Conversión de San Pablo

viernes, 25 de enero de 2019
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La conversión de San Pablo ocurre en el camino, el encuentro con Jesús se va dando en el camino, mientras él se dirigía a Damasco. Pablo sale, se pone en camino (es verdad que se puso en camino con un fin muy claro detener a los discípulos de Jesús) pero en ese camino el Señor lo sorprende, en el camino Pablo encuentra una nueva orientación para su vida.

Podemos comprender con facilidad que la vida se puede representar en un camino, que nuestra vida es un viaje. Y cuando nos ponemos en camino, eso suscita muchas emociones en nosotros, también decisiones. Pablo se preparó para salir a ese camino. También nosotros podemos pensar en alguna experiencia que tengamos cuando nos pusimos en camino ¿Quién de nosotros no recuerda su primer viaje? Esa primera aventura más allá del terruño de uno , los temores, las ilusiones , las expectativas.

«Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero me he criado en esta ciudad y he sido iniciado a los pies de Gamaliel en la estricta observancia de la Ley de nuestros padres. Estaba lleno de celo por Dios, como ustedes lo están ahora. Perseguí a muerte a los que seguían este Camino, llevando encadenados a la prisión a hombres y mujeres; el Sumo Sacerdote y el Consejo de los ancianos son testigos de esto. Ellos mismos me dieron cartas para los hermanos de Damasco, y yo me dirigí allá con el propósito de traer encadenados a Jerusalén a los que encontrara en esa ciudad, para que fueran castigados.

      En el camino y al acercarme a Damasco, hacia el mediodía, una intensa luz que venía del cielo brilló de pronto a mi alrededor. Caí en tierra y oí una voz que me decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”
Le respondí: “¿Quién eres, Señor?” Y la voz me dijo: “Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues”.

Los que me acompañaban vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba.

 Yo le pregunté: “¿Qué debo hacer, Señor?”

      El Señor me dijo: “Levántate y ve a Damasco donde se te dirá lo que debes hacer”.

      Pero como yo no podía ver, a causa del resplandor de esa luz, los que me acompañaban me llevaron de la mano hasta Damasco.

      Un hombre llamado Ananías, fiel cumplidor de la Ley, que gozaba de gran prestigio entre los judíos del lugar, vino a verme y, acercándose a mí, me dijo: “Hermano Saulo, recobra la vista”. Y en ese mismo instante, pude verlo.

      El siguió diciendo: “El Dios de nuestros padres te ha destinado para conocer su voluntad, para ver al Justo y escuchar su Palabra, porque tú darás testimonio ante todos los hombres de lo que has visto y oído. Y ahora, ¿Qué esperas? Levántate, recibe el bautismo y purifícate de tus pecados, invocando su Nombre”».

Hch.  22, 3-16