Foto: Padre Mateo Bautista
16/08/2021- “No hay que dar al sufrimiento más tiempo y dolor que lo que merece la pena. Porque hay un sufrir insano para seguir sufriendo y un sufrir sano para dejar de sufrir”, comenzó diciendo al Padre Mateo Bautista, sacerdote camilo, en el ciclo sobre la dinámica interna del duelo que ponemos en el aire cada lunes en el programa “Hoy puede ser”.
Hay un duelo con sentido y consentido Hay un sufrimiento con valor y con sentido redentor y por el contrario hay otro sufrimiento que nos destroza, nos desorienta, nos aplasta y nos arruina la existencia. En la escena del Evangelio donde se relata la oración de Jesús en el Huerto, vemos la entrega total de Su Vida consentida y con sentido. “Jesús no era dolorista, con Su sufrimiento no hizo sufrir a los demás, Jesús no se abandonó ni se desquició, no abandonó a los suyos, se dejó acompañar, Jesús no abandonó al Padre y se abandonó en el Padre en su sufrimiento, pidió ser consolado por el Padre. Jesús no se estancó en su sufrimiento, no prolongó su sufrimiento, no fue víctima del sufrimiento; transformó su sufrimiento en redención. Jesús además nos enseñó que sin el perdón no cierran los procesos de duelo. El Señor Jesús nos recuerda que es importante trabajar el sufrimiento, porque “o yo domino al sufrimiento o el sufrimiento me domina a mí”.
Hay un sufrimiento espiritual sano e insano El sufrimiento de los mártires, aquellos que sufren por Dios y con Dios, ése es el sufrimiento sano espiritual. En cambio, el sufrimiento con resentimiento, con amargura, con una imagen distorsionada de Dios, es un sufrimiento insano; porque recordemos que “el sufrimiento purifica la fe y la fe purifica el sufrimiento”. El sufrimiento espiritual nos abre los ojos al Amor de Dios.
Al sufrimiento espiritual hay que sacarle provecho Jesús a su sufrimiento lo hizo humanizador. En Su Pasión, Jesús nos deja muchas enseñanzas y encontramos al modelo de cómo asumir un proceso de duelo. Que El Hijo de Dios haya sufrido en manos de los hombres y que ése sufrimiento sea la causa de nuestra redención, que el amor de Dios se refleje en su sufrimiento; eso nos desborda y nos excede. Ése amor es infinito, pero, además, Jesús nos enseña a encarar el sufrimiento, a no evadirlo, a cómo aprovecharlo, utilizarlo y transformarlo, como hacerlo salvífico. Por eso son importantes las actitudes ante el sufrimiento.
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