Curación del sirviente de un centurión

martes, 9 de diciembre de 2008
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Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión, rogándole:  “Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente”.  Jesús le dijo:  “Yo mismo iré a curarlo”.  Pero el centurión respondió : “Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.  Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes:  “Ve”, él va, y a otro:”Ven”, el viene; y cuando digo a mi sirviente:  “Tienes que hacer esto”, él lo hace”.

Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían:  “Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe.  Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos”.

Mateo 8, 5 – 11

Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una sola palabra y mi criado quedará sano”.

“Les aseguro que jamás he encontrado en Israel una fe tan grande”.

Qué linda invitación la de la palabra, disponernos ha encontrar la gracia de Dios, de ir con verdad al encuentro del Señor. Cuanta falta de verdad y de entrega, cuantas cosas que el Señor está pidiendo que pongamos a disposición y nosotros no queremos y entonces, el Señor tiene que esperar. Pero no es una espera desesperada, es una espera triste y amargada la del Señor.

Si el Señor sabe del poder de su amor, sabe del gran respeto por el corazón humano, pero también sabe de esa urgencia de la caridad que hay en él. Urgencia que lo llevó a decir aquellas palabras tan significativas de la sagrada escritura, que quizás vengan bien en este tiempo de adviento, como tiempo de conversión, vuelvan a golpear mi memoria y las puertas de mi corazón. He venido a traer fuego a la tierra, como desearía que ya estuviera ardiendo.

Estos son los deseos del Señor. Así es la espera de Jesús. Jesús es el que espera con ardor, con pasión, es el que está disponible y respetuoso, pero atento, esperando la primera oportunidad de mi conversión, cuánto hemos de ayudar y de interceder por nuestros hermanos para que se abra una puertita a la gracia de la conversión. Cuánto hemos de aprovechar este tiempo para pensar en los que están al lado nuestro, cuánto hemos de desear que nuestros hermanos también conozcan a Jesús, cuánto hemos de orar, como aquel soldado romano, con humildad de corazón.

El evangelio nos está planteando también esa disponibilidad fundamental que hemos de tener en este tiempo del adviento. Un corazón llano, sencillo, Isaías dirá que hay que bajar los montes, enderezar los caminos torcidos. Un hombre que al hacer el llamado dice que hay muchas cosas que están quebradas, torcidas, hay muchas soberbias, muchos montes, hay muchas heridas, muchas huellas. Hay que disponer las cosas, allanar el camino.

Qué linda invitación, cuánto podemos hacer para allanar nuestro mundo interior, nuestra existencia. Quizás estamos todavía muy instalados, en muchas posturas o quizás estamos todavía muy rebeldes, o dolidos, o demasiados atento a nuestro dolor, demasiado preocupado por algo que nos hicieron, y seguimos llorando y dando lástima en vez de