Criar sin miedo

jueves, 14 de junio de 2012
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Confiar en la Providencia y en nosotros mismos frente al desafío de la paternidad, es uno de los lugares desde donde el psicólogo Miguel Espeche invitó a la audiencia a vivir la bendición de ser padres.
En diálogo con "Entre Nosotros", Espeche compartió reflexiones que ayudan a repensar la paternidad, entendida como "una bendicion que nos cambia la vida en terminos de que la enriquece y amplia".

Te invitamos a escuchar la entrevista en audio.

Miguel Espeche es Licenciado en Psicología, especialista en
Vínculos, Salud Mental Comunitaria y potenciación humana. Ejerce como
psicoterapeuta y realiza conferencias y talleres sobre diversos temas
para instituciones educativas, empresas o comunidades.
Desde el año 1997 es Coordinador General del Programa de Salud Mental
Barrial del Hospital Pirovano. Desde el año 1988 colabora con el Diario La
Nación y actualmente es columnista de la Revista Sophia. Además es
habitualmente consultado y ha escrito notas y columnas de opinión para
diversos medios de comunicación del país y del exterior.
En el presente Miguel también cuenta con sendas columnas en los noticieros
del mediodía de los canales 13 y TN noticias de la ciudad de Buenos Aires.
Escribió el libro "Penas de Amor, casos reales y actitudes frente al dolor
emocional" y, más recientemente, publicó el libro "Criar sin Miedo".

 

Transcripción de la entrevista:

VL: El libro “Criar sin miedo” está dirigido a los papás. Apunta a fortalecer la función paterna a partir de la confianza. Con su autor hablaremos ahora.

ME: el libro son una serie de reflexiones que uno va haciendo a medida que va caminando, y que quiero compartir no a manera de ‘maestro’ sino con la idea de fortalecernos entre nosotros, los padres, justamente a partir de compartir experiencias y sentimientos que tenemos a la hora de criar, como para dejar de lado un poquito el miedo que últimamente está pareciendo como que es el ‘eje rector’ de toda crianza. Pareciera que ser mejores padres es tener miedo, y no es así. Nosotros tenemos capacidades que vamos a ir descubriendo a lo largo del camino, y tenemos que confiar además en la Providencia

VL: ¿cuáles son las problemáticas más comunes en cuanto a la crianza de los hijos, y cómo descubrimos nuestros recursos ante estas problemáticas?

ME: Una de las mayores problemáticas que tiene la paternidad es que sea vista como problemática. Ahí ya empezamos a hacerle mala prensa. Esta es una distorsión que tenemos todos: miramos la situación desde el ángulo problemático en lugar de tener en cuenta que la paternidad es más que nada una bendición: es algo que nos ocurre, algo que nos atraviesa, algo que nos conmueve. Nos cambia la vida en términos de que la enriquece y la amplía. Por otro lado, nos libera de nuestra propia infancia, nos da la posibilidad de salir de nuestro circuito más infantil, adolescente. Es otro de los atributos que tiene la paternidad: medio ‘de prepo’ nos hace crecer, salir de nosotros mismos, porque si no terminamos presos de nuestro ego y no hay nada más aburrido que eso. Por supuesto, esto no quiere decir que la paternidad sea la única posibilidad de crecer. Hay también otras maneras. Pero sin duda la paternidad es una de las maneras más lindas. A medida que vamos creciendo junto con nuestros chicos, vamos conociéndonos. Uno no sabe todo lo que tiene. Cuando se dice que ‘un chico viene con un pan bajo el brazo’, el pan, el alimento que trae ese chico, lo que proviene desde que ha nacido, es por un lado el entusiasmo, la fuerza que se despliega en nosotros y que desconocíamos tener, y por otro lado lo que ilumina de nuestra personalidad. Vamos viendo qué somos, qué tenemos, todo aquello que nos habita: capacidades, falencias… Es como si una gran linterna iluminara una zona de nuestra alma y nos permite ordenarla, sacar lo que no sirve, optimizar lo que sirve. Nos hace ‘traspirar la camiseta’, pero jamás renunciaríamos a vivir esa experiencia una vez que estamos embarcados en ella

VLF: ¿qué recursos podríamos generar como papás, y cómo lo hacemos para mejorar la capacidad para educar a nuestros hijos?

ME: Hay que recordar que la paternidad es un arte, no una técnica. Como todo arte, tiene técnicas que la ayudan a su despliegue, pero lo ‘desangela’ al tema paterno-filial, esa experiencia sagrada de lo paterno, el hecho de verla como técnica. A veces se cree que comprando una técnica determinada y aplicándola, uno obtiene resultados óptimos, y la paternidad no es un proceso industrial. Los recursos que aparecen son recursos anímicos, es decir que provienen del alma de alguna manera, luego se convierten en recursos psicológicos nutridos por lo anímico, y luego pasan a la práctica propiamente dicha. Entonces, tenemos que ver todo ese circuito.

                Uno de los mayores recursos que tenemos es la posibilidad de apuntar a la felicidad personal. Cuando nosotros como padres nos entregamos a nuestros hijos, también estamos entregándonos a nosotros mismos y a potenciar aquello que genuinamente es inherente a la condición humana que es la procura de la felicidad. Y digo esto porque se ha vendido mucho el tema de que la paternidad es un hecho ‘sacrificial’, y en realidad la paternidad es un esfuerzo pero no un sacrificio en el sentido de que ‘yo sufro pero para que vos, hijo, estés bien’. Esta cuestión de que uno hace de todo por los hijos, hasta castigarse a sí mismo o renunciar a la propia posibilidad de gozar de la vida, le hace mucho daño a la paternidad, y además le pone a los chicos en el hombro una gran culpa de ser ellos los que ‘le arruinaron la vida a los padres’.

VLF: Después viene esto de que cuando queda ‘el nido vacío’ nos planteamos ‘ahora ¿qué hago con mi vida?’ ¿qué hago conmigo mismo?

ME: Claro. Y en muchos casos además, es un ‘devolveme lo que te dí’. Ese es un concepto bancario del amor. En realidad, el amor que nuestros padres nos han dado, que ha sido lo suficientemente bueno –no perfecto, porque no hay amor humano perfecto- como para que nosotros podamos hacer una vida, ese amor jamás puede ser devuelto a los padres en términos equivalentes. Por lo cual, afortunadamente ara la especie, no nos queda otra que ofrecérselo a nuestros hijos. Es decir: uno no queda en deuda con los padres sino con la generación que nos sigue. Con los padres, uno, lo que tiene que hacer, es honrarlos y agradecerles. Pero no estamos ‘endeudados’ con ellos. Porque cuando estamos endeudados con nuestros padres rompemos el circuito de la vida y lo truncamos, y quedamos más pendientes de saldar esa deuda que de generar vida y gratitud y gratuidad.

VLF: y se complica la vida de los hijos en todo sentido cuando uno le pone la mochila al hijo

ME: Por eso para mí es muy importante que los padres estén bien. Lo que es bueno para los padres, es bueno para los hijos, es decir hay una amistad entre el bienestar de nosotros como padres y el bienestar de nuestros hijos, y casi diría que ese bienestar de los hijos está supeditado a que nosotros tengamos la vida lo más ordenada posible y lo más plena posible. Esto quiere decir: no poner sobre los hombros de los chicos cuestiones que tienen que ver con los grandes. Ejemplo: Muchas veces los padres utilizan a los hijos como acompañamiento afectivo, porque no lo tienen con sus pares: por ejemplo matrimonios que no andan bien o personas que están sin pareja y piensan ‘¿para qué quiero marido o pareja si total ya estoy acompañado por mis hijos que me quieren?’ Es decir, el casillero que corresponde al rubro ‘pareja’ empieza a ser ocupado por chicos, que no están diseñados para eso. Esa es como una distorsión de la función paterna que a veces se dice que se hace en nombre del amor: me entrego todo a ti hijo mío tanto que ya no vivo y no necesito otra cosa. Y después se ven las consecuencias a este tipo de cuestiones. Por eso yo propongo muchísimo revisar cómo está la pareja y de la persona: hay que tener ese casillero disponible, o al menos vacante y no ocupado por los hijos, porque allí es cuando los hijos se comienzan a angustiar porque cargan sobre sus hombros el destino de sus padres. Ellos se creen que por ellos pasan muchas cosas cuando en realidad ellos no tienen nada que ver. Los chicos ven el rostro compungido de sus padres y tienden a pensar que es por causa de ellos.

                Por eso, a menudo en las charlas digo: ¡a ver, padres, esa cara de preocupados, de amargados, esa falta de sonrisas! ¿es porque los chicos nos están sacando canas verdes o porque tenemos que revisar cómo estamos amando, qué temas sin resolver tenemos? Pongamos la pelota en el campo que corresponde.

VLF: ¿cuáles son los miedos principales que aparecen a la hora de criar un hijo según tu experiencia o la que has tenido con otros papás?

ME: yo creo que en realidad el miedo es uno solo, que tiene mil caras. Hay quienes dicen que el miedo es el verdadero opuesto del amor, porque congela el alma, nos hace refractarios, nos hace escondernos de la vida, nos hace jugar a ‘no perder’ en lugar de jugar a ‘ganar’, ni siquiera a divertirnos. Y la verdad es que la paternidad es un hecho de amor, de confianza. Por eso entiendo que es importante tener en cuenta que EL MIEDO SE HA TRANSFORMADO PRÁCTICAMENTE EN UNA IDEOLOGÍA QUE TIENE MIL CARAS Y QUE TIENE POR FINALIDAD EVITAR QUE LO MALO PASE DISTRAYÉNDONOS DE LO MÁS IMPORTANTE QUE ES PROMOVER QUE LO BUENO PASE. Cuando uno promueve el bien, solito el mal se va yendo. En cambio cuando uno lucha contra el mal olvidándose de hacer el bien, se transforma en una especie de gendarme pero no promueve necesariamente la fe, la voluntad de vivir, el ‘oxígeno espiritual’ que tiene el crecimiento de cualquier chico.

VLF: Evitar que lo malo pase: ¿cuáles son –con algunos ejemplos- las formas de evasión?

ME: Ahí viene el larguísimo listado de temores que los padres tenemos. De que el chiquito no respire, de que se caiga, de que sea un chico que no se integre socialmente. Y también está el miedo a ser criticado por otros padres, o por los propios padres de uno (el más terrible de los miedos es el de ser criticado por la suegra). Obviamente, estamos bombardeados por una ideología del miedo que no solo involucra la crianza sino también la vida en general. Si prendemos el televisor en general lo que vemos son amenazas que nos rodean, y no es eso lo único que ocurre. Entonces, a la hora de criar chicos, nosotros nos dejamos llevar por la idea de que solo tenemos que tener miedo y que el miedo nos va a ofrecer recursos para que el chico crezca bien, y entonces nos vamos a estar equivocando, porque la paternidad es un hecho de confianza. Cuando los chicos miran para adelante, y ven el horizonte, y nos ven con miedo, los chicos sienten que el mundo es hostil, que el mundo no es un lugar de bienvenida. Porque nosotros somos la primer ventana al mundo (después se van a ir abriendo otras). Y por eso yo siempre hablo de la importancia del rostro de los padres. Al principio, los chicos no pueden ver directamente al mundo. Lo ven a través nuestro. Y hay como una ‘música de fondo’. Yo siempre digo que la comunicación humana tiene una dimensión de ‘letra’ pero también una de ‘música’. Nosotros podemos hablarles a los chicos de muchas cosas, pero el tono emocional desde el que estamos hablando, esa música de fondo, hace ver la escena de manera diferente.

VLF: es lo que pasa en los hogares donde los padres discuten delante de los hijos, donde el ambiente no es del todo cuidado, donde se habla de cualquier tema a cualquier hora en frente de ello.

ME: ese tipo de cuestiones marca ese orden para que los chicos puedan digerir la realidad y no que se les caiga encima.

Uno de los miedos de los padres es no estar a la altura de las circunstancias. Y ese miedo no es veraz, como la mayoría de los miedos. Uno teme cosas anticipatoriamente que en general no se cumplen. Del 100% de miedos que tenemos de que algo malo va a pasar, el 90% es inútil porque no va a ocurrir. Esto es significativo. Muchas veces nosotros como padres tememos no estar a la altura de las circunstancias, y tarde o temprano corroboramos que sí estamos a la altura de las circunstancias. El mejor modelo que tenemos es el que vamos construyendo nosotros nutridos por los modelos de nuestros propios padres, abuelos, seres queridos, otros padres. Pero vamos a ir construyendo nuestra propia versión de lo que es ser padres y eso va a estar lo suficientemente bueno para que los chicos crezcan.

 

VLF: en tu libro hablás en un momento del ‘coraje’ ¿cuándo aparece el coraje a la hora de criar un hijo?

 

ME:  El coraje no es necesariamente épico, pero algo de eso tiene cuando hace falta que haya épica. Y uno confía desde lo intangible. Hay un sustento en la fe: algo que no vemos, pero soñamos, intuimos y que luego va encarnando en la vida diaria. El coraje comienza cuando lo empezamos a soñar a nuestro hijo, porque ahí empezamos a ponerle alma a un proyecto que luego va a encarnar a ese primer hijo, al que creemos que le damos todo nuestro amor posible, lo que nos genera gran zozobra cuando viene el segundo. Porque creemos que dándole todo el amor al primer hijo no nos va a quedar nada para el segundo. Ese es el miedo que muchos padres tienen, uno que está dentro del 90% de los miedos que no se cumplen. Ahí nos vamos a dar cuenta de que el amor es infinito. Es como en la multiplicación de los panes y los peces: del corazón sale aquella canasta de la cual sacamos amor, y alcanza para todos

 

VLF: ese miedo también puede surgir en algunos padres a los cuales el hijo mayor les dice ‘ustedes están creyendo más a mi hermano que a mi’. Y eso es como que a la madre le clavan un puñal, porque es un miedo muy interno que tenía

 

ME: es cierto que los primogénitos –de los cuales yo soy uno- utilizan trucos para que los padres se subordinen a sus deseos a través de la culpa que le pueden insuflar. Y eso es porque les da resultado: cuando el chico se da cuenta de que algo le da resultado, persevera. Cuando ve que no resulta, el chico pasa a otra tecnología para asegurarse el afecto. Son pruebas que los chicos ponen en nosotros. No es que ellos crean eso realmente, pero es una hipótesis que quieren validar. Cuando nosotros se las corroboramos sintiéndonos culpables, pretenden ahondarla. Si tenemos muchos hijos y uno está enfermo es a ese al que damos más bolilla, y está muy bien que sea así, y los otros tendrán que esperar su turno sabiéndose queridos, porque lo son.     Ahora, la manera en que un padre le ofrece su amor al hijo es según la voluntad del padre, no del hijo. Si el hijo, por ejemplo, le pide al padre que le demuestre su amor comprándole algo, es responsabilidad del padre hacerle notar que el amor no pasa por ahí. El amor se está dando por fuera de la conciencia del chico: en términos de lo que le ofrecemos, en términos de la manera que lo sostenemos, de la capacidad que tenemos de levantarnos a la noche cuando son chiquitos, de cómo lo hemos soñado. En definitiva, de lo que estamos dispuestos a hacer por él, con él

 

Por otro lado, a veces nos volvemos materialistas a la hora de ver el amor y cuantificarlo. En realidad es una dimensión que va mas allá. Las afinidades personales –que las hay y está muy bien que las haya-, aquellos hijos que tengan más afinidades con sus padres serán beneficiarios. Pero veamos: por ejemplo, al hijo de un padre futbolero que no le gusta el fútbol, va a ser igualmente amado por el padre, pero no va a ir a la cancha con el papá. Y tanto el papá como el hijo tendrán que crecer para encontrar algún estilo de afinidad. Pero no se habla de ‘amor’ sino de ‘afinidad’, de facilitación de comunicación.

                Pero como tenemos una tendencia a la ‘culpa inútil’, estamos a la espera de ver cuál es nuestro pecado en lugar de desplegar más nuestras virtudes.

                En general los padres son jóvenes cuando tienen a sus primeros hijos, y es habitual que haya menos disponibilidad económica cuando uno es joven. Y tal vez lo que no tienen en cuanto a capacidad económica, lo tienen en esfuerzo, a confianza –sobre todo confianza en la Providencia-. En muchísimos casos, si vemos las historias, la providencia ha sido generosa aunque no siempre es exactamente como hubiéramos querido que fuera ha sido de forma lo suficientemente buena como para que los chicos crezcan.

                Después hay innumerable cantidad de conflictos, pero sobre esa base. Me interesa señalar la base de que los chicos van creciendo y nosotros junto con ellos. Y después sí abocarnos a las conflictivas que pueden ser por ejemplo el miedo que sentimos cuando los chicos crecen y logran autonomía, el miedo a que nos dejen de necesitar. Y nosotros no tenemos que necesitar a nuestros hijos, tenemos que amarlos. Porque al necesitarlos ya se desvirtúa la cuestión.

                Otros temores que hay es a que ellos no puedan. Muchas veces a medida que nuestros hijos van creciendo recordamos nuestra propia infancia y nuestros propios, dolores y nuestros propios tropiezos. Por eso los hijos son grandes sanadores. A veces nos han quedado en el alma heridas ligadas a nuestro pasado y ellos nos “obligan” a dejar de lado y a sanar, a perdonar y a liberarnos de ellas, porque tenemos que dejarles la pista libre y no intoxicarla con nuestro propio pasado. Y de paso, nosotros también dejamos de intoxicarnos con nuestro propio pasado, y vivimos el presente en forma plena y grata.

 

 

Florencia Barzola. ¿cuál es el rol del colegio en la crianza? ¿y la relación que tienen los padres con el colegio? ¿se espera mucho del colegio? ¿no se espera nada? Los maestros ¿son aliados o son enemigos? Qué pensás de esto?

 

ME: La escuela es una extensión de la función paterna, y como tal, puede tener distorsiones en su funcionamiento, pero es muy noble en su espíritu y hay que verla como tal. Y por eso la alianza con la escuela es muy importante, y la comunión de valores también es importante. A veces  no hay comunión de valores porque uno tiene que mandar los chicos a una escuela pública y por ahí no está muy de acuerdo. Lo importante es acercarse a la escuela, sobre todo cuando no hay ningún problema, porque uno va solamente cuando hay problemas. Y muchos chicos tienen problemas para que los padres le den bolilla: ya tienen ese truco: ‘cada vez que hago lío en la escuela mis padres me dan bolilla’. Ese es el problema de los hermanos ‘buenos’: no reciben tanta atención como los que se portan mal.

                Por eso yo recomiendo: todos los padres tienen que acercarse al colegio de sus hijos, no solo para saber si andan bien o mal, sino para saber cómo es ese andar: ‘es bueno en matemática, pero ¿Por qué se apasiona o porque tiene memoria?’, ‘¿se integra a sus compañeros?’ Las buenas maestras, primero, se van a sorprender de que los padres de chicos sin problemas se acerquen. Y no hay nada mejor que sorprender a la maestra, porque la maestra se estimula en su propio trabajo al sentir la energía de los padres (por todas estas cosas que ocurren ahora, que muchas veces los padres se acercan a protestar o a defender a su hijo ante un llamado de atención por parte del maestro). Cuando la maestra ve que el padre es su aliado y que no está pensando mal de ella a priori es maravilloso. Y si bien no siempre se puede llevar a cabo, es muy beneficioso que quien se acerque a preguntar cómo anda su hijo –no a abrir juicio- sea el papá. El chico se siente apuntalado emocionalmente y se prestigia la experiencia escolar. El chico se siente más reconocido, más singularizado, y esto es beneficioso para su despliegue escolar.

 

FB: Quiero ahondar en esta igualdad pero diferencia entre el adre y la madre. ¿cuáles la diferencia? ¿es que el padre representa autoridad y la madre el cariño?

 

ME: eso es diferente en cada matrimonio. El hecho de que la mujer esté totalmente involucrada en el ámbito laboral, el marido, no por ser un buen padre sino por ser un buen marido, la ayuda. Eso favorece al hijo, pero sobre todo a la mujer y la saca del rol de ‘objeto funcional’ y la torna compañera. El padre, obviamente, tiene otra forma de comunicarse con los hijos: habla más desde el hacer, significa la ley, la salida de la cuestión edípica, el papá es la ventana de ese amor, es el que dice ‘acá hay un mundo, hay algunas reglas que cumplir…’ A veces hay un problema de exclusión de la figura del padre en el circuito familiar. Yo no comparto esto.

                Hay una frase con la cual algunos querrán polemizar, y que es ‘Un buen padre no es lo que una madre dice que es ser un buen padre’. Los padres a veces somos monosilábicos, no somos muy charlatanes, no somos de hablar de lo que sentimos. Ha habido una gran presión para que dejemos de ser de esa manera, contraproducente en un sentido y beneficiosa en otro. Por un lado se ha forzado, se ha tratado de imponer algo que va en contra de la naturaleza de los hombres, lo que hace que esos hombres ahora, además de parcos sean culposos. Se ha sobrevalorado el tema de hablar con los hijos. Hay que hablar con los hijos, sí, pero no es necesario sentarse y decirle ‘hijo mío, ¿qué es lo que sentís?’ y entrar a la minucia, porque es artificial. Muchas veces un padre habla con sus actos, habla enseñándole a encarnar un anzuelo para pescar, enseñándole a armar un barrilete, arreglando la bici juntos… Todas estas cosas tienen un alto valor afectivo. El chico se siente útil, compañero. Cuando el padre lleva a su hija mujer a una fiesta, la mima, ella se siente bienvenida, honrada. Obviamente que hay situaciones distorsionadas. Pero habiendo amor, ese amor cobra distintas formas.

 

FB: ¿cómo abrirle la ventana al padre?

 

ME: una cosa : fortalecer el vínculo de la pareja. El padre entra a favor del hijo pero sobre todo para apropiarse de la madre. En esto la sexualidad es muy importante. Cuando las madres pasan demasiado tiempo diciendo ‘no querido, se va a despertar el nene…’ llega el momento que empieza a haber una tensión, y cuando la madre se reencuentra con su rol de mujer, las cosas van siguiendo su derrotero. Por supuesto no estamos hablando de la madre que acaba de dar a luz, en cuyo caso está muy bien que haya una unión con el hijo y que el marido esté ‘pintado’. Es natural por tanto que durante el primer tiempo para el hijo lo importante sea la madre, de quien depende sobre todo la alimentación física, afectiva. El padre entra cuando el chico ya es más independiente. El padre está ahí, esperando. Y el hecho de que esté esperando ya es una presencia. No todo el mundo tiene la familia tipo tradicional, pero siempre insisto en esto: que el casillero de pareja no lo ocupen los hijos. El rol de mamá no debe quedar obturando el de mujer. A través de esa ventana que es el padre, entra el aire que el hijo necesita. La mujer no debe olvidar la dimensión de buscar el afecto del hombre. Que no sea solo madre, porque en ese caso termina convirtiéndose en ‘antropófoga’: se come a los hijos. La pareja es importante, y si no hay una pareja, ni siquiera un anhelo de pareja, el hijo va a quedar como cautivo, como rehén de la madre.

 

Participan los oyentes

          Estoy separado. Mi hijo vive con su mamá y a pesar de la separación hemos conseguido una buena relación en la cual estoy presente todos los días, pero tengo miedo muchas veces: siento que le puse una mochila enorme por nuestro fracaso

ME: los matrimonios pueden fracasar, pero la paternidad tiene otro camino. Quédese tranquilo que no cargó ninguna mochila a su hijo

 

          Soy docente. En mi experiencia, los padres muchas veces no quieren acercarse al colegio porque la docente lo único que hace es decirles los aspectos negativos de sus hijos. Creo que el docente tiene que acostumbrarse a ver lo bueno en sus alumnos y potenciarlo delante de los padres

ME: somos criticones. Estamos en la cultura de la crítica y creemos que criticando vamos a hacer mejor las cosas y tenemos poco entrenamiento en percibir las virtudes. Lo mismo ocurre con el tema de los miedos

 

          El profesional asegura que el 90% de los miedos con respecto a los hijos no se cumple. No estoy de acuerdo con eso. Yo creo que los miedos se cumplen y a veces la realidad supera la ficción, porque uno pone muchas expectativas y después se da contra la realidad que es mas cruel de lo que uno se había imaginado. No es mi caso como madre pero….

ME: ud. misma lo dice: ‘no le pasó’, habla de lo que le pasó a otros. Es cierto que hay quienes sufrieron situaciones horribles, crímenes, enfermedades espantosas, etc. Lo notable es que muchísimas personas que han vivido ese tipo de situaciones nos han hecho entender muchísimo de la fe, por lo cual a la problemática surgen recursos. Cada vez que hay una problemática, tarde o temprano aparecen los recursos. Y cuando la problemática llega a puntos extremos, hay una fuerza para atravesar el dolor y el calvario. Muchísimas cosas de ese tenor nos pasan cuando hablamos de la experiencia ajena. Y en general el miedo, cuando se transforma en crónico, es por la experiencia ajena o por una experiencia que hemos vivido y no hemos sabido re-significar. Si nosotros tuvimos un accidente en bicicleta posiblemente transmitamos al chico el miedo a la bicicleta. Tenemos que aprender a no tener al miedo como guía –lo que no quiere decir no ser prudente-. Porque una cara de miedo, la cara más camuflada, es la temeridad. La temeridad es el miedo dado vuelta, es decir: cuando tenemos mucho miedo a la velocidad, andamos rápido para demostrarnos a nosotros mismos que somos valientes. Esto le pasa mucho a los adolescentes. Son temerarios. ¿Por qué? Porque están julepeados con la vida: ven venir que van a ser grandes, temen transformarse en adultos porque nos ven amargados, preocupados, y piensan que una vez que crecen se acaba el disfrute. Los chicos que salen de debajo de la pollera de las madres a verse en la sociedad, qué lugar ocupan entre los pares, a veces tienen estas conductas que se llaman abusivas: lo que en psicología se llama la ‘contra-fobia’: tienen temor pero hacen lo contrario para demostrarse que tienen coraje. Aunque eso es temeridad, no deja de ser miedo. La prudencia es una de las maneras de cuidar que tiene el amor. Esto no es lo mismo que andar muerto de miedo y haciendo siempre un listado de las cosas espantosas que le pueden pasar a los hijos.

Cuando el chico salga a bailar, podemos decirle ‘hijo, cuidate, confío, te doy un abrazo, pasala bien, pero bien de verdad, sin hacerte el canchero, porque no hace falta. Sos un buen chico. Ya está’. Otra cosa es taladrarle la cabeza al chico con la cantidad de cosas que le pueden pasar, con una ansiedad que demuestra la propia desconfianza que tenemos en nuestro proceso de crianza.

 

FB: pero también está bueno decirle todas esas cosas que pueden pasarle ¿o no?

 

ME: está ‘la letra’ y está ‘la música’ de cómo se lo decimos. Es obvio: ‘hijo, no metas los dedos en el enchufe’, ‘hay algo que se llama droga, hay algo que se llama velocidad. Hay irresponsables’… Los chicos ya lo saben, pero está bueno que se lo digamos, pero ¿cómo se lo decimos? Cuando nosotros hablamos con miedo de las cosas, demostramos que el poder lo tiene eso. cuando nosotros hablamos tranquilos, nosotros somos los que tenemos el poder. No estamos sojuzgados por esas situaciones de riesgo. Por tanto, podemos decir las cosas tranquilos, como una información, no como que el único recurso que tenemos es vivir aterrorizados al respecto. Cuando uno habla a un hijo aterrorizado sobre los peligros de la droga, el chico subliminalmente va tomando la idea del poder enorme que tiene la droga, y dice ‘no era tan poderoso, papá. Hay un poder superior’. Uno le puede describir, pero tranquilo, lo pernicioso de las drogas: por qué la gente se droga, porque tal vez no están tranquilos consigo mismos y entonces tienen que tomar suplementos para la felicidad. A veces porque los chicos se sienten con temor de encarar a las chicas y toman alcohol para ser más valientes…¡qué pena que lo hagan de esa manera!… Uno lo comenta, y ahí va entrando de otra manera en el espíritu de nuestros hijos. Los chicos lo toman con naturalidad, porque no son suicidas. Pero en la adolescencia lo que sucede es que van jugando con los límites porque es una forma de conocer esos límites. Pero una cosa es jugar con los límites y otra arrojarse a la transgresión. Esa transgresión es contra fóbica: es una manera de decir “estoy tan aterrorizado con esto que voy de lleno contra eso para ver qué pasa porque quiero sacarme este miedo de encima”. No estoy favoreciendo el ‘dejar hacer’, no hablo del abandonar al chico y soltarlo. Es cuidarlos, estar con ellos físicamente cuando corresponde, espiritualmente cuando corresponde, sin miedo, con amor y con confianza. Eso le da al chico un punto de referencia fuertísimo que lo ayuda a la hora de decidir si sube o no a la moto sin casco, si agarrar o no el porro

 

FB: es muy importante el saber que confían en uno, que tienen fe en uno. Es muy distinto como uno se para frente a la vida

 

ME: y es muy interesante esto de la confianza, porque uno de los anclajes de la confianza, es confiar en uno como padre. Los chicos muchas veces, cuando ven a los padres tan aterrorizados empiezan a pensar “entonces mi papá no confía en lo que él mismo me enseñó”. Es bueno hablar de confiar en uno como padre tanto para decir que sí como para decir que no. Si uno ve que su hijo no es capaz de algo, hay que decir no. Una vez mi hijo me pidió el auto una, dos, tres veces. Una cuarta vez yo sentía que no tenía que dárselo. Pero no confié en esa intuición extraña que yo tenía. No confié en mi mismo. Me dejé llevar por una especie de inercia. Se lo dí. Y chocó. Si bien no fue una catástrofe, es para tener en cuenta. Esa era una ocasión en la que había que decir que no. Cuando la intuición está limpia de miedo es percepción. No es imaginar escenarios espantosos porque sí, porque miré el noticiero.

 

FB: Gracias, Miguel, por el tiempo que nos dispensaste.