Cuaderno de la sencillez

miércoles, 2 de febrero de 2022
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02/02/2022 – “Cada vez que le entregábamos ejemplares de las repetidas ediciones de sus libros hacía el mismo comentario: «¿Cómo es posible que unos sencillos artículos tengan tal impacto en la gente?». Pero su humildad asombrada tenía que rendirse ante la evidencia.” expresó Feliciano Villa Rivera al presentar “Razones desde la otra orilla”, el último libro de la serie de Razones de José Luis Martín Descalzo.

Este volumen tiene la particularidad de haberse impreso poco tiempo después de la muerte de su autor y es el que nos convocó esta semana en “Descalzos ante la Hoguera”.

En torno al escrito “Cuaderno de la sencillez”, el equipo conductor nos invitó a reflexionar, en diálogo con los oyentes y luego, para seguir ahondando, se leyó un fragmento de El Principito. Llegando al final del programa, recibimos la visita del dibujante mendocino Pablo Grando, quien tiene a Martín Descalzo como referente.

El artista graficó al escritor en más de una ocasión, e incluso tiene en su haber la ilustración del texto que fue el eje del programa y que aquí transcribimos:

CUADERNO DE LA SENCILLEZ (Razones desde la Otra Orilla)

“Cuanto más avanzo por la vida, tanto más me convenzo de que las cosas de este mundo son tanto más buenas cuanto más sencillas, que es la complicación lo que las envenena, que nos pierde la obsesión por aparentar que somos importantes y retorcemos todo, creyendo que con ello destacamos y salimos de la mediocridad. Es todo lo contrario: lo mediocre son los perifollos, lo estéril es lo enrevesado, las personas son tanto menos felices cuanto más ponen la felicidad en cosas difíciles. En cambio, lo sencillo, el ver las cosas como son, el disfrutar de lo pequeño, el preferir ser amable a ser ilustre, el querer a la gente sin preguntarse mucho si se lo merecen o no, todo eso es lo que va llenando los rincones de nuestra alma de verdadera alegría.

Esto lo mido yo a diario a través de la gente que me escribe: la mayoría es gente simple, me cuentan sus cosas sin darse importancia, como si charlasen con un hermano. Esta gente, además, habla bien de todos cuantos les rodean: están orgullosos de sus padres; aprecian o, por lo menos, disculpan a sus educadores; me cuentan que, a pesar de sus problemas, están seguros de que la vida va a ir mejor o que, al menos, ellos están dispuestos a sacarle el máximo jugo. Y me dicen todo esto sencillamente, sin tratar de convertir sus cartas en monumentos literarios.

No todos son así, claro: nunca faltan los retorcidos, los que, además de tener complejos, los cultivan cuidadosamente para que no dejen de crecer. Y hablan mal de todo el mundo, claro: parece que los pobres vinieron a caer en un nido de víboras. ¿Y el futuro? Lo ven negrísimo. Si no hay dificultades, las inventan. Las que hay las multiplican. En fin: que si no sufren, no son felices.

Y todo esto suele multiplicarse en lo religioso: ¡Ay que ver lo difícil y lo complicado que lo vuelven algunos! Su Dios parecen haberlo sacado de alguna civilización azteca, porque parece estar siempre hambriento de sangre y sacrificio. Piensan que amarle es escalar una montaña de sacrificios diarios y se sienten en la obligación de acumular cada día toneladas de oraciones, porque si no nunca le tendrán contento. Y aun así, viven en el miedo. No se les ocurre, ni por equivocación, pensar en el cielo y, en cambio, todos los días ponen unas cuantas cucharadas de infierno en su vida cotidiana.

Y, claro, la religión no es toda vida y dulzura. También hay «noches oscuras», pero los santos sabían muy bien que, al hablar de las «noches oscuras», estaban queriendo decir que también hay muchos días clarísimos y que la mayoría de las noches son claras también.

Dios no puede ser un jeroglífico. Un buen amigo siempre es fácil de entender y no necesita que le dediquemos todos los días una tabla de gimnasia moral para demostrarle que le amamos.

Para los seres complicados lo difícil es, sobre todo, orar. Creen que hay que ser listísimo para rezar bien y que Dios espera de nosotros una madeja de complicaciones cada vez que hablamos con Él.

A todos éstos me gustaría a mí contarles aquella vieja historia que una vez leí en un libro de cuentos hasídicos judíos: Érase que se era un pobre campesino, tan bueno como inculto, que tenía que hacer grandes esfuerzos para orar. Iba, por ello, siempre cargado con su libro de oraciones que, luego, a la caída de la tarde, leía poco más que deletreándolo. Y sucedió que un día, durante un viaje, descubrió, al llegar la noche, que se había olvidado su libro de oraciones. ¿Qué hacer? ¿Cómo acostarse sin hacer sus oraciones? Trató de hacer un gran esfuerzo para ver si conseguía recordar alguna de memoria, pero imposible, no sabía ni dos palabras seguidas.

Y entonces, como era un creyente bueno y sencillo, se volvió hacia Dios y le dijo: «Señor, Tú ya sabes que soy muy distraído y que me he dejado en casa mi libro de oraciones. También sabes que soy un burro que no se sabe de memoria ni una sola. Pero, verás, voy a hacer una cosa: voy a recitar cinco veces y muy despacio todo el alfabeto, y entonces Tú coges las letras, las juntas como deba ser y con ellas formas la oración que a Ti te guste más».

Podéis estar seguros de que a Dios aquel alfabeto le gustó muchísimo. Más que todas las plegarias que jamás hayan construido todos los retóricos juntos.

Esta sencillez, ya lo sé, es algo muy difícil de conseguir. Y todos los escritores saben que escribir sencillamente no es un punto de partida, sino un punto de llegada, porque realmente ni se escribe, ni se ama, ni se trabaja bien más que cuando todo eso se hace con las transparencias del agua clara. A los hombres lo normal no es que nos falten cosas, (sabiduría, habilidad, prudencia, etc.), sino que nos sobran orgullo, ganas de aparentar, afanes por darnos importancia.

Jesús lo dijo sin darle muchas vueltas: «Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos». Si no sois sencillos y no tenéis el corazón abierto, ni seréis felices ni serviréis para nada y Dios os mirará un poco desconcertado, como quien tiene que adivinar un jeroglífico”.