Compadecer con las manos

martes, 17 de septiembre de 2019

17/09/2019 – Martes de la Vigésimo cuarta semana del Tiempo durante el Año

“En seguida, Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: «No llores». Después se acercó y tocó el féretro. Los que los llevaban se detuvieron y Jesús dijo: «Joven, yo te lo ordeno, levántate». El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo». El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina”.

Lucas 7,11-17

Cuántos de nosotros sentimos que no necesariamente estamos vivos. Cada vez más cuando caminamos por la calle contemplamos el rostro de los que nos rodean, tantas veces apagados y con miradas perdidas. No se puede juzgar a los demás solo con verles la cara, aunque muchas veces en la cara se asoma algo, pero hay ciertos rostros y miradas taciturnas, con rostros fruncidos o brazos caídos que denotan otras realidades escondidas en el corazón. A veces somos como cadáveres que vegetan y lo más triste es cuando aparece en edades juveniles, que ni si quiera la energía de la etapa adolescente los despierta. Cuántas mamás y papás ven frente a sus propios ojos chicos con esta realidad, cadáveres vivientes que ya están de vuelta sin haber salido a la vida.

Como los del evangelio de hoy, están muertos en vida, con angustias existenciales acumuladas por la falta de criterios de la clase política. Sobre éstos lugares viene hoy el evangelio a decir “ponete de pie”, “Yo te lo digo, levantate”. Nosotros con el poder de la Palabra queremos clamar por esta realidad de la juventud que sienten que les han robado las esperanzas.

Nos pongamos de pie nosotros, con Jesús y de su lado, no del de la mujer que llora, sino con Jesús que cree en la vida. Y para eso hay que comprometer las manos. ¿Cómo decirle a otro que está yendo a su propio funeral “Ponete de pie”. A veces simplemente hace falta una mirada, una cercanía, ponerse al lado empáticamente y generar el espacio para que del “todo bien” aparezca lo que está detrás. Nos ponemos manos a la obra en la compasión para que ellos se pongan de pie.

En primer lugar, se está vivo cuando se tiene un ideal. El sueño que uno tiene debe ser algo superior a uno mismo, algo con lo que se pueda vivir en tensión. Hay que apuntar alto: “es que está todo mal”. “Si pero dentro tuyo hay algo mejor, y todos contamos con vos para que algo sea mejor. Como está todo mal vale la pena”. Hay que correrse de la situación de retirada y de desilusión, para despertar algo superior. Dentro de tu corazón las cosas están mejor de lo que creés, no te enganches en eso. Vivir, convivir y pactar con ello es declararte la vejez anticipada. El camino de la oración ayuda muchísimo en esto, porque nos desenreda y nos pone de pie. Para uno que está yendo camino a su propio entierro, hay que despertarle los sueños.

Otra cosa, es utilizar la mayor parte del día en actividad. Que sean más las horas de trabajo y estudio que de ocio. Cuando los descansos están vacíos de contenidos la vida se nos va perdiendo; también el descanso tiene que ser recreativo.

La tercera condición es creer en que se puede crecer. Significa ponerse del lado de las cosas ya conquistadas, del lado del vaso medio lleno y no del medio vacío. Por eso es muy importante, siempre descubrir que puedo seguir creciendo, estudiando, capacitando ¿para qué? Ya veremos en qué suma, pero mientras tanto no pierdas el tiempo. Mañana seguramente esa herramienta nueva será aplicada en el servicio para otro y te llenará de vida.

La cuarta condición es que nos sobre suficiente vida como para compartirla con los demás. Eso implica que, aún en medio de mis propias dificultades, yo comparta la vida. No supone esperar las mejores condiciones de orden, economía, situación personal, etc, eso es escapismo. Incluso tener tiempo para los otros y entregar la vida, nos revitaliza y nos llena de vida.

Hoy al igual que Jesús, nos lo decimos a nosotros y se lo decimos a los demás: “Levántate, no lloremos más, nos pongamos de pie”.

 

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