Comprometerse

jueves, 19 de abril de 2007
Después dijo a todos:  “El que quiera venir detrás de mi que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga.  Porque el que quiera salvar su vida la perderá y el que pierda su vida por mi la salvará. ¿De qué le servirá al hombre el mundo entero, si pierde y arruina su vida? Porque si alguien se avergüenza de mi y de mis palabras, el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en su gloria y en la Gloria del Padre y de los ángeles. Les aseguro que si alguno de lo que están aquí presentes, mueren no van a ver antes el Reino de Dios”.

Lucas 9, 23 – 27

A partir de aquí la decisión de ir hacia Jerusalén en Jesús, se hace una determinación sin retorno. Detrás de estos pasos decididos del Maestro de Galilea, comienza como a sumarse en la marcha un montón que sienten el llamadote ir detrás de esta Buena Nueva, que Él trae. Cuando Jesús percibe este movimiento alrededor suyo, advierte sobre las condiciones que encierra este modo de caminar, que Él ha emprendido. Es un modo de caminar, que no es pesado, pero que tiene un yugo, una carga que soportan. Para eso el Señor invita a un largo aliento. No son decisiones espasmódicas, de repente, las que se puedan tomar, alrededor de la invitación que Jesús hace, ni de un primer entusiasmo que gane el corazón y después se desvanece rápidamente. Advierte Jesús que el camino se hace largo. Que es para toda la vida y que por lo tanto, el que se decide a ir detrás de Él debe cargar con su cruz. Que sería esto: Hacerse cargo de sí mismo.

¿Cómo uno puede hacerse cargo de sí mismo? Cuando se conoce. En el autoconocimiento surgen aquellos pesos que debemos soportar, cargar, llevar, que Jesús dice “En mi estos pesos se hacen livianos”. De hecho, lo llevamos todos a estos pesos, a estas cargas, propias de nuestra historia familiar, personal, del mundo en el mundo en el que vivimos, de las situaciones puntuales en las que circunstancialmente nos encontramos. Podríamos llamarlo así: son las trabas y dificultades que aparecen en la vida. Las que surgen desde dentro y las que condicionan desde fuera.

El que quiera seguirme dice Jesús, debe saber que el camino de seguimiento de mi persona no lo libra del pasar por las cosas de todos los días, aun cuando se presenten duras, desafiantes y difíciles. Por el contrario se las puede soportar conmigo, esta diciendo Jesús, y yo hago esto mismo más llevadero “Mi yugo es suave, mi carga es liviana”.

Esto entusiasma al corazón, porque no es que el Señor cuando nos invita a seguirlo pone un peso, el peso lo traemos. No es que Jesús cuando nos dice “sígueme”, ahora para seguirme te condiciono: tomá carga con esto. La carga la traemos. Lo que Jesús dice para seguirlo, no podemos dejar la carga al lado de nosotros, e ir sin ella, porque forma parte de nuestra vida.

En el amigarnos con nuestros conflictos, con situaciones de dificultad, trauma, de dolor, de crisis, de circunstancias no resueltas, de historia con heridas, de presentes inciertos, en el poder familiarizarnos con esta realidad nuestra, está la posibilidad de hacer un camino discipular. Como verás, este camino al que Jesús invita en el evangelio de Lucas, no nos saca de nosotros mismos, al contrario, nos hace ser nosotros mismos.

Es realmente entusiasmante, porque puede ser que uno por alguna fantasía, o por el tedio que tiene la vida a veces, que se nos hace difícil cuando no la vivimos en Dios, querramos construir como un castillito de cristal, al lado de la propia historia… pero dura poco. Dura tan poco como esos castillos de naipes (a mi me gustaba hacer), que después venía alguno te tocaba, ¡Tac!, la carta, y se venía todo abajo. Dura tan poco como eso. Esas fantasías, esos sueños, que nos hacen vivir fuera de nosotros mismos.

Este vivir desde nosotros mismos, en el seguimiento de Jesús, no es simple pero es posible. La evasión, el escape, el anestesiarnos ante el dolor, que nos nace desde dentro, con fuerza, es una salida del momento y es una tentación. Jesús nos dice que nos apartemos de ese lugar, que en todo caso, nuestro proceso de madurez personal, comunitario, está en hacernos cargo de nosotros mismo. “El que quiera seguirme que cargue con su cruz”. El Señor con esto está diciendo: Yo vengo a salvarte, pero cuento con vos.

Si uno lee las páginas del evangelio, los encuentros que Jesús tiene con las distintas personas, que se suman a su camino, tanto el discipular como aquellos que son exorcizados por Jesús, sanados por Él, siempre es como que hay una condición, de la puesta de la libertad en relación con el Señor: ¿Crées? Es la pregunta que aparece siempre. O en las curaciones: ¿Qué quieres que haga por ti? Que me cures Señor. ¿Crées?… Es decir, hay como un ejercicio de la libertad, en relación a Jesús, que justamente nos permite con Jesús, hacer un camino de salvación. El Señor no nos regala las cosas, porque viene a mostrarnos el rostro de un Padre que es Bueno. Y como buen Padre quiere ver crecer a sus hijos con lo que los hijos tienen para aportar en ese crecimiento.

No es un Padre que sobreprotege, el que Jesús viene a mostrar; es un Padre que alienta, sostiene, dignifica y nos muestra que a través del trabajo y el esfuerzo, aun cuando nos resulte duro y nos haga sudar gotas de transpiración y de sangre, a veces, detrás de eso está la dignificación de nuestro ser personal.

Es de largo aliento el camino de seguimiento con Jesús. Si tuviéramos que comparar con una carrera, no es de 100 mts, es una maratón, una carrera de fondo. Por lo tanto, lo que se espera del que se pone detrás del camino de Jesús es más capacidad de resistencia, que una salida rápida. Más capacidad de poder sostener la marcha, que una espasmódica, entusiasta de momento decisión de decir “voy, porque me gusta a nivel sensible”.

El sentir que Dios quiere poner en nuestro corazón, para ir detrás de Él es sensible, toca nuestra sensibilidad, porque va de corazón, pero no a la superficie sino a lo hondo del corazón. Es el sentir interior que toca nuestro yo más hondo, más profundo. En este sentido el seguimiento de Jesús personaliza. Nos hace ser mejores personas y en un sentido integral; psíquica, física, espiritual, socialmente. Dios nos quiere plenos.

CUANDO EL SEÑOR NOS INVITA A CARGAR CON NOSOTROS MISMOS, NOS INVITA A ASUMIR TODAS LAS DIMENSIONES DE NUESTRA VIDA.

Pero para poder hacer detrás de Él un aprendizaje constante, hace falta una gracia: la docilidad, la Gracia de la docilidad interior, que nos pone en actitud de aprendizaje constante.

Es verdad que los primeros pasos, cuando uno se encuentra con Jesús son entusiasmantemente bellos, y todo lo que rodea el seguimiento del Señor en una conversión fuerte, que uno tiene, nos hace poner desde la piel de gallina a llorar, a sentir que la vida, el corazón se nos ensancha… Pero entre este primer entusiasmo y el camino largo, que Jesús nos propone tiene que haber un punto de encuentro, donde no se desparrame el don de la Gracia que hemos recibido para el seguimiento de Jesús. Ese punto, donde los primeros pasos y los que siguen, se hacen sostenidos y en aprendizaje permanente, lo llamamos doccivilitas. Es docilidad. Pero no solamente, en cuanto que la persona tiene disposición, sino en cuanto que interiormente es maleable. Maleable no que cualquier viento lo lleva de acá para allá, sino que se deja trabajar y se trabaja a sí misma. Como dice la canción: “como arcilla entre las manos”. Así tiene que ser el corazón humano. Viene de la Palabra: “que yo sea una vasija de barro entre tus manos, para que me puedas formar según tu voluntad, según tu querer”.

Es la libertad humana, cuando se deja tocar por la vida, por los otros, cuando se aprende de la vida.

En el fondo está íntimamente vinculado a la sabiduría, que no es acumular un montón de conocimientos y de saberes intelectuales, sino que es una inteligencia para la vida. Saber encontrar un ritmo de vivir que sea saludable, santo, como Dios nos quiere.

¿Cuáles son las condiciones que trae esta docilidad? Dicho sea de paso, el coeficiente intelectual de una persona se mide, bajo algún determinado paradigma, no tanto cuanto sabe, cuanto puede resolver su pensamiento lógico, sino cuanto tiene de capacidad para adaptarse a las nuevas circunstancias. Ahí se define una inteligencia, que es más que una acumulación de saberes intelectuales y racionales.

En este sentido, en un mundo que cambia tan rápidamente, que tiene permanentemente un escenario nuevo para ofrecernos, hay una exigencia fuerte para el desarrollo de este don: de la sabiduría, de la inteligencia de la adaptabilidad. Que no es una capacidad acomodaticia, como los gatos, que los tirás y caen siempre parados. Sino que es una capacidad de saber dar respuestas a lo que viene. En este sentido, Jesús invita a caminar cargando con la cruz. Jesús está invitando a vivir en sabiduría.

Es lo que Pablo entiende por verdadera sabiduría “la sabiduría, dice Pablo, no está en el pensamiento griego, ni en la ley judía. Para algunos esto que yo digo es locura, para otros es necedad, para nosotros es la fuerza en Dios, es la Cruz. La sabiduría está en la Cruz,  entendida no como el peso insoportable de lo que nos conduce hasta el límite, sino como la capacidad de hacernos cargo de todo nuestro ser, aceptándonos como somos, sabiendo que a partir de allí Dios es capaz de hacer con nosotros, milagros. Como cuando con muy poquito, 5 panes y 2 peces, dio de comer a una multitud. Con poco Jesús hace mucho. Sólo que ese poco, Jesús necesita que lo tengamos consciente en nuestras manos y que se lo ofrezcamos a Él.

Por eso dice: “el que viene detrás de mí, que se haga cargo de sí y Yo haré en él maravillas”. Las maravillas de vivir sabiamente. Esto con largo aliento, sostenido en el tiempo y con esta actitud de docilidad interior.

¿En qué consiste esta docilidad de adentro del corazón? En cuanto que podemos desarrollar un compromiso pleno, activo, responsable y siendo protagonistas activos de la propia historia, de la historia de los demás; uno que carga con la cruz detrás de Jesús, no es un pasivo sujeto que soporta todas las circunstancias de la vida, y permanece callado, con los ojos blanqueados mirando para arriba. Lo que deviene de esta docilidad interior es una actitud positiva frente a la vida. Porque el que tiene ductilidad de moverse rápidamente sobre los nuevos escenarios o sobre las nuevas circunstancias, con inteligencia de sabiduría, todo le viene bien, todo le ayuda. No desaprovecha ninguna circunstancia, para vivir en plenitud, aun lo malo lo integra.

En este sentido san Agustín, ha sido un maestro de Sabiduría, este don de docilidad interior se ve que lo ha acompañado siempre, hasta llegar a afirmar que en el pecado descubrió que Dios estaba presente, acompañando y sosteniéndolo, “si, él estaba conmigo, aun cuando yo no estaba con él”. Este descubrir, que aun en lo más terrible, lo que más nos destruye, la fuerza del mal, que gana el corazón y nos hace romper con Dios, con los demás, con nosotros. Sin embargo Agustín decía “Dios permanecía conmigo”, y tener capacidad para darse cuenta, que en medio de la tribulación, de la crisis, en medio del dolor, del sufrimiento, la desazón, el desaliento, el desierto que produce el pecado, descubrir que Dios estaba allí.

La libertad interior que da este don de la docilidad y la capacidad de relación con lo otro permanentemente. Es decir, la capacidad de salir de sí mismo. Porque el otro y lo otro, lo distinto de mí es una gran oportunidad para madurar. En realidad este es el misterio del ser humano, cuando uno confronta que es más uno mismo cuando es con otro, con el mensaje más profundamente individualista de cerrazón, de egoísmo, que ofrece la sociedad de hoy, dice ¿Cuánto tiene para aportar el cristianismo? ¿De dónde viene esto que lo mejor que tenemos para ser hombres es el otro y lo otro? Viene del misterio del que venimos. Dios, que nos hizo a su imagen y semejanza, es eso un misterio de relación de personas que constituyen una única realidad: el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. De manera tal, que si nosotros hemos sido creados a la semejanza de Dios, quiere decir que traemos dentro de nosotros este sello interior.

Lucas, a lo largo de estos 10 capítulos, que van del 9 al 19 hablando de Jesús, decidido sobre Jerusalén, invitando al camino discipular, describe realidades crucificantes para las personas, y la comunidad a la cual él pertenece, que tal vez hablen algo de nosotros mismos también. En Lc. 12, 11-12, el evangelista nos habla de la persecución a causa de la fe, que viven algunos miembros de la comunidad. También en el mismo capítulo, las dificultades que surgen en el ámbito familiar, por la opción hecha por Jesús: “pondré a dos contra tres y a tres contra dos; al padre contra el hijo y al hijo contra el padre; no he venido a traer la paz; dice Jesús sino la guerra. Porque la opción por Jesús enfrenta con la realidad de la carne y de la sangre.

La incapacidad de discernir los signos de los tiempos, esa dificultad que tenemos a veces para entender. ¿Por donde sigo? ¿Por donde voy? ¿Qué hago de mi vida? Es muy dolorosa esta situación. En este tiempo, la sufrimos muchos. Ayer también hablábamos de la curva de la historia, frente a lo nuevo que viene y todavía no aparece, y lo que quedó atrás, nos genera una gran pregunta.

¿Por dónde, cómo y con quienes, a dónde? Es la pregunta por el sentido frente al cambio. Esta pregunta es una cruz muy dolorosa. Tal vez sean de las angustias más profundas que tenga la humanidad. La más honda de las preguntas. Que es una pregunta “adolescente”. No entendida la adolescencia como una etapa de la vida, sino como un permanente estarse dando a luz . Un permanente estar padeciendo, sufriendo en el crecer. Las conversiones quizás entusiastas pero frágiles, inestables, por lo que pronto se abandona la fe, la recta conducta. Eso afecta la vida de la comunidad y la convivencia. Ese ámbito que tenemos en la familia, en la ciudad, en el grupo de los amigos, que vemos gente que se entusiasma, se engancha y al poco tiempo, uno sabe que ya no cuenta con eso.

Nos pasa a nosotros mismos, a cada uno de nosotros. A veces los grandes propósitos que hacemos después de un retiro, de una linda charla, de una buena lectura, que no ha calado dentro o prendido en lo más profundo de nuestro ser, nos hace sufrir a la larga. Nos hace ir y venir muchas veces, y no terminamos de encontrar por dónde seguir yendo.

Estas son las cosas que Lucas nos presenta, y hay más todavía, entre el capítulo 9 y el 19 la descripción de situaciones crucificantes, por la que va padeciendo esto que Jesús ha dicho. Ir detrás de mi no es simple, no es sencillo… tampoco imposible.

En la vida de cada uno de nosotros hay también marcas que traemos desde siempre, que nos van a acompañar toda la vida. Hay otras que aparecen en un momento determinado, que puede que todavía no las hayamos terminado de resolver y entonces forman parte de lo que nos pesa. Hay dolores, de enfermedades, de muertes, de partidas; de fracasos, de intentos y de vuelta de intentos. De querer mejorar y no encontrar cómo. De saber que este defecto que tengo, no es de lo mejor que llevo. No me ayuda ni ayuda a otros y sin embargo, a pesar de intentarlo no puedo.

El que quiera seguirme, dice Jesús, que cargue con su cruz, yo no le voy a hacer más fáciles las cosas, se las voy a hacer más plenas, que es distinto.

Cuando nos hacemos cargo de nosotros, somos más nosotros mismos más estamos en las manos de Dios.