Déjale a tu Hijo

jueves, 11 de octubre de 2007
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Déjale a tu hijo alguna raíz con nudo, y alguna ala sin amarre.

No lo presiones hasta el punto de que el vaso se rebose y quede vacío.

 

Deja que se evaporen las locuras de ayer, y mételo en la esperanza tentadora del mañana.

 

Sé más estrella que cerrazón de noche. Dale una cercanía que no lo limite, y una supervisión que no lo acorrale. Dale luz de tu pensamiento, más la ira de tu enojo. Dale la serenidad de tu alma, más que la inquietud de tus dudas y temores.

 

Dale soluciones, más que recriminaciones.

Dale un espacio y un perdón, no una jaula de castigo donde sus alas solo den aletazos de

rencor. Dale fé en si mismo, para que solo, pueda mover sus sentimientos.

 

No le exijas sobresalir; no lo compares con nadie; no achiques la estima de si mismo aun que falle, ni lo supervalores porque acierte.

 

La madre no perdona como el mundo: ella absuelve; no renuncia a una venganza, sino acepta la página en blanco para empezar de nuevo.

 

Dele explicaciones a sus desasosiegos, generosidad a su egoísmo, protección a su vida,

y nunca lo separes de tu corazón.

 

Todo el que vive a tu lado te da algo de si mismo, y a la vez recibe ese reflejo tuyo que

irradia lo que eres. Por eso, todo lo que te gustaría ver en él, daselo con tu solidez, con tu alma, con tu amor, con el ejemplo de tu vida.

 

¡Déjale tu reposo a su intolerancia, tu calmada reflexión al atolondramiento de sus años, y razones bien fundamentadas como un detonador de justicia.

 

No discutas por todo, dándole al hogar un sabor de amargura; mejor dale un beso y llénalo de luz.

 

Alguna vez pregúntale: ¿Tuvo material mi vida para enseñarle todo lo que quisiera que fuera?

 

La madre es la mejor carpintera del edificio de su hijo, la que sabe como ensamblar todos los elementos para hacerlo resistente, la que sabe donde apretar las tuercas y donde abrir los espacios para que entre el sol.