Creer en los tiempos que corren

martes, 4 de junio de 2013
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1.     Creer en los tiempos que corren

 

Y hoy iniciamos nuestro encuentro con una pregunta fundamental:

¿Qué es la fe? ¿Tiene aún sentido la fe en un mundo donde ciencia y técnica han abierto horizontes hasta hace poco impensables? ¿Qué significa creer hoy?

De hecho en nuestro tiempo es necesaria una renovada educación en la fe, que comprenda ciertamente un conocimiento de sus verdades y de los acontecimientos de la salvación, pero que sobre todo nazca de un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo, de amarle, de confiar en Él, de forma que toda la vida esté involucrada en ello.

 

¿Por qué será que nuestro acto creyente no encuentra eco en algunos lugares de la sociedad? Qué le falta a mi fe para que verdaderamente impacte sobre los que forman parte de la convivencia diaria conmigo y no recorren un camino práctico creyente, y que le falta para que nuestro acto creyente atraiga y mueva a las personas a querer adherir en aquel a quien creemos.

 

A pesar de la grandeza de los descubrimientos de la ciencia y de los éxitos de la técnica, hoy el hombre no parece que sea verdaderamente más libre, más humano; persisten muchas formas de explotación, manipulación, violencia, vejación, injusticia…Cierto tipo de cultura, además, ha educado a moverse sólo en el horizonte de las cosas, de lo factible; a creer sólo en lo que se ve y se toca con las propias manos. Por otro lado crece también el número de cuantos se sienten desorientados y, buscando ir más allá de una visión sólo horizontal de la realidad, están disponibles para creer en cualquier cosa. En este contexto vuelven a emerger algunas preguntas fundamentales, que son mucho más concretas de lo que parecen a primera vista: ¿qué sentido tiene vivir? ¿Hay un futuro para el hombre, para nosotros y para las nuevas generaciones?¿En qué dirección orientar las elecciones de nuestra libertad para un resultado bueno y feliz de la vida? ¿Qué nos espera tras el umbral de la muerte?

 

2.     La fe una entrega aun Tu

 

El pan material no es lo único que necesitamos; tenemos necesidad de amor, de significado y de esperanza, de un fundamento seguro, de un terreno sólido que nos ayude a vivir con un sentido auténtico también en la crisis, las oscuridades, las dificultades y los problemas cotidianos. La fe nos dona precisamente esto: es un confiado entregarse a un «Tú», dice Benedicto XVI, que es Dios quien me da una certeza distinta, pero no menos sólida que la que me llega del cálculo exacto o de la ciencia. La fe no es un simple asentimiento intelectual del hombre a las verdades particulares sobre Dios; es un acto con el que me confío libremente aun Dios que es Padre y me ama; es adhesión a un «Tú» que me dona esperanza y confianza. Ciertamente, esta adhesión a Dios no carece de contenidos: con ella somos conscientes de que Dios mismo se ha mostrado a nosotros en Cristo; ha dado a ver su rostro y se ha hecho realmente cercano a cada uno de nosotros.

 

Posiblemente nuestro acto creyente no termina de encontrar la  perspectiva de la convivencia de todos los días, esta capacidad de re significación del ámbito del trabajo, de la familia, del mundo del deporte, del mundo de la ciencia, tan arraigado y tan encarnado y por eso tantas veces puede generar un cierto rechazo.

Cuando digo “me falta creer” me detengo y me pongo a pensar en la necesidad de adherir aún más a lo que Dios me propone y reflexiono revisando mi propia vida de cara a esta afirmación, encuentro que el que no está convencido en algunas cuestiones que tienen que ver con el camino de la vida de cara a Dios, es algún aspecto que no es sano respecto del amor de aquel que me ama y me dice una y otra vez me ha dicho: Yo he venido a dar la vida por vos. Tal vez porque no tomo en serio el valor de la vida que Dios ha venido a pagar por mí con el precio de la sangre de su propio hijo.

 

Cuando hago experiencia profunda del encuentro con ese Amor personal que viene a rescatarme de mi incredulidad, entonces todo se orienta en un sentido nuevo, adquiere matices nuevos y mi vida se hace firme. 

Solo se encuentra respuesta en un argumento de amor, ha dicho Benedicto XVI hablando de la centralidad del mensaje creyente al que Dios nos invita a adherir.

 

Es el encuentro con un “Tu” el que le da sentido a nuestra vida y como dicen los Obispos en Aparecida, haber encontrado este amor en Cristo Jesús, es lo mejor que nos ha pasado.

 

3.     El encuentro con un amor sin medida

 

Dios ha revelado que su amor hacia el hombre, hacia cada uno de nosotros, es sin medida: en la Cruz, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, nos muestra en el modo más luminoso hasta qué punto llega este amor, hasta el don de sí mismo, hasta el sacrificio total. Con el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, Dios desciende hasta el fondo de nuestra humanidad para volver a llevarla a Él, para elevarla a su alteza. La fe es creer en este amor de Dios que no decae frente a la maldad del hombre, frente al mal y la muerte, sino que es capaz de transformar toda forma de esclavitud, donando la posibilidad de la salvación. Tener fe, entonces, es encontrar a este «Tú», Dios, que me sostiene y me concede la promesa de un amor indestructible que no sólo aspira a la eternidad, sino que la dona; es confiarme a Dios con la actitud del niño, quien sabe bien que todas sus dificultades, todos sus problemas están asegurados en el «tú» de la madre.

 

Y esta posibilidad de salvación a través de la fe es un don que Dios ofrece a todos los hombres. Pienso que deberíamos meditar con mayor frecuencia —en nuestra vida cotidiana, caracterizada por problemas y situaciones a veces dramáticas— en el hecho de que creer cristianamente significa este abandonarme con confianza en el sentido profundo que me sostiene a mí y al mundo, ese sentido que nosotros no tenemos capacidad de darnos, sino sólo de recibir como don, y que es el fundamento sobre el que podemos vivir sin miedo. Y esta certeza liberadora y tranquilizadora de la fe debemos ser capaces de anunciarla con la palabra y mostrarla con nuestra vida de cristianos.

Pero preguntémonos: ¿de dónde obtiene el hombre esa apertura del corazón y de la mente para creer en el Dios que se ha hecho visible en Jesucristo muerto y resucitado, para acoger su salvación,  de forma que Él y su Evangelio sean la guía y la luz de la existencia? Respuesta: nosotros podemos creer en Dios porque Él se acerca a nosotros y nos toca, porque el Espíritu Santo, don del Resucitado, nos hace capaces de acoger al Dios viviente. Así pues la fe es ante todo un don sobrenatural, un don de Dios.

 

El concilio Vaticano II afirma:«Para dar esta respuesta de la fe, es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede “a todos gusto en aceptar y creer la verdad”» (Const. dogm. Dei Verbum, 5).

En la base de nuestro camino de fe está el bautismo, el sacramento que nos dona el Espíritu Santo,  convirtiéndonos en hijos de Dios en Cristo, y marca la entrada en la comunidad de fe, en la Iglesia: no se cree por uno mismo, sin el prevenir de la gracia del Espíritu; y no se cree solos, sino junto a los hermanos. Del bautismo en adelante cada creyente está llamado a revivir y hacer propia esta confesión de fe junto a los hermanos.

 

4.      Don de Dios respuesta del hombre

 

La fe es don de Dios, pero es también acto profundamente libre y humano. El Catecismo de la Iglesia católica lo dice con claridad:«Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre» (n. 154). Es más, las implica y exalta en una apuesta de vida que es como un éxodo, salir de uno mismo, de las propias seguridades, de los propios esquemas mentales, para confiarse a la acción de Dios que nos indica su camino para conseguir la verdadera libertad, nuestra identidad humana, la alegría verdadera del corazón, la paz con todos. Creer, dice Benedicto, es fiarse con toda libertad y con alegría del proyecto providencial de Dios sobre la historia que vela por nosotros.

 

 Así pues la fe es un asentimiento con el que nuestra mente y nuestro corazón dicen su «sí» a Dios, confesando que Jesús es el Señor. Y este «sí» transforma la vida, le abre el camino hacia una plenitud de significado, la hace nueva, rica de alegría y de esperanza fiable.

 

Voy a cerrar la catequesis con una frase que quiero compartir con todos ustedes y que dice así: “No hay santo que no tenga pasado ni pecador que no tenga futuro.

 

Me pareció muy buena, sobre todo cuando a veces descubriendo el camino de la santidad por donde Dios nos lleva, olvidamos de dónde venimos y nos subimos rápidamente al lugar de los que nos creemos justos, o cuando estando en una situación de debilidad o fragilidad nos parece que no hay futuro para nosotros 

 

Que Dios nos bendiga, nos acompañe con su gracia y que su amor nos ponga de cara a su infinita providencia siempre rica en misericordia.