Construir la casa sobre roca

jueves, 3 de diciembre de 2015

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03/12/2015 – Jesús dijo a sus discípulos: “No son los que me dicen: ‘Señor, Señor’, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.

Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande”.

Mt 7, 21.24-27

¡Bienvenidos a la Catequesis! ¿Sabés sobre quién o sobre qué edificás tu vida? ¿Con qué actitud escuchás la Palabra de Dios en este adviento?

Posted by Radio María Argentina on jueves, 3 de diciembre de 2015

Hoy celebramos la fiesta de San Francisco Javier, aquel sacerdote que encarnó la misión y la vivió hasta las últimas consecuencias. Nació en Pamplona, España en 1906. Fue en la universidad de París donde cursó sus estudios y conoció a San Ignacio de Loyola. Fue uno de los miembros fundadores de la Compañía de Jesús. Ordenado sacerdote en Roma en 1537, se dedicó principalmente a llevar a cabo obras de caridad. En 1541 marchó a Oriente, y durante diez años evangelizó incansablemente la India y el Japón, convirtiendo a muchos. Murió el año 1552, en la isla de Shangchuan, en China.

En este santo vemos la realidad de tantos que todavía hoy siguen sin conocer la palabra de Dios. “La mies es mucha y los trabajadores son pocos” dice la Palabra. San Francisco decía que “muchos no son cristianos porque nadie les ha hablado de Jesús”. 

El Santo contemplaba -como nosotros hoy- el panorama inmenso de tantas gentes que no tienen quien les hable de Dios. Siguen siendo una realidad en nuestros días las palabras del Señor: La mies es mucha y los operarios, pocos (5). Esto le hacía escribir a Javier, con el corazón lleno de un santo celo:

«Muchos, en estos lugares, no son cristianos, simplemente porque no hay quien los haga tales. Muchas veces me vienen ganas de recorrer las Universidades de Europa, principalmente la de París, y de ponerme a gritar por doquiera, como quien ha perdido el juicio, para impulsar a los que poseen más ciencia que caridad, con estas palabras: “¡Ay, cuántas almas, por vuestra desidia, quedan excluidas del Cielo y se precipitan en el infierno!”.

»«Ojalá pusieran en este asunto el mismo interés que ponen en sus estudios! Con ello podrían dar cuenta a Dios de su ciencia y de los talentos que se les ha confiado. Muchos de ellos, movidos por estas consideraciones y por la meditación de las cosas divinas, se ejercitarían en escuchar la voz divina que habla en ellos y, dejando a un lado sus ambiciones y negocios humanos, se dedicarían por entero a la voluntad y al querer de Dios, diciendo de corazón:Señor, aquí me tienes; ¿qué quieres que haga? Envíame donde Tú quieras, aunque sea hasta la India» (6).

La palabra de hoy nos invita a preguntarnos sobre quién tenemos apoyada nuestra vida. El mismo celo que ardía en el corazón de San Francisco Javier tenemos que pedirlo en nuestro corazón. Es un don que tenemos que pedirlo, no nos sale por nuestra fuerza. Como donde de Dios Él lo concede al alma que lo pide.

Qué lindo que a la luz de la vida de San Francisco Javier hoy podamos meditar el evangelio de Jesús donde nos dice ” el hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca”.

Construir sobre la roca

Sensatez es el equilibrio perfecto entre la inteligencia y las obras del corazón, supone la madurez entre lo que se piensa y lo que se hace. Para nosotros en la fe sería la madurez del cristiano que hace lo que piensa. Al hacer referencia de ésto, Jesús nos dice que el seguimiento como discípulos tuyos supone la palabra y las obras sinceras. La vida tiene que ser una verdadera respuesta de la fe. Según el profeta Isaías el pueblo justo observa la lealtad, confía en el Señor y mantiene la paz con ánimo firme.

El adviento es una exigencia que nos mueve y nos sacude, y hasta por momentos nos incomoda porque exige salir al encuentro del Señor. Implica escuchar la Palabra de Dios, con fe de roca para cumplir su voluntad. Son dos palabras claves en éste camino a la Navidad: no basta ser discípulos de forma sino discípulos comprometidos. Muchos cristianos se hunden en la vida porque se apoyan en sí mismos. Es la autoreferencia que critica constantemente el Papa Francisco. En muchas cosas somos autoreferentes, pensamos y nos miramos mirándonos a nosotros mismos, como si fuéramos el centro del universo. Si nos quedamos allí apoyándonos sobre nosotros mismos, estoy edificando mi vida sobre mí, mis propios gustos, opiniones y deseos. A veces nos hundimos en la vida porque nos apoyamos en nosotros mismos, en nuestros rezos, en nuestras rutinas… pero no hay lugar para Dios.

El adviento despierta la fe y convierte el corazón. “Obras son amores y no buenas razones” dice el dicho. Hoy Jesús nos pone frente a este desafío porque nos dice que el hombre y la mujer discípulo es el que logra este equilibrio de madurez entre la inteligencia y el obrar del corazón. Sin inteligencia el corazón es peligroso, y sin corazón la inteligencia queda en elucubraciones. El hombre sensato a la luz del evangelio es quien logra este equilibrio, por eso Jesús va a decir que el hombre sensato es el que construye sobre roca. Vendrán las lluvias, las tormentas, los momentos de crisis y la casa no se caerá porque está construido sobre roca. La casa construida sobre arena es la edificada sobre mí, alguna corazonada, o en intelectualidades.

Edificar sobre roca o edificar sobre arena, allí está el verdadero desafío de nuestra vida. La roca garantiza una solidez total mientras que la arena se transforma en una ruina segura. Con esta parábola Jesús concluye el llamado “sermón del monte”. Allí Jesús les dirá “bienaventurados”, “ustedes son la sal de la tierra y la luz del mundo”, y culmina esta enseñanza tan rica cuando nos regala esta comparación la sensatez y la insensatez. La gente había pasado horas escuchando sus palabras y Jesús les advierte, “si no ponen en práctica éstas palabras no les servirá de nada”. La roca es llevar a la vida lo oído. Aquello que hemos oído, masticado y rumiado de la Palabra de Dios no queda dando vueltas en un hermoso acto de piedad sino que pasa a ser componente central de nuestra vida, marcando nuestro actuar.

Es posible que analizando nuestra vida de discípulos a veces nos pase ésto, escuchamos la Palabra de Dios pero no la ponemos en práctica. Por eso Jesús nos dice “no son los que me dicen Señor, Señor, los que entrarán en el reino de los cielos sino los que cumplen la voluntad del Padre”. Jesús nos da la receta, escuchar y ponerlo en práctica.  Jesús no enseña una ciencia abstracta para las bibliotecas, sino que enseña para la vida.

La oración como escuela de esperanza *

Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme –cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar–, Él puede ayudarme[25]. Si me veo relegado a la extrema soledad…; el que reza nunca está totalmente solo. De sus trece años de prisión, nueve de los cuales en aislamiento, el inolvidable Cardenal Nguyen Van Thuan nos ha dejado un precioso opúsculo: Oraciones de esperanza. Durante trece años en la cárcel, en una situación de desesperación aparentemente total, la escucha de Dios, el poder hablarle, fue para él una fuerza creciente de esperanza, que después de su liberación le permitió ser para los hombres de todo el mundo un testigo de la esperanza, esa gran esperanza que no se apaga ni siquiera en las noches de la soledad.

 Agustín ilustró de forma muy bella la relación íntima entre oración y esperanza en una homilía sobre la Primera Carta de San Juan. Él define la oración como un ejercicio del deseo. El hombre ha sido creado para una gran realidad, para Dios mismo, para ser colmado por Él. Pero su corazón es demasiado pequeño para la gran realidad que se le entrega. Tiene que ser ensanchado. « Dios, retardando [su don], ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz [de su don] ».

 

Padre Daniel Cavallo

 * Benedicto XVI, encíclica “Spe salvi” n. 32 y 33