De manera ordinaria, vivir lo extraordinario

viernes, 1 de julio de 2011
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De manera ordinaria, vivir lo extraordinario

 

“El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres”.

 

                                                                                         Lucas 2, 51-52

 

 

Es allí, en ese ámbito de familia, de sencillez, de trabajo, de servicio, de fe, de religiosidad popular y profunda, donde la vida de Francisco Forgione va tomando todas las características propias de lo que Dios va ir entretejiendo desde muy temprana edad en él, para constituirlo tal vez en uno de los hombres donde mayormente se ha manifestado la grandeza de Dios en lo simple y en lo sencillo. El Padre Pío, es desde muy temprana edad que experimenta en su corazón esta presencia cercana y de elección que Dios ha hecho de su vida.

Si días pasados meditando sobre la vida de Teresita de Jesús, reconocíamos cómo la santidad en ella era manifestación de un Espíritu de fe en lo sencillo y en lo simple, sin ningún tipo de manifestación extraordinario de la gracia.

En la vida del padre Pío, esa misma fe, sencilla, simple, forma parte de lo que hace al hacergo de su camino a la santidad, pero debemos reconocer claramente que en él las manifestaciones de la gracia y el privilegio con el que Dios invadió su vida en gestos tan elocuentes y tan manifiestamente significativos, es una de las características con la que mayor dificultad llevó adelante él, todo ese camino de santidad por donde Dios lo condujo. De hecho, en aquel acontecimiento tal ves el más indicativo de las manifestaciones de Dios, cuando recibe las estigmas, en aquel 20 de septiembre, se sintió profundamente conmovido y avergonzado sin saber que hacer con aquella marca con la que Jesús lo había identificado con él en el camino. Y de hecho, se sabe que lo sufría y mucho, no solamente al dolor que significaban las llagas en su cuerpo, sino la vergüenza que le daba reconociéndose tan pequeño y tan frágil, identificado tan profundamente con el misterio de Jesús.

Pero todo esto comenzó en la vida de Francisco desde muy temprana edad. Una mañana, sólo, entre los bancos del templo, estaba escuchando el chisporroteo de la lámpara votiva que se agitaba delante del tabernáculo, cuando en un determinado momento se aparece Jesús, y le pone su mano sobre la cabeza. Aquel gesto expresaba una elección, una llamada a la que Francisco sin dudar, con sólo cinco años, dio una generosa respuesta, haciendo el propósito de consagrarse y de donarse todo a Dios. Desde ese momento su pensamiento estuvo constantemente dirigido a las cosas del cielo, pero igualmente comenzaba a agitarse en su vida, la presencia del mal que buscaba tirarlo en el camino y sacarlo de aquellas determinaciones con las que en su vínculo con Jesús, él desde muy pequeño había decidido consagrarse.

Un indicio de todo esto, lo encontramos en el diario de uno de los directores espirituales del Padre Pío, el padre Agustín de San Marco, en Lamis, quien en el año 1915 escribía: “Los éxtasis, comenzaron en el quinto año de edad, cuando tuvo el pensamiento y el sentimiento de consagrarse para siempre al Señor, y fueron continuos. Interrogado porqué lo hubiera callado durante tanto tiempo, con mucha sencillez, él respondió que no lo había hecho manifiesto porque creía que era cosa de todos. Ordinarias, que le sucedían a todas las almas, de hecho, un día preguntó ingenuamente: ¿y usted, no ve a la virgen?, ante la respuesta negativa agregó, usted dice esto porque es humilde. También dice el padre Agustín de San Marcos, a los cinco años comenzaron las apariciones de las manifestaciones del mal en su vida, y por casi veinte años fueron siempre bajo formas obscenas, humanas y sobre todo de animales que lo perseguían. Francisco, el padre Pío, asistía a la parroquia y rápidamente aprendió ayudar misa. Cada domingo a la tarde era siempre el primero en llegar a las clases de catecismo. Quería aprender con prontitud los principios de la vida cristiana, conocer los ejemplos de los santos para poder tener como imitarlos. La vida del padre Pío en los primeros años, nos muestra lo que va a ser la marca con la que Dios va a asignar su camino de seguimiento de él. Particularmente manifiesto Dios en su vida y él viviendo de manera normal, natural, lo sobrenatural”.

 

Nosotros también somos invitados a descubrir que en lo de todos los días, con mucha sencillez, Dios quiere estar presente en nuestro camino y seguramente así es.

 

 Es tiempo de reconocer cómo y de qué manera Dios en lo de todos los días, se hace presente en tu camino.

 

A los diez años, el padre Pío, se comienza a preparar para la primera comunión con mucho entusiasmo. Cuando un año después supo que el padre Juan Caporasso, por este motivo había adornado el altar con flores blancas, se llenó de una alegría incontenible. Parecía que no le interesaba nada más, solamente le gustaba participar en las festividades religiosas, iba siempre de la mano de su papá hacia las procesiones a la Virgen de la Libera, con un collar de castañas en el cuello, como para sumarse a esa fiesta y a esas fiestas religiosas, porque le entusiasmaba los carros, las bandas, las luces, las fogatas, las ofrendas de las primicias hechas a la Virgen y también el acostumbrado pedazo de turrón que a su regreso compartía con su hermano y con sus hermanitas. El vivía la navidad con mucha frescura, tenía un amigo con el que todos los años preparaban cuando eran niños, el pesebre en la casa del padre Pío, Mercurio Scoca, lo recuerda, este era el amigo de él, con quien en la casa muy pobre, muy sencilla, en Pietrelcina, ellos armaban en la casa de Pío, en un hueco que había en la pared, el pesebre. Hacían las imágenes mismas ellos con arcilla, y las iban poniendo en el lugar de ese hueco, y siempre dice su amigo que le costaba la imagen de San José, la hacía y la rehacía una y otra vez y nunca quedaba conforme. Al final juntaban caracoles en el campo, los vaciaban, ponían un poco de estopa con aceite dentro de los caracoles y eso servía para iluminar el lugarcito. Este es el vínculo que Pío va teniendo, normal, sencillo y al mismo tiempo sorprendente con lo sagrado hasta que un día, siente que tiene que decirle a sus padres que ha decidido dar el paso hacia la vida consagrada. Pero va a parecer más adelante en nuestro relato en el día de hoy.

Esto tal vez, de los acontecimientos del padre Pío, junto a su papá, como un niño aparezca aquel milagro de San Pelegrino, que en la película del padre Pío, que yo entiendo que está tomada de este texto que estamos compartiendo ahora, Padre Pío, el apóstol del confesionario, de Genaro Presiuso, aparece en el relato. Este santo por el cual Gracio, el papá del padre Pío tenía una particular devoción, siempre era celebrado por ellos y al padre Pío le encantaba ir con el papá hacia ese lugar para celebrar a este santo, San Pelegrino. En una de esas fiestas, una mama pone delante de San Pelegrino, a su hijito, tullido. Pío habrá tenido ocho, nueve años, cuando participa en aquel momento, al poner al nene delante del santo le dice, o lo curas o te lo llevas, dice la mamá. Pío se queda como contemplando la escena, la historia cuenta que Gracio, su papá se lo quiere llevar, y él insiste en quedarse. Se cuenta que en aquel momento Pío oró a Jesús para que intervenga por el dolor de esa mamá, y el niño se puso de pie y comenzó a caminar con expresión de gozo. El padre Pío agradece a San Palegrino. Cómo en un niño, las cosas de Dios se dan con tanta sencillez, simpleza, frescura y tanto amor, con tanto corazón puesto en Dios.

Cómo la vida de los santos a veces desde muy temprana edad se manifiesta Dios tan claramente. Por eso también hay que prestar atención a los niños, y a su expresión creyente, a sus decires del encuentro con Jesús y dar libertad para que así lo puedan hacer.

 

Hoy te invitamos a compartir cómo y de qué manera vivís en Dios lo cotidiano.

 

Dos acontecimientos importantes ocurren cuando tiene diez años, además de esta preparación la comunión, pío de Pietrelcina, comienza a sufrir una profunda enfermedad estomacal, que lo tira a la cama por un mes. No le encontraban respuesta, casi como un presagio de lo que va a ser toda su vida, marcada por fuertes situaciones de salud incomprensibles para todos, fiebres, dolores profundos en todo su cuerpo, además de todo lo que significaba en él llevar las marcas de Jesús como dolor físico y como dolor moral. Y Pío como a los diez años comienza como a presagiar esto. Todo este dolor estomacal lo tira un mes en cama y un día la mamá fríe unos pimientos, los guarda en un frasco, una parte lo lleva para compartirlo con Gracio y los trabajadores del campo. Lo deja a Pío en casa, con su hermanito. Pío no tiene mejor idea porque le viene el hambre por el olorcito de los pimientos fritados, y se come prácticamente todo lo que dejó su mamá en la casa. Cuando vuelve la madre lo encuentra más rojo que los pimientos y muy traspirado. Viene el médico, lo revisa, le pide que presten más atención. Al otro día posiblemente por el efecto que han producido justamente los mismos pimientos en su cuerpo, se ha producido como una liberación estomacal que lo ha purificado. Increíblemente por una travesura quedó curado.

Al poco tiempo de recibir la comunión, Pío también es confirmado.

Recuerda Agustín de San Marcos en Lamis, cómo fue aquel acontecimiento de la vida del Espíritu en su vida. Dice: “En estos días hemos tenido la visita del arzobispo monseñor Bonassi, e incluso las confirmaciones, decía Pío, lloraba de consuelo dentro de mi corazón en esta santa ceremonias, porque me recordaba lo que me hizo sentir el espíritu Paráclito en el día que recibí la confirmación. Día particular e inolvidable para toda mi vida. Cuántas dulces emociones me hizo sentir en aquel día el espíritu consolador. Con sólo pensarlo, me siento totalmente quemado por una llama viva que quema y destruye y no da pena”.

 

Francisco, el padre Pío, parecía más grande que los chicos de su edad y su papá queriéndolo ayudar a crecer en el oficio que él conocía lo llevó a trabajar consigo al campo y le encomendó que cuidara cuatro ovejitas, en ese andar por el campo, él cuenta cómo se le abrió un panorama importante de mirada de contemplación de la belleza de Dios, de hecho la película del Padre Pío de Pietrelcina, lo muestra en varias oportunidades a pío en ese ambiente campestre, orando y además de haciendo sus tareas, propia del servicio agrícola. En ese contexto se encuentra con un personaje que va a marcar su vida, por su figura, por su barba, por su rostro rosáceo y por sobre todas las cosas por su hábito franciscano, se llama Camilo Morcone. Quien un tiempo después. Parado como lo muestra la película, delante de la mesa de la comida familiar, en un relato gracioso que presenta la película dice, se pone de pie, diez años y dice quiero ser sacerdote como Camilo. Toda la sorpresa que esto genera y el papá que dice que no tienen plata y la mamá que dice pero hay una vaca y el padre que dice la vaca no se vende, cualquier cosa pero la vaca no se vende. Después el papá termina yéndose a Estados Unidos y desde allí ayuda para el sostenimiento de su familia y de su hijo querido que está en la comunidad franciscana y de muy temprana edad comienza el camino de seguimiento de Jesús.

En este contexto bucólico ciertamente, agreste y al mismo tiempo familiar, lleno de piedad y marcado particularmente por este Dios que a los cinco años en Cristo se apareció a él y él lo tomó como una cosa normal, para bendecirlo en ese contexto va forjando Dios el corazón de este gran santo, San pío de Pietrelcina.

 

En un testamento teolográfico escrito veinte años más tarde, Pío reveló lo que el Señor en aquel período iba obrando en él.

Jesús, decía él, desde mi nacimiento, me

ha manifestado signos de especial predilección, me ha demostrado que Él no solamente habría sido mi salvador y sumo benefactor, sino también el amigo sincero y fiel, el amigo del corazón, el infinito amor, el consuelo, la alegría, el reparo, todo mi tesoro. Mi corazón siempre Dios mío, dice Pío, ardiente de amor por el todo y por todo, lo volcaba inocentemente, inconcientemente sobre las criaturas que me gustaban y agradaban. Él siempre vigilante sobre mí me reprendía internamente, me reprochaba paternalmente, dulcemente, pero era el reproche que el alma sentía. Una voz intrigante pero muy dulce hacía eco en mi pobre corazón. Era el aviso del Padre amoroso, que presentaba a la mente de su hijo, los peligros que había de encontrar en la lucha de la vida. Era la voz del Padre bondadoso, que quería que su hijo, tuviera su corazón desapegado de amores infantiles, inocentes. De la voz del Padre amoroso que susurraba a sus oídos y a su corazón que se desapegara totalmente de la creta, el barro y celosamente se consagrara a Él. Ardientemente con suspiros amorosos, con palabras dulces y suaves, lo llamaba, quería hacerlo todo suyo, dice Pío hablando de sí mismo. Parecía que me sonreía, que me invitaba a otra vida, me hacía entender que el puerto seguro, el asilo de paz para mí, era alistarme en las filas de la iglesia.

 

                                                Padre Javier Soteras