Contemplativa en el mundo

viernes, 19 de agosto de 2016
image_pdfimage_print

“Mientras iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. Marta, que muy estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude». Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria, María eligió la mejor parte, que no le será quitada»”.

Lc 10,38-42

 

 

 

La Madre Teresa se ha convertido en un símbolo de caridad cristiana y compasión, de ternura, de compromiso de pobreza de sencillez, de transparencia para todo el mundo. Su nombre es casi sinónimo de cuidado amoroso y tierno de los más pobres entre los pobres. Muchas gente se ha preguntado cuál era la esencia del secreto de la Madre Teresa. Todos los que llegaron a conocerla bien coinciden en que la Eucaristía –tanto la Misa como la adoración diaria- jugaba un papel muy importante para ella.

Con respecto a su secreto, en uno de sus viajes por Italia dio una respuesta muy clara. Un joven sacerdote acababa de rezar la Liturgia de las Horas y el Rosario con la Madre Teresa y los que la acompañaban. Nada más acabar, el sacerdote le preguntó:
-Madre Teresa, ¿cuál es su secreto?
Ella lo miró con gesto divertido.
-Es muy simple: rezo

Mucho de lo que estamos compartiendo es el relato del que fuera al comienzo colaborador del presidente de la familia mundial Emanuele Ferrario de  Radio María Mundial, el padre Leo Maasburg quien se ordenó de grande sacerdote. Él ha sido, cuando la Iglesia estaba detrás de la cortina de hierro en el régimen comunista, un correo secreto del Vaticano para los que estaban detrás de esa cortina. Siendo él de la nobleza austriaca se movía con libertad gracias a su inmunidad diplomática. Él fue por 8 años secretario de la Madre Teresa.

El Padre Leo nos cuenta: después de mi ordenación sacerdotal y mis primeros encuentros con Madre Teresa, empecé a interesarme mucho por su espiritualidad. Hice un retiro espiritual de treinta días en la casa de los Padres Misioneros de la Caridad (una de las ramas de la familia de las Misioneras de la Caridad) en Nueva York para discernir si debía unirme a ellos. En aquel tiempo, la Madre Teresa iba mucho a la nueva casa de los Padres en Nueva York porque estaban elaborando los estatutos.

Después del retiro, le conté a Madre Teresa que un padre capuchino me había prevenido, al principio de mi vocación sacerdotal, en los siguientes términos: “¡No pienses que vas a poder ser sacerdote si no rezas, al menos, hora y media cada día!”. En aquel momento, aquello me impresionó porque todavía no había comprendido el significado de la oración prolongada. Ahora quería entender lo que la oración significaba para la Madre Teresa. Su respuesta fue simple y clara: -Padre, sin Dios somos demasiado pobres para ayudar a los pobres, pero, cuando rezamos, Dios deposita su amor en nosotros. Mire, las hermanas son pobres, pero rezan. El fruto del amor es el servicio. Solo cuando uno reza puede servir realmente a los pobres. el secreto es la oración.

Recuerdo que en una ocasión en una gasolinera, durante un viaje que hacíamos juntos, se quedó mirando a la boca de la manguera del surtidor, por donde la gasolina entraba en el depósito, y dijo: -Mire, padre, es como la sangre en el cuerpo: sin sangre no hay vida en el cuerpo. Sin gasolina, el coche no anda. Pero, igualmente, sin oración, el alma está muerta.

Una de las ideas que la Madre Teresa repetía era que “la oración nos da un corazón puro. Purifica nuestro corazón. Y un corazón puro puede ver a Dios”. Al principio, yo no entendí aquello de “ver a Dios”. Pero, para ella, “ver a Dios” era la capacidad de reconocer la presencia de Dios y su actuación en nuestra vida, percibir Su mano en todo y corresponder a esa actuación divina con nuestro amor. Una vez dijo: “Si tienes un corazón puro, puedes ver a Dios en todo y en todos”. Y, a partir de ahí, concluía: “Si vemos a Dios, nos amaremos unos a otros como Dios nos ama”. Por eso el lema de su vida fue: “Amor en acción”.

Cuando veía rezar a la Madre Teresa, apretando a menudo las manos contra la cara, apretando la nariz hacia arriba en su profunda concentración, me acordaba de las palabras de Jesús a sus discípulos cuando estos vieron al Señor rezando y le pidieron: “Señor, enséñanos a orar”. Y entonces Jesús les enseñó el Padrenuestro.

Cuando le preguntaban qué era para ella la oración, la Madre Teresa contestaba: “Dios me habla y yo le hablo. Así de simple. Eso es la oración”. La oración es un contacto de corazón a corazón. “Si le rezo a Jesús, es de mi corazón al Corazón de Jesús. Cuando le rezo a la Madre de Dios, entonces es de mi corazón al Corazón de María. Cuando le rezo a mi ángel de la guarda, también es de corazón a corazón”. El principio básico de la Madre Teresa con respecto a su oración era este: “Dios habla en el silencio de nuestro corazón y nosotros escuchamos. A continuación, desde la abundancia de nuestro corazón, hablamos nosotros y Él escucha. Eso es la oración”.

Parecía tener, no obstante una relación muy personal con Jesús, su Madre y muchos santos. Una vez, el Papa Juan Pablo II bendijo una estatua preciosa de Nuestra Señora de Fátima para que se la pudiésemos llevar de regalo a la Madre Teresa. Ella llevó consigo esta estatua en el tren cuando fue a Ucrania a ver a los niños que habían sobrevivido al accidente de Chernóbil. Una hermana que la acompañaba se dio cuenta de que la estatua estaba colocada de forma que no miraba hacia la Madre Teresa, sino que miraba por la ventanilla. Cuando le dio vuelta, la Madre Teresa objetó: -No, déjela que mire por la ventanilla. Tiene que conocer el sitio al que va. ¡Está tan contenta de venir a Ucrania con nosotras!

“La oración no sale sola”, dijo una vez la Madre Teresa. “Tenemos que hacer el esfuerzo de rezar”. Ella no enseñaba complicadas técnicas de oración sino que recordaba siempre a la gente que debemos ser conscientes de lo que estamos haciendo cuando rezamos y que debemos poner atención. Y entonces la oración brota en lo profundo del corazón.

Para la Madre Teresa, la oración era un contacto infantil, como el de un niño con su padre: nunca superficial, simplemente “de corazón a corazón”.

En la espiritualidad de la Madre Teresa, la oración es la respuesta del hombre al anhelo de Dios expresado por el clamor de Jesús en la Cruz: “¡Tengo sed!”. Y, cuando hablaba de sus casas, decía: “Le hemos dado a Jesús un nuevo sagrario”. Porque, aunque seleccionaba y preparaba sus casas con un sentido muy práctico, una casa sin el Santísimo Sacramento era algo inconcebible para ella. Uno sentía que, en su opinión, debía haber al menos un sagrario en todos los sitios del mundo. Ella determinaba el lugar preciso en el que debía colocarse el sagrario en sus casas, clavaba ella misma el clavo que iba a sostener el crucifijo en la pared y recortaba en cartulina negra las letras que componían el “Tengo sed”. Estaba convencida de que una persona podía satisfacer su anhelo por el Hijo de Dios estando con Él, en Su presencia, en silencio.

Para la Madre Teresa la oración no consistía únicamente en rezar en las horas establecidas. Como Pablo, ella también enseñó que debemos orar en todo tiempo, adoptó la forma del rosario que llevaba continuamente en la mano y que utilizaba también continuamente. A menudo vi cómo pasaba las cuentas con rapidez.

Yo ya era sacerdote, aunque todavía estaba estudiando misiología en Roma, cuando le pregunté en una ocasión:

-Madre Teresa, su conferencia en Oslo, cuando le dieron el Premio Nobel, impactó a mucha gente. En las universidades escriben artículos sobre él. ¿Cómo lo preparó? ¿Qué fuentes utilizó? ¿Le ayudó alguien?

La Madre Teresa no dijo nada. Desenganchó el rosario del cinturón y lo agitó como si fuera una bandera delante de mis ojos con una divertida picardía en su mirada.

La oración y toda la vida espiritual de la Madre Teresa, especialmente los sacramentos, constituían el fundamento de su apostolado por todo el mundo. No me cabe ninguna duda de cuál fue el motivo de que yo tuviera, con frecuencia, el privilegio de acompañarla: necesitaba un sacerdote que celebrara la Misa todos los días para ella y sus hermanas y que escuchara sus confesiones.

Las hermanas dedicaban, por lo menos, una hora diaria a la adoración al Santísimo Sacramento expuesto en la Capilla. En 1972, cuando una catastrófica inundación asoló Bangladesh, la Madre Teresa envió inmediatamente a sus hermanas allí para ayudar. Las necesidades eran enormes y la situación requería de las hermanas esfuerzos sobrehumanos. Así pues, les pidieron que hicieran una excepción y que no interrumpieran su trabajo para las sesiones de oración.

La Madre Teresa se opuso:
-No, las hermanas volverán a casa para la adoración y la Santa Misa.
Muchos de los miembros de los equipos de socorro que habían acudido a aquellas inundaciones no lo entendieron. Pero la Madre Teresa tenía muy claro que el vigor de las hermanas desaparece si no reciben diariamente el alimento que les llega a través de la Misa y de la adoración de la Santa Eucaristía. Su testimonio constante era la consecuencia de su oración constante.