27/05/2025 – Cada lunes compartimos las «Reflexiones para la Semana». Durante mayo caminamos junto al padre Nicolás Ceballos, sacerdote de la Arquidiócesis de Mendoza. Él nos invita a conocer y contemplar distintos paisajes de su provincia, descubriendo cómo se manifiesta Dios en todo lugar.
Luego de recorrer el desierto o secano de Lavalle, de disfrutar de las montañas y de la ciudad capital de Mendoza, en esta ocasión nos llevó hacia los viñedos, para hacer un ejercicio de contemplación y llevarnos 4 consejos para la propia vida.
El sitio elegido es un lugar muy conocido para el padre Nicolás, porque es la zona donde actualmente es párroco: Villa San Carlos, ubicada a unos 100 km de la ciudad de Mendoza. Se trata de una villa antiquísima, que tiene más de 250 años, que en su ingreso nos recibe con un cartel que expresa: «Pariente, ya estás en casa», contó el padre Nico, haciendo referencia a la vida de la comunidad, donde todos se tratan como parientes. Y desde esta nota característica, el padre detalla el primer punto para nuestra meditación:
1- La fraternidad es el alma de la vida rural, y el alma de la vida cristiana: porque no nos hace falta la sangre para reconocernos unidos, como parte de la misma familia, sino que nos une la propia historia en el campo. Y lo mismo ocurre en la vida cristiana, estamos llamados a reconocernos y tratarnos como parte de una misma familia. «Nuestro principal apellido es el de Cristiano, y eso nos hace miembros de un mismo pueblo, el pueblo de Dios».
2- La capacidad de adaptarse es un signo de la conversión: para explicarlo tomó el ejemplo del Malbec, variedad de uva que llegó de Francia y supo adaptarse en la tierra argentina. La planta tuvo la capacidad de salir de la «zona de confort» para dejarse tocar por un clima nuevo, por una tierra distinta, todo otro terruño que fue necesario para dar un nuevo fruto, y bueno. Nos enseña a nosotros a entrar en contacto con nuevos lugares, donde Dios quiere mostrarnos algo distinto.
3- Crecer lleva su tiempo, el fruto no se obtiene de un día para el otro: en invierno, da la sensación de que todo está seco, incluso muerto, pero es el tiempo donde la planta está en su estado de descanso, de reposo. Y donde va a ser podada, para cuando llegue la primavera los brotes sean encaminados hacia el lugar que indique el viñatero. Pero claro, se necesita todo un proceso que lleva su tiempo y un ciclo de un año. A veces nosotros queremos tener y gustar de nuestro fruto rápidamente, y nos olvidamos que en nuestra vida no todo es vendimia: hay tiempos de poda, de invierno, tiempos de cura, de dejarnos sanar…
4- La vendimia es obra de todos: la vid sola no basta. Es necesaria la tierra, el agua, el sol, la lluvia, el frío. También son necesarios los insectos, los nutrientes y la mano de un trabajador que, como director de orquesta, compagina todo y hace que tenga sentido. «Nadie se salva solo», decía el papa Francisco, sino que nos necesitamos, los cristianos crecemos en racimos.
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