Cuando al extraño lo hago mi hermano la noche se hace día

viernes, 31 de julio de 2009
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El primer día del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba.  Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:  "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto".  María se había quedado junto al sepulcro llorando.  Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies.  Ellos le preguntan:  «Mujer, ¿por qué lloras?».  Ella les respondió:  «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto».  Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.  Le dice Jesús:  «Mujer, ¿por qué lloras?.  ¿A quién buscas?».  Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice:  «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré».  Jesús le dice:  «María».  Ella se vuelve y le dice en hebreo:  «Rabbuní» – que quiere decir: «Maestro».  Jesús le dice:  «No me toques, que todavía no he subido al Padre.  Pero vete donde mis hermanos y diles:  “Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios”».  Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.

Juan 20, 1-2; 11-18

El primer punto de nuestro encuentro es una pregunta ¿cuando acaba la noche?

El primer día de la semana por la mañana temprano todavía estaba oscuro. Estaba en tinieblas. Allí iba María Magdalena a ese lugar oscuro de encuentro con el dolor profundo de la muerte del Maestro donde se encuentra que el escenario es otro al supuesto, al imaginado.

La piedra está corrida. Ella va al encuentro de la muerte y se encuentra con el vacío que expresa la más honda de todas las muertes, la del sin sentido Ni la muerte misma viene como a permitir a encontrar la respuesta a aquella desazón interior que habita en su corazón. Po