14/09/2016 – Seguimos recorriendo la vida y obra del Cura Brochero a través del relato del Padre Mario Llanos “Corazón de tierra, latidos de cielo”.
“Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir».
Mc 12,41-44
Brochero es un pastor que no le tuvo miedo a la pobreza y a la escasez; ha elegido vivir personalmente de manera pobre, porque pobre era su origen y pobre era su gente. La providencia de una familia sencilla la confirma su misma madre.
“Me llamó mi Madre de Córdoba –recuerda en su testamento-, donde yo residía por razón de mi ordenación, y me dijo en presencia de todos mis hermanos, he resuelto, como albacea de tu padre, de acuerdo con todos éstos tus hermanos, que ya tienen la razón completa de dar a ti la estancia del Monte-largo, porque yo, ni junto con todos ellos podemos dar los seiscientos pesos en que está tasada la referida estancia, bajo la pena de no tener un pan para llevar a la boca: paga pues, tú aunque también eres pobre, a los acreedores de tu padre, que ya me han cobrado repetidas veces, y has los sufragios por el alma de él, y quédate tú con la estancia, en esto están conformes tus hermanos, y quieren dártela, y que tú seas el dueño”. Se mantuvo pobre también como sacerdote. Al diputado Seguí le ofrece una breve auto-descripción significativa en este sentido: “Supongo no habrá olvidado Usted al pobre y mal entrazado Cura Brochero, que el año pasado solicitó, y obtuvo su valiosa ayuda en la sanción del proyecto, mandando hacer los estudios de Soto a Dolores en las sierras de Córdoba. La prensa reconoce también su pobreza, llegando a encontrar en ella una verdadera recomendación personal.
Dice ese texto: “Desde luego, es pobre, habiendo servido un curato rico durante más de un cuarto de siglo. ¡Ya es una recomendación!”. “El benemérito Cura Brochero que pasea ahora su pobreza franciscana por las calles de la populosa metrópoli del Plata, penetra tanto en el más lujoso palacio como en el más humilde hogar, pero en todas partes es recibido con el respeto, el cariño y las simpatías que inspira en todas las clases sociales por su elevada misión sacerdotal y por su meritoria acción de cuidado amante del progreso de su patria”. Es pobre pero aspira para sí y para los demás a vivir dignamente.
Brochero pobre, austero, sencillo peregrino de las sierras de Córdoba, tiene en su alma sueños nobles para que sus paisanos puedan vivir con mayor dignidad.
Aún más, es la misma prensa quien, viendo al pobre Brochero al final de sus días en dificultades económicas insalvables, solicita al Obispado una pensión para el resto de sus días. Su testamento, expresión de su última voluntad, reclama todavía atender a las necesidades de los pobres y darles algo para su alegría.
“Ordeno a mis albaceas, que después de pagar éstos dos sufragios con el quinto de mis bienes, el sobrante se lo entreguen a la Presidenta de San Vicente de Paúl, para que lo distribuya por partes iguales entre los pobres que en ese entonces esté socorriendo la Conferencia: y lo mismo le dirán a dicha Presidenta, que hará con el valor del cáliz, copón, una vez que en rifas haya ella reducido a plata esos útiles de celebrar el Santo Sacrificio de la misa, a fin de que los pobres un día siquiera puedan gastar a su albedrío, y ojalá les tocase de a cien pesos. Así lo declaro para que conste”.
Hasta sus mismos hermanos de sangre, herederos de sus libros, tendrán que atenerse a la obligación de que, “si pueden vender algunos, como el importante libro Antiguo y Nuevo Testamento por el padre Cio en castellano con las notas que están en la sagrada escritura, escrita en latín por el mismo padre, y el valor de algunos, que vendan lo den a los pobres en mi nombre, o sea por mi alma”.
Ciertamente, se podría pensar que Brochero no recibía ninguna recompensa de los pobres, como expresaba La Patria: “¿Qué recompensa, qué premio puede esperar de esas pobres gentes ignoradas? Nada más que la satisfacción de su conciencia y los goces que al espíritu produce la práctica del bien. La recompensa de la entrega de Brochero a los más humildes, fueron ellos mismos, los pobres a los cuales entregó su vida.
“Yo me he considerado siempre muy rico, porque la riqueza de una persona no consiste en la multitud de miles de pesos que posee, sino en la falta de necesidades, y que yo tengo muy pocas, y éstas me las satisface Dios por sí mismo, y las otras por medio de otras personas, como son las relativas a la vista, las relativas a vestirme y prenderme…”
“He quedado tan ciego que por suerte veo la luz del día… Para ir yo a tu casa necesito dos cosas: 1º que las Esclavas me prestasen todos los elementos para decir la Misa en mi pieza, y 2º adquirir unos cuantos pesos – o que tú me ayudes con algunos para atender las necesidades de los pobres que irán a pedirme que las surta…”.
Qué maravilla, está pensando que alguien le de algo para dar a los que más necesitan. Realmente Brochero es un miembro de la Iglesia pobre para los pobres.
Es fama que el Padre Brochero era afable y bueno con los pobres y contraía deudas para atenderlos. Los pobres no constituyen para él una masa anónima, a la cual atender sólo con sus grandes empresas materiales. Él sale al paso de las necesidades extremamente concretas e inmediatas de cada uno de los hombres o mujeres necesitados que encuentra a su paso. Sus referentes pobres tienen nombre y apellido. Por ejemplo, dice: “Yo pensaba dejar de capataz al mismo capataz de Don Crecencio para cuidar a las cabras porque cuidando los dos grupitos de cabras, le haría más cuenta al pobre capataz”.
En otra ocasión, escribiendo a Juárez Celman, intercediendo por un amigo que sufría especiales estrecheces económicas, dice: “El portador de esta es el comisario del Departamento, y se llama Don Cleofé López: es uno de los mejores vecinos; y como comisario es muy de mi gusto, porque cumple con su deber. El objeto de su ida a ésa es que le paguen los sueldos: se le deben a él y a sus gendarmes seis meses; y son bastante pobres, y como pierden casi todo el tiempo en obsequio del bien público, les hacen mucha falta sus sueldos”.
La opción por los más pobres no se limita a los pobres simpáticos o fáciles de aceptar. Incluso para los pobres más despreciables de su Curato, su caridad pastoral es constante. Un día entrega dinero a su sobrino, dueño de un negocio de Santa Rosa, para hacerle distribuir comestibles entre los pobres de una lista escrita. El sobrino observa que uno de ellos es un conocido y despreciable chupandín del pueblo. El Cura, distinguiendo el vicio de la pobreza, le responde: “Pero, ¡caray! Ese es un hombre pobre y eso me basta. ¡No se va a chupar el fideo!”.
Cuando promueve el bien de los pobres, su caridad pastoral los conduce a horizontes de madurez, haciendo despertar también entre ellos la solidaridad que estimula en todos los sectores sociales. El Cura no es partidario de dar todo de arriba, su atención al mundo de los pobres no es asistencialista. La zona es pobre y él hace cuanto está a su alcance para conseguir el milagro de la solidaridad. Pero en medio de esto jamás dejará de llamar a los mismos pobres a una conducta corresponsable favoreciendo su colaboración por pequeña que sea.
“El virtuoso cura – testifica J. Valdéz- tomó su mula, recorrió los campos escabrosos, trepó la alta sierra, bajó la profunda quebrada, atravesó los departamentos de San Javier, San Alberto, Minas, Pocho, parte de San Luis y de la Rioja con las que tienen algún contacto, se llegó a todos los ranchos pidiendo limosnas para realizar su gran proyecto, y regresó arriando vacas, caballos, mulas y trayendo dinero e infinitos ofrecimientos de trabajo personal, de los pobres que no tienen otra cosa que ofrecer”.
Entre Brochero y los pobres existe total identificación. Él es para ellos y ellos son para él. Esta realidad encuentra justificación en su predicación: “Dios en los santos ejercicios –dice Brochero- me ha enseñado a mí y a ustedes que el hombre debe primero perder su honor, sus bienes o riquezas y su vida misma, antes que perder a Dios o sea su salvación.
El Padre Gerardo Nis Sanmillán refiere que, siendo el teniente-cura de Brochero, se disponían un mediodía a comer. Al sentarse a la mesa, se percatan de que no tienen pan. El Cura Brochero busca en sus bolsillos y encuentra una moneda. Sale a comprar pan, pero al tiempo regresa sin él. Contento, Brochero le cuenta al Padre Nis Sanmillán: “Nosotros, hijos de Dios, podemos comer este asado sin pan. Resulta que me encontré en el camino con uno más desgraciado que nosotros y le dí la moneda que tenía para el pan”.
Cuando iba a su pueblo natal , Villa Santa Rosa de Río Primero, nunca quería cobrar por los servicios religiosos que efectuaba, pero ante la insistencia de algún fiel, permitía que le pusieran en el bolsillo de su sotana lo que deseaban. Luego, Brochero hacía una lista, colocaba el dinero en sobres y enviaba a un muchacho a repartirlo, prohibiéndole terminantemente decir quién lo enviaba.
“Brochero se caracterizaba por ir al encuentro de los necesitados. Nunca le faltaban provisiones para entregar a los pobres de la zona. Su vestimenta era siempre muy humilde y pobre. Muchas veces, doña Zoraida Viera de Recalde, que le cuidaba la ropa, le solía preguntar: -Señor Brochero, ¿y aquella camisa nueva que usted tenía? . El Cura respondía: -Ya se la di a otro que estaba más necesitado que yo”
Padre Javier Soteras
* Material elaborado en base al texto del Padre Mario Llano “Corazón de tierra latido de cielo. El testamento pastoral del Cura Brochero”
Podcast: Reproducir en una nueva ventana | Descargar | Incrustar
Suscríbete: RSS