05/06/2017 – Es el Espíritu Santo quien resucitó a Jesús, y es el mismo que quiere venir a sacarnos de nuestras muertes.
“Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes”. Juan 14,16-17
“Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes”.
Juan 14,16-17
Creer en el Espíritu Santo es adorarle como Dios, igual que al Padre y al Hijo. Quiere decir creer que el Espíritu Santo viene a nuestro corazón para que como hijos de Dios conozcamos a nuestro Padre del cielo. Movidos por el Espíritu Santo podemos cambiar la faz de la tierra. [683686]
Antes de su muerte Jesús había prometido a sus discípulos enviarles “otro Paráclito” (Jn 14,16), cuando ya no estuviera con ellos. Cuando después se derramó el Espíritu Santo sobre los discípulos de la Iglesia primitiva, entendieron lo que Jesús había querido decir. Experimentaron una seguridad profunda y la alegría de la fe y recibieron determinados carismas; es decir, podían profetizar, sanar y hacer milagros. Hasta hoy existen personas en la Iglesia que tienen estos dones y estas experiencias. 35-38,310-311
Así como la tierra seca anhela y espera la llegada de agua, nosotros también pedimos como la lluvia al Espíritu Santo.
Sin el Espíritu Santo no se puede comprender a Jesús. En su vida se mostró como nunca antes la presencia del Espíritu de Dios, que denominamos Espíritu Santo. [689-691, 702-731]
Fue el Espíritu Santo quien llamó a la vida humana a Jesús en el seno de la Virgen María (Mt 1,18), lo confirmó como el Hijo amado (Lc 4,16-19), lo guió (Mc 1,12) y lo vivificó hasta el final (Jn 19,30). En la Cruz Jesús exhaló el Espíritu. Después de su resurrección otorgó a sus discípulos el Espíritu Santo (Jn 20,20). Con ello el Espíritu pasó a la Iglesia: “Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo” (Jn 20,21).
El Espíritu Santo desciende sobre Jesús en forma de paloma. Los primeros cristianos experimentaron el Espíritu Santo como una unción sanadora, agua viva, viento impetuoso o fuego llameante. Jesucristo mismo habla de él como ayuda, consolador, maestro y espíritu de la verdad. En los sacramentos de la Iglesia se otorga el Espíritu mediante la imposición de las manos y la unción con óleo. [691693]
La paz que Dios estableció con los hombres después del diluvio se anunció a Noé por la aparición de una paloma. También la Antigüedad pagana conocía la paloma como símbolo del amor. De este modo los primeros cristianos comprendieron rápidamente por qué el Espíritu Santo, el amor de Dios hecho persona, descendió sobre Jesús en forma de paloma, cuando se hizo bautizar en el Jordán. Hoy en día la paloma es el signo de la paz conocido en todo el mundo y uno de los grandes símbolos de la reconciliación de los hombres con Dios (cf. Gén 8,10-11).
Ya en la antigua alianza Dios colmó a hombres y mujeres con el Espíritu Santo, de modo que alzaran su voz en favor de Dios, hablaran en su nombre y prepararan al pueblo para la llegada del Mesías. [683-688, 702-720]
En la antigua alianza Dios escogió hombres y mujeres que estuvieran dispuestos a dejarse convertir por él en consoladores, guías y amonestadores de su pueblo. Fue el Espíritu de Dios el que habló por boca de Isaías, Jeremías, Ezequiel y los demás profetas. Juan el Bautista, el último de estos profetas, no sólo predijo la llegada del Mesías. Se encontró con él y lo proclamó como el liberador del poder del pecado.
Nosotros también cuando nos reunimos en comunidad, clamando al Espíru Santo, también Él se revela con sus dones.
Así el Espíritu nos convierte en profetas, anunciadores de la buena noticia. El Espíritu Santo quiere seguir obrando en y a través de María. María estaba totalmente disponible y abierta a Dios (Lc 1,38). De este modo pudo convertirse, por la acción del Espíritu Santo, en “Madre de Dios”, y como Madre de Cristo también en Madre de los cristianos, y más aún, de todos los hombres. [721-726]
María posibilitó al Espíritu Santo el milagro de los milagros: la Encarnación de Dios. Ella dio su si a Dios: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Confortada por el Espíritu Santo estuvo con Jesús a las duras y a las maduras, hasta la Cruz. Allí Jesús nos la dio a todos nosotros como Madre (Jn 19,25-27). ?80-85,479
Cincuenta días después de su Resurrección envió Jesús desde el cielo el Espíritu Santo sobre sus discípulos. Dio comienzo entonces el tiempo de la Iglesia. [731-733]
El día de Pentecostés el Espíritu Santo hizo de los temerosos apóstoles testigos valientes de Cristo. En poquísimo tiempo se bautizaron miles de personas: era la hora del nacimiento de la Iglesia. Cada vez que nosotros con María nos reunimos en oración, el Señor nos renueva en el don bautismal para ser testigos del evangelio.
El prodigio de las lenguas de Pentecostés nos muestra que la Iglesia existe desde el comienzo para todos; es universal (término latino para el griego católica) y misionera. Se dirige a todos los hombres, supera barreras étnicas y lingüísticas y puede ser entendida por todos. Hasta hoy el Espíritu Santo es el elixir vital de la Iglesia.
El Espíritu Santo construye la Iglesia y la impulsa, le recuerda su misión. Llama a hombres a su servicio y les concede las gracias necesarias. Nos introduce cada vez más profundamente en la comunión con el Dios trino. [733741, 747]
Aunque la Iglesia, en su larga historia, en ocasiones haya dado la impresión de estar “dejada de la mano de Dios”, a pesar de todas las faltas y deficiencias humanas, siempre está actuando en ella el Espíritu Santo. Sus dos mil años de existencia y los numerosos santos de todas las épocas y culturas son ya la prueba visible de su presencia en ella. Es el Espíritu Santo quien mantiene a la Iglesia en su conjunto en la verdad y la introduce cada vez más profundamente en el conocimiento de. Dios. Es el Espíritu Santo quien actúa en los sacramentos. Y quien hace viva para nosotros la Sagrada Escritura. A las personas que se abren totalmente a él, les otorga también hoy sus gracias y dones (CARISMAS). 0203-206
El Espíritu Santo me abre a Dios; me enseña a orar y me ayuda a estar disponible para los demás. (738-741)
“El huésped silencioso de nuestra alma”, así llama san Agustín al Espíritu Santo. Quien quiera percibirlo debe hacer silencio. Con frecuencia este huésped habla bajito dentro de nosotros, por ejemplo en la voz de nuestra conciencia o mediante otros impulsos internos y externos. Ser “templo del Espíritu Santo” quiere decir estar en cuerpo y alma a disposición de este huésped, del Dios en nosotros. Nuestro cuerpo es por tanto, en cierto modo, el cuarto de estar de Dios. Cuanto más nos abramos al Espíritu Santo en nosotros, tanto más se convertirá en maestro de nuestra vida, tanto más nos concederá también hoy sus carismas para la edificación de la Iglesia. De este modo, en lugar de las obras de la carne, crecerán en nosotros los frutos del Espíritu. 0290-291,295-297,310-311
Padre Javier Soteras
Material elaborado en base al Catecismo de la Iglesia Católica
Podcast: Reproducir en una nueva ventana | Descargar | Incrustar
Suscríbete: RSS