Dejarnos sanar

miércoles, 10 de enero de 2024

10/01/2024 – En la catequesis de hoy, el padre Matías Burgui, de San Cayetano en la localidad bonaerense homónima, reflexionó sobre dejarse sanar para ayudar a otros. “Estamos compartiendo junto con toda la Iglesia la primera semana del tiempo ordinario, esta propuesta que nos hace la liturgia para meditar en lo cotidiano la presencia de Dios, para encontrar a Jesús en el día a día. Por eso el evangelio nos presenta el ministerio público de Jesús en Marcos 1, su anuncio de la Buena Noticia que está compuesta por palabras y por signos. Se trata de la primera mujer que aparece en el evangelio de San Marcos. Apenas es sanada se pone al servicio. Junto con el evangelio de ayer, sumado al de hoy, tenemos 24hs de la vida pública de Jesús. Comenzó el sábado predicando en la Sinagoga donde liberó a enfermos, luego estuvo en la casa de Pedro donde sanó a la suegra de su amigo, y al ponerse el sol, se encontró con que la población entera se agolpaba en la puerta de la casa donde sanó a muchos enfermos. No sabemos hasta qué hora estuvo atendiendo a la gente, lo que sí sabemos es que por la mañana temprano se fue al monte a orar y cuando sus discípulos lo encontraron le dijeron que “todos te andan buscando” y seguramente comenzó un día con la intensidad del anterior. Nosotros también buscamos la Palabra liberadora de Jesús. Este testimonio de Jesús cautiva al pueblo, especialmente a los pobres y enfermos que experimentan una realidad de esclavitud. Hay una atadura que sólo el Hijo de Dios puede liberar. Jesús los mira y los atiende con amor, Él es maestro con palabras y vidas”, indicó el joven sacerdote.


“En primer lugar, tené cuidado con la fiebre. Si hay algo que tiene de lindo la Palabra de Dios es que la podemos aterrizar a nuestra vida concreta. Es casi una exigencia que nos hace el corazón, que esa Palabra se vuelva fecunda en nuestras vidas. Ponete a pensar en la fiebre. Si hay algo que nos tira abajo es eso. Cuando uno tiene fiebre no se siente bien, no tiene fuerzas, está caído y tampoco razona como corresponde. Bueno, es lo mismo en nuestra vida espiritual. La fiebre no nos deja acercarnos a Jesús. ¿Ya pudiste identificar qué aspecto de tu vida te aleja de Dios? Esa es tu fiebre espiritual, las veces que querés cargar con todo, cuando te olvidás de lo importante, cuando te come algún vicio, cuando sos negativo, cuando no perdonás. Menciono algunos nada más para que te des cuenta de que la fiebre espiritual es más común de lo que pensás. Ahora, la buena noticia del Evangelio de hoy es que la última palabra no la tiene la fiebre, la tiene Jesús. Ninguna dificultad tiene más poder que el Señor y Él te quiere sanar, pero lo tenés que dejar actuar. Dale, ponete en campaña, identificá tu fiebre y seguí de cerca de Jesús. A Dios gracias, no siempre se puede con todo. Basta con mirar la propia historia, la propia experiencia, ¿no? No podemos siempre con todo, no hemos podido con todo. Si hacemos un repaso por nuestra vida, vamos a encontrar frustraciones, errores, presiones, momentos en los que nos hemos sentido desbordados… Pero acá, estamos. Seguimos andando y tratando, intentando caminar. Qué fresco que suena esto, ¿no? Reconocer que, a pesar de las caídas, nos hemos sabido levantar. Sin embargo, no es para tomarlo a la ligera. La mayoría de las veces (por no decir todas), Dios nos ha estado sosteniendo la mano. ¡Si no, no se explica! Por eso san Pablo, haciendo memoria de su experiencia del amor de Dios, puede gritar: “¡Todo lo puedo en Cristo que me fortalece!”. Sin embargo, no siempre lo vemos tan claro”, manifestó Matías.


“Estamos en un mundo, en una sociedad que suele presionarnos bastante: desde la meritocracia hasta el “sálvese quien pueda”. Todo gira en torno a tu ombligo, al “yo”, a triunfar. Ponete a pensar. Hay una frase que se interioriza y que, si no nos damos cuenta, nos puede hacer mucho daño: “Yo tengo que”. Tengo que ser buen hijo, buen padre, buen hermano, buen estudiante, buen profesional, buen cristiano, buen todo. Obviamente, no está mal aspirar a lo importante y a hacer todo de la mejor manera. No porque esté mal el compromiso, la perseverancia, el esfuerzo, las responsabilidades, ese no es el punto. Tal vez lo complicado esté en dónde o, mejor dicho, en quién ponemos nuestras fuerzas. Necesitamos apoyarnos en Dios, saber que no siempre podemos con todo, que podemos equivocarnos, cansarnos, hasta enojarnos. Recién ahí, sabiendo que Dios nos ama y nos sostiene, es donde nos vamos a donar amando hasta el fondo, a pesar de las caídas. Esa es nuestra fecundidad, una fecundidad invisible e impalpable, pero que viene de Dios.


¡Benditas caídas, si permitieron que empieces a aferrarte a Jesús! No se puede siempre con todo. Y está bien que sea así. Dice la palabra que el Señor comienza a predicar allá por Cafarnaúm con sus primeros cuatro apóstoles, y va a la casa de Pedro porque su suegra estaba enferma, estaba con fiebre. Si hay algo que te genera la fiebre es que te deja en cama, te tira abajo. Cuando uno tiene fiebre no se siente bien, no tiene fuerzas y tampoco piensa como corresponde. Bueno, es lo mismo que nos pasa cuando dejás que los problemas de todos los días te pasen por encima. Cuando te cargás todo el peso y te olvidás de lo más importante, perdés tu relación con Dios. Por eso el Evangelio de hoy nos ilumina y nos muestra que ninguna fiebre, por más fuerte que sea, tiene la última palabra. Es lo que hoy el Señor quiere hacer con vos, como hizo con la suegra de Pedro: se quiere acercar, tomarte de la mano y levantarte. Jesús te quiere mostrar que lo único necesario para la sanación es confiar en él. Pregúntate hoy qué cosas te tiran abajo, ¿cuáles son tus fiebres espirituales? Dejá que el Señor te empiece a levantar”, completó Burgui.
“En segundo lugar, buscá el equilibrio. Uno de los grandes desafíos en la vida de aquel que quiere ser discípulo de Jesús es poder conciliar la acción y la contemplación. Claro, algunos tienden al servicio concreto y andan de acá para allá; otros, más a la oración personal y pasan grandes momentos de su día así. Hoy el Señor te muestra que el verdadero discípulo se parece a Él, que vivía entre el servicio y la oración, entre la contemplación y la acción. Si falla una, falla la otra. Por eso es necesario pedirle al Señor la gracia del equilibrio. Que tu servicio se alimente de tu oración y que tu oración sea también un servicio. ¿Cómo estamos viviendo estas dos realidades? Acordate que el Señor se hacía un tiempo para todo. Jesús es el camino, la verdad y la vida, por eso nos va marcando una especie de senda para estar cerca de él. Vive la acción, hace milagros, predica, sí. Pero también le dedica tiempo a la oración. Vos y yo estamos llamados a lo mismo, a buscar el equilibrio entre el servicio y la contemplación”, afirmó el padre Matías.


“Por último, dejate ayudar para ayudar. El evangelio nos dice que la gente se agolpaba delante del Señor para ser sanada. Todos buscan al Señor, porque el Señor vino para eso, vino para sanar. Jesús significa eso: “Dios salva”. Jesús vino para que vos te sanes, para darte vida y vida en abundancia. Qué te parece si hoy aprovechamos para preguntarnos qué tanto nos acercamos al Señor. Qué importante que nos acerquemos delante de Jesús, que le dejemos todo lo que somos y todo lo que tenemos, lo bueno y lo no tan bueno. Que Él se encargue de nosotros, que nos levante, que nos sostenga. Cuántas veces andamos con lo justo y por orgullo no nos dejamos ayudar. Bueno, que esto quede entre el Señor y vos. Jesús espera tu confianza y apertura en tu corazón. Pedile un corazón capaz de aceptar ayuda. Desde ahí, desde esta actitud, anímate a acercar la Buena Noticia a los demás. Anímate a aliviar a aquellos hermanos que perdieron la esperanza. Somos sanadores heridos, llevamos este tesoro en vasijas de barro. Porque vamos en fragilidad: no somos mejores que aquellos a los que les llevamos la palabra o el consuelo. No somos los fuertes que se inclinan hacia los débiles, no somos los puros que se dignan acercarse a los pecadores. Somos hombres y mujeres pecadores, que confiamos en la Misericordia de Dios y proclamamos. Hombres y mujeres frágiles tirados en los brazos seguros del Señor, que queremos decirles a todos que en esos brazos paternales hay sitio para ellos. Somos hombres y mujeres que apenas tienen cinco panes y dos pescados, pero que los entregan para que se multipliquen entre las manos abiertas del Señor. Espero que tu servicio se vuelva concreto en breve”, cerró el sacerdote bahiense.