Curación de un endemoniado epiléptico

jueves, 24 de febrero de 2011
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“Cuando volvieron a donde estaban los otros discípulos, los encontraron en medio de una gran multitud, discutiendo con algunos escribas. En cuanto la multitud distinguió a Jesús, quedó asombrada y corrieron a saludarlo. Él les preguntó: “¿Sobre qué estaban discutiendo?” Uno de ellos le dijo: “Maestro, te he traído a mi hijo, que está poseído de un espíritu mudo. Cuando se apodera de él, lo tira al suelo y le hace echar espuma por la boca; entonces le crujen sus dientes y se queda rígido. Le pedí a tus discípulos que lo expulsaran pero no pudieron”. “Generación incrédula, dijo Jesús, ¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuando tendré que soportarlos? Tráiganmelo”. Y ellos se lo trajeron. En cuanto vio a Jesús, el espíritu sacudió violentamente al niño, que cayó al suelo y se revolcaba, echando espuma por la boca. Jesús le preguntó al padre: “¿Cuánto tiempo hace que está así?”. “Desde la infancia, le respondió, y a menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos”.

“¡Si puedes…!”, respondió Jesús. “Todo es posible para el que cree”. Inmediatamente el padre del niño exclamó: “Creo, ayúdame porque tengo buena fe”.

Al ver que llegaba más gente, Jesús increpó al espíritu impuro, diciéndole: “Espíritu mudo y sordo, yo te lo ordeno, sal de él y no vuelvas más”. El demonio gritó, sacudió violentamente al niño y salió de él, dejándolo como muerto, tanto que muchos decían: “Está muerto”. Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó, y el niño se puso de pie. Cuando entró a la casa y quedaron solos, los discípulos le preguntaron: “¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?”. Él les respondió: “Esta clase de demonios, se expulsa sólo con la oración”.

 

                                                                               Marcos 9,14-29

 

El Papa Benedicto XVI, en su última exhortación apostólica, llamada Verbum Dóminic, que trata sobre la palabra de Dios en la vida y en la misión de la iglesia, nos ayuda a descubrir el valor de la palabra de Dios en la vida de cada uno. Él cita una expresión de San Jerónimo, “Quien desconoce las escrituras, desconoce al mismo Cristo Jesús”. Desconocer, y esto significa no tener cotidianeidad con la palabra, cuando la escritura habla de conocer, no habla de un ejercicio de la inteligencia, sino de una cotidianeidad con la palabra, entrar en contacto, hacerse familiar de ella. Si uno no tiene esta cotidianidad hace que uno, no entre en relación con la misma persona de Jesús, que es la que hablan los textos, y desconocer la escritura, desde desconocer a Cristo, es urgente entonces que entremos entonces en contacto con ella, porque si no entramos en contacto con la palabra de Dios, en quien confiamos, en quien apoyamos nuestras vidas, en quien entregamos nuestras enfermedades, nuestras angustias, o en quien dejamos la propia muerte si desconocemos en definitiva a Jesucristo. Gracias a Dios, después de la reforma del Concilio Vaticano II, la iglesia nos ofrece infinitas oportunidades para entrar en contacto con los textos bíblicos. Vale decir los contactos y las páginas de Internet, las liturgias cotidianas que nos ofrece en las librerías parroquiales, los grupos bíblicos que profundizan sobre el misterio de la palabra, etc. Necesitamos cada uno tener el momento diario y cada uno verá cual es posible su tiempo en el día para entrar en contacto con la palabra de Dios. El rezar, el entrar en contacto con la palabra, es una cuestión de agenda, es una cuestión de organizarnos. Cuántas veces el día se nos va y no pudimos ni siquiera hacer aquello que queríamos. Es bueno poner en orden de prioridades, de qué manera arrancar el día o dónde está la centralidad de la palabra en el día. Porque el encuentro personal, único y exclusivo es entre Él, Dios mismo que me habla por su palabra y yo que con un corazón humilde me puedo acercar a escucharlo y a dejarme transformar. Es el encuentro el que me transforma, el encuentro con su palabra, con su persona escondida en los textos. Ese encuentro es el que me permite sostenerme y encontrar las fuerzas para cada día seguir. Que la palabra de hoy te hable a tu corazón, pero que vos puedas poner tu corazón a la escucha atenta de su palabra.

 

                                                                                Maximiliano Torri

 

 

                                 La Ley del Señor, fuente de rectitud y alegría

 

 

¿Cómo un joven llevará una vida honesta? Cumpliendo tus palabras. Yo te busco de todo corazón: no permitas que me aparte de tus mandamientos. Conservo tu palabra en mi corazón, para no pecar contra ti. Tú eres bendito, Señor: enséñame tus preceptos.

 

                                                                                Salmo 119, 9-12

 

 

La importancia del corazón

 

Siempre se ha considerado al corazón en un sentido bíblico, como el lugar de la oración. El corazón es lo más íntimo a nosotros, la raíz de nuestro ser, la sed de la libertad, el lugar donde los sentimientos más profundos y los afectos más estables nos ponen en contacto con toda la realidad que nos circunda y con nosotros mismos, donde confluye la inteligencia, la voluntad, donde anidan los proyectos, donde la historia con su impulso a favor del plan de Dios, nos impulsa hacia delante y en donde las heridas que la misma nos ha dejado, nos invita a la sanidad. No se ora con la inteligencia, ni con la memoria o la sensibilidad. Las personas oramos a Dios, con el corazón y Dios habla al corazón. Así lo dice Oseas en el capítulo 2,16: “La llevaré al desierto y le hablaré al corazón”, lo dice de su esposa, la comunidad de Israel que se ha prostituido y necesita purificarse. Para orar es necesario despertar el corazón, si es que está dormido, porque vivimos habitualmente en la periferia de nuestro ser, movidos solos por lo exterior, ocupados siempre por actividades, razonamientos, impresiones de superficie. Estas han de ser nuestras primeras palabras a Dios. Oh Dios crea en mi un corazón puro, como reza el Salmo 50 o como lo decíamos recién desde el Salmo 119 “Te busco Dios mío de todo corazón”, “Tengo anhelo de tu presencia”

Justamente sobre esto nos lleva el encuentro con Dios desde el corazón, sobre el reconocimiento de la presencia de Dios. Para abrirse a Dios en la oración hay que reconocer que Él está ahí. Una presencia que reclama nuestra libertad, despierta en nosotros la confianza y nos invita a la adhesión. Lo importante en este encuentro de presencia no es el razonamiento o la explicación sino el reconocimiento y la bienvenida, la acogida que le hacemos a la llegada del Señor a nuestras vidas. Aceptándolo a Él como raíz, sentido profundo de nuestra existencia. Cuando nosotros por algún motivo hemos estado mucho tiempo alejados de Dios y su presencia parece haberse apagado para siempre, la visita de Dios puede producirse de forma muy tenue, débil, pero muy real. Incluso cuando la palabra de Dios ya no dice apenas nada a la persona porque se ha hecho irreconocible o poco significativa, Dios puede hacer presente en el corazón humano su amor, su presencia. En este sentido, en lo más profundo de nuestro ser como una brisa suave, suena su voz para que nosotros aprendiendo a reconocerla casi imperceptiblemente a la palabra de Dios, desde ella le demos lugar a el resurgimiento de todo nuestro ser, no desde cualquier lugar, sino desde aquel dónde todo puede revitalizarse por constituir el eje central de nuestra vida: El corazón. La palabra, el mensaje, el susurro exige escuchar a alguien que viene de más allá que nosotros mismos, que supera nuestros deseos, que desborda nuestros planteamientos. Podemos recibirlo y darle la bienvenida y dejarlo instalar en nosotros, sin rechazarlo, sin dejar que nos resbale sino abriéndonos a Él. Dale la bienvenida a Dios, nos lleva inevitablemente a descubrirnos a nosotros mismos con nuestras grandezas y nuestras pequeñeces, con nuestros anhelos de infinito y con nuestra miseria. Nos lleva también a descubrir nuestra propia interioridad. Al comienzo con temor, luego con confianza grande en quien nos ama sin medida. La bienvenida se concreta en retirar obstáculos, resistencias y miedos y decirle a Dios: Tú no abandonas a los que te buscan. No dejemos de buscarlo, pero mucho más dejémonos encontrar por Dios en lo más profundo de nuestras entrañas, en nuestro corazón. Abrámonos más allá de los sentimientos, de las palabras y los razonamientos, más allá de las circunstancias o a partir de ellas, a Dios que nos viene al encuentro en lo más hondo de nuestro ser.

 

Algunas disposiciones para orar desde el corazón

 

A lo largo de estos días venimos de muchas maneras invitando en el fondo a esta disposición interior de orar desde el corazón, y venimos subrayando la necesidad de pasar de estar lejos de Dios a ir al encuentro con Él, transformando nuestra autosuficiencia de creer que todo lo podemos por nosotros mismos a pasar la adhesión sincera con el Señor que todo lo puede en nosotros. Junto a esta actitud de fondo, se requiere además, alguna disposición para reavivarla a la oración. Pasar de la dispersión al recogimiento, sería una de las disposiciones básicas para poder orar desde el corazón. El que quiera orar, necesariamente tiene que recogerse. Solo la atención interior hace posible el encuentro con Dios. Ni siquiera Dios puede comunicarse con un hombre interiormente distraído. Las cosas tiran de nosotros y las actividades reclaman sin cesar nuestra atención, atraídos por mil impresiones, dispersos por tanto hacer. Podemos terminar viviendo separados de nuestro propio centro, perder el eje, sin capacidad de dejar a Dios hacerse presente en nosotros. Sin embargo nada de esto responde plenamente a nuestra aspiración, ni calla nuestras preguntas más profundas. Nada enciende en nosotros una esperanza definitiva. La oración nos puede ir como descubriendo aquello que sentía San Agustín: “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón no hallará sosiego hasta que no descanse en ti”

 

Pasar de la superficialidad para ir a la autenticidad

 

Pocas veces dice la persona yo tan de verdad como cuando habla con Dios. Cuando la oración es real, auténtica, es verás, el yo personal se manifiesta en todas sus posibilidades y en todos su límites. La oración cuando es del corazón, plantea este vínculo en realismo. Por eso es necesario dejar a un lado el personaje, ese que trato de ser delante de los demás, para sentirme libre, descubriendo que delante de Él puedo ser ese que realmente soy y que en Él puedo encontrar la gracia para ser ese que realmente estoy llamado a ser. Por eso le pedimos a Dios que nos libre de la superficialidad en la que nos hemos instalado, viviendo según un rol, una función, una obligación, una carga, un mandato, para poder ahondar en la propia verdad, buscando lo esencial. Eso que es como invisible a los ojos. El que busca a Dios reza diciendo,”Envíame Señor tu luz y tu verdad, que ellas me guíen o que me despirten, que tu rostro le ponga rostro real a mi ser personal y que en un vínculo de amistad en la veracidad podamos permanecer en comunión, no de cualquier manera sino desde el corazón”

Que resistencia tienes que liberar de tu corazón para darle la bienvenida a Jesús que llega a poner su morada en nuestra interioridad

 

Pasar de la evasión a la disponibilidad

 

En realidad desde todas las situaciones y en cualquier momento es posible orar con el corazón, pero nuestras mejores intensiones se vienen abajo cuando nuestra vida está totalmente desorganizada o es poco auténtica. Hay una manera de vivir en la que Dios no puede entrar porque ningún resquicio encuentra. Faltan momentos de sosiego para pararse ante Dios. Otras veces la vida está inerte, como vacía, falta el contacto con las personas, falta el interés por estar con los demás, por lo que sucede en la vida, la solicitud de los otros. Tampoco ahí puede nacer el encuentro con el Señor. El verdadero encuentro con el Señor, se da en cualquier circunstancia cuando nuestro corazón permanece en su presencia y todo nos habla de Él y de todo a Él podemos hablarle de lo que nos pasa y de lo que pasa. En realidad salimos de la evasión y encontramos la mejor disponibilidad cuando impacta en nosotros la presencia del Dios vivo que nos llama y nos invita a orar, orar y orar.

 

Orar con el corazón, orar como niños

 

Aquella invitación de Jesús, “Si ustedes no vuelven a ser como niños no entrarán en el reino de los cielos”, podría retraducirse también en los términos orantes, si ustedes no oran con el corazón, no van a encontrar el camino de la oración. Si no a empezado alguna vez a balbucear palabra alguna el niño, no llegaría nunca a hablar. Así sucede también con la oración del corazón. A rezar con el corazón se aprende liberando los sentimientos y los afectos, los conflictos y los miedos, a ponerle palabra a lo que tenemos dentro del corazón y a confiárselas a Dios conociendo que todo Él lo sabe y lo conoce, como nos salga mejor y de la mejor manera.

Un día hay que comenzar a hablar con los sentimientos y con los afectos, de dónde verdaderamente se produce la comunicación. Un día hay que comenzar a hablar con Dios desde el corazón, y para eso lo primero que hay que hacer es invocar a Dios, su presencia. El deseo de orar solo se hace realidad cuando nosotros nos damos unos minutos para recogernos delante de Dios e invocarlo desde lo más profundo ser. A solas en la intimidad de la propia conciencia. Es ahí  donde se abre el misterio de Dios para nuestra vida. Esa invocación humilde, sincera, en medio de la experiencia o de la inexperiencia, es el mejor camino para hacernos sensible a su presencia, no se trata sólo de reconocer su presencia, sino de dirigirnos a Él, a Dios personalmente. Dios ya no es aquel de quien se habla en tercera persona sino un tú a quien invoco confiado. Como dice el salmo 25 “A ti Señor levanto mi alma, Dios mío en ti confío”.

Al principio es posible sentirse un poco incómodo, extraño. Como siempre nos pasa en la vida cuando damos un paso hacia un lugar desconocido. En realidad este siempre, el camino del peregrino en la fe, va a donde no sabe, por caminos que desconoce, guiado por quien tiene seguramente la certeza de saber a dónde nos lleva. La persona cuando pierde la costumbre de dirigirse a Dios directamente y no acierta a hablar con Él, le lleva un tiempo hasta encontrar el modo de poder sentirse familiarizado en el vínculo, y esto ocurre cuando la persona es ella misma y puede expresarse con confianza delante de Dios, desde lo más hondo de su misma realidad. ¿Cómo crece la confianza en nosotros? Cuando entendemos aquella palabra de Mateo 7, 8: “Todo el que pide, recibe, el que busca, encuentra y al que llama se le abre”. Cuando hacemos esta experiencia, de que nuestro vínculo con Dios encuentra respuesta, nos animamos a más, crece la confianza, la amistad se fortalece, y nuestra oración se hace personal. La oración del corazón es una oración de persona a persona, de la persona de Dios en un tu absoluto, cercano y al mismo tiempo inefable y la pobreza de nuestra condición humana y pecadora que se deja abrazar por la infinita misericordia de Dios que todo lo puede.

 

Orar desde la oscuridad y desde ese lugar encontrar las razones sin razón por la cual Dios se dirige a nosotros amándonos cuando nadie nos ama. Me amaste cuando nadie me amó y allí encontré tu nombre. Es allí cuando nosotros hacemos de la oración un vínculo personal, cuando en las profundidades del ser, dónde a veces son oscuras las presencias, aprendemos a encontrar la luz donde no la hay. Dios sigue siendo siempre un misterio que nos desborda. La presencia de alguien que, de alguna manera sigue ausente. Por eso aprender a rezar es aprender a vivir ante el misterio que nos trasciende. ¿Cuándo? Cuando aparece la duda. Y también aprendiendo a gritar desde la oscuridad. Orar desde la duda, orar gritando desde la oscuridad.

La verdadera oración introduce siempre algo como nuevo en la vida. La vida adquiere una orientación nueva, cuando oramos desde el corazón y oramos desde algún lugar donde no nos sentimos del todo haciendo pie. Todo puede dirigirse desde ese lugar hacia un sentido último. El orante no se siente solo, cuando desde la duda ora, una luz nueva le permite descubrir de una manera nueva, lo importante, lo esencial, lo que vale la pena. Por decirlo en una palabra el mundo de la fe se hace vivo y real en medio de las oscuridades de las sombras. Será todo una ilusión, surge la duda, ¿no será un hablar en el vacío? Si perseveramos en la duda y la oscuridad en la presencia de Dios, podemos entender la expresión de Jeremías, cuando bendice a Dios, el Señor y en Él busca su apoyo, cuando dice que solo en Él se encuentra como un árbol plantado junto al agua, arraigado junto a la corriente y que cuando llegue el momento de la prueba no va a temer. También él siente la duda, y en algún momento grita hay Señor, serás para mi tu un espejismo, será verdad tu presencia. En algún momento, la duda puede aparecer, desde la duda hay que también orar. No nos dejemos ganar por la duda, que quiere acallar el sentir profundo del corazón. También desde la increencia se puede orar y desde la oscuridad se puede gritar, se puede seguir orando a Dios cuando uno no se siente seguro de nada, ni siquiera de si cree en Él o no, se puede. Más aún, esa oración, en medio de la oscuridad y las dudas es probablemente unos de los mejores caminos para crecer en la verdadera fe. No tenemos que olvidar que la fe, no está en nuestras seguridades, ni en nuestras dudas, está más allá, en el fondo del corazón humano, que nadie conoce, sino Dios. Lo importante es seguir anhelando su presencia. Como decíaTeresita de Lisie: “Seguiré allí, a pesar de todo, mirando fijamente a la luz invisible que se oculta a la fe”. A Dios se le puede decir todo sin excluir nada. Podemos expresarle nuestras dudas y protestas, nuestro dolor, nuestra desesperación, con tal de que sigamos dirigiéndonos a Él. Podemos gritarle soy tuyo, rescátame, sálvame, sin saber ni siquiera exactamente que es lo que queremos decir. Es la única forma de orar, la que Dios entiende, cuando hablamos desde el corazón.

Rezar desde el corazón, aprendiendo a orar también desde las sombras, desde la oscuridad, desde la duda, si es posible, hasta gritándole a Dios con los sentimientos más hondos, los que nos parecen inhabitable por Dios, allí mismo Dios se hace presente, y nos hace saber de que nos ama y profundamente.

Que el Señor te descubra cuanto te ama y que puedas desde ese lugar despertar a la oración que Dios recibe, como toda comunicación cuando es desde el corazón, acontece, ocurre. También cuando oramos, oremos del corazón y el vínculo con Dios será real.

 

 

                                                                                        Padre Javier Soteras