Cuando las consecuencias no son suficientes

viernes, 27 de agosto de 2010
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CUANDO LAS CONSECUENCIAS NO SON SUFICIENTES Mar 24-08

           

            Educar y formar personas implica hoy un desafío muy complejo. Carecemos de recetas porque no hay ‘una fórmula’ invariablemente exitosa (el que lo expone de esa manera no está diciendo la verdad). La complejidad de las situaciones exige e implica un arte y una búsqueda permanente y un estar con las antenas muy abiertas para ir variando si es necesario, flexibilizarse o no, a las distintos desafíos que nos presenta la formación de personas.

            Pero hay que levantar ese terrible aplazo que nos habla de una ‘generación perdida’. La generación que ‘dicen’ está perdida, es la que va a regir los destinos de la humanidad en los próximos 20 0 30 años. ¿en manos de quién vamos a dejar la civilización humana si no acceden al trabajo ni a la educación, y se están rigiendo por determinados patrones de comportamiento que creo deben ser revisados. Hoy vamos a intentar al menos algunas cuestiones.

Cuando hablo de responsabilidad hoy, no quiero ni acusar a nadie, ni cargar más pesos sobre las espaldas ya bastante dobladas de padres, adultos y educadores, pero sí recordar y distribuir responsabilidades que me parece que en este momento no están siendo abordadas por nadie.

Aunque esté en el ámbito mío como madre o como educadora o como funcionaria pública o como ciudadana argentina adulta, probablemente yo no tenga los recursos ni la claridad o los elementos psicológicos, morales, espirituales o lo que fuera para dar esa respuesta, pero inicialmente es responsabilidad mía.

 

El peor robo de la historia ocurrió un viernes por la noche, los ladrones lograron desactivar las alarmas, ingresaron a la sala de computación y se fueron unas horas mas tarde. Cuando llegó la policía al lugar, se dieron cuenta de que el peor robo de la historia había ocurrido sin que se llevaran ninguna clase de objetos. Se la rebuscaron para ingresar a la base de datos de la computadora y cambiaron todos los precios de los objetos de un museo de arte. Por ejemplo, una escultura de un artista anónimo valuada en 50 millones de dólares ahora valía 5 centavos. Se considera el mayor robo de la historia en cuanto a pérdida económica.¿Cómo puede imaginarse la pérdida? Cambiando el verdadero valor de las cosas. Cambiando el precio de las cosas

 

Si nosotros cambiamos el precio, el valor, el costo de las cosas, el resultado puede –o no- ser devastador. Me parece que una, tan solo una de las variables que en este momento están trayendo serios problemas en las personas en formación, jóvenes y niños, es que la sociedad y la cultura le han cambiado el costo, el precio, y el valor de las cosas. Son tres cosas distintas: costo, precio y valor. Lo que antes valían 5, 6 o 10 años de estudio, hoy parece que se adquiere en u curso acelerado de, con la herencia de los abuelos, o con la plata que me dan papá y mamá, o vagabundeando o chateando por Internet.

Entre la causa y la consecuencia, algo se ha quebrado. Hoy los jóvenes no pueden ligar determinadas causas con determinadas consecuencias. Hasta en lo más básico. Ejemplo: Tengo una prueba mañana. Tengo que estudiar. Pero me pongo a mirar tele. Voy a estudiar 10 minutos antes del recreo de la prueba. No hay relación entre la consecuencia que seguramente va a venir: el aplazo, y la causa: no estudié. Hay un pensamiento mágico, fantasioso de que las cosas valen menos, cuestan menos sacrificio, se adquieren en menor tiempo, y la inmediatez nos está jugando una terrible y mala pasada. Y el problema es que esto, lejos de ser usado por los padres para enseñar a los hijos la relación que hay entre la causa ‘no estudio’ y la consecuencia ‘aplazo’, van a la escuela y se quejan, y de esta manera ratifican que las consecuencias de las conductas se pueden modificar por capricho, por antojo, por fantasía, por presión o por violencia. Y entonces tenemos una cantidad de mentes en formación que confirman más profundamente todavía lo que ya tienen fantasiosamente instalado en la cabeza, esto es, : no hay consecuencias de las decisiones que se toman, de las actitudes que se adoptan y de las conductas que se sostienen. Y esto es grave. Y cuando hablo de consecuencias, no hablo ni de castigos ni de reprimendas. Hablo simplemente de consecuencias: a tal causa, tal efecto. Ejemplo: si yo empujo, estoy exponiendo a una cosa o a una persona a una fuerza que la va a direccionar en un determinado sentido y probablemente devenga de esto una consecuencia.

           

Esta relación causa-consecuencia está sumamente deteriorada en las mentes en formación. Es cierto que se ha hecho uso y abuso de la misma. Es cierto que tiempo atrás hablábamos con demasiada solvencia de las consecuencias o los resultados que podían devenir de determinadas actitudes. Es cierto que amenazamos, que dimos por hecho determinadas consecuencias que no fueron tales. Es cierto que presuponíamos montones de cosas, que vivíamos sumergidos en pensamientos dogmáticos, que utilizábamos consecuencias para desarrollar actitudes autoritarias. Pero ahora nos hemos ido al otro extremo: todo es relativo, todo es inmediato. No se puede posponer el placer. Y nunca se puede saber que va a pasar mañana nadie. Y si algo ocurre, alguien va a intervenir para posponer la consecuencia lógica o natural –que no es lo mismo- de las actitudes que se han adoptado. Es preocupante.

Voy a compartir con ustedes diferentes estudios, investigaciones que se han hecho sobre esta problemática para que nos demos cuenta que tenemos que revisar las consecuencias, y también cuándo las consecuencias no son suficientes en el proceso de formación de la mente de las personas.

 

 “En la historia, el resultado adicional se produce comúnmente por las acciones humanas que están más allá de aquellas a las que apuntan y obtienen. Las que reconocen y desean inmediatamente. Ellos satisfacen sus propios intereses, pero se obtiene algo más de ese modo, latente en las acciones en cuestión, aunque no estén presentes en sus conciencias y no están incluidas en su designio”. (Hegel).

Es decir: la historia aporta siempre un resultado adicional, una consecuencia plus, que a veces no está en nuestra intención alcanzar o producir, pero está latente en nuestras acciones y está más allá de nuestros designios. A veces hay cosas que no son intencionales.. En el ejemplo que poníamos: el joven ‘no está buscando el aplazo’. Está buscando el placer inmediato de sentarse a ver televisión. Pero el sentarse a ver televisión y no prever las consecuencias del no estudio, trae aparejado no solamente el aplazo, sino una serie adicional de consecuencias, que estaban latentes cuando este joven elije no estudiar para la prueba, o cuando se auto engaña con la posibilidad de estudiarlo más tarde, a la noche cuando está cansado o en el recreo.

Nuestras decisiones tienen consecuencias. Y esas consecuencias pueden ser naturales o consecuencias lógicas.

Un gran paso daríamos si los adultos no interfiriéramos en las consecuencias naturales de las decisiones que toman las personas en formación. Ejemplo: si en varias oportunidades le advierto a mi hijo que cuide esta prenda, que no la use para revolcarse porque está destinada para sus salidas. El hijo usa la prenda para revolcarse porque no quiere autodisciplinarse o porque le queda más cómodo, y lo rompe o lo ensucia. Se lo hago ver. Ante la oportunidad de una salida el hijo se queja de que no tiene prendas en condiciones y yo salgo a comprarle otra. De esta manera, no le estoy permitiendo que asuma las consecuencias naturales de haber hecho un mal uso de este bien. Puedo decir ‘no puedo dejarlo salir así, está horrible, va a pasar vergüenza’ ¿y? Si le evito la vergüenza, el malestar, la consecuencia de su actitud, no estoy educando. No estoy formando básicamente para la vida. Porque en la vida, habitualmente, el que no siembra no cosecha.

Y nosotros los adultos, muy influenciados por una cultura dominante,  cantidad de veces  interferimos en las consecuencias naturales de las decisiones, acciones, opciones o malas elecciones de las mentes en formación. Aquí hay un problema, y serio. Y por eso decimos ‘no siempre las consecuencias naturales son suficientes’, porque tienen que reunir una serie de características. Si tenés un hijo mayor de edad, que está trabajando, lo ayudás a levantarse una, dos, tres veces. Llega un momento que ya debe haber adquirido la rutina del trabajo. Le decís: acá tenes un despertador, es para eso. No te voy a despertar mas. Si una, dos, tres veces llega tarde, y volvés sobre los pasos dados porque creés que las consecuencias pueden ser graves para este hábito que no se termina de instalar, otra vez estamos interfiriendo con las consecuencias naturales de las decisiones, y posiblemente esta mente en formación nunca pueda dar el paso porque no pueden asumir las consecuencias, porque siempre hay alguien que amortigua el golpe para sacarlo del problema. Lo peor es que después nos quejamos de lo indisciplinados que son. Es un ‘teatro de absurdos’: no nos damos cuenta de que estamos emitiendo dos mensajes en forma paralela: el ‘mensaje parlante’ que trata de disciplinar, y el mensaje de la conducta que trata de evitar consecuencias naturales.

Los niños y jóvenes de hoy, no escuchan el ‘mensaje parlante’. Escuchan el ‘mensaje de la conducta’. Una conducta que está haciendo gala de ausencia y que está siendo llamada a gritos por esta sociedad post-moderna juvenil se llama las consecuencias

PALABRAS PARA PAULA (La oreja de Van Gogh)

Es pronto para comprender que pueda mirarte y verme a la vez
Que escuches hoy mi voz que tanto te cantó los meses que tú fuiste yo

Es pronto para comprender. La vida es tan bella como tú la quieras ver
Si lloras cantaré si sufres te hablaré si mueres moriré también

Si te cuentan que lloré cuando te cogí en mis brazos
No me pude contener porque te quiero tanto

Es pronto para comprender verás cómo el mundo es injusto y cruel
Porque un amanecer sin nada que perder es muy difícil de entender

Si te cuentan que lloré cuando te cogí en mis brazos
No me pude contener porque te quiero tanto

Porque te quiero tanto cómo el mar a su verano, Cómo el dolor a su amigo el engaño
Cómo el sol cuando ve nacer una flor

Si te cuentan que lloré cuando te cogí en mis brazos

No me pude contener porque te quiero tanto

          En la colimba aprendimos rápido estas cosas ¿por eso están queriendo que vuelva?

GL: Yo no soy partidaria de eso, pero entiendo lo que estás queriendo decir. El desafío es ir hacia delante. A la acción, no “re-acción” sino “creación”. Tomar de la colimba lo que fue mas positivo. Pero fijémonos qué suerte de declaración de impotencia que estamos dando como sociedad los adultos responsables de la formación cuando decimos ‘volvamos a la colimba porque nosotros no podemos educar’. Antes de volver a la colimba ¿por qué no revisamos un poquito cómo estamos funcionando nosotros con esto de las consecuencias? ¿cuántas veces nosotros interferimos en las consecuencias naturales de las decisiones que toman nuestros mentes en formación?

Los que estamos en contacto con personas en formación nos habremos dado cuenta de que muchas de las consecuencias naturales son a muy largo plazo. Por ejemplo, las del chico que no estudia: incluso a él puede no importarle repetir, o ir a trabajar e ir a un colegio nocturno, etc. Pero las consecuencias reales de mayor peso las pueden comenzar a experimentar bastante mas entrada la vida.

Otro ejemplo de consecuencias a largo plazo: la marihuana no hace efectos inmediatos en la mayoría de los casos. Entonces cuando los padres les pintan a los chicos un panorama terrorífico respecto de la marihuana los chicos saben que los adultos están exagerando, porque le presentan fantasmas inmediatos. Lo que ocurre es que la marihuana va deteriorando el funcionamiento del sistema nervioso y de las neuronas y las consecuencias son generalmente a largo plazo. Entonces ¿nos vamos a quedar solo con advertirle a nuestro hijo que va derecho camino del infierno en muchos casos, como puede pasar con el mundo de la droga, del delito, de la vagancia, el mundo de los placeres inmediatos? Si nos quedamos pensando que ‘total dentro de 20 o 30 años va a entender lo que yo le decía’, es tarde. Ahí es donde sí debemos interferir, de una manera inteligente, propositiva y afirmativa.

 Debemos permitir y favorecer que los chicos descubran las consecuencias naturales de sus malas opciones, pero hay consecuencias que vienen a muy largo plazo porque es el proceso de la vida. Y los que la hemos transitado así y hemos recibido en herencia esa cultura, esa formación, esa educación en tiempos en que todavía se escuchaba a los viejos advirtiéndonos respecto de las consecuencias naturales que íbamos a padecer 20 o 30 años después si no cambiábamos de actitud, tenemos la obligación de transmitir esa herencia y ese conocimiento a las generaciones venideras para que no sean generaciones perdidas.

Y ahí se abren entonces lo que son consecuencias no naturales, pero sí lógicas, humanas, propuestas o impuestas por los adultos que conocemos hacia dónde se derivan determinadas opciones y decisiones. Y no solo advertimos, sino que también intervenimos adelantando la negatividad de determinadas consecuencias.

No estoy diciendo que esto sea ‘verdad absoluta’ ni tampoco que sea un sistema pedagógico que funcione para todas las épocas y para todas las mentes en formación. Pero sí creo que esta época la está comenzando a necesitar.

En Estados Unidos cada dos por tres hay una masacre, y por eso se está estudiando fuertemente qué es lo que está pasando, porque es una ausencia total, una ignorancia total de la gravedad de esto, una nebulosa donde todas las cosas tienen el mismo precio, donde todas las cosas son mas o menos iguales, donde no hay jerarquía, donde no hay densidad, todo flota en un magma de relativismo de manera mas o menos parecida. Así se representa uno la mente de estos chicos cuando los escucha hablar. Se han hecho en Estados Unidos estudios de 17 casos de personas jóvenes que mataban a otras personas, para ver si había algún elemento común en estos 17 casos. Pensaron ¿habrá sido la violencia de la televisión el elemento común? No sé cómo se encaró la investigación, pero la respuesta a esa pregunta fue NO. ¿violencia doméstica? NO ¿divorcio? NO ¿clase social: chicos que tenían demasiado poco, o que tenían mucho? NO ¿sería la raza algún elemento común? NO. Siguieron realizando estudios, leyeron nuevamente los 17 casos, y hallaron que el elemento común en los 17 casos era LA CARENCIA DE UNA FIGURA PATERNA.

 

Los formadores en todos los planos –laboral, familiar, educativo- enfrentamos diariamente un problema serio. Nosotros mismos lo padecemos, y la fuerza de esta contracorriente que es la gratificación inmediata nos está arrastrando también a nosotros, especialmente a los que estamos más débiles. Y en ese sentido, dejamos de ser referencia para las mentes en formación.

La figura paterna tiene determinadas características que eventualmente incluso puede cumplirlas la madre, o un educador, o un abuelo (es deseable que lo haga un varón, pero lo puede hacer también una mujer). Encarnar esta figura paterna justamente en este tiempo para educar, para sociabilizar, para introducir la ley, la disciplina, el autocontrol –todas palabras que están fuera de moda- y al mismo tiempo dar afecto, se hace muy difícil, porque hay que resistir. Porque este rol paterno ha caído. Los padres están, pero ya sea porque no tienen tiempo, porque están confundidos, porque trabajan muchas horas, no pueden terminar de introducir este elemento en la formación de las personas que está trayendo como consecuencia chicos o jóvenes sin voluntad, demasiado blandos, se dejan seducir por cualquier propuesta, no tienen planificación, cambian de rumbo cada tanto. Es decir, están enganchados detrás de lo que llamamos ‘gratificación inmediata’: la imposibilidad de posponer un placer aunque se sepa que después uno se va a arrepentir de haberlo pospuesto.

Concretamente no tiene ya que ver con el plano de la racionalidad. Si le decimos a un chico ‘estudiá porque si no te van a aplazar’, él ya sabe que eso va a ocurrir, es decir, la cosa no pasa por desconocimiento o ignorancia de la consecuencia. Sin embargo, sigue viendo la televisión. No eligen otra cosa ¿por qué? Entre otras cosas, porque en nuestra cultura ha adquirido mucha fuerza el tema de la gratificación inmediata.

Pero tengamos cuenta que muchas veces nosotros, los adultos, emitimos el mismo mensaje, porque también nosotros somos arrastrados muchas veces por la fuerza de la gratificación inmediata. Ejemplo: primero compro, después pago. ¡cuántos trastornos nos ha ocasionado la ‘cultura de la tarjeta’! Los papás nos asombramos de cómo los chicos ceden con tanta facilidad a la presión del placer inmediato, pero tengamos en cuenta entonces cuál es la cultura dominante en nuestro hogar o en nuestra educación. ¿Es ‘ahorro y después compro’? ¿o es ‘compro y después veo si puedo pagar’? Muchas veces somos presa de esa ola de adrenalina que resalta nuestros sentidos y nos hace saborear la satisfacción inmediata de nuestro deseo, de la adquisición de un bien o de lo que sea. Así sea un regalo para nuestro hijo. Trae pésima nota, pero igual le compro la playstation porque creo que el alegrón que le va a dar va a hacer que el chico me haga mas caso. Y sabemos que eso no funciona, o funciona poco tiempo ¿y después? Después hay que pagar.

Otro ejemplo: el 30% de los mensajes mediáticos (de cine, televisión, revistas a las que tiene acceso la población) tiene que ver con el sexo: estamos expuestos a estímulos eróticos y sexuales el 30% de nuestra jornada. Está muy bien: viva el sexo, algo tan bonito, tan placentero, puesto por Dios, etc. Lo que no se dice es que hay aproximadamente 10 enfermedades de transmisión sexual dando vueltas y de las cuales nadie habla, y que son serias. Lo que no se dice es la cantidad de HPV que anda dando vuelta por los úteros y los aparatos genitales de las jovencitas que desconocían absolutamente las consecuencias de estas prácticas sexuales donde hay transmisión de este virus sin que haya elementos visibles de quien lo aporta.

Volviendo al punto de la gratificación inmediata: hay todo un discurso mediático y social sobre la gratificación sexual, que está puesta como algo que no tiene consecuencias negativas. No hablar de embarazos no deseados, de embarazos adolescentes, de enfermedades de transmisión sexual de las cuales la mayoría de los chicos no sabe absolutamente nada, y muchas de las cuales cuando se les informa y se les dice ‘vos podés ser portador de este virus pero no tiene consecuencias para vos, pero sí `para aquellas mujeres con quienes tengas relaciones’, piensan ‘si a mi no me pasa nada, que se cuiden. Es problema de los otros’. Hasta tal punto ha llegado el endiosamiento de la gratificación inmediata, que ya tampoco cuenta el otro. El otro es un objeto a ser consumido a favor de esa gratificación, que puede ser de cualquier índole. Pero lo que digo es que en esta cultura no está asociada la gratificación con los costos que después se pagan. Llame ya. Compre ya. Pague después. Tenga sexo ya. Después veremos qué hacemos con las consecuencias. Y así permanentemente estamos todos imbuidos en lo que antiguamente llamábamos tentación: el deseo fuerte, intenso, a veces impostergable de comportarnos de algún modo que luego de algún tiempo va a traer un fuerte arrepentimiento. Y esto tiene que ver con el consumo en general de los bienes: con las compras compulsivas, con las comidas, con el sexo, con perder el tiempo… es decir, con la falta grave de autocontrol o de disciplina. O por llamarle de una manera más linda: de auto regulación. Parecemos más bien, como dice San Pablo, hojas a merced del viento de cualquier doctrina.

No quiero con esto proponer una teoría pedagógica, ni insinuar una receta que de para todo. Las verdades son cada vez menos puras y mas complejas. De manera que estas son simplemente algunas ideas de lo mucho que nos preocupa lo que estamos advirtiendo especialmente en las generaciones más jóvenes.

 

No siempre son suficientes las consecuencias naturales –que se desprenden sin que uno intervenga- de las malas opciones. Las consecuencias de tomar alcohol en un jovencito de 12 años, por ejemplo, pueden sobrevenirle después de demasiado tiempo y al mismo tiempo pueden ser extremadamente graves. Hay consecuencias naturales que ponen en riesgo la vida o la salud, o son irreversibles. Y ahí es donde está la mediación humana. La naturaleza es brava. Es inexorable. Si construimos una ciudad sobre una falla geológica que cada tanto tiene movimientos sísmicos, lo más probable es que esa ciudad se desmorone. Y no es intervención divina. Es ley natural. Es consecuencia natural del funcionamiento de leyes que tienen su propia autonomía, y son despiadadas y al mismo tiempo maravillosamente aleccionadoras. Porque en esa inexorabilidad aprendemos todos de la vida y de la realidad.

De manera que cuando nuestros hijos o nuestros jóvenes están corriendo riesgos graves, es ahí donde entra la mano humana justamente para moderar y para mediar entre esa inexorabilidad, ese rigor de la naturaleza y el amor que les tenemos a ellos. En este caso, no podemos esperar a que las consecuencias del alcohol diezmen o arruinen por completo su vida. ¿qué se puede hacer en ese caso? ¿Hablar? Sí, por supuesto. Pero sabemos hoy que el discurso carece de peso en muchos casos. No tiene la fuerza con la que muchas veces los medios de comunicación y la cultura se comunican visualmente y comunican toda esta fuerza del placer inmediato.

Se deben entonces elaborar estrategias junto con otros y actuar. Por ejemplo: una madre se entera de que su hijo de 13 años fuma y toma alcohol. Este chico va a futbol. La madre con el entrenador firman un contrato por el cual los jugadores no pueden tomar ni fumar. La madre entonces advierte al hijo: ‘si me entero que fumás o bebés, voy a ir a avisarle al entrenador, porque yo misma he firmado este compromiso. Y te van a echar del equipo, y eso es algo muy doloroso y humillante’. Y tendrá que hacerlo. Si no, probablemente no aprenderá.

Cuesta mucho a los padres que los hijos experimenten las consecuencias de acciones no deseadas. Y como las acciones son cada vez más graves, las consecuencias son cada vez más graves, las decisiones para los padres son cada vez mas difíciles de tomar. Pero hay que pensar, que cuando educamos nosotros lo hacemos con amor. Cuando la vida educa, lo hace generalmente tarde y con una frialdad muchas veces terrible, a veces de la que no se vuelve muy fácilmente.

Entre las opciones y las consecuencias tenemos en este momento una correntada cultural que evita el contacto con las consecuencias. Como muchas de las consecuencias son a largo plazo, tenemos una ruptura mediática, una ruptura cultural que hace que los chicos no puedan tomar contacto, no pueden ni pensar ni ver ni planificar lo que está más allá del placer inmediato. Si miramos solo un momento la televisión nos daremos cuenta de que en casi ninguno de los relatos, de las propuestas, de los mensajes, de las ideas que se emiten, aparecen las consecuencias de las malas acciones. En la mayoría de los casos, mas bien todo lo contrario.

Una consecuencia de una decisión errada, tiene que ser negativa, rápida y consistente. Rápida porque están acostumbrados a la consecuencia inmediata. Si encontramos a alguien que ha hecho algo malo y no sabemos quién es y preguntamos, nuestro hijo va a pensar ‘si le digo la verdad, me va a castigar, y si miento no’. La consecuencia inmediata más negativa es el castigo. Y por eso, él no puede llegar a pensar que se puede llegar a convertir en un mentiroso compulsivo o adquirir el hábito de la mentira, porque eso va a ocurrir muy lejos. Si no se planifica ni la semana próxima, menos va a poder imaginar lo que le va a suceder allá muy lejos. Entonces ¿qué hacer? Explicar primero cómo la mentira daña la confianza, pero al mismo tiempo introducir una consecuencia rápida, de manera tal que en estas mentes en formación quede asociado que cuando se actúa mal hay consecuencias negativas inmediatas, porque las ‘lejanas’ no existen en el horizonte de esta generación post-moderna inmediatista, que vive de placer en placer, que todo lo demás lo hace como zombies.

Si nosotros acostumbramos a que nuestros hijos respondan u obedezcan después de un ‘ya voy’, que puede ser una hora, diez horas, una semana o un mes, le estamos dando a nuestra orden un beneficio: una consecuencia no negativa sino positiva, porque mientras dura el ‘ya voy’, o ven la televisión, o duermen, o chatean o hacen lo que se les da la gana, pero no responden a lo que se les ha solicitado. Entonces: si a una orden de los padres y su consecuente desobediencia por parte del hijo sigue una consecuencia positiva, él sigue confirmando su experiencia de que ‘puede estirarse un poquito más’ y los papás nos seguimos volviendo locos. Ahora: llega el momento por ejemplo de que la mamá está pidiendo auxilio porque está con una fuente en la mano y se está quemando, y el ‘ya voy’ no sirve. De manera que la consecuencia tiene que ser negativa, para redireccionar de manera efectiva estos comportamientos que no traen resultados deseados sino todo lo contrario: resultados de los cuales ellos y nosotros nos vamos a arrepentir. La consecuencia debe ser rápida para que se note la asociación entre la desobediencia, la mala opción y su consecuencia negativa inmediata. Y al mismo tiempo tiene que ser consistente, si no, no termina de disuadir.  Si esa mente en formación se da cuenta de que ante una mala opción no pasa nada negativo que tenga demasiada importancia para él, y si encima esa elección conlleva un placer inmediato, estamos abriendo un surco del que difícilmente los jóvenes después pueden salir.

 

Aquí simplemente estamos arrimando hipótesis para reflexionar y para trabajar

Yo observo  que uno de los problemas entre la generación de adultos y la generación de adolescentes es la enorme diferencia acerca de los recursos con los que aprendemos. Nosotros hemos aprendido preponderantemente con la palabra, la explicación, y funcionaba la articulación entre la causa y la consecuencia. La generación de hoy no aprende con palabras. Estamos enormemente retrasados en la comunicación con los jóvenes, porque mientras nosotros usamos argumentos y explicaciones, ellos son más rápidos y van directamente a la acción o a la percepción intuitiva emocional de las cosas. Tienen dos antenas. Una lo que perciben y ven y captan inmediatamente intuitivamente en una suerte de aprendizaje como holístico bastante complejo para esta hora, sin control de pensamiento crítico y sin ejercer una voluntad. Y otra: la consecuencia inmediata. Lo que está funcionando es la consecuencia inmediata, es decir, qué me va a pasar ya. En el medio, las palabras con las que nosotros queremos explicar, y hablar y argumentar, ellos escuchan los 30 primeros segundos y después no escuchan más. Están plantados en otro código de comunicación. Y si no entramos en ese código no vamos a lograr ningún resultado y la frustración es enorme.

Nosotros crecimos en una generación donde había que dar argumentos y demostraciones de todo, hasta de la existencia de Dios. Nosotros vivimos en el mundo del lenguaje. Ellos viven en el mundo de la imagen o de la sensación. De manera que si queremos erradicar una conducta hay que pensar en un arsenal de consecuencias en este caso negativas, contundentes e inmediatas. O si no, evaluar si funcionaría la posibilidad de dejar a estas mentes en formación a merced de las consecuencias naturales. Nosotros por ejemplo no nos podemos meter en el mundo de los vínculos afectivos, como lamentablemente hacen muchas mamás. Nosotros tenemos que respetar por ejemplo la elección de las amistades. Si debemos actuar claramente con el contagio que se pueden producir eventualmente determinadas malas relaciones, pero en las elecciones afectivas no podemos manejarnos con pre supuestos. Nadie puede saber quién es buena o mala persona. Podemos hacer advertencia, podemos hablar, pero es poco lo que podemos interferir por ejemplo en la elección de pareja, porque estaríamos haciendo suposiciones, y en esas suposiciones tomando decisiones que pueden ser muy graves, muy dolorosas, y calar heridas muy profundas en el mundo emocional de los hijos.

Pero en todo lo que sea guiarlos por el camino correcto de la vida, en todo lo que tenga que ver con provocar en ellos una autorregulación, de autocontrol, pensamiento crítico, y sobre todo ejercer una voluntad para que ellos puedan operar sobre las cosas prácticas y concretas, ahí estamos hablando de nuestra responsabilidad.

 

LOS GARRONES DE LA CULTURA, por Alejandro Dolina

Los cirujanos, los sacamuelas, los locutores, los periodistas y los actores de teatro -que son, como se sabe, los espíritus rectores de la opinión filosófica- han dicho miles de veces que la característica más notable de nuestro tiempo es la velocidad.

Algunas personas sensibles suelen quejarse amargamente de este hecho, afirmando que nuestros galopes existenciales levantan demasiada polvareda.

No les falta razón a estos sofocados pensadores, deseosos de resuello.

Pero hay que decir en defensa de la velocidad, que hay ocasiones en que no  causa daño ninguno y hasta ayuda a hacer la vida un poco mejor.

Por ejemplo, no es malo que el subterráneo tarde 20 minutos entre Chacarita y Leandro Alem, en vez de dos horas.

Tampoco es malo reducir las tardanzas de un avión que va a París. Y es mejor curarse alguna peste en dos días que en un año.

La velocidad nos ayuda a apurar los tragos amargos. Pero esto no significa que siempre debamos ser veloces.

En los buenos momentos de la vida, más bien conviene demorarse.

Tal parece que para vivir sabiamente hay que tener más de una velocidad. Premura en lo que molesta, lentitud en lo que es placentero.

Entre las cosas que parecen acelerarse figura -inexplicablemente- la adquisición de conocimientos.

En los últimos años han aparecido en nuestro medio numerosos institutos y establecimientos que enseñan cosas con toda rapidez: haga el bachillerato en seis meses, vuélvase perito mercantil en tres semanas, avívese de golpe en cinco días, alcance el doctorado en diez minutos.

Muchas veces me he imaginado estos cursos bajo la forma de una película filmada a cámara rápida, con alumnos atropellándose en los pasillos, permisos para ir al baño denegados y capítulos de la historia groseramente mutilados.

Capítulo seis: los fenicios. Los fenicios eran un pueblo de mercaderes, etcétera. Capítulo siete: Grecia. Los griegos inventaron la tragedia, las cariátides, etcétera. Capítulo veinte: La Edad Contemporánea. La Edad Contemporánea comienza con la Revolución Francesa y todavía sigue, etcétera.

Calculo que el asunto no será tan grave. Supongo que se tratará de conseguir la máxima concentración mental por parte del alumno. Supongo también que no se perderá tiempo en tonterías. De todos modos, no sé si esto es suficiente para reducir el tiempo de un aprendizaje a la quinta parte. Quizá se supriman algunos detalles. ¿Qué detalles? Desconfío.

Yo he pasado siete años de mi vida en la escuela primaria, cinco en el colegio secundario y cuatro en la universidad.

Ya pesar de que he malgastado algunas horas tirando tinteros al aire, fumando en el baño o haciendo rimas chuscas, puedo decir que para aprender las pocas destrezas que domino tuve que usar intensamente la pensadora. Y no creo que ningún genio recorra en un ratito el camino que a mí me llevó decenios.

¿Por qué florecen estos apurones educativos? Quizá por el ansia de recompensa inmediata que tiene la gente. A nadie le gusta esperar.

Todos quieren cosechar, aún sin haber sembrado. Es una lamentable característica que viene acompañando a los hombres desde hace milenios.

A causa de este sentimiento algunos se hacen chorros. Otros abandonan la ingeniería para levantar quiniela. Otros se resisten a leer las historietas que continúan en el próximo número.

Por esta misma ansiedad es que tienen éxito las novelas cortas, los teleteatros unitarios, los copetines al paso, las señoritas livianas, los concursos de cantores, los libros condensados, las máquinas de tejer, las licuadoras y en general, todo aquello que nos ahorre la espera y nos permita disponer de todo en el menor tiempo posible.

Todos nosotros habremos conocido un  número prodigioso de sujetos que quisieran ser ingenieros, pero no soportan las funciones trigonométricas. O que se mueren por tocar la guitarra, pero no están dispuestos a perder un segundo en el solfeo. O que le hubiera encantado leer a Dostoievsky, pero les parecen muy extensos sus libros.

Lo que en realidad quieren estos sujetos es disfrutar de los beneficios de cada una de esas actividades, sin pagar nada a cambio.

Quieren el prestigio y la guita que ganan los ingenieros, sin pasar por las fatigas del estudio. Quieren sorprender a sus amigos tocando "Desde el Alma" sin conocer la escala de si menor. Quieren darse aires de conocedores de literatura rusa sin haber abierto jamás un libro.

Tales actitudes no deben ser alentadas, me parece. Y sin embargo eso es precisamente lo que hacen los anuncios de los cursos acelerados de cualquier cosa. Emprenda una carrera corta. Triunfe rápidamente. Gane mucho dinero sin esfuerzo ninguno.

No me gusta. No me gusta que se fomente el deseo de obtener mucho entregando poco. Y menos me gusta que se deje caer la  idea de que el conocimiento es algo tedioso y poco deseable. No señores: aprender es hermoso y lleva la vida entera.

El que verdaderamente tiene vocación de guitarrista jamás preguntará en cuánto tiempo alcanzará a acompañar la zamba de Vargas. "Nunca termina uno de aprender" reza un viejo y amable lugar común. Y es cierto, caballeros, es cierto.

Los cursos que no se dictan. Aquí conviene puntualizar algunas excepciones. No todas las disciplinas son de aprendizaje grato. Y en alguna de ellas valdría la pena una aceleración. Hay cosas que deberían aprenderse en un instante.

El olvido, sin ir más lejos. He conocido señores que han penado durante largos años tratando de olvidar a damas de poca monta (es un decir). Y he visto a muchos doctos varones darse a la bebida por culpa de señoritas que no valían ni el precio del primer Campari.

Para esta gente sería bueno dictar cursos de olvido. Olvide hoy, pague mañana. Así terminaríamos con tanta canalla inolvidable que anda dando vueltas por el alma de la buena gente.

Otro curso muy indicado sería el de humildad. Habitualmente se necesitan largas décadas de desengaños, frustraciones y fracasos para que un señor soberbio entienda que no es tan pícaro como él supone.

Todos –el soberbio y sus víctimas- podrían ahorrarse centenares de episodios insoportables con un buen sistema de humillación instantánea.

Hay-además- cursos acelerados que tienen una efectividad probada a lo largo de los siglos. Tal es el caso de los sistemas para enseñar lo que es bueno, a respetar, quién es uno, etcétera. Todos estos cursos comienzan con la frase "Yo te voy a enseñar" y terminan con un castañazo. Son rápidos, efectivos y terminantes.

Elogio de la ignorancia.

Las carreras cortas y los cursillos que hemos venido denostando a lo largo de este opúsculo tienen su utilidad, no lo niego.

Todos sabemos que hay muchos que han perdido el tren de la ilustración y no por negligencia. Todos tienen derecho a recuperar el tiempo perdido. Y la ignorancia es demasiado castigo para quienes tenían que laburar mientras uno estudiaba. Pero los otros, los buscadores de éxito fácil y rápido, no merecen la preocupación de nadie. Todo tiene su costo y el que no quiere afrontarlo es un garronero de la vida. De manera que aquel que no se sienta con ánimo de vivir la maravillosa aventura de  aprender, es mejor que no aprenda.

Frecuento a centenares de personas bondadosas, sensibles y llenas de virtud que desconocen minuciosamente el teorema de Pitágoras. Después de todo, es preferible ser ignorante a ser estúpido. Más aún cuando la estupidez es el producto de una mala educación. Oscar Wilde vio mejor que nadie este asunto de la estupidez ilustrada. "Hay hombres llenos de opiniones que son absolutamente incapaces de comprender una sola de ellas". Tenía razón el irlandés.

Yo propongo a todos los amantes sinceros del  conocimiento el establecimiento de cursos prolongadísimos, con anuncios  en todos los periódicos y en las estaciones del subterráneo.

Aprenda a tocar la flauta en cien años.

Aprenda a vivir durante toda la vida.

Aprenda. No le prometemos nada, ni el éxito, ni la felicidad, ni el dinero. Ni siquiera la sabiduría. Tan solo los deliciosos sobresaltos del aprendizaje.

“Se recoge de lo que se siembra… No nos cansemos de hacer el bien, porque la cosecha llegará a su tiempo si no desfallecemos.” (Gal 6, 7-9). Si queremos que nuestros hijos cosechen enseñémosle la forma de sembrar.

Que el Señor de la Gracia, y María, su intercesora conceda luz, fortaleza, gracia y amor para poder cumplir esta misión.