padre nos da.
Es un tiempo favorable también para volver a la reconciliación, y también hacerlo diferente, no como una entrega de bolsa de pecados al cura. La Cuaresma es un tiempo favorable porque el Señor nos regala su paciencia, nos viene a despertar y nos viene a decir “yo confío en vos, pero te quiero más santo”, “yo confío en vos pero te quiero más despierto y más bondadoso”.
Por eso pidamos en el inicio de la Cuaresma que el Señor nos depierte, que nos sacuda de todo sopor, que nos de valor y nos renueve la esperanza. Escuchemos la invitación, necesitamos volver a Dios porque algo no esta bien en mí, en la sociedad y en la Iglesia. Es un tiempo para poner la mano en el corazón y decir “Señor, ten piedad de nosotros. Yo tengo algo que cambiar. Si yo cambio eso, con tu gracia, quizás mi hermanos también se anime. Así vamos a regalarle al mundo un poquito más de paciencia y amor”.
La Cuaresma no es un “hoy empiezo…” sino un “me dejo cambiar por el Señor”.
Padre Alejandro Puiggari
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