¿Cómo te sentís llamado por Jesús?

lunes, 11 de enero de 2010
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Jesús resolvió partir hacia Galilea. Encontró a Felipe y le dijo-sígueme-, Felipe era de Betsaida la ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encontró a Natanael y le dijo; hemos encontrado a aquel de quien se habla en la ley de Moisés y en los profetas. Es Jesús de Nazareth, el hijo de José. Natanael le preguntó; ¿Acaso puede salir algo bueno de Nazareth?  Ven y verás, le dijo Felipe. Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo; -Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez. ¿De donde me conoces? Le preguntó Natanael.
Jesús le respondió; yo te vi antes que Felipe te llamara cuando estabas debajo de la higuera.
Natanael le respondió, maestro, tú eres el hijo de Dios, tú eres el rey de Israel. Jesús continuó. Porque te dije; te vi debajo de la higuera crees.  Verás cosas más grandes todavía. Y agregó: les aseguro que verán el Cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el hijo del hombre.

Como la Palabra de Dios hoy nos habla de esta actitud muy personal que tiene para con nosotros cuando nos llama como llamó a aquellos primeros discípulos.
¿Por qué esto? Porque Jesús siempre nos trata con un amor personal y preferencial. Nunca el amor de Dios es algo que nos traté como “masa”. Como grupo, al montón. Sino que nos llama y nos trata de manera personal. De modo preferencial.  Hemos escuchado este evangelio de san Juan donde Jesús comienza su actividad de maestro, maestro itinerante, por supuesto, iba caminando, y a medida que va pasando por aquellos lugares, hoy entrando en la Galilea, forma una comunidad. Una comunidad donde cada persona tienen un nombre y una identidad. Jesús no nos llama al montón. ÉL nos llama de manera personal porque nos conoce a cada uno hasta lo más hondo de nuestro ser. Nos conoce  a cada uno de nosotros. Y este modo de relación que entabla Jesús es lo que estamos a vivir en los grupos, en los movimientos, en las asociaciones, en las comunidades donde formamos parte, en nuestra vida también familiar. En nuestra vida de relación con nuestros amigos. Siempre esta característica de tratar al otro como persona. Y tratar al otro desde lo que es y como es, es tan importante en nuestra vida de relación para con los demás. De tal forma que en esta realidad de evangelización, tomada por Jesús como una actitud de llamada, se transforma en una realidad esencial; para transmitir el mensaje del evangelio de Jesús.
Y este texto que la Palabra de Dios nos ha regalado, nos muestra de una forma muy bella el primer encuentro que Jesús tiene con sus discípulos. Un encuentro que manifiesta intimidad, alegría, entusiasmo, novedad. Cuando Jesús llama cautiva, primero porque lo hace de una forma simple, de una forma bella, y tanto cautiva porque nos trata de una manera personal.
Nos trata como cada uno de nosotros merece ser tratado. Y como cada uno de nosotros necesita ser tratados. Esta es la intimidad, la alegría, el entusiasmo, la novedad con la que Jesús viene a traernos su mensaje y viene a llamarnos para que seamos sus discípulos.
Pero, en realidad, la catequesis de hoy, quiere hablar de Jesús. Y ayudarnos a reflexionar sobre quien es Él. El único importante, en este texto del evangelio de san Juan, es Jesús. Y así como él se encuentra con sus primeros discípulos, hoy quiere encontrarse con vos. Quiere encontrarse conmigo. El importante es él. El importante en esta llamada que nos hace. Porque él es la Palabra viva de Dios que se ha hecho hombre para cautivar y entusiasmar nuestra vida.
Porque nosotros hemos leído, que en la boca de los discípulos, van surgiendo distintos apelativos que describen la misión del Señor. Y que van engrandeciendo su figura. Primero Juan lo llama el cordero de Dios; después lo llama maestro; Andrés dice que es el Mesías; Felipe lo presenta como el anunciado por Moisés y los profetas; Natanael los confiesa finalmente como el Hijo de Dios, el rey de Israel.
Podríamos preguntarnos si realmente nosotros lo reconocemos como el Cordero de Dios.
Si realmente nos interesa que él nos haya salvado con su propia sangre. Hoy podríamos mirar nuestro corazón para ver si lo hemos aceptado como maestro. Si creemos que no tenemos que aprender nada de él o tenemos que aprender mucho.
Podríamos plantearnos si lo aceptamos como Mesías, como nuestro salvador. Plantearnos si él es aquel a quien estaba esperando nuestro corazón necesitado. O si reconocemos que todo lo que hemos vivido nos ha estado hablando de Él. Si creemos de verdad que él no es uno más.
Sino el Hijo de Dios, el soberano de nuestras vidas. El Señor y rey de la Historia. De toda nuestra existencia.
 Hoy la catequesis nos centra en Cristo. Él es el importante.
Y yo tengo que preguntarme si realmente yo lo he aceptado a él, como el mesías y el salvador. Como aquel que adoramos. Como bebé, como niño en Belén. Es aquel que también adoramos en el árbol de la Cruz. Porque es el salvador y es aquel que hoy escuchamos nos dice, seguime.
Es aquel que viene a mostrarnos el camino  para que lo sigamos. Y es aquel que viene a tratarnos de una forma personal.
Jesús me trata como ya merezco ser tratado y como necesito ser tratado. En esta circunstancia y en este acontecer de mi vida concreta.

¿Cómo te sentís llamado por Jesús? ¿Qué es lo que Jesús te está pidiendo para edificar su reino en estos primeros días del año? ¿Donde te quiere Jesús? ¿A dónde te está llamando para que vos construyas su Reino?
Entre nosotros, en este mundo tan necesitado de trato personal. ¿A dónde te sentís llamado? ¿Cómo te sentís llamado de manera personal por Jesús para ser discípulo?

Decíamos que el grupo de Jesús, se forma por llamada personal. En esta clave hay una palabra que es definitiva. Si quien llama es el Señor, por eso él es el importante, él conoce de antemano al que llama y lo invita. Lo invita a formar parte del grupo de esa pequeña comunidad itinerante y misionera. Cada llamado, cada bautizado, llamado por el Señor por su nombre, pasa a formar parte de esta comunidad que es itinerante porque camina en el mundo. En la historia. La historia no es algo estático sino que es algo que se mueve, que cambia. Tenemos que allí ir caminando y misionando en esa realidad concreta en la que estamos inmersos. Cada persona es diferente y tiene su ritmo propio, y da su respuesta interior con libertad. Por eso el Señor nos trata de manera personal. Y nos llama de modo personal. Porque cada uno de nosotros es distinto y porque cada uno de nosotros tiene una historia, una forma una manera de dar la respuesta.
La fe no es una cuestión de realidades masivas. Donde todos estamos como en serie, respondiendo y haciendo lo de Dios. La fe es una respuesta personal a la llamada de DIOS. Y desde esa llamada personal nosotros vamos viendo el modo en que el Señor cautiva nuestra vida y nos hace sus seguidores.
Pero siempre con Jesús en el centro. Sabiendo que él es el importante de nuestra vida. Y por eso el grupo, cada uno de nosotros como bautizados, y comunidad evangelizadora, alcanza su cumbre cuando cada uno y todos con mentalidad comunitaria, podemos afirmar que Jesús es el hijo de Dios.
La afirmación que aparece en el evangelio.
Cada comunidad de creyentes, arranca de un principio de fe, en la llamada gratuita de Dios. Siempre, la llamada que Jesús nos hace es una llamada inmerecida. Por eso es un don gratuito. Sin mérito de nuestra parte. El nos llama y nos quiere incorporar a esta comunidad, de evangelizadores, de aquellos que cautivados por su persona y por su evangelio, queremos también transmitir a los demás la vida que él nos trae.
Y esa comunidad crece en la formación, al escuchar al maestro. Porque él es quien va dando el ritmo, es quien va dando el sentido a toda esta marcha comunitaria de quienes nos sentimos discípulos y misioneros.
En él vivimos la alegría de la comunión. La participación y también en él nos convertimos en testigos del Amor de Dios en el servicio solidario a los demás.
El documento de Aparecida de los obispos latinoamericanos, para nosotros tiene que ser siempre una luz que nos ayude a actualizar la Palabra de Dios, en nuestra vida, en nuestras comunidades, nos habla (nº 243), de el encuentro con Jesucristo. Y nos dice que el acontecimiento de Cristo es por lo tanto el inicio del sujeto nuevo que surge en la historia. ¿Y a que llamamos discípulo?
No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea. Sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona que da nuevo horizonte a la vida. Y con ello una orientación decisiva. Esto es justamente, lo que con presentaciones diferentes, nos han conservado todos los evangelios. Como el inicio del cristianismo. Un encuentro de fe con la persona de Jesús.
Aquello que un gran santo decía; aquel a quien  adoramos niño en la cuna de Belén, y adoramos también suspendido en la Cruz, es el que adoramos resucitado porque es el Señor de la historia.
Jesús es el importante y el centro.
Y el es quien te llama con tu nombre y eso quiere decir que nos llama y te llama, desde lo que tu persona es, con lo que tu persona ofrece, y  desde lo que tu persona necesita. Ser discípulo de Jesús, es saber que él viene a llamarnos como nosotros somos. Es un don gratuito, porque él es el importante en la llamada.
Y el documento de aparecido nos ha dicho que la llamada de Cristo, y el ser cristiano, no es una decisión ética o un a gran idea. Porque si no nos transformaríamos en “moralinos”.  O en ideologístas. Y ser discípulos es mucho más que eso.
Ser discípulo es seguirlo a Jesús con todo lo que esto supone, porque él ha cautivado nuestra vida. A la luz de estas reflexiones, nos podemos preguntar. ¿Cómo te sentís llamado por Jesús? ¿A dónde te sentís llamado por Jesús? ¿Qué es lo que en este año, comienzo de año 2010 estás descubriendo que Jesús te presenta como lugar y modo donde vos tenés que sembrar el evangelio? Donde tenés que hacer presente la vida de Cristo con tus gestos, con tus palabras.

Yo como sacerdote, usted como mamá. Como papá como trabajadores, en lo concreto de hoy, ser discípulos. Cuando nuestra Patria está reclamando ayuda, en aquellos lugares en que hay muchos inundados, donde hay situaciones de dolor, donde hay aflicción. Allí, el Señor, a través de sus llamadas, nos siembra, para que podamos construir su Reino.

Es importante el discernimiento para descubrir que a donde nos sentimos llamados es realmente la Voluntad de Dios la que nos ubica allí. ¿ Y  cómo se hace para discernir algo? San Ignacio de Loyola nos enseña mucho de este tema, un camino de tres pasos. El primero, es ponerme frente a la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es la luz y es la que tiene que ser la orientadora y el eje de todo discernimiento.
Pedirle a Dios que me hable, que su Palabra que es viva y eficaz, que pasará el cielo y la tierra, pero su palabra permanecerá, ya sea en la eucaristía o en un momento de oración o en la liturgia de la Palabra de Dios, de cada día, o en la dominical, pedirle a Dios que esa palabra sea la orientadora de mi discernimiento. Para que decida y me enamora de ese lugar en el que me quiere.
Segundo paso mirar mi corazón y ver cuales son mis actitudes positivas o no tan positivas que existen en mi a cerca de una realidad. ¿Cuáles son los carismas que Dios me dio? ¿cuáles son las actitudes que yo descubro en mi ¿ Y que las descubro reales, no inventadas no fingidas. No tiradas de los pelos o imponiéndomelas. Son carismas y actitudes positivas que están en  mi personas en mi vida espiritual, en mi vida de fe, o bien aquellas que descubro como menos positivas. Me va a ayudar esto a ver a donde va orientada la llamada y a donde tiene que ir orientado el discernimiento para la elección del lugar o del modo en que yo tengo que hacerme discípulo y estar sembrado en el lugar.
Y tercero una actitud de súplica. Pedir a Dios que su Gracia me asista en esta decisión que he tomado. Y esa Gracia de Dios es lo que me va a enamorar de aquello que realmente lo siento y lo vivo como discípulo. Indudablemente que una se puede enamorar en algún momento de algún lugar específico en un movimiento, en una realidad concreta de la vida apostólica, y otros momentos que nos va a resultar difíciles dar testimonio.
Pero a pesar de eso uno tiene que ser sincero.
Si Dios nos quiere allí, nuestro corazón va a estar inquieto, hasta que en ese lugar no estemos sembrados para hacer presente el amor de DIOS, que es el Reino suyo.
Es importante que donde Dios nos siembra es lo mejor para mi, lo  mejor para vos, lo mejor para todos sus hijos.

Padre Daniel Cavallo.