12/06/2017 – Cada uno de nosotros ha experimentado en determinado momento “pedacitos de cielo”, momentos de plenitud en el amor y en los vínculos. Es como si el cielo se nos hiciera palpable y desearíamos que esos momentos duraran para siempre. Así será el cielo, la plenitud permanente, en el Amor.
“El amor no pasará jamás”
1 Cor 13,8
La vida eterna comienza con el Bautismo. Va más allá de la muerte y no tendrá fin. [1020]
Cuando estamos enamorados no queremos que este estado acabe nunca. “Dios es amor”, dice la primera carta de san Juan (1 Jn 4,16). “El amor”, dice la primera carta a los Corintios, “no pasa nunca” (1 Cor 13,8). Dios es eterno, porque es amor; y el amor es eterno porque es divino. Cuando estamos en el amor entramos en la presencia infinita de Dios. 285
El llamado juicio especial o particular tiene lugar en el momento de la muerte de cada individuo. El juicio universal, que también se llama final, tendrá lugar en el último día, es decir, al final de los tiempos, en la venida del Señor. [10211022]
Al morir, cada hombre llega al momento de la verdad. Ya nada puede ser eliminado o escondido, nada puede ser cambiado. Dios nos ve como somos. Llegamos ante su juicio, que todo lo hace “justo”, porque, si hemos de estar en la cercanía santa de Dios, sólo podemos ser “justos” (tan justos como Dios nos quiso cuando nos creó). Quizá debamos pasar aún por un proceso de purificación, quizá podamos gozar inmediatamente del abrazo de Dios. Pero quizá estemos tan llenos de maldad y odio, de tanto “no” a todo, que apartemos para siempre nuestro rostro del amor, de Dios. Y una vida sin amor no es otra cosa que el infierno. 163
El cielo es el momento sin fin del amor. Nada nos separa ya de Dios, a quien ama nuestra alma y ha buscado durante toda una vida. Junto con todos los ángeles y santos podemos alegrarnos por siempre en y con Dios. [10231026, 1053]
Quien contempla a una pareja que se mira tiernamente; quien contempla a un bebé que busca mientras mama los ojos de su madre, como si quisiera almacenar para siempre su sonrisa, percibe una lejana intuición del cielo. Poder mirar a Dios cara a cara es como un único y eterno momento de amor.
El purgatorio, a menudo imaginado como un lugar, es más bien un estado. Quien muere en gracia de Dios (por tanto, en paz con Dios y los hombres), pero necesita aún purificación antes de poder ver a Dios cara a cara, ése está en el purgatorio. [10301031]
Cuando Pedro traicionó a Jesús, el Señor se volvió y miró a Pedro: “y Pedro salió fuera y lloró amargamente”. Éste es un sentimiento como el del purgatorio. Y un purgatorio así nos espera probablemente a la mayoría de nosotros en el momento de nuestra muerte: el Señor nos mira lleno de amor, y nosotros experimentamos una vergüenza ardiente y un arrepentimiento doloroso por nuestro comportamiento malvado o quizás “sólo” carente de amor. Sólo después de este dolor purificador seremos capaces de contemplar su mirada amorosa en la alegría celestial perfecta.
Sí. Puesto que todos los bautizados forman una comunión y están unidos entre sí, los vivos pueden ayudar a las almas de los difuntos que están en el purgatorio. [1032]
Una vez que el hombre ha muerto, ya no puede hacer nada para sí mismo. El tiempo de la prueba activa se ha terminado. Pero nosotros podemos hacer algo por los difuntos que están en el purgatorio. Nuestro amor alcanza el más allá. Por medio de nuestros ayunos, oraciones y buenas obras, y especialmente por la celebración de la Sagrada Eucaristía, podemos pedir gracia para los difuntos. 146
El infierno es el estado de la separación eterna de Dios, la ausencia absoluta de amor. [1033-1037]
Quien muere conscientemente y por propia voluntad en pecado mortal, sin arrepentirse y rechazando para siempre el amor misericordioso y lleno de perdón, se excluye a sí mismo de la comunión con Dios y con los bienaventurados. Si hay alguien que en el momento de la muerte pueda de hecho mirar al amor absoluto a la cara y seguir diciendo no, no lo sabemos. Pero nuestra libertad hace posible esta decisión. Jesús nos alerta constantemente del riesgo de separarnos definitivamente de él, cuando nos cerramos a la necesidad de sus hermanos y hermanas: “Apartaos de mí, malditos [ … ] lo que no hicisteis con uno de éstos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo” (Mt 25,41.45) 53
No es Dios quien condena a los hombres. Es el mismo hombre quien rechaza el amor misericordioso de Dios y renuncia voluntariamente a la vida (eterna), excluyéndose de la comunión con Dios. [1036- 1037]
Dios desea la comunión incluso con el último de los pecadores; quiere que todos se conviertan y se salven. Pero Dios ha hecho al hombre libre y respeta sus decisiones. Ni siquiera Dios puede obligar a amar. Como amante es “impotente” ante alguien que elige el infierno en lugar del cielo. 51, 53
El juicio final se celebrará al final de los tiempos, cuando vuelva Cristo. “Los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de juicio” (Jn 5,29). [1038-1041,1058-1059]
Cuando Cristo venga en su gloria, toda su luz caerá sobre nosotros. La verdad saldrá abiertamente a la luz: nuestros pensamientos, nuestras obras, nuestra relación con Dios y los hombres: nada quedará oculto, Conoceremos el sentido último de la Creación, comprenderemos los maravillosos caminos de Dios para nuestra salvación y por fin recibiremos la respuesta a la pregunta de por qué el mal puede ser tan poderoso, cuando es Dios en realidad el único que tiene poder. El Juicio Final es también una fecha de juicio para nosotros. Aquí se decide si somos despertados para la vida eterna o si somos separados para siempre de Dios. Aquellos que hayan elegido la vida vivirán para siempre en la gloria de. Dios y le alabarán en cuerpo y alma. 110-112,157
Al final de los tiempos Dios dispondrá un cielo nuevo y una tierra nueva. El mal ya no tendrá poder ni atractivo. Los redimidos estarán cara a cara ante Dios, como sus amigos. Sus deseos de paz y justicia se verán cumplidos. Contemplar a Dios será su felicidad. El Dios trino habitará entre ellos y enjugará toda lágrima de sus ojos: ya no habrá muerte, ni luto, ni lamentos, ni fatiga. [10421050, 1060] 110112
Decimos Amén -es decir, sí- al confesar nuestra fe porque Dios nos llama como testigos de la fe. Quien dice Amén, asiente con alegría y libremente a la acción de Dios en la Creación y en la Salvación. [10611065]
La palabra hebrea “Amén” procede de una familia de palabras que significan tanto “fe” como “solidez, fiabilidad, fidelidad”. “Quien dice Amén pone su firma” (san Agustín). Este sí incondicional lo podemos pronunciar únicamente porque Jesús se ha revelado para nosotros en su Muerte y Resurrección como fiel y digno de confianza. Él mismo es el “Amén” humano a todas las promesas de Dios, así como el Amen definitivo de Dios para nosotros 571
Padre Javier Soteras
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