06/01/2022 – En el día en que celebramos la solemnidad de la Epifanía del Señor, reflexionamos el Evangelio del día junto al padre Sebastían García, sacerdote de la congregación Sagrado Corazón de Jesús de Betharram:
Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo.» Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. «En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel”.» Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje.» Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino. san Mateo 2, 1-12
Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo.» Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. «En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel”.» Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje.» Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino.
san Mateo 2, 1-12
Celebramos hoy la fiesta de la Epifanía. Y el relato del evangelio es desconcertante. Este Dios que elegimos creer nos desconcierta. Se manifiesta a un grupo de Magos paganos que no pertenecen al Pueblo Elegido, elige nacer en un pueblo de la periferia, a la sombra de la gran capital: Jerusalén. No es uno de esos caudillos poderosos que viene a liberar al Pueblo del poder político. Sin embargo los poderosos van a tener miedo: Herodes es ejemplo de eso. Teme que alguien le haga sombra. Por eso el nacimiento es posible de ser descubierto por corazones sencillos, no contaminados con el ansia de poder y ambición, corazones que tengan que ponerse de rodillas para contemplar a un niño recién nacido y envuelto en pañales. Así Jesús desconcierta y con él todo Dios: La eternidad se hace historia; Dios se hace Pueblo; la Palabra hace silencio y llora; el cielo está debajo de la tierra, una muchachita virgen es madre del Salvador del mundo; su papá no pronunciará ni una sola palabra en todo el evangelio… Todo es signo de desconcierto.
Porque en definitiva, estar celebrando el tiempo de Navidad es estar celebrando que Dios se hace hombre. Esto es desconcertante. Esto no había pasado nunca. Esto es insólito. A tal punto que muchos se van a resistir a creer. Hoy todavía, hay gente, también fuera de la Iglesia, que le cuesta creer en Jesús. Le parece que Jesús es “demasiado humano”. No toleran que Dios se haya querido embarrar en nuestra historia y en nuestro barro. Algunos prefieren un Jesús más bien “espiritual”, que hace milagros imposibles y donde yo para relacionarme con él tengo que irme de mi vida cotidiana, lograr algún mecanismo que me permita conectarme con Él y entonces así rezar. Algunos creen que es preferible un Jesús que no tenga que ver con palabras como: marginación, dignidad, opresión, pobreza, exclusión, vulnerabilidad social. Que eso es ideología. Que es un mero discurso social. Que Dios está en el cielo y nosotros en la tierra. Algunos viven más preocupados por la situación canónica de una pareja que por si de veras son felices, de verdad. Algunos van a misa por mero culto y mera costumbre, pero no tienen problema en tener empleados en negro, o evadir impuestos, o renunciar a ganar menos para que su gente gane más. No toleran que Jesús sea el amigo preferido de prostitutas y usureros, de pecadores, de gente sencilla que lo invita a su mesa a compartir el pan, que denuncia el pecado personal y social y se enfrenta a toda estructura que violente los derechos fundamentales de la persona.
Jesús desconcierta porque no podemos ser cristianos, discípulos misioneros de Jesús y no luchar todos los días por hacer que el mundo cambie. Por hacer que el mundo sea un lugar más digno, más justo, más fraterno y más solidario. Jesús es un signo de desconcertante porque me revela que a Dios no lo puedo manipular. Que en todo caso yo sigo a Dios y no Él que me sigue a mí. Que no se puede ser cristiano y precarizar el trabajo y no facilitar a que millones de personas tengan acceso a las “tres T”: Tierra, Techo y Trabajo. No se puede ser cristiano sin una mínima permeabilidad social que me lleve a cuestionarme por lo menos cómo hacer para involucrarme en la realidad y generar de manera colectiva y comunitaria un verdadero cambio. No puedo ser cristiano creyendo que Dios habita solo el cielo. Porque desde hace dos mil años, Dios dejó el cielo y se hizo Tierra.