Compartir nos hace parecernos a Dios

lunes, 4 de noviembre de 2024

04/11/2024 – Comenzamos a compartir la catequesis del día junto al padre Matías Burgui rezando juntos la siguiente oración:


Señor, en cada mirada, invitános a dar.
En los rostros solitarios, llamanos a acoger.
En la pobreza, pedinos nuestra generosidad.
En el dolor, invitános a consolar.
En cada mano extendida, abrinos el corazón.
En la necesidad, enseñanos a entregar sin esperar nada a cambio.
En la falta de reconocimiento, recordanos que nuestro tesoro está en el cielo.
En el sacrificio, fortalecenos con tu Santo Espíritu.
En la búsqueda de sentido, iluminá nuestra inteligencia y nuestro corazón.
En el dar sin recibir, mostranos tu rostro.
En cada hermano olvidado, animanos a amar de verdad.
En nosotros, Señor. En vos, siempre.
Amén.


El evangelio con el que comenzamos esta semana continúa esta enseñanza de Jesús sobre distintos aspectos del discipulado, pero también sobre el servicio. Por eso hoy estamos tratando este tema que tiene que ver con la mesa, con la comida, y lo central es fijarse en el que no tiene.
¿Con quiénes te pide Dios que compartas más profundamente el banquete de tu vida?

San Gregorio Nacianceno (330-390), obispo y doctor de la Iglesia, decía que nada hace al hombre más parecido a Dios que la facultad de dar.

Animate a preparar un banquete. El evangelio va a ser siempre una invitación primero para dar lo que se tiene. Pero no solamente eso, sino también a darse, a jugársela, a poder preparar un banquete para el otro. La vida cristiana es una constante entrega hacia los demás. Si vos no te entregás a los demás, no estás siendo verdaderamente cristiano. Porque la verdadera felicidad de cristiano es compartir lo que Dios le ha dado en el corazón. Hoy es el día, a la luz del evangelio, hoy es el día para que vos te animes a salir al encuentro de aquellas personas con las que no te sale naturalmente sentarte a compartir, con la que no te sale naturalmente conversar. Hoy es el día para que te animes a llamar a ese familiar con el que estás peleado, con ese que te cuesta quizás sentarte a la mesa, ¿no? Hoy es el día para que vos y yo vivamos este evangelio. Es posible, basta con salir al encuentro, basta con improvisar un banquete. El banquete de la amistad, el banquete de la vida compartida, el banquete de la sinceridad y de la gratuidad. Hoy es el día para que vos te puedas acercar a los que nadie se acerca, justamente sabiendo que Dios está presente en ese encuentro.

No seas interesado. ¿Qué es lo más difícil que es esta enseñanza de Jesús? ¿Cómo cuesta ir purificando nuestras intenciones para hacer el bien sin mirar a quién? Es lo que hizo el Señor, que pasó su vida haciendo el bien a todos, predicando el evangelio con sus palabras pero también con sus obras. Fíjate que la costumbre en la época de Jesús era que nadie se sentaba alrededor de la mesa con personas desconocidas. Por eso el Señor manda a romper con lo estipulado y pide que se invita a los excluidos, a los pobres, a los lisiados, a los enfermos, a los ciegos. ¿Por qué? Porque en la invitación desinteresada, dirigida a esas personas que están excluidas y marginadas, hay una fuente de felicidad. Dice el evangelio, serás feliz porque ellos no tienen cómo retribuirte. Una felicidad extraña, una felicidad diferente la que plantea Jesús. Podríamos decir que es una buena bienaventuranza, una novedad, algo nuevo. Podríamos decir que la felicidad que nace del hecho de haber hecho un gesto con total generosidad es el punto de partida de la gratuidad, del encontrar plenitud en tu vida, de dar sin esperar nada a cambio, de aquel que hace las cosas gratuitamente sin querer retribución, aunque sabemos bien que la recompensa está en el cielo. Por eso la pregunta es, ¿está mal querer tener una recompensa? No, por supuesto que no. Lo que no te tiene que motivar es eso, el punto de partida. No es la recompensa sino el descubrir que en el otro está Jesús. De ahí viene la plenitud. Vivir la experiencia de dejarse encontrar por el Señor, dejarse transformar por su amor. Es una situación que genera una nueva forma de vivir, porque quien ha experimentado la presencia de Dios sabe que nada va a ser igual en su vida. Por eso el evangelio de hoy es una invitación. Jesús no va a cualquier casa, va a la casa del principal fariseo y lo invita a vivir esta realidad, una realidad que lo conduce a la apertura a los demás. Por eso pregúntate hoy, ten en cuenta esto. ¿Vos sos interesado a la hora de hacer el bien? ¿Estás todo el tiempo calculando qué ganás o qué perdés con tus acciones? ¿A quién te pide hoy el Señor que invites a compartir tu vida gratuitamente? Esto de la gratuidad entonces puede ser un gran examen de conciencia para tu vida. Y acordate que todo lo recibiste gratuitamente, da también gratuitamente.

¿De dónde sacas tus fuerzas? Es la eterna tentación de todo pueblo y de toda persona que alcanza cierto nivel de bienestar, creer que ya no necesita de Dios por tener cubiertas las necesidades materiales. Cuando el hombre tiene seguridades no siente la necesidad de Dios y se cree súper poderoso, se cree autosuficiente y cree que no necesita de la ayuda de Dios. Lo mismo sucede con el compartir. Si te apoyás solamente en tus propias fuerzas, tarde o temprano te agotás. Apoyate en Dios, la obra es de Él. ¿Quién es tu certeza? No ¿Cuál? ¿Quién? ¿Es Dios tu certeza? ¿De dónde estás sacando tus fuerzas en? ¿Estás creyendo mucho en tus capacidades o te estás sintiendo limitado y necesitado de Dios? Buscá siempre el bien de los demás.