Conocer a Jesús, encontrar el gran tesoro

lunes, 30 de agosto de 2021
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30/08/2021 – En Mt 13, 44- 46 plantea el reino de los cielos como un mercader de las perlas preciosas que encuentra una de gran valor y vende todo para quedarse con ella, o cómo un buscador de tesoros que encuentra uno en un campo y vende todo lo que tiene para quedarse con ese campo y tesoro. Así es el Reino de los cielos, cuando uno se encuentra con él todo se relativiza y pasa a ser nada a la luz del encuentro con Jesus todo adquiere un nuevo valor.

 

“El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.

Mt 13,44-46

 

 

Ante el encuentro con Jesús surgen en nosotros dudas y preguntas en torno a la razonabilidad del seguimiento, y nos planteamos si todo lo que hacemos no será en realidad una locura. Son las mismas preguntas de los galileos, y la de todos los que en algún momento de la vida se encuentran con Jesús superficialmente. Es propio de la humanidad que se encuentra con lo trascendente.

Jesús para explicar esto, plantea dos breves parábolas, para mostrar cómo en lo hondo de la vivencia del misterio está la posibilidad de comprender.

Jesús nos dice “Atención” porque cuando Dios sorprende en la vida, uno es capaz de ir a dejarlo todo por seguirlo. Cuando no se da, es porque todavía no se ha producido el verdadero encuentro.

El documento de Aparecida dice que “conocer a Jesús es lo mejor que nos ha pasado en la vida”. Porque quien encuentra esta perla es capaz de dejarlo todo. Podemos encontrarlo sin saber lo que buscábamos superando nuestras expectativas, o nos puede salir al encuentro sin pensarlo. Es la experiencia que tienen los discípulos en la pesca milagrosa tras la resurrección de Jesús, cuando después de una pesca estéril, se encuentran con el pescador que les dice “Muchachos, tienen algo para comer… Entonces tiren a la derecha”. Ahi salen sobreabundantes peces y Juan, el discípulo amado, lo reconoce: “Ese, es el Señor”.

Hay momento en la vida en los que uno dice “ese es Dios. Es el señor”. Cuántas veces has dicho en tu vida “Es el Señor”, “¡Qué increíble!” ese es el Señor. El Papa Francisco lo dice una y otra vez “dejémonos sorprender por Dios”. Es un tiempo en el que Dios se nos está entregando y nos invita pasivamente, como niños, a recibirlo y darle la bienvenida con el corazón sencillamente agradecido, y ser capaz de venderlo todo para elegirlo sólo a Él.

El tesoro escondido en el corazón

El Señor nunca deja de estar con nosotros, para alentarnos o para purificarnos, pero siempre es el Señor. Por eso no resulta tan sencillo creerle a Jesús; algunos se sentían atraídos por su palabra y otros dudaban. Como nos pasa también a nosotros: ¿es razonable seguir a Jesús o es una locura?. Depende de la experiencia que tengamos. Si entendemos que Él es una ética, es ciertamente loco. Si creemos que el Señor nos obliga a un cumplimiento de una serie de piedades, también es loco. Si creemos que Jesús forma parte de un sistema de intelequias razonables, también lo es.

Pero si entendemos que el Señor se entremezcla con nuestras miserias, formando parte de nuestra biografía cotidiana, y si en ese entremezclarse de Dios la luz de su presencia nos cubre con la espesura de su amor y en este contraste de luces y sombras la paz gana nuestro corazón y la certeza de que Dios, aunque no podamos responder con su generosidad, está allí, fiel, presente, seduciéndonos con la fuerza de su amor e invitándonos a amar a cada paso entonces sí, descubrimos las razones sin razones en las que Jesús nos invita a vivir en clave del reino. Y así Jesús comienza a ser la razón más razonable, y se convierte en la única razón válida para dar la vida. Y su invitación suena con fuerza en el corazón y en el vínculo con los demás, en el compromiso de cada día.

Cuando es el amor de Dios el que gobierna, hemos encontrado el tesoro de Dios que está escondido. ¿Dónde? En lo más hondo del corazón. ¿Sabés quién es para Jesús el tesoro escondido y la perla preciosa? Su pueblo, nosotros. Cada uno en particular y todos asociados en su misterio. Él es el que lo vende todo, Él es el buscador de piedras preciosas, Él es el que entregó todo en la cruz, para comprarnos. ¿Sabías lo importante que sos? Valés la entrega de la pascua, la vida del Hijo de Dios. Si hoy te sentís un poco bajoneado o con poca expectativa, sabé que sos realmente la parte más íntima de la pupila de Dios, somos el tesoro que Dios encontró y que compró a precio de la sangre de Jesús.

Dios siempre es más

Una mirada de perspectiva sociológica plantea que en el contexto de la crisis del mundo, existe una indiferencia tranquila y ajena a toda trascendencia. Cuando hablamos del Dios de la biblia, la indiferencia respecto de Él no puede ser tranquila, porque su presencia inquieta, su amor enamora y su espera moviliza. Sin duda esta indiferencia tranquila de la cual hablan algunos sociólogos, es de indiferencia ante un rostro de Dios que no es real. Son muchos los que movidos por una cierta nostalgia del Dios verdadero lo buscan y quieren algo diferente. Cada uno tiene que partir de la búsqueda desde su propia experiencia y no parar hasta encontrarlo, o mejor dicho dejarse encontrar.

Sin dudas este buscador de perlas finas, habrá buscado por un lado y por otro, pero cuando uno en la vida encuentra algo superador se da cuenta que ese encuentro fue providencial. En este sentido la invitación es a buscar al Señor, mientras todavía se deja encontrar, como dice la Palabra, pero también dejarnos encontrar por Él. El buscador de la perla fina o el hallador del tesoro escondido en el campo, ciertamente se encontró con mucho más de lo que esperaba.

Cuando vivimos aquellos acontecimientos conmocionantes y que nos abren a lo nuevo, nos damos cuenta que ahí actúa el Señor. Cuando es el Señor siempre es más de lo que esperamos. Dios siempre es más. Es más de lo que soñaste, de lo que esperabas y por eso cuando no somos niños de corazón, la sorpresa de la llegada de Dios a nuestras vidas, nos trae el regalo de hacernos niños. Dios nos vuelve al estado de niños cuando el regalo es grande y sorprendente. “Mi alma espera en el Señor, mi alma confía en el Señor” dice el salmista. Nosotros sabemos que cuando esperamos en el Señor, nunca somos defraudados.

Ahí donde sentís que el corazón te fue golpeado por las decepciones, las cruces y quedaste sin expectativas, te invito a que esperes en el Señor. Y si no te sale buscarlo porque ya no tenés fuerzas, entonces es el tiempo de que Él venga. Sabé que está viniendo, dejate encontrar por Él, dejate que te diga “vos sos mi tesoro, mi perla preciosa. He vendido todo, hasta mi propia vida, para comprarte y hacerte mío”.

 

Dios atraviesa las paredes del corazón

Las sensaciones que tenemos de plenitud no se parecen en nada al encuentro con Jesús. Nuestras vidas fluctúan en cosas que creemos que son importantes, y cuando las ponemos a la luz de la experiencia con el Señor “no tienen ni para empezar”. Pensemos en el gusto que tenemos por los placeres lindos de la vida: un encuentro con los amigos, una buena comida, el trabajo cuando nos resulta desafiante, cuando emprendemos una nueva jornada. Pensemos en el disfrute que nos da un buen descanso o unas lindas vacaciones. Cuando comparamos las cosas lindas, bellas y significativas de la vida que nos hacen sentir bien con la experiencia interior y el gusto que nos da el encuentro con Dios, es incomparable. Todo lo otro no tiene ni para empezar.

“Es el señor” cuando es el Señor todo lo otro es nada. El apóstol San Pablo llega a decir “Pero todo lo que hasta ahora consideraba una ganancia, lo tengo por pérdida, a causa de Cristo. Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él, he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo y estar unido a él” (Flp 3, 7-9). No es que no importe ni que no haya que darle valor a la familia, al trabajo, a la transformación de la realidad y a los placeres necesarios de la vida, pero al lado de la experiencia interior del Dios que te dice que valés todo, que lo entrega todo por vos, nada tiene comparación con eso.

A veces nos ocurre que estamos como clausurados a esa realidad y nos hemos cerrado a la posibilidad de dejarnos sorprender por Dios porque perdimos el deseo, porque suponemos que es más de lo mismo. Cuando entramos en esas corrientes, el Señor tiene sus modos de valerse para llegar a donde nosotros no queremos que nadie llegue.

De alguna manera ésta es la experiencia de la muerte de Jesús: ha sido tan grande el fracaso, ha sido tan escandalosa su muerte, llena de traiciones, mezquindades, miserias con tanta pobreza humana, y Él como cordero puesto en el matadero muere cruelmente y humillado. Es un escándalo. Después de esa experiencia los apóstoles se cierran, y tienen miedo.

Entonces cerrarse es no compartir, es caminar con la cabeza gacha, es pensar que la vida está para que transcurra más que para ser vivida. Jesús atravesó sus paredes y se puso en medio de ellos, ocupó el centro. Hasta ahí el escándolo, la pobreza, y el desaliento eran el centro. Dice el texto del evangelio que atravesando las paredes se puso en el centro. Y es como si les dijera “Ustedes son míos y vengo a buscar lo que es mio”. Es un mensaje propio del Resucitado y que hoy, si estás encerrado, es para vos: “la paz esté contigo”. Es Él el que te comunica ese don maravilloso de resurrección y el que más allá de toda expectativa tuya te regala la gracia luminosa de su resurrección. Que Él se instale en tu corazón y te regale esta experiencia de descubrir que Él es más de lo que esperabas y de lo que soñabas.