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Consolación y desolación
martes, 31 de julio de 2007
Jesús contestó: “Estén sobre aviso y no se dejen engañar; porque muchos usurparán mi nombre y dirán: “Yo soy el Mesías, el tiempo está cerca”. No los sigan. No se asusten si oyen hablar de guerras y disturbios, porque estas cosas tienen que ocurrir primero, pero el fin no llegará tan de inmediato.”
Entonces Jesús les dijo: “Se levantará una nación contra otra y un reino contra otro. Habrá grandes terremotos, pestes y hambre en diversos lugares. Se verán también cosas espantosas y señales terribles en el cielo. Pero antes de que eso ocurra los tomarán presos, los perseguirán, los entregarán a los tribunales judíos y los meterán en sus cárceles. Los harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre, y esa será para ustedes la oportunidad de dar testimonio de mí.
Tengan bien presente que no deberán preocuparse entonces por su defensa. Pues yo mismo les daré palabras y sabiduría, y ninguno de sus opositores podrá resistir ni contradecirles.
Ustedes serán entregados por sus padres, hermanos, parientes y amigos, y algunos de ustedes serán ajusticiados. Serán odiados por todos a causa de mi nombre. Con todo, ni un cabello de su cabeza se perderá. Manténganse firmes y se salvarán.
Lucas 21, 8 – 19
Este pasaje nos ofrece en nombre de Jesús una serie de invitaciones acerca del tiempo nuevo que vendrá, la venida, la instalación del nuevo reino, y la movida que va a haber en torno a esta novedad, a esta presencia, la presencia de luz que deja al descubierto todo lo oculto, todo lo tenebroso del conflicto humano que hay sobre esta tierra en la que nosotros pisamos, por eso las guerras, las catástrofes, las razones de ser de los terremotos.
Porque en realidad el pecado y todas las consecuencias que deja es lo que permite que sea la Palabra quien ilumina y se instala ocupando el centro del tiempo nuevo, así no puede sino terminar por mover lo que está oculto, lo que está escondido, todo se sacude, todo busca ocupar un lugar en el cosmos por esta presencia que conmueve, Jesús dice “Ustedes van a aprender a descubrir cómo se acerca este tiempo de novedad por los signos que van a ver, pero tranquilos, despacio, no se apuren. No digan rápidamente es esto o es aquello.”
Jesús está invitando a los discípulos a abrir el ojo y a aprender a descubrir los signos que en el tiempo marcan la venida del reino nuevo, nosotros a este don del que habla, a esta gracia que Jesús proclama le llamamos don y gracia de discernimiento.
Este don ha desarrollado particularmente el fundador de la Compañía de Jesús, San Ignacio de Loyola, este santo recibió la gracia del don del discernimiento, tal vez como pocos en la historia de la vida de la Iglesia, quien tiene este don no necesita ya mas nada, lo tiene todo, ha encontrado verdaderamente el tesoro escondido porque lo dice el mismo Salomón cuando Dios le propone darle todo lo que le pida, dame la gracia de la sabiduría, quien tiene la gracia de la sabiduría, del discernimiento, este tesoro escondido tiene en su mano la hoja de ruta por dónde moverse en la vida, de qué apartarse y hacia qué acercarse.
Jesús en esta lectura invita a los discípulos a discernir, a estar en paz, serenos y tranquilos sabiendo que ni un cabello se mueve de la cabeza sin que Dios lo permita, lo que Dios permite y lo que Dios quiere, su voluntad, su amor cercano es lo que debe aprender a descubrir el discípulo y perseverar, ser constante, teniendo la mirada fija en él sin que el corazón se turbe, se inquiete, se desespere, Jesús nos invita a renovar en nuestro corazón la gracia y el don del discernimiento.
Para aprender el camino del discernimiento San Ignacio nos enseña a aprender a registrar interiormente los movimientos que se dan en nosotros, puede ayudarnos a expresar estos movimientos interiores la descripción que hace Ignacio de los mismos en la regla tercera y cuarta de la primera semana de los ejercicios espirituales cuando nos habla de consolación y desolación en el espíritu.
En la tercera regla de la primera semana dice así Ignacio de Loyola: “Llamo consolación espiritual cuando en el alma se causa alguna moción con la que viene a llenarse de amor de su Creador y Señor, cuando ninguna cosa creada sobre el faz de la tierra puede amarse sino solo en el Creador de todas las cosas, Dios es el centro y todo uno, todo el ser está captado por esta presencia de Dios que lo colma todo y encuentra en Él su razón de ser, nada puede ser vivido, entendido, amado, gozado, sufrido sino solo en Dios.
A esta experiencia San Ignacio la llama de consolación.
En este tiempo suele ocurrir, dice San Ignacio, tener lágrimas por amor del Señor que no es una simple emoción pasajera, superficial, sino una conmoción por la presencia de Dios en la vida que nos hace llorar de alegría, puede también que este llanto venga por habernos apartado de Dios o por entrar en una profunda comunión con el misterio de la pasión de Jesús o por otra cosa que está directamente ordenada al servicio y a la alabanza de Dios, esto describe como el alma del corazón, el yo mas hondo y mas profundo que se siente habitado por este don, esta gracia, que inspira en él la presencia de Dios.”
En la cuarta regla de la primera semana Ignacio de Loyola confronta este movimiento interior de consolación con el opuesto, al que llamamos desolación, que San Ignacio dice que es todo lo contrario de la consolación, aquí hay oscuridad interior, turbación, una inclinación rastrera a las cosas bajas, inquietud y agitación, ansiedad extrema, mucha tentación, ausencia de confianza, falta de fe en nosotros, falta de esperanza, como decir las cosas son así y no van a cambiar ni voy a cambiar ni los que está alrededor mío van a cambiar, ni la historia puede cambiar.
Se siente en el alma dice San Ignacio como toda apartada de Dios, aquí tiene lugar la vieja expresión “no hay nada nuevo bajo el sol” pero no como quien lleno de sabiduría descubre que la historia en cierto sentido se repite por que el ser humano no es el mismo en todo tiempo sino que la frase guarda y esconde una fuerza de determinismo que hace que las cosas no se muevan ni se cambien, ni se transformen porque así están determinadas, no puede haber sorpresa en la historia y por lo tanto quedamos como en un círculo cerrado propio del mal espíritu, asistir en el tiempo de la desolación, como en el tiempo de la consolación es propio del buen espíritu.
El tiempo de la consolación, el pensamiento el sentimiento que nacen de él es contrario a los pensamientos y a los sentimientos que vienen en el momento de la desolación, cuando estamos desolados, aun cuando todo este bien en nosotros lo vemos mal, esto puede ocurrir en momentos del día o durante largos días, cuando estamos consolados aunque estemos gravemente enfermos o con muchas dificultades todo lo vemos con mirada positiva, con una actitud creadora, reparadora, constructiva, estos movimientos interiores son los que nos permiten descubrir los caminos por donde Dios nos quiere conducir y aquellos por donde el mal espíritu nos quiere llevar para atentar y terminar contra nosotros.
Es muy importante para nuestra salud interior aprender a sacar provecho y saber cómo se mueve nuestro yo mas profundo, quién consuela y quién desconsuela, porqué la consolación y porqué la desolación, qué hacer y cómo moverme cuando estoy consolado o desolado.
A la persona que se orienta al servicio de Dios nuestro Señor para gloria suya, para su alabanza, para bien de los demás, a quien tiene claro que su fin en el camino es alcanzar la gloria de Dios y en función de esto orienta sus pasos y ordena su vida, el buen espíritu alienta, sostiene, guía, consuela, fortalece, empuja positivamente a favor de esto y el mal espíritu pone impedimentos, busca poner trabas, situaciones que impidan seguir avanzando.
Cuando nosotros orientamos nuestra vida hacia Dios y buscamos mejorar nuestro modo de vivir según el querer y la voluntad de Dios encontramos estas dos fuerzas opuestas, la que hacia delante nos dice vamos, busquemos los caminos, elijamos lo mejor, sostengamos los propósitos, tratemos de vivir según aquello que favorece, ordenar tu vida en razón y en relación a aquello que has elegido es el buen espíritu el que alienta, mientras que el mal espíritu busca como entristecernos el corazón, como apagarnos, como quitarle fuerza.
Las consecuencias que se siguen de uno y de otro son bien distintas, el buen espíritu deja en el corazón paz, gozo, alegría, serenidad, armonía; el mal espíritu por el contrario deja turbación, confusión, genera división.
Cuando somos sostenidos y guiados por el buen espíritu hay que dejarse guiar, llevar, mientras el buen espíritu nos va guiando y llevando no hay que tomar decisiones grandiosas y asumir propósitos heroicos que después no podamos sostener con el tiempo sino muy simplemente, lo de todos los días, lo cotidiano vivirlo con la intensidad positiva que el buen espíritu nos da tratando de desde ese mismo lugar vivir mas hondamente y profundamente en Dios, abriéndonos a todas las gracias que él nos quiera regalar en ese tiempo de consolación pensando que en algún momento posiblemente nos llegue el tiempo de la desolación y por eso sabiendo reservar las fuerzas interiores que se necesitan para afrontar el tiempo que venga después de la prueba.
Cuando la desolación gana mi corazón, cuando es el mal espíritu el que guía mi interioridad, me genera dificultad, me hace estar de mal humor, me da esa actitud negativa frente a las cosas, es la paciencia, es la serenidad, es el insistir de algún modo mas de oración a lo que habitualmente rezo es poder tener un gesto de caridad para con alguna persona que lo necesite lo que me permite enfrentarlo al mal espíritu y a todas sus artimañas, a todas sus estrategias con las que quiere terminar con la obra de Dios.
De uno y de otro yo puedo sacar provecho, todo está orientado a que guiado por el espíritu de Dios, siguiendo lo que el buen espíritu impulsa, guiado por el espíritu de Dios enfrentando al espíritu del mal que atenta contra mi vida, buscar y terminar por encontrar el querer de Dios porque en discernimiento además de esta lucha interior tenemos a favor el quedarnos con lo que Dios nos pide y apartar del corazón todo aquello que impide la obra de Dios en nosotros.
Los movimientos interiores que se dan en nosotros algunos favorecen el quehacer de Dios en nuestra vida, la obra de Dios en nuestra vida, otros la impiden, tenemos que aprender a adherirnos a los primeros y a expulsar lejos de nosotros los segundos, esto es don que Dios da, es una gracia que el Señor regala, hay que pedirla con insistencia la gracia de la sabiduría y el don del discernimiento.
Hay dos textos en la Palabra de Dios que describen muy claramente los momentos de consolación y de desolación por los que pasó Jesús, a la desolación la vemos claramente reflejada en el Getsemaní, veamos que dice la Palabra que ocurrió con Jesús en ese momento y qué dice Jesús:
En el Huerto del Getsemaní cuando Jesús dice “Padre, aparta de mí este cáliz” y la Palabra nos relata “Comenzó a sentir tristeza y angustia”, “Mi alma está triste hasta el punto de morirse de tristeza, estaba sumido en la agonía, su sudor se hizo como una espesa gota de sangre que caía en tierra, los discípulos que habían ido para acompañarlo en la oración y ayudarlo a que se sostenga en el combate estaban dormidos, una descripción dramática de este estado interior de desolación en el que se encuentra Jesús en el Getsemaní.
En otro texto se habla del consuelo que hay en Jesús y en los discípulos, un texto de consolación es el de la transfiguración “Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan y subió a un cerro a orar. Y mientras estaba orando, su cara cambió de aspecto y su ropa se volvió de una blancura fulgurante. Dos hombres, que eran Moisés y Elías, conversaban con él. Se veían en un estado de gloria y hablaban de su partida, que debía cumplirse en Jerusalén.
Un sueño pesado se había apoderado de Pedro y sus compañeros, pero se despertaron de repente…” haya en Getsemaní tenían sueño y se durmieron, “…y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Como estos estaban para irse, Pedro dijo a Jesús: “Maestro, ¡que bueno que estemos aquí! Levantemos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.” Pero no sabía lo que decía.
Estaba todavía hablando cuando se formó una nube que los cubrió con su sombra, y al quedar envueltos en la nube se atemorizaron. Pero de la nube llegó una voz que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo.” Después de oírse estas palabras, Jesús estaba allí solo.
Los discípulos guardaron silencio por aquellos días, y no contaron nada a nadie de lo que habían visto.
Cuando bajaron de la montaña una multitud vino a su encuentro. De pronto un hombre gritó, “Maestro, por favor, mira a mi hijo, el único que tengo. Cada tanto un espíritu se apodera de él y se pone a gritar; lo sacude con violencia y le hace echar espuma por la boca, a duras penas se aparta de él dejándolo extenuado.” Y sigue el relato de una profunda desolación en el corazón de este padre, “Les pedí a tus discípulos que los expulsaran pero no pudieron. Jesús respondió: “Generación incrédula y perversa, ¿hasta cuándo estaré con ustedes y tendré que soportarlo? Tráiganlo aquí.” El niño se estaba acercando, cuando el demonio lo arrojó al suelo y lo sacudió violentamente.
Nuevamente una presencia del mal después de una presencia fuerte de consolación de Jesús en la montaña, pero Jesús increpó al espíritu impuro, curó al niño y lo entregó a su padre. Todos estaban maravillados de la grandeza de Dios.
Es clarísima la descripción de los textos particularmente que leíamos, el de Getsemaní y el de la transfiguración, en Getsemaní la Palabra habla de la tristeza de muerte, “caían de su frente sudor como gotas de sangre. Padre si es posible que se aparte de mí este cáliz.” Este dolor, esta angustia, esta tristeza de muerte, “pero que no se cumpla mi voluntad” dice Jesús, por lo cual enfrenta, combate ante aquel sentimiento, que se cumpla tu voluntad que atravesando por este lugar de muerte, de angustia, de tristeza que se haga tu voluntad.
Por otra parte tenemos este otro texto, el de la transfiguración, donde lo que se percibe claramente es el consuelo, la gracia de consolación interior que hay en Jesús y en los discípulos, “Se transfiguró su rostro y su figura.”
Los discípulos tenían sueño y no se durmieron, allá tenían sueño y se durmieron en Getsemaní, pero al mismo tiempo en la transfiguración Pedro expresa lo bien que se está frente a esta experiencia y se escucha la voz del Padre. Mientras que en Getsemaní hay un profundo silencio del Padre, se escucha un grito de Jesús que se confía al Padre, pero el Padre calla, hay silencio.
En nuestra vida se dan las dos cosas, se da Getsemaní y se da también la transfiguración.
Padre Javier Soteras
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