Dejarnos llevar por la lógica del Amor

lunes, 14 de junio de 2021
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14/06/2021 – Nos pone frente reacción primaria, la que nos viene cuando recibimos una agresión: “ojo por ojo, diente por diente”. Esto es una creciente manera de instalar la agresividad y violencia entre nosotros sino salimos de ese espiral de destrucción. Logramos salir de ese lugar por el camino de la misericordia, por la fuerza del amor que es lo que nos permite instalar algo diferente al de la ley del talión.

 

Jesús, dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él. Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado.

San Mateo 5,38-42.

 

 

En estos días venimos escuchando en el evangelio de Mateo: a ustedes se les dijo pero yo les digo. Es ahora la quinta de las antítesis del discurso del monte de los Olivos: A ustedes se les dijo ojo por ojo, diente por diente. Yo les digo: “no hagan frente al que los agravia”. La ley del talión se encontraba en las leyes asirías, en el código de Hamurabi quien fue rey de Babilonia hacia el 1750 ac. Aparece también en algunos libros del Pentateuco o ley de Moisés. En síntesis vida por vida, ojo por ojo, diente por diente. Es decir podes vengarte en la medida que hayas sido ofendido, cobrando o pagando con la misma moneda.
A nosotros nos resulta natural responder: el que me la hace me la paga. Jesús dice que esto debe ser superado, que no hay posibilidad de romper el círculo de violencia en escala ascendente si no se rompe ese circuito vicioso a partir de una superadora actitud que sea capaz de sanear y superar pacificando las ofensas recibidas. Esto es posible gracias a una ley de amor misericordioso dispuesto a dar la espalda a la ofensa, perdonar y mirar hacia delante. Esto no quiere decir que no debemos resistir al mal, sino que no nos debemos dejar enredar por el.

En los escritos de los padres encontramos la siguiente parábola sobre la humildad: “los cedros dijeron a las rosas silvestres; son pequeñas y débiles sin embargo las tempestades no las destrozan, mientras que nosotros somos grandes y las tempestades nos desenraízan” Los arbustos de rosas respondieron: “nosotros cuando llegan las tempestades y el viento fuerte, nos balanceamos de una parte a otra, en cambio, ustedes se oponen al viento. El anciano que contó esta parábola añadió “es necesario ceder a las ofensas, dejar que el iracundo se enfade, y no resistir de ninguna manera. Así evitaremos las malas palabras en la boca y no nos dejaremos provocar para cometer malas acciones a partir de la ofensa recibida”.

Eso solo es posible por la fuerza del amor. Hay escenarios de la vida que nos ponen en este dar un paso más allá de lo que nuestra propia naturaleza nos da. Es cuando nos sentimos sacudidos por vientos fuertes de injurias, calumnias y mal entendidos. Allí donde la vida se hace tensa, para poder dar un paso superador a la acción primera, necesitamos que el Espíritu Santo sople sobre una particular gracia.

No se trata de ser superior sobre el resto. Sino que sólo es posible a partir de reconocer la propia realidad y en medio de la dificultad, de lo que nos brota del corazón, pedir la gracia de que el Señor sea quien obre para poder superar nuestras reacciones más bajas. ¿Dónde creés que necesitás del amor de Dios para ir más allá de lo que podríamos con la propia fuerza?

fuerte, capaz de soportar y enfrentar lo que sea: Bendito sea el Señor, mi roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la pelea. Sal 144,1 . El Dios fuerte, el vencedor, el que se hace refugio y fortaleza en el camino. Es la fuerza del amor, el que supera perdonando, el amor que supera misericordiando y dejándose misericordiar, resistiendo a no reaccionar en la embestida, y ese amor que se hace grande al estilo del Padre Dios que como dice Jesús “hace salir el sol sobre buenos y malos”.

Si no vamos por este camino “ni a cristianos llegamos” y eso que estamos llamados al camino de la santidad, que se hace fuerte desde el amor que puede más y muestra caminos. El amor es gracia que hay que pedir a Dios para que actuando en nosotros seamos capaces de instalar el evangelio desde lo atractivo de ese amor suyo.

Dar por amor nos llena de vida y da vida

Si no debemos resistirnos a la violencia, ¿cómo podemos negar ayuda al que nos la pida? ¿Debemos ceder ante todo mendigo por que pide en nombre de Dios aunque sepamos que nos está engañando? son preguntas que nos hacemos en el camino.

La tradición cristiana ha establecido un tipo de regla general para la distribución de la limosna. Cada uno debe reservar para si mismo, de sus bienes y sus rentas, lo que necesita para vivir; lo superfluo es para los necesitados. Ese cálculo de lo superfluo no es tan matemáticamente sencillo de hacer. Lo importante es saber que donando, donándonos no se pierde nada, al contrario se gana para la eternidad. Cuando escuchamos la voz de Cristo:” cada vez que lo hiciste con uno de estos pequeños con migo mismo lo hiciste” nos damos cuenta del valor que tiene el ser misericordioso. Para eso basta con solo una sonrisa, sólo un gesto de cariño, una mirada tierna, o una palabra de aliento, quizás un profundo silencio de compañía estando al lado de quien le toca pasar por un tiempo de dolor.

El amor de Dios que nos mueve y capacita para amar a los demás. Son simples gestos que pueden transformar un día o una vida entera. Nos lo refleja la historia que cuenta Martín Descalzo en Razones para el Amor: La historia ocurre en un leprosario en una isla en el Pacífico. Allí entre tantos rostros muertos y apagados había alguien que conservaba una mirada clara y una sonrisa entre sus labios y que era en medio de su dolor decir gracias. Entre tantos cadáveres ambulantes, solo aquel hombre se conservaba humano. Cuando se preguntó que era lo que lo distinguía de los demás, la persona que lo cuidaba contó que apenas amanecía aquel hombre acudía al patio que rodeaba la leprosería y se sentaba enfrente al alto muro de cemento que lo rodeaba. Y allí esperaba. Esperaba hasta que a media mañana, tras el muro aparecía durante unos cuantos segundos otro rostro, una cara de mujer, vieja y arrugadita, que sonreía.

Entonces el hombre comulgaba con esa sonrisa y sonreía el también. Luego el rostro de la mujer desaparecía y el hombre, ya iluminado, tenía alimento para seguir soportando una nueva jornada y para esperar que mañana apareciera el rostro sonriente. Era – explicaban en el leprosario- su mujer. Cuando lo llevaron de su pueblo a la leprosería la mujer lo siguió hasta el pueblo mas cercano para compartir cada mañana el amor que los unía.

El fruto primero de un amor grande que hace capaz a uno superar las dificultades propias del camino, es la sonrisa. El rostro que resplandece en brillo ante una presencia luminosa de un amor que vence toda oscuridad. Un amor con esas características sólo Dios lo puede ofrendar, por eso a Él acudimos. En las realidades apremiantes, Dios lo permite para que aparezca su rostro. La alegría no es sólo una cuestión de temperamento, de hecho es difícil estar alegre en medio de las dificultades. Pero es el amor el que nos lo permite.

Poder brindar una sonrisa en medio de las propias dificultades, realmente es dar amor. Todos los días un gesto de amor que llena de vida y que sostiene la vida. ¡Cuántos ejemplos y cuántos testimonios de sonrisas y alegrías en medio de dolores muy grandes!. Sin duda detrás de esas sonrisas hay un amor grande y superador. A ese lugar nos conduce el Señor cuando nos invita a amar en medio de las persecuciones y las pruebas. Sólo un amor tan grande es capaz de ir más allá de lo aparente y del primer impulso.

Amar, amar y amar, fruto de una conciencia de que Dios nos acompaña y nos guía, y es el Espíritu Santo el hacedor de esa fuerza amante que lo supera todo.