Del dolor a la alegría: La promesa de Jesús

viernes, 10 de mayo de 2024

10/05/2024 – En San Juan 16,16-20, Jesús advierte a los discípulos que va a haber tristeza en sus corazones pero se convertirá en gozo, porque él no los abandorará. Encontrarán la plenitud que anhelan y desean.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:”Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo.”La mujer, cuando va a dar a luz, siente angustia porque le llegó la hora; pero cuando nace el niño, se olvida de su dolor, por la alegría que siente al ver que ha venido un hombre al mundo.También ustedes ahora están tristes, pero yo los volveré a ver, y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar.Aquél día no me harán más preguntas.” San Juan 16,16-20

En este pasaje del Evangelio de Juan, Jesús prepara a sus discípulos para su partida y les ofrece palabras de consuelo y esperanza. Les anuncia que experimentarán tristeza, pero esta se convertirá en una alegría profunda y duradera.

Juan 16,20: Jesús afirma que sus discípulos “llorarán y se lamentarán” mientras que “el mundo se alegrará”. Esto se debe a que el mundo no comprende el significado de la muerte y resurrección de Jesús, mientras que los discípulos la van a poder comprender por la presencia del Espíritu Santo que les va a enseñar.

Jesús resalta la paradoja entre la tristeza de sus discípulos y la alegría del mundo. El mundo celebra la vida efímera y pasajera, mientras que los discípulos se entristecen ante la partida de su Maestro. Sin embargo, esta tristeza no es vana, sino que está arraigada en una fe profunda en la Pascua de Cristo. Los discípulos, guiados por el Espíritu Santo, comprenden el significado de la muerte y resurrección de Jesús: un acto de amor supremo que abre las puertas a la plenitud de la vida.

La imagen del parto que utiliza Jesús en Juan 16,21 es elocuente. El dolor intenso del alumbramiento anticipa la inmensa alegría del nacimiento de un nuevo ser. De la misma manera, la tristeza de los discípulos precede a la gozosa experiencia de reencontrarse con Jesús resucitado.

En Juan 16,22, Jesús promete a sus discípulos una alegría que “nadie les podrá quitar”. Esta alegría no se basa en las circunstancias externas ni en los placeres mundanos, sino que brota de una fuente inagotable: el amor de Dios manifestado en Jesucristo. Es una alegría profunda, interior y duradera que llena el corazón de paz y esperanza.

San Francisco de Asís es un ejemplo de alegría evangélica, inspirado por el mensaje de Jesús, vivió una vida radiante de alegría evangélica. A pesar de las privaciones y dificultades que enfrentó, Francisco encontró gozo en la sencillez, la fraternidad y la contemplación de la creación. Su “Cántico del Sol” es un testimonio vibrante de su profunda alegría en la presencia de Dios.
San Agustín: “La alegría del cristiano es la esperanza de la gloria” ([Sermón 266]).
Papa Francisco: “La alegría del Evangelio es para todo el pueblo. Es la alegría de haber sido salvado por Jesucristo, de ser amados por Dios y de poder amar a los demás con su mismo amor” ([Evangelii Gaudium, 1]).

No más preguntas

Juan 16,23: Jesús les dice a sus discípulos que “en aquel día no me harán más preguntas”. Esto significa que ya no necesitarán preguntar porque habrán entendido plenamente su mensaje y su amor.
La frase de Jesús a sus discípulos, “en aquel día no me harán más preguntas” encierra una profunda promesa y una invitación a la reflexión. Promete un estado de conocimiento y comprensión plenos, donde las dudas y las interrogantes se disiparán ante la luz de la verdad absoluta.
Pero, ¿qué significa este “día”?

Algunos interpretan que se refiere al momento de la resurrección de Jesús, cuando sus discípulos lo vieron y tocaron, confirmando su divinidad y disipando cualquier duda sobre su mensaje. Otros lo ven como una alusión a la segunda venida de Cristo, cuando se dará la consumación final de todas las cosas y se revelarán todos los misterios. También lo podemos entender a la luz del día a día
Sin embargo, la frase también puede tener una aplicación más personal. Para cada creyente, el “día” en que ya no habrá necesidad de preguntas puede llegar cuando experimenta una profunda conexión con Dios a través de la fe, la oración y la entrega personal. Es un momento en el que la verdad de Dios se hace evidente en el corazón, y las dudas y cuestionamientos se desvanecen ante la certeza del amor divino.

¿Cómo podemos alcanzar este estado de comprensión plena?

Jesús nos da pistas en su propio ministerio. Enseña a sus discípulos a buscar primero el reino de Dios y su justicia (Mateo 6:33), a amar a Dios con todo su corazón, alma y mente (Mateo 22:37), y a amar a su prójimo como a sí mismos (Mateo 22:39).

En estas enseñanzas encontramos la clave para desarrollar una relación profunda y personal con Dios. Al centrar nuestras vidas en Él, al amarlo con todo nuestro ser y al amar a los demás, nos abrimos a la experiencia transformadora de su amor y gracia.

En ese momento de plenitud, cuando el amor de Dios llena nuestro corazón, las preguntas ya no serán necesarias. La verdad se habrá revelado en su máxima expresión, y la duda habrá dado paso a la certeza.
La invitación de Jesús es a vivir en constante búsqueda de esta plenitud, a cultivar una fe viva y activa, y a abrir nuestro corazón al amor transformador de Dios. En ese camino de crecimiento espiritual, las preguntas son bienvenidas, pues nos impulsan a profundizar en nuestra fe y a descubrir nuevas dimensiones del misterio divino.

Sin embargo, llegará un día, para cada uno en su propio tiempo y manera, en que las preguntas se disolverán en la luz de la comprensión plena. En ese “día”, habremos alcanzado la madurez espiritual en Cristo, y la alegría del amor divino inundará nuestro ser para siempre.


Pironio y la Esperanza


El Beato Eduardo Pironio, reconocido como “profeta de la esperanza”, nos ofrece una profunda reflexión sobre este don divino en sus diversos escritos.

La esperanza, según Pironio, no es un mero optimismo o un deseo vago, sino una fuerza poderosa que nos impulsa a actuar y transformar la realidad.

Es la “certeza de que Dios no nos abandona” y la “confianza en que Él tiene un plan de salvación para la humanidad y para cada uno de nosotros”.

Esta esperanza, arraigada en la fe, nos permite enfrentar los desafíos de la vida con valentía y perseverancia, sin caer en el desánimo o la desesperación.

Pironio nos invita a cultivar la esperanza en tres dimensiones:

Esperanza personal:
• Creer en el crecimiento personal: Reconocer nuestro potencial y confiar en nuestra capacidad para aprender, mejorar y superar obstáculos.
• Sanar las heridas: Abrirnos al perdón y la reconciliación, tanto con nosotros mismos como con los demás, para sanar las heridas del pasado y avanzar hacia un futuro más luminoso.
• Alcanzar nuestras metas: Establecer objetivos claros y trabajar con tenacidad y perseverancia para alcanzarlos, sin dejarse vencer por los desafíos.

Esperanza social:

• Luchar por la justicia: Trabajar activamente para construir una sociedad más justa y equitativa, donde todos tengan las mismas oportunidades de desarrollo y bienestar.
• Promover la equidad: Defender los derechos de los más vulnerables y luchar contra la discriminación y la desigualdad en todas sus formas.
• Fomentar la fraternidad: Cultivar relaciones de respeto, diálogo y colaboración entre las personas y los pueblos, construyendo puentes de paz y comprensión.

  1. Esperanza escatológica:

• Anhelar la vida eterna: Creer en la promesa de Dios de una vida nueva después de la muerte, libre del sufrimiento y llena de gozo eterno.
• Prepararse para el encuentro con Dios: Vivir una vida coherente con los valores del Evangelio, buscando amar a Dios y al prójimo como a nosotros mismos.
• Participar en la construcción del Reino de Dios: Colaborar con Dios en la construcción de un mundo más justo, amoroso y fraterno, anticipando así la plenitud de la vida eterna.
Para alimentar la esperanza, Pironio propone:
• Contemplar a Jesús: En su vida, pasión, muerte y resurrección encontramos la fuente de la esperanza cristiana.
• Discernir los signos de esperanza: Reconocer las pequeñas victorias y gestos de amor que nos rodean.
• Alimentar la fe: La oración, la lectura de la Biblia y la participación en los sacramentos nos fortalecen en la esperanza.
• Practicar la caridad: Servir a los demás y trabajar por la justicia son expresiones concretas de la esperanza.
• Abrazar la cruz: Los momentos de sufrimiento y dificultad también pueden ser oportunidades para crecer en la esperanza.