Cristo, pan del consuelo

miércoles, 9 de enero de 2013
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Compartimos ahora la Buena Noticia, la Palabra de Dios dirigida a cada uno de nosotros en este Tiempo de Navidad, tiempo que estamos viviendo desde la Fiesta de la Epifanía el pasado domingo encaminándonos hacia la Fiesta del Bautismo del Señor para renovar nuestro propio Bautismo. Vamos a compartir la catequesis de este día compartiendo también este momento. A quienes están trabajando, a vos que estás en el trabajo, a los que a lo mejor están de descanso y también tienen un tiempo propicio para reflexionar, para ponerse en contacto con la naturaleza, con la familia, con uno mismo, a los que están viajando, los que están comenzando su trabajo diario, amas de casa, a quienes a lo mejor están en el lecho del dolor, la Buena Noticia que abraza tu realidad para hacernos descubrir que Dios viene a consolarnos.

Consigna: Y hoy la Palabra de Dios quiere pedirte algo, tus panes, tus peces, qué es lo que vos ofreces para que este Reino de Dios pueda crecer. Podemos tomarlo como consigna sobre la Palabra de Dios que hoy vamos a compartir. ¿Qué podés ofrecerle vos a Dios para que el Reino de Dios se pueda seguir construyendo?

Oración: “Aquí estamos en tu presencia Santo Espíritu, Señor nuestro. Míranos cautivos bajo el peso del pecado pero reunidos hoy en tu Nombre. Ven a nosotros, quédate con nosotros tú, que con Dios el Padre y su Hijo posees el nombre glorioso. No permitas que pongamos obstáculos a tu justicia tú que amas por encima de todo lo que es recto. Únenos eficazmente a ti por el único don de tu gracia. Que seamos uno en ti y que en nada nos apartemos de la verdad. Que reunidos en tu nombre y guiados por nuestro cariño hacia ti, nuestro juicio no se aparte del tuyo para que recibamos en el mundo futuro la recompensa a las acciones bien hechas. Por Cristo Nuestro Señor, Amén.

A nuestra Madre la Virgen la saludamos en este día: Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza. A ti, celestial princesa, Virgen Sagrada María, yo te ofrezco en este día alma, vida y corazón. Mírame con compasión, no me dejes Madre Mía morir sin tu santa bendición. Amén. Sagrada Familia de Nazaret, ruega por nosotros.

 

Evangelio: El evangelio de este día es tomado de San Marcos 6, 34-44 en este martes 8 de enero, Tiempo de Navidad, la Buena Noticia de Dios dice: “Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato. Como se había hecho tarde, sus discípulos se acercaron y le dijeron: "Este es un lugar desierto, y ya es muy tarde. Despide a la gente, para que vaya a las poblaciones cercanas a comprar algo para comer".
El respondió: "Denles de comer ustedes mismos". Ellos le dijeron: "Habría que comprar pan por valor de doscientos denarios para dar de comer a todos". Jesús preguntó: "¿Cuántos panes tienen ustedes? Vayan a ver". Después de averiguarlo, dijeron: "Cinco panes y dos pescados".
El les ordenó que hicieran sentar a todos en grupos, sobre la hierba verde, y la gente se sentó en grupos de cien y de cincuenta. Entonces él tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. También repartió los dos pescados entre la gente. Todos comieron hasta saciarse, y se recogieron doce canastas llenas de sobras de pan y de restos de pescado. Los que comieron eran cinco mil hombres.

Amigos y amigas qué hermoso texto la liturgia nos propone en este día dentro del Tiempo de Navidad para que podamos retomar lo que veníamos meditando ayer. A la luz de la Palabra de Dios dijimos que íbamos a tomar una de las constituciones apostólicas del Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, Luz de la Gente, que habla sobre la vida de la Iglesia y terminábamos diciendo “Todos los hombres están llamados a la unión con Cristo, Luz del mundo, de quién procedemos, por quién vivimos y hacia quién caminamos”. La Palabra de Dios nos presentó ayer a Cristo Luz. Hoy podríamos decir que esta Palabra nos presenta a Cristo Pan, el Pan del Consuelo. Si hay una expresión del misterio de la encarnación del Hijo de Dios es éste. Es Dios que viene a consolar a su Pueblo. Y ustedes se acuerdan en la vigilia de Navidad, en el día de Navidad, la Primer Lectura que se leía del profeta Isaías hablaba de esto, Dios que le dice al profeta: “Consuelen, consuelen a mi Pueblo dice el Señor, porque la sentencia que se había puesto sobre él ha sido levantada”. Consuelen a mi pueblo. Y la expresión decía, de este misterio de la encarnación del Hijo de Dios que se hace hombre es el Consuelo a su Pueblo. Hoy comienza la Palabra de Dios diciendo que el Señor vió a aquella multitud que estaba desconsolada como ovejas sin pastor. Se compadeció de ella porque eran como ovejas sin pastor, y una de las maneras en las que Cristo, nuestro Señor, expresa el consuelo a su Pueblo es entregándose como alimento y esta entrega de Cristo como alimento, Pan de Vida, también necesita hoy del consuelo de nuestra entrega. Jesús nace como tierna espiga en Belén. Sabemos que la palabra Belén significa Casa de Pan. La casa del pan. Y esto es lo rico del amor de Dios, el consuelo que el nos trae es el mismo que se entrega de una manera tan particular que es el pan que nosotros compartimos, porque el consuelo que Jesús viene a darnos es la vocación de ser comida de todos los hambrientos. Quienes lo seguimos somos saciados por él. El pueblo humilde tiene hambre de la Palabra de Dios, de la Verdad, de alguien que sea expresión de un amor verdadero y total. Este deseo, este anhelo de conocer a Dios hace que quienes lo seguimos lleguemos a extremos de olvidarnos del alimento corporal. No solo pasó esto en la época de Jesús, en el evangelio que acabamos de escuchar, una multitud lo seguía y se había olvidado que tenía que alimentarse. ¿No nos pasa también a nosotros cuando hay una aflicción, hay una realidad que interiormente nos preocupa, hay una situación que nos aflige? ¿No nos pasa que hasta se nos va el apetito por problema humano, por una situación difícil? ¡Cuánto más cuando tenemos este anhelo de Dios en nuestro interior podemos experimentar que lo material no nos llena tanto, que hay un ansia interior, el anhelo interior del hombre, el ser saciado por un consuelo que sólo Dios puede darnos! Es el deseo de conocerlo a Dios. Y Jesús hace el milagro porque eso que viene a compadecerse de nosotros, de vos, de mí, de la humanidad. Pero Jesús no realiza el milagro con panes sacados de la nada. Lo hace con panes de solidaridad. Si los discípulos se hubieran quedado con los cinco panes de una manera egoísta, es muy posible que no hubiera hecho el milagro Jesús. El multiplica el pan que se ofrece. Dios hace milagros con lo que nosotros le ofrecemos. Este es el misterio va a decirlo el papa cuando nos convoca al Año de la Fe: misterio grandísimo donde se une la omnipotencia de Dios pero también lo que el hombre puede ofrecerle para que Dios haga el milagro. No puede existir milagro si antes yo no le ofrezco algo a Dios. Jesús no multiplicó los panes de la nada. Necesitó aquellos pocos panes para hacer el milagro del gesto solidario. El hombre es un ser que tiene hambre y sed, un hombre que tiene un rostro concreto, que se llama Nicodemo, la Samaritana, María Magdalena, Zaqueo, Pedro, Andrés, vos, yo, nosotros necesitamos de alguien que nos sacie en esta necesidad, en esta realidad tan humana que es nuestra hambre y nuestra sed. Por eso Jesús viene de parte del padre como expresión de su amor infinito y se da a sí mismo en pan de amor y de amistad, hace de su cuerpo y pan regalado, y así crea una nueva comunidad. Cuando nosotros leemos este evangelio de hoy de San Marcos, capítulo 6, en el relato de la multiplicación de los panes, vemos muchos signos que podríamos detenernos en cada uno de ellos para reflexionar. Jesús que se compadece, Jesús que tienta a los discípulos que sean ellos los que hagan algo, Jesús que recibe el ofrecimiento de lo poco, Jesús que hace sentar a aquella multitud en grupos, necesidad de la comunidad para que nuestra fe sea transmisora de un don que se multiplica, Jesús que recibe lo poco que se le ofrece y que nos invita a gestos solidarios y al milagro del compartir. Jesús que hoy también se compadece de nuestra realidad humana, limitada, pecadora, mezquina, tranquila, a veces perezosa, es la realidad nuestra. Pero que a lo mejor en muchos ámbitos de nuestra vida está esperando que nosotros podamos decirle como le dijeron los apóstoles, aquí hay cinco panes y dos pescados. Pero él con eso realiza mucho más. ¿Qué te dice este milagro a vos? ¿Hasta donde estás dispuesto a partirte, multiplicarte y repartirte a favor de los demás?

Este es el ámbito también de la fe, el ámbito en el que la comunidad entra a tener un protagonismo en el consuelo que Dios viene a darle a su pueblo. Hoy pedimos ofertas, escuchamos ofertas, porque esta es la consigna que queremos compartir: ¿Cuáles son tus cinco panes ofrecidos para extender el reino de Dios? ¿Qué tenés para ofrecerle? Pensá un poco, nadie tiene tan poco que no pueda ofrecerle a Dios algo para que el reino de Dios se extienda en el mundo. ¿Qué ofrecés en este 2013 para que Dios haga su obra? Si recordás, ayer, los que compartíamos la catequesis, terminábamos con ese milagro de tantas obras que se están haciendo ahora, misiones, grupos de jóvenes, de adolescentes, de matrimonios, de consagrados que a lo largo y ancho de nuestra patria están misionando. Tu trabajo diario, tu esfuerzo, tu proyecto para este año 2013, ¿qué le ofrece a Dios para que él haga el milagro del consuelo y de extender su reino desde tu vida? ¿O estás esperando que Dios lo haga todo? En el reino de Dios no hay lugar para perezosos, necesitamos ofrecerle algo. Esta es la consigna que compartimos. Hoy es un día de ofertas. ¿Qué le ofreces a Dios para que él extienda su reino entre nosotros? ¿Cuáles son tus cinco panes y dos pescados para que Dios haga su obra? ¿Qué le estás ofreciendo? Dios va a hacer el milagro de la solidaridad.


 

El regalo de este canto, de esta canción que compartimos nos permite recibir el consuelo del amor de Dios que se ha hecho hombre precisamente para venir a consolar nuestra vida, y también consolar en realidades nuestras de todos los días. Eso que vos ofreces va a ser utilizado por el amor de Dios para que sea consuelo en tu familia, tu lugar de trabajo, entre tus amigos, en tu lugar de apostolado, Dios va a hacer un milagro pero necesita de la oferta tuya. ¿Qué le ofreces para que eso tocado por el amor de Dios sea consuelo entre los tuyos?

Y vamos a dar un pasito más, en el bloque anterior de la catequesis hablábamos de lo que el hombre puede ofrecer para que la omnipotencia de Dios transforme en milagro que consuele la vida del hombre de hoy, de nuestra sociedad y de nuestro mundo, y nosotros en este paso más que damos en la catequesis reconocemos otro pan que Cristo viene a darnos. Que es el pan de su Palabra y Pan de la Eucaristía. Este texto nos muestra que el pan de Jesús es para todos, no solo para algunos privilegiados, es pan abundante, pan que sobre. Así nos pre-anuncia la abundancia del cielo donde el egoísmo humano ya no puede interferir en los planes de Dios que creó bienes de sobra para alimentar a sus hijos amados. Es un anticipo, este evangelio, del pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía donde Jesús reparte un pan que no es para una clase social, para los poderosos, sino pan para todos, es la sobreabundancia de una mesa divina. Mirando a Jesús que reparte este alimento nosotros hacemos un acto de fe. El es el que viene a saciar nuestra vida necesitada, porque el se ha convertido en un pan para nosotros. Mirando nuestro corazón podemos advertir que corremos el peligro que esté lleno de ídolos, de tristezas, de proyectos humanos frustrados, lleno de cosas que hemos guardado dentro para intentar saciar nuestras necesidades más hondas pero que en el fondo nada de esto nos hace sentir verdaderamente satisfechos. Es el momento en el que podemos abrir el corazón para que él sea nuestro alimento, para que ninguna otra cosa sea capaz de quitarnos la alegría. Por eso, Jesús nos regala su consuelo en el Pan de la Palabra y el en el Pan de la Eucaristía. Estas dos realidades tan importantes para la vida de la Iglesia es motivo para que hoy nosotros también recibamos el consuelo de Cristo.

En primer lugar el Pan de la Palabra. Cuando el Concilio Vaticano II nos regaló el hermoso documento, constitución apostólica, que habla sobre la Palabra de Dios, la Dei Verbum, hace referencia a esto, hay que rescatar la Palabra de Dios y abrirla al Pueblo creyente. Veníamos de toda una época donde la Palabra de Dios estaba como prohibida, muchos se acordarán, solamente la Biblia estaba en algunos lugares, y era reservada para algunos porque desde el Concilio de Trento la Palabra de Dios ante la división de los luteranos que interpretaban libremente la Palabra de Dios, la Iglesia preservando este espíritu de unidad en la Palabra de Dios revelada había prohibido el uso de la Palabra de Dios. Pero el Concilio Vaticano II abrió la Palabra de Dios a la vida de la Iglesia, y aún ahora, cincuenta años después, debemos reconocer que no siempre nosotros como católicos aprovechamos el Pan de la Palabra. ¿Cuántas veces, demos un ejemplo práctico, en nuestra práctica, por ejemplo de la misa, es como que la mesa de la Palabra es secundaria? Nos damos el lujo de llegar tarde cuando a lo mejor las lecturas ya están comenzadas, y es un desprecio a la Palabra de Dios y al Pan de la Palabra de Dios, porque la mesa de la Palabra tiene que ser dignificada. Es también alimento del amor de Dios, es consuelo de Dios. Fruto de esto hemos remarcado muchísimo el Pan de la Eucaristía, que por cierto es una presencia real de Cristo, pero también es una presencia real del Señor la Palabra proclamada. Ambas mesas son dignas para el alimento de la fe y tiene que ser recibida como tal en la fe del Pueblo. Por eso, el Pan de la Palabra es consuelo de Dios para su Pueblo y tiene que ser recibida con un corazón que abrace lo que se proclama porque allí está el consuelo del amor de Dios que hoy satisface también nuestra hambre interior. San Agustín ya lo dice con una palabra y una enseñanza de maestro: Así como cuidas que ninguna partícula del Cuerpo de Cristo caiga fuera de tu mano o de tu boca, también tienes que tener el cuidado que ninguna partícula de la Palabra de Dios caiga fuera de tu corazón. Qué importante es darle el lugar a la Palabra de Dios como pan de alimento y de consuelo en la vida de la Iglesia. Y en nuestra vida todos los días. Por allí cuando existen realidades donde no se pueda acceder a la comunión eucarística por motivos determinados, no podemos dejar de proclamar que sí se puede acceder al alimento de la Palabra, que también llena el corazón del hombre, consuela el alma, satisface plenamente este ansia interior de búsqueda de Dios que ilumina, que orienta, que satisface. El encuentro con la Palabra de Dios es un alimento que Cristo hoy sigue partiendo y repartiendo entre los hombres. Y obviamente que este evangelio pre anuncia el Pan de la Eucaristía.

Pan de la Eucaristía donde Cristo se queda con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad como alimento de nuestra vida de creyentes, como alimento de nuestro estado de caminantes. Ambas mesas hacen a la fortaleza de la fe, y ambas mesas, de la Palabra y de la Eucaristía, son el consuelo que hoy Dios ofrece a su Pueblo. Y ambas mesas necesitan de la solidaridad del creyente. No sólo para prepararlas, para bien leer la Palabra de Dios, para bien recibir la Eucaristía, para bien disponer a la comunidad en la celebración digna, en la preparación que ponga todo nuestro corazón, nuestra atención, en la proclamación de las lecturas, en una preparación comunitaria de toda la Eucaristía, ahí están los gestos solidarios en los que nosotros seguimos repartiendo, y ofreciendo lo poco nuestro para que Dios haga el milagro de su consuelo cuando se proclama la Palabra y cuando se distribuya la Eucaristía, pero ambas mesas son necesarias para la vida del creyente. Sería desproporcionado estar optimizando una mesa en detrimento de la otra. Y eso tenemos que insistirlo, amigos, porque no solo como enseñanza del Concilio y como catequesis que el Magisterio de la Iglesia realiza, sino también para que nosotros en nuestra vida práctica, pongamos nuestra atención a esto. Particularmente he llamado la atención en alguna oportunidad cuando queremos comulgar pero no participamos en la mesa de la Palabra de Dios. Tenemos que tener cuidado en esto porque no podemos despreciar un alimento que el amor de Dios ha elegido para consolarnos y si reconocemos a Cristo que entrega su Cuerpo para nuestra salvación, debemos reconocerlo también en la Palabra que se proclama porque ahí también está el consuelo de Dios.

Esto es lo que hoy el evangelio de San Marcos nos ayuda a dar un paso más de crecimiento. El encuentro con Cristo en la Palabra, el encuentro con Cristo en la Eucaristía. Es una misma realidad que alimenta el corazón del hombre, que debemos sentarnos a escuchar para después recibir el alimento en el que el mismo Cristo viene a consolar nuestra vida. Y cuando no es posible la comunión eucarística, la comunión con la Palabra y la comunión espiritual satisfacen también y consuelan nuestra alma. Ese es el regalo del amor de Dios y lo recibimos como expresión de su presencia como el evangelio de hoy nos dijo que se compadeció de aquella multitud porque eran como ovejas sin pastor. Nosotros, si bien podemos experimentar el desconsuelo interior por realidades que vivimos, no estamos sin pastor, no tenemos ausencia de pastor, el mismo Cristo se ha encargado de quedarse en la Palabra y en la Eucaristía para consolar a su Pueblo. No descuidemos esto porque a veces potenciando nuestras necesidades interiores, nuestras heridas, o nuestros sufrimientos, pareciéramos que hoy nosotros no tenemos pastor. Ojo. Tenemos el Buen Pastor, que nos ha dejado la Palabra y la Eucaristía, y en la plenitud de esto está el consuelo que él da a su Pueblo.

¿Qué ofreces vos? ¿Cuáles son tus cinco panes y dos pescados ofrecidos para extender el Reino de Dios en este año? ¿Qué ofreces en este 2013 para que Dios haga su obra, su milagro, para que con lo que vos ofreces el haga de consuelo al Pueblo que a veces se siente sin pastor? A ese pueblo que puede ser tu familia, la realidad a lo mejor de tu matrimonio, de nuestra vida consagrada, tu noviazgo, tu estudio, tu trabajo, tus amistades, el ambiente de apostolado, ¿qué ofreces para que lo que vos estás ofreciendo sea un consuelo de Dios para su pueblo y para la comunidad? Esta es la oferta. Hoy Dios escucha ofertas, tu oferta, el hace el resto del milagro.

Hoy es día de ofertas, acordémonos que estamos haciendo esta lectio de la Palabra de Dios de este día y Dios quiere escuchar la oferta que vos le haces. Y esa es la consigna que nos hemos propuesto.

En el bloque anterior meditábamos sobre la mesa de la Palabra y la mesa de la Eucaristía. Ambas importantes y necesarias para nuestra fe. Ambas en igualdad de condición y de realidad. La Palabra y la Eucaristía. No nos olvidemos de esto. Y ahora vamos a mirar el documento que estamos leyendo esta semana, el documento conciliar Lumen Gentium, uno de los motivos del Año de la fe es la celebración de los cincuenta años del Concilio Vaticano II y decíamos ayer, vamos a tomar en esta semana los párrafos de este documento sobre la Iglesia. Miren que lindo en el número cuatro el documento Lumen Gentium nos dice: “Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra, fue enviado el Espíritu Santo en el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente al Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu. El es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna por quién el Padre vivifica a los hombres muertos por el pecado hasta que resuciten sus cuerpos mortales en Cristo. El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo, y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos, guía la Iglesia toda la verdad, la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos, con la fuerza del evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su esposo. En efecto, el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús, ven, y así toda la Iglesia parece como un Pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

Qué hermoso párrafo de la Constitución Apostólica Lumen Gentium, allí el don del Padre es el Espíritu Santo, santificador de la Iglesia, que tiene el Espíritu esta misión, que la realiza hoy también en vos, en mí, en cada uno de nosotros que formamos parte de esta Iglesia del tercer milenio, en este año 2013, es el Espíritu que Santifica, que vivifica, que habita en la Iglesia, que la guía, que provee y gobierna con diversos dones, carismas, que la embellece con sus frutos, que la rejuvenece, la renueva, la conduce. Es la expresión del consuelo de Dios en este momento de la vida de la Iglesia, y es el modo en el que el Reino de Dios a través de la acción del Espíritu sigue consolando, sigue guiando a este pueblo que a veces pareciera como ovejas sin pastor pero que Dios no deja de guiar, Dios no le pierde pisada a la humanidad. Dios no se borra de la historia de la humanidad, interviene misteriosamente pero interviene. Y es su Espíritu el que santifica, vivifica, provee, conduce, rejuvenece, hace fecunda la vida de la Iglesia, pero siempre necesita el aporte de sus hijos, el ofrecimiento de los cinco panes y de los dos pescados.

Y sigue diciendo la Constitución Apostólica Lumen Gentium: “El misterio de la Iglesia se manifiesta en su fundación pues nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia predicando la Buena Nueva, es decir, la llegada del Reino de Dios prometido desde siglos en la escritura porque el tiempo está cumplido y se acercó al Reino de Dios. Ahora bien, este Reino brilla ante los hombres en la Palabra, en las obras, y en la presencia de Cristo. La Palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo, quienes la oyen con fidelidad y se agregan a la pequeña grey de Cristo, esos recibieron el Reino. La semilla va después germinando poco a poco y crece hasta el tiempo de la ciega. Los milagros de Jesús a su vez confirman que el Reino ya llegó a la tierra, si expulsó los demonios por el dedo de Dios sin duda que el Reino de Dios ha llegado a ustedes. Pero por sobretodo el Reino se manifiesta en la persona misma de Cristo hijo de Dios e hijo del hombre, quien vino a servir y a dar su vida para la redención de muchos. Más como Jesús después de haber padecido muerte de cruz por los hombres resucitó se presentó por ello constituido en Señor, Cristo y sacerdote para siempre y derramó sobre sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre, por esto la Iglesia enriquecida con los dones de su fundador y observando fielmente sus preceptos de caridad, humildad y abnegación, recibe la misión de anunciar al Reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los Pueblos y constituye en la tierra el germen y el principio de ese Reino, y mientras ella paulatinamente va creciendo anhela simultáneamente al Reino consumado y con todas sus fuerzas espera y ansía unirse con su Rey en la Gloria”. Qué lindo párrafo esto porque nos permite ver la misión de la Iglesia que fundada por Cristo también tiene que aportar de lo suyo para que Cristo haga su obra. Por más que Cristo sea el fundador de la Iglesia, la Iglesia como institución, como comunidad de los bautizados no está de brazos cruzados pensando que todo lo tiene que hacer el Espíritu y todo lo tiene que hacer Cristo su divino fundador. La Iglesia tiene que ofrecer de lo suyo y cuando es mezquina en ofrecer el Reino de Dios se detiene y cuando es generosa en su aporte, en ser conciente de los carismas y ministerios que el Espíritu Sopla y los pone al servicio de la humanidad, el Reino de Dios avanza. Cuando nosotros los hombres somos quedados por nuestra vagancia, por nuestra inoperancia, por nuestro aburguesamiento, por nuestra quietud, el Reino de Dios se detiene porque el milagro Dios lo hace con lo que nosotros le ofrecemos, y cuando nosotros somos generosos en el ofrecimiento, no solo de lo material, por cierto que es necesario que seamos generosos en lo material, también en nuestros carismas, en nuestro ministerio, en nuestro servicio, en nuestro aporte, en aquello que son los dos pescados y los cinco panes, el Reino de Dios avanza y lo hace, decía el término de la constitución Lumen Gentium, va germinando poco a poco y crece hasta el tiempo de la siega. Qué hermosa expresión esta, es un modo también de entender que la Palabra de Dios y la Eucaristía, Pan de Cristo que alimenta nuestra fe, se hace fecundo cuando nosotros somos generosos en lo que aportamos, en lo que ofrecemos. Acordate, es tiempo de oferta, hoy es el día en el que Dios escucha tu ofrecimiento, tu oferta. ¿Cuáles son tus cinco panes ofrecidos para extender el Reino de Dios? ¿Qué ofreces en este 2013 para que Dios haga su obra? En otras palabras a lo mejor nos quejamos, esto tiene que cambiar, a esto no lo aguanto más en mi vida, tengo que cambiar, tiene que cambiar esto. ¿Qué le estás ofreciendo a Dios para que cambie? No esperes que todo lo haga Dios, no esperes que Jesús sea el solucionador mágico de tus problemas, hace falta tú oferta para que Dios haga el milagro del consuelo.

La omnipotencia de Dios en la fe es este intercambio, la omnipotencia de Dios necesita del aporte nuestro para hacer la obra del milagro. La omnipotencia necesita de nuestro sí generoso, de nuestro sí disponible para que se haga el resto de la obra de Dios entre los hombre y esa es la clave que estamos viendo o asumiendo en la Palabra de Dios de este día. Jesús hace el milagro de la multiplicación para consolar a su pueblo desde la oferta de aquellos cinco panes y dos pescados. Y leyendo el documento, en el bloque anterior leíamos dos párrafos, los números cuatro y cinco del documento conciliar Lumen Gentium, veíamos esta otra expresión del amor maravilloso de Dios. La Iglesia es fundada por Cristo no para que sea una comunidad de vagos y tranquilos, no para que sea una comunidad de mantenidos porque solamente creyendo Dios hace el resto, no, no, no, la Iglesia es una comunidad que tiene que ser fiel al Espíritu Santo y el Espíritu obra y la vivifica, la rejuvenece, la hace instrumento de salvación cuando la Iglesia ofrece los carismas y ministerios al servicio de la voluntad de Dios. Y eso pasa también con cada uno de nosotros, si no ofreces nada, si no ofreces algo, perdón, si no ofreces algo es muy difícil que puedas ver un milagro de Dios. Sin nosotros nos quejamos solamente de nuestra realidad y antes no estamos ofreciendo algo, nos vamos a quedar en la queja. Pasa en todos lados, también en el ámbito de la fe, por eso Cristo, decíamos, es el alimento del pan de la Palabra y el alimento del Pan de la Eucaristía para que lo recibamos, para que lo celebremos y para que allí tengamos la fuerza de ofrecer lo que somos para que él haga el resto. Por eso decíamos en la consigna de hoy es un día de ofertas, es un día en donde se nos pregunta: ¿En este 2013 qué ofreces para que Dios haga su obra, para que ese consuelo que a lo mejor tu vida, tu familia, tu matrimonio, tu noviazgo, tus amigos, tu lugar de trabajo, tu ámbito de apostolado necesita? Cuando vos ofreces Dios hace el resto del milagro.

Nos disponemos a terminar la catequesis con la bendición del amor de Dios y pidiendo para todos los que están trabajando, misionando, los que están en este momento en algún momento de dolor o también los que están en búsqueda, la Palabra de Dios quiere ser este consuelo. Acordate como comenzaba este evangelio de hoy: Viendo aquella multitud Jesús los vió como a ovejas que no tienen pastor y vino a consolarnos. Hoy Jesús tiene preparado un consuelo para vos, por eso le decimos: Gracias Jesús por tu mirada que no discrimina, que no niega a nadie los auxilios del amor y la gracia. Gracias por tu mirada que se compadece de las miserias humanas, pero que ha querido socorrer esas miserias a través de nosotros y de lo que nosotros ofrecemos. Libera del egoísmo a los que se resisten a la misión de compartir que tú nos das a todos para que a nadie falte el pan de cada día y especialmente para que en la Iglesia nunca falte el pan de tu Palabra y el pan de tu Eucaristía. Que le Señor te bendiga y te proteja, haga brillar su rostro sobre vos y te muestre su gracia, que el vaya adelante tuyo para iluminarte y detrás de ti para protegerte, que te colme con su paz. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Padre Daniel Cavallo

Diócesis de San Francisco

Provincia de Córdoba