Cristo me amó y siempre me amará

martes, 21 de abril de 2009
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Después de haber dicho esto, Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón.  Había en ese lugar una huerta y allí entró con ellos. Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia.  Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas.  Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó:  "¿A quién buscan?".  Le respondieron:  "A Jesús, el Nazareno".  El les dijo:  "Soy yo".  Judas, el que lo entregaba, estaba con ellos.  Cuando Jesús les dijo:  "Soy yo", ellos retrocedieron y cayeron en tierra.  Les preguntó nuevamente:  "¿A quién buscan?".  Le dijeron:  "A Jesús, el Nazareno".  Jesús repitió:  "Ya les dije que soy yo.  Si es a mí a quien buscan, dejen que estos se vayan".  Así debía cumplirse la palabra que él había dicho:  "No he perdido a ninguno de los que me confiaste".  Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha.  El servidor se llamaba Malco.  Jesús dijo a Simón Pedro:  "Envaina tu espada.  ¿Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?".  El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron.  Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. Caifás era el que había aconsejado a los judíos: "Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo". Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro: "¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?". El le respondió: "No lo soy". Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. Jesús le respondió: "He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho". Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: "¿Así respondes al Sumo Sacerdote?". Jesús le respondió: "Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?". Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás. Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: "¿No eres tú también uno de sus discípulos?". El lo negó y dijo: "No lo soy". Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió: "¿Acaso no te vi con él en la huerta?". Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo. Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua. Pilato salió a donde estaban ellos y les preguntó: "¿Qué acusación traen contra este hombre?". Ellos respondieron: "Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado". Pilato les dijo: "Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la Ley que tienen". Los judíos le dijeron: "A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie". Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir. Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?". Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?". Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?". Jesús respondió: "Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí". Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?". Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz". Pilato le preguntó: "¿Qué es la verdad?". Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: "Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo. Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?". Ellos comenzaron a gritar, diciendo: "¡A él no, a Barrabás!". Barrabás era un bandido. Pilato mandó entonces azotar a Jesús. Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, y acercándose, le decían: "¡Salud, rey de los judíos!", y lo abofeteaban. Pilato volvió a salir y les dijo: "Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena". Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: "¡Aquí tienen al hombre!". Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo". Los judíos respondieron: "Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios". Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía. Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: "¿De dónde eres tú?". Pero Jesús no le respondió nada. Pilato le dijo: "¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?". Jesús le respondió: " Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave". Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: "Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César". Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado "el Empedrado", en hebreo, "Gábata". Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: "Aquí tienen a su rey". Ellos vociferaban: "¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "¿Voy a crucificar a su rey?". Los sumos sacerdotes respondieron: "No tenemos otro rey que el César". Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron. Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado "del Cráneo", en hebreo "Gólgota". Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. Pilato redactó una inscripción que decía: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos", y la hizo poner sobre la cruz. Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: "No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino: ‘Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos’. Pilato respondió: "Lo escrito, escrito está". Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí: "No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca". Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo". Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa. Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed. Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Después de beber el vinagre, dijo Jesús: "Todo se ha cumplido". E inclinando la cabeza, entregó su espíritu. Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos. Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los judíos- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos. En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado. Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Juan, 18, 1-40 19, 1

Cuando era niño, me sentía indignado por la gravedad de la injusticia y lo profundo de la acción del mal al aprender en la catequesis que lo habían matado a Jesús, siendo que era tan bueno. Necesité tiempo y muchos años de gracia, de recibir la luz y la fe, para entender que aquél Viernes Santo no eran ellos quienes habían matado a Jesús, sino que en este Viernes Santo era yo y muchos como yo quienes habíamos matado, ya en aquel tiempo, a Jesús.

Estamos viviendo el segundo día del triduo pascual, por lo cual damos gracias a Dios por la posibilidad de disponer el corazón para trabajar sobre nuestra conversión y poder descubrir el designio de Dios sobre nosotros. Deseando que nuestra transformación repercuta favorablemente en los hermanos. Unámonos en la oración para la conversión mutua.

El Viernes Santo no se trata simplemente de un recuerdo, sino una memoria que plenifica nuestro ser y le da sentido a nuestra vida. Vivimos de Cristo que me amó y me ama. Junto a Pablo podemos decir que Jesús siempre me amó y siempre me amará.

Hoy muchos comienzan la novena a Jesús de la Divina Misericordia, cuya fiesta es el segundo domingo de Pascua. La misericordia alcanza en la cruz toda su expresividad de un Dios que ama hasta el fin.

El Señor me va mostrando, para que yo pueda comprender, la Pascua del Señor, el Señor desde la cruz. La sensibilidad humana no puede sino escandalizarse de la cruz, de la humillación que padeció Cristo y que tiene que padecer cada ser humano. Algunos en estos días le pedirán a Jesús que se baje de la cruz para creer en Él. A mí me llegan profundamente las palabras del Evangelio: habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo, dando su vida en la cruz por amor a nosotros.

En el Jueves Santo conmemoramos la institución de la Eucaristía. ¡Qué locura de amor la del Señor con nosotros! Su amor ha vencido a la muerte. El Señor eligió la cruz y la muerte para ganar la vida para nosotros. Y nos hemos quedado contemplando y adorando este misterio.

En nuestras relaciones humanas, debemos actualizar el misterio de la Pascua, con amor y misericordia.

¡Qué manera de amar la de Jesús! Eligió el sometimiento, lo que nadie quiere en estos tiempos, Él lo eligió. Obedecer, otra mala palabra en nuestra era… El Señor hizo un camino impresionante, sometiéndose y obedeciendo. Lo veo clavado en la cruz, dándose todo. Y nosotros todavía no podemos comprender este lenguaje. No entendemos aún porqué tendríamos que renunciar a lo que nos gusta, porqué hacer sacrificios y entrega…

Jesús aceptó la humillación, lo que para nosotros es denigrante… Lo veo a Jesús con poco aire, colgado en la cruz, hablando poco, sólo lo que no puede ser callado, expresando su amor: hoy estarás conmigo en el Paraíso. También consolando a su madre y a las mujeres al pie de la cruz.

Hoy siento que mi fe está viva y vale la pena. Jesús me amó y se entregó por mí.

Tengo sed. Cuánta ansiedad del Señor porque el fuego que vino a traer a la tierra ya esté ardiendo!! Cuánto amor!!

Hoy le voy a prometer algo que puede resultar chocante: que en mi vida lo voy a volver a desconocer, porque no voy a poder serle fiel definitivamente. Ésta es mi pobreza, el hombre herido por el pecado. Y Dios nos ama, aún sabiendo que como Pedro y como Judas, lo vamos a traicionar tantas veces!! Es bueno reconocer mi pequeñez y mi pecado. Y por eso debemos enardecer nuestro celo por serle fiel. Sabemos que vamos a pecar, y sabemos que Él nos dará la gracia para seguir caminando. Hasta el último día de mi vida tendré que proclamarme pecador. La cruz de Cristo en el calvario es el testimonio de la fuerza del amor de Dios que prevalece sobre el poder del mal. En Cristo se hace justicia del pecado al precio de su obediencia hasta la muerte. Dios lo hizo pecado a favor nuestro.

Ser discípulo de Jesús es seguir esta experiencia en lo cotidiano de nuestra vida. Nosotros, que nos quejamos, que queremos caminar triunfalmente sin tener problemas. El Señor nos enseña a caminar de la mano de Dios. El mal no triunfa, porque el Señor en la cruz ha vencido a la muerte y al pecado.

¡Cuánta necesidad tenemos de mirar la cruz para descubrir el verdadero sentido de la vida! Contemplemos la cruz, en silencio. Y entonces podremos mirar las fuerzas que contiene la cruz. Las fuerzas que aparecen en el Evangelio de Juan como signos claros. Particularmente la fuerza del amor que fluye del corazón de Jesús. El amor que sale del corazón que es fiel. Acepta el desafío de obedecer a Dios. Aceptó la traición de su íntimos, de los apóstoles, hasta Juan que salió corriendo desnudo porque tenía miedo de que lo apresaran.

Es hermoso descubrir el sentido de la cruz: EL AMOR SIEMPRE VENCE.