09/06/2021- Nos dice el Papa Francisco que en la lógica del Evangelio no se convence con los argumentos, con las estrategias, con las tácticas; sino simplemente aprendiendo a alojar, a hospedar. La Iglesia es madre de corazón abierto que sabe acoger, recibir, especialmente a quien tiene necesidad de mayor cuidado, que está en mayor dificultad. La Iglesia, como la quería Jesús, es la casa de la hospitalidad. Junto con los integrantes del Monasterio “Nuestra Señora de los Ángeles” en Azul, Provincia de Buenos Aires, emitimos el último programa del ciclo “Oración, trabajo y vida comunitaria”. En esta última emisión dialogamos sobre la importancia de la hospitalidad, junto al Hno. Bruno, monje trapense residente en Azul.
¿A qué llamamos hospitalidad?
La hospitalidad es un virtud que se ejerce recibiendo a otros. “Desde el punto de vista cristiano, la hospitalidad tiene un sentido profundo: es recibir a otros en el corazón, sabiendo que estamos recibiendo a Cristo mismo. Para los monjes, la Sagrada Escritura siempre fue la verdadera regla, en ella encontramos un montón de invitaciones a recibir al que llega como si fuese Dios mismo. Por ello es importante para los Monasterios tener hospederías y recibir tanto a personas que comparten nuestra fe, como aquellas que no la comparten”.
La hospitalidad: arte y virtud
La hospitalidad es un arte y a la vez una virtud, por un lado porque requiere la calidez del propio corazón, la apertura y la disposición a la sorpresa. Y es una virtud porque requiere, muchas veces, de paciencia, de un esfuerzo para superar ciertos prejuicios o viejos temores hacia determinadas personas o situaciones. La hospitalidad esta ligada a la caridad y a las obras de misericordia”.
¿Cómo pasamos de la hostilidad a la hospitalidad?
La palabra hospitalidad y la palabra hostilidad, es su etimología, tienen la misma raíz. ¿Cómo podemos recibir al hermano que me causa rechazo por algún motivo?; ¿Cómo podemos pasar de la hostilidad que me genera esa persona, a la hospitalidad de corazón?. “Ese es todo un camino de vida. Lo primero que tenemos que hacer es ponernos en oración, pedir la gracia al Espíritu Santo y pedir la gracia del auto-conocimiento. Saber el temperamento que tenemos. Con respecto a los prejuicios que emitimos, lo primero es la confianza en Dios y en uno mismo. Es importante también la madurez afectiva e intelectual, porque muchas veces rechazamos al otro porque no pudimos hacer un juicio medido, valorado de la otra persona. Jesús, por ejemplo, criticaba a los fariseos, pero no podemos decir que Jesús era un prejuicioso; porque el prejuicioso sólo critica, se olvida del otro. En cambio, aquel me emite un juicio verdadero sobre el otro, esta muy interesado a que el otro salga de ese error; llevarle la verdad y no imponérsela”.
María como modelo
No dice el Papa Francisco: la Iglesia es madre, como María. En ella tenemos un modelo. Alojar, como María, que no dominó ni se adueñó de la Palabra de Dios sino que, por el contrario, la hospedó, la gestó, y la entregó. Alojar como la tierra que no domina la semilla, sino que la recibe, la nutre y la germina. Así queremos ser los cristianos, como María, alojando la vida de Dios en nuestros hermanos con la confianza, con la certeza que: «El Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto».
No te pierdas de escuchar la entrevista completa en la barra de audio debajo del título.
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