Deliberar y operar con prudencia

miércoles, 2 de julio de 2008
image_pdfimage_print
Por eso, dice Salomón, oré y me fue dada la prudencia.  Supliqué y descendió sobre mí el espíritu de la sabiduría.  La preferí a los cetros y a los tronos y tuve por nada las riquezas en comparación con ella.  No la igualé a la piedra más preciosa porque todo el oro, comparado con la sabiduría, es un poco de arena, y la plata a su lado, será considerada como barro.  La amé más que a la salud y a la hermosura y la quise más que a la luz del día porque el esplendor de la prudencia no tiene ocaso.  Junto con ella me vinieron todos los bienes.  Ella tenía en sus manos una riqueza incalculable y gocé de todos sus bienes porque la sabiduría y prudencia es lo que dirige, aunque ignoraba que ella era la madre.  La aprendí con sinceridad, la comunico sin envidia y a nadie le oculto sus riquezas porque ella es para los hombres un tesoro inagotable.  Los que la adquieren se ganan la amistad de Dios ya que son recomendados a el los dones de la instrucción.

Sabiduría 7; 7

La virtud de la prudencia, como decíamos ayer, tiene dos grande componentes. Uno es el deliberativo, el componente deliberativo, y el otro el componente operativo. Todo un mismo acto, no es que podamos separarlos, en un mismo acto prudente aparecen estos dos componentes constitutivos de la prudencia.

El componente deliberativo, que es el discursivo, el pensar la realidad donde más conviene y el operativo, que es el actuar una vez visto y juzgado que es lo más conveniente según aquello que se ha juzgado, visto, discernido como más conveniente eso es lo que se hace y eso es el aspecto operativo de la virtud.

Todo en un mismo actuar humano que se va ajustando, por la virtud de la prudencia a la realidad de lo que realmente conviene aquí y ahora para el bien de cada uno de nosotros según esos valores que están dándole orientaciones a nuestro actuar, obrar, humanos. Según sean los valores que marcan nuestras vidas serán también así las opciones que vamos haciendo en función de configurar nuestra vida de acuerdo a estos valores, valores que están presente siempre, sólo que a veces somos más concientes y a veces somos menos concientes de ese mundo valórico en torno al cuál se va desarrollando nuestra existencia. En la medida en que los vamos haciendo más conciente, vamos desterrando del inconciente lo que opera como valor en nuestra vida, vamos pudiendo elegir con qué valores verdaderamente vivir. 

La virtud de la prudencia se desarrolla en dos grandes esferas: la esfera deliberativa y la que podríamos llamarle la esfera operativa. Deliberar sin actuar, deliberar sin poner en práctica lo deliberado, lo pensado, es filosofar sobre la acción pero no hacer nada, quedarnos en el mundo de las ideas. Actuar sin pensar es quedar librado a los impulsos, a las pasiones, a las circunstancias, a donde va el resto, ser parte de la masa. 

Cuando nosotros actuamos sin deliberar, sin pensar, sin reflexionar, nos hacemos uno más del montón, perdemos personalidad, dejamos de ser lo que estamos llamados a ser.

Cuando por el contrario, deliberamos, pensamos, le damos vuelta por aquí y por allá a todo lo que sería mejor y más conveniente para nosotros pero nunca lo ponemos en práctica, filosofamos sobre la acción pero no nos comprometemos con la transformación de la realidad. De esto se dice mucho del cristianismo nacido del mundo helénico de una parte importante de su pensar, de su reflexionar.

El cristianismo en sus orígenes recibe una influencia más que significativa del pensamiento griego y a veces, justamente ha sido un filosofar, un pensar sin comprometerse en la acción donde una parte importante del ser sal propio del ser cristiano ha quedado como sin poder penetrar en la realidad para darle un sabor y gusto distintos.

 Respecto de los defectos que la prudencia tiene en la parte deliberativa, lo más común es que nos quedamos justamente, más que en el pensar, en la impremeditación, nos quedamos sin meditar, sin pensar, actuamos, obramos, sin meditar demasiado, más en este tiempo donde lo pragmático parece liderar en el mundo en el que vivimos. Las cosas son según tienen alguna utilidad, si no la tienen no sirven para nada. Se escucha mucho esto en el ámbito de la educación.

Cuando los chicos adquieren un nuevo aprendizaje que no lo puede traducir rápidamente en una acción concreta preguntan “¿Para qué me sirve esto?” Como si el conocer ocupara un lugar y ese lugar que ocupara si no estuviera vinculado directamente a una acción concreta no tiene valor. A eso le llamamos “utilitarismo” que es propio del pragmatismo.

Se ha agudizado más cuando se ha declarado la muerte de las ideologías y de las utopías, es decir “las cosas son según tienen un valor” y si este valor se traduce en economía, en dinero, en riqueza, entonces puede ser considerado valor. Si tienen un valor económico, un valor de cambio, un valor de posesión de un bien, las cosas entonces “son verdaderamente importantes” para el mundo, si no tienen ese valor quedan como una hermosa idea, una buena posibilidad, pero nada que verdaderamente valga la pena.

En este mundo estamos viviendo, en el mundo donde reina Mamón, el dios dinero, y entorno al cuál todo gira y de allí que todo tenga un valor económico en la realidad en la que nos movemos. En esta realidad en donde el valor económico es el que prima no hay lugar para la especulación y pensamiento de lo “conveniente” según otros valores, porque ya hay un valor que gobierna, que está presidiendo la mesa de la convivencia mundial: dinero, valor económico. 

Si un país está en desarrollo es porque tiene algún valor económico industrial, no porque tenga claros los valores de la justicia, del ser familia, no porque tenga claro el valor de la democracia, de la participación, de la construcción en conjunto, del bien común, sino porque tiene un valor económico que lo representa como importante en el poseer frente a otros que no se encuentran en un mismo plano y entonces hablamos de “países desarrollados” o de “culturas desarrolladas y subdesarrolladas según sea el índice de crecimiento y el valor económico que preside esta comunidad.

No hay otro valor más importante que este. Cuando esto es así el pragmatismo es lo que está sosteniendo el actuar humano. “No hay tiempo para pensar, hay que actuar”. Y cuando esto ocurre la acción está librada a los impulsos, a las pasiones, a las circunstancias de mayor conveniencia, a donde va el resto…

Un ejemplo concreto: decimos que en nuestro país las circunstancias son invalorables, las nuevas circunstancias tienen un valor incalculable, no las podemos medir ¿por qué? Porque el mundo padece de hambre, la Argentina tiene la materia prima en función de los alimentos, si desarrollara la industria estaría en una situación inmejorable para su condición de país. Si, y posiblemente estemos en un lugar económico mejor que antes, pero salta a la vista que la convivencia no es lo más fácil entre nosotros en estos tiempos donde no estamos discutiendo en torno a la pobreza sino en torno a la riqueza lo cuál deja por las claras que no siempre el valor económico es “el valor”.

Aunque sea un valor importante no siempre es el más importante. Se puede ser rápido o lento pero en el deliberar, casi siempre, cuando se elige el mejor camino, como por ejemplo para optar por una cultura que esté mucho más allá del valor económico, más bien lleva tiempo. Para generar políticas de estado se lleva tiempo, tiempo de investigación, de aplicación, de desarrollo, tiempo de educación.

Es el tiempo que no lo genera la acción concreta de lo inmediato que supone poner en manos de las personas un determinado valor económico con el cuál no se sabe que hacer porque no se educó para tener. Fue el problema que tuvimos en Argentina cuando nos quisieron ubicar de prepo en el primer mundo en los años noventa. “Somos del primer mundo casi por decreto” y entonces nos encontramos con una posibilidad de desarrollo económico que no lo supimos aprovechar porque no teníamos la educación para hacerlo porque las políticas de estado llevan más tiempo, son políticas deliberadas y aplicadas por mucho más tiempo que por decreto, que por un golpe de surte.

Que sirva esto solo como ejemplo para entender como el actuar está determinado por una realidad pragmática muchas veces cuando no va acompañado muchas veces por un buen pensamiento. En la prudencia del obrar humano, lo deliberativo y lo actuado tienen que ir en conjunto. Digamos así, la cabeza y el corazón tienen que estar en sintonía. Con un corazón inteligente y con una mente que ama se puede ser verdaderamente prudente.

Cuando nosotros actuamos en términos de una vida moral ordenada, tenemos dos extremos que no son, en el obrar humano, modos prudentes de actuar. El moralismo por un lado y el relativismo por otro. El relativismo refiere a que “todo es relativo” y lo que importa es la manera en que se acomoda uno en la circunstancia en la que se encuentra, entonces, el obrar humano está a merced de uno mismo, no hay una regla, una norma, una pauta, una orientación, un valor que determine la forma de actuar.

Esto que Benedicto XVI ha llamado “la tiranía del relativismo”. Todo da igual según a mí me convenga, podríamos decir, si me conviene está bien, si no me conviene no está bien, no importa si eso supone que tengo que matar a alguien. Eso es un pensamiento sostenido desde la filosofía del relativismo que hace que si a mí me genera un beneficio está bien, es el negocio, no importa si por generar el negocio se mata gente.

En Estados Unidos el 25% del producto bruto interno del país lo genera el negocio de las armas, sólo así se entiende que haya participado, directa o indirectamente, en más de 100 guerras asociado o llevándolas adelante en lo que fue el final del siglo XIX, todo el siglo XX y lo que va del siglo XXI. Participó en más de cien conflictos bélicos. Si no se tiene las armas como lugar donde ubicarlas no hay posibilidad de una economía, eso es estar relativizado, está justificado por el producto bruto interno, claro que nadie lo va a decir así, entonces que sirva como ejemplo para explicar esto del relativismo, todo es relativo si a mi me conviene. Es como que uno mismo es la medida del obrar humano, no hay un dato objetivo que me marque el rumbo. Cuando es así quedamos a merced de nosotros mismos y eso es como que yo me constituya en Dios, yo soy mi propio dios y determino que está bien y qué está mal.

El otro extremo es el moralismo que genera el deber ser, que no tiene miramientos sobre la persona y sus posibilidades de ser. “Así está dicho”, sea la ley de Dios, sea la ley humana. Así está dicho y así debe ser cumplida. Si, las leyes están para ser cumplidas pero hay una progresividad en el aprendizaje de la ley y en este sentido, el don de la prudencia, es el que nos permite caminar sobre lo que está mandado, cualquiera sea el mandato que marque nuestro obrar humano de una ley que sea objetivamente importante, lo que está mandado puede ser aplicado, aprendido, en un aquí y ahora en un montón de circunstancias que rodean la vida de la persona y que la van habilitando para vivir cada vivir más ajustadamente según esa ley. Voy a poner un ejemplo concreto que ayude para entender esto y que tiene que ver con la antigüedad.

En la antigüedad, los catecúmenos, quienes se van preparando para la vida en la fe, participaban de la celebración de la misa, antes de recibir el bautismo, hasta la proclamación de la Palabra. El participar de la celebración del culto como lugar en donde dar Gloria a Dios, honrar a Dios como mandamiento, tenía una progresividad en el modo de ser vivido para estas personas que iban introduciéndose en la fe. Llegaba el momento de la predicación de la Palabra y se retiraban del templo, y el resto de la ceremonia se hacía para quienes habían asumido un compromiso de vida en la fe desde la confirmación y desde la participación en el misterio de la comunión en la eucaristía.

Pongo esto como ejemplo para que se entienda que cualquier ley, aún la más excelsa como es esta de dar culto a Dios, necesita de un aprendizaje, necesita de una progresividad en su captación, una aceptación de que esto que se me está diciendo es bueno para mí y una vivencia, de eso que se me dice que es bueno para mí, de manera progresiva. La progresividad en la vivencia de lo mandado como lugar de ordenamiento de la vida. Para esto hace falta mucha prudencia. No basta la ley sino la vinculación del pueblo frente a lo mandado.

Dicen los sociólogos que la anomia es la antesala del suicidio de una persona o de una comunidad. Cuando una comunidad no tiene normas que marcan su vida a la larga termina por quitarse la vida, porque no hay nada que le de rumbo, orientación a la vida. ¿Cómo se hace para acortar la distancia que existe entre las leyes, que están muy bien promulgadas y bien dichas y esta desvinculación a la ley que tiene nuestro pueblo? Por un aprendizaje progresivo de la ley, por una educación en torno a la ley.

Nos quejamos, comparándonos con otros pueblos y decimos que, por ejemplo, en Europa o EEUU y las leyes se cumplen y eso es porque hay un cuerpo educativo detrás de la ley con su correspondiente aplicación de pena para el incumplimiento y también de premio para el cumplimiento que permite que la comunidad toda vaya encaminándose detrás de ese ordenamiento.

Hay una educación. ¿Por qué una ciudad es más limpia que otra?, preguntamos. Es falta de educación en lo urbano, en lo que es de todos. Cada uno hace la suya. Es falta de educación. Pero para que haya educación tiene que haber un cuerpo que piense cómo acompañar la educación del pueblo en todas las etapas de la vida. Y antes que eso tiene que estar solucionadas las cuestiones primarias de la vida de la persona, y esto tiene que ver con la salud, tiene que ver con la educación, tiene que ver con la vivienda, tiene que ver con el trabajo.

Son cuatro valores claves para que la persona viva dignamente. Una vez que se ha asegurado la dignidad de la vida de las personas, lejos de los clientelismos, de las dádivas, de la captación de las voluntades de las personas, desde su necesidades, una vez que se ha establecido el orden en torno a las necesidades básicas de la persona, entonces sí se puede empezar a montar un cuerpo educativo que lleve a vincular a la persona con la ley, progresivamente, para que le ponga orden.

Dos extremos, digámoslo así, el cambalache, el relativismo como valor absoluto y por otro lado el moralismo, lo que debe cumplirse. Ni una ni otra, sí la verdad objetiva, lo mejor, lo que más conviene, que no tiene que ver sólo con lo que a mí me parece sino que tiene que ver con algo que tenemos que aprender a descubrir, lo que más conviene para mi camino según lo que está mandado, pero esto que está mandado y dicho tiene que ir adquiriéndose con un aprendizaje educativo que me permita vincularme saludablemente a la ley y no como una imposición, no como una carga. Este es el valor cristiano que tiene la ley.

Cuando Jesús viene a decir: “Yo no he venido a sacar ni un punto a la ley, pero he venido a reformarla”, está hablando de esto, está hablando de un nuevo lugar saludable de vínculo con la ley que es el que no tienen los fariseos, Dice Jesús “ellos le ponen carga demasiado pesadas sobre los hombros de los demás y ellos no la cargan”. Crean leyes de tal complejidad que no entra nadie, no entran ellos ni entran también los otros, los discípulos suyos.

Justamente la virtud de la prudencia lo que hace es amigarnos con lo mandado, con lo dado, con lo mejor, con lo que más nos hace falta, enseñándonos a elegir, aprendiendo a pensar, a deliberar, y actuar según lo que más conviene, aquí y ahora según la persona, según sus circunstancias, según su posibilidad. No es meter a la persona en un brete, no es meter a la persona en una circunstancia imposible de adquirir lo que le queremos hacer vivir.

Yo pongo otro ejemplo que puede ayudar a los padres: Aparece tu hijo adolescente con un planteo en torno a su sexualidad y vos decís “y este hasta hace poco era un niño al que había que llevar de la mano” y ¿ahora? todo el sistema hormonal comienza a explotar en su vida y hay un reclamo de su naturaleza sexual que está pidiendo un ámbito de contención, ¿de eso no se conversa? ¿qué se conversó antes respecto de esto? ¿cómo se orienta la vida de este niño, adolescente ahora, que comienza a despertar a la sexualidad con la irrupción de todo su organismo? ¿cómo se lo orienta en una sociedad pan sexualizada, en una sociedad absolutamente erotizada? ¿cómo se le da cauce a este aparecer suyo? ¿diciéndole que hay que cumplir y que no? ¿No será que hay que sentarse a conversar, a dialogar, a escuchar que es lo que el otro siente, que es lo que el otro vive, que es lo que le implica la aparición de todo esto nuevo en su mundo, que está absolutamente excitado en términos de genitalidad, que no es todo la sexualidad, y que si va por ese lugar va a terminar por manosear lo sexual y no va a poder crecer, madurar saludablemente? ¿Y cómo se hace esto?

Vos por ser papá, mamá, tenés el don, tenés una gracia y seguramente si te ponés a conversar, a dialogar, sin miedos, y buscando la forma de formarte más vos también vas a poder encontrar el camino para orientarlo saludablemente, integralmente a tu hijo adolescente en este punto y que requiere mucho de prudencia, de saber pensar y elegir los mejores caminos para una circunstancia puntual, esta nueva que aparece en la vida de la familia cuando el hijo deja de ser niño y la vida le pide respuestas que antes no la pedía. Si lo seguís tratando como a un niño te vas a perder la posibilidad de crecer junto a el que es lo mejor que te puede pasar como papá, como mamá.

El ser prudente actúa sobre la cosa muy concreta por eso la necesidad de los ejemplos. A la hora de discernir siempre se apunta a lo concreto, es la aplicación de la inteligencia sobre la cosa de todos los días según lo pide el crecimiento de la persona todos los días y esto es una tarea ardua, compleja, difícil. Ser prudente es una tarea que supone tiempo y yo diría también un silencio y un arduo aprendizaje que viene de la mano del silencio.

Un silencio que aprende de la realidad y que adquiere de la experiencia los datos que esta va dejando como marca en el camino y por eso es que se encuentran más sabios y prudentes en las personas que han hecho más experiencia de vida y han sabido entresacar el jugo a las cosas vividas, positivas o negativas, pero se han dado tiempo para pensar la propia vida en donde la vida de uno se va desarrollando.

Habitualmente suelen ser las personas adultas las que tienen más esta posibilidad, se espera de los adultos pero también es verdad que hay muchos “viejos verdes” que a pesar del paso del tiempo no han logrado incorporar en su propia vida lo más rico que la vida les dejó como enseñanza ni lo pueden traducir como enseñanza a otro.

También es verdad que hay un montón de jóvenes que a pesar de la corta vida que tienen, tienen un cúmulo de experiencia en su vida pensada y en su vida mejor reflexionada en muchos ámbitos que los hace verdaderamente sabios al respecto, entonces, si bien es cierto que la sabiduría corresponde a la edad adulta no siempre se da en la edad adulta.

Como lo decíamos ayer, nos quejamos de cómo están los jóvenes, y la pregunta es ¿dónde están los adultos que deberían acompañar a los jóvenes que están como están? Es porque hay un montón de adultos inmaduros que no tenemos el suficiente peso gravitacional sobre la vida de los jóvenes como para que estos no pierdan el rumbo, no sabemos acompañar porque en realidad no tenemos la madurez suficiente en nosotros para poder acompañar mejor a los jóvenes. ¿Y qué se hace? Se pone manos a la obra que no es simplemente ponerse a hacer cosas sino desarrollar la capacidad de pensar las cosas y de actuar sobre ellas de una manera más inteligente de la que hasta ahora hemos hecho, con un mundo de valores en torno a los cuáles creemos que vale la pena vincular la propia vida y con un aprendizaje de esos valores en la propia vida en las cosas concretas de todos los días.

Es un saludable aliado en el tiempo la virtud de la prudencia. Cuando uno va ejercitando esta virtud va transformando la realidad y en este ejercicio, para tener actos prudentes, virtuosos prudentes, en el conocimiento de la realidad, nos vienen a la ayuda una serie de ingredientes que colaboran. Dice la clásica propuesta de la prudencia tomística aristotélica que colabora a su mejor ejercicio:

  • La memoria, que no es cualquier memoria.
  • La docilitas, docilidad, que no es cualquier docilidad
  • La adaptabilidad, que no es la adaptabilidad del gato que cae siempre parado sino la adaptabilidad de los principios fundamentales de los valores más importantes con los que uno se quiere vincular en el aquí y en el ahora, en lo puntual según la circunstancia.
Vamos a ver mañana estos tres ingredientes que tiene que ver directamente con la virtud de la prudencia en el primer aspecto del que venimos haciendo mención que es el deliberativo, que va de la mano de la operación, de la acción pero que se distingue de ella, es el tiempo de pensar la realidad para actuar sobre ella. Para eso necesitamos de una buena memoria, que no es una regla nemotécnica, que no es un ejercicio para no perder algún dato por ahí sino que es otro tipo de memoria del que se habla por aquí, es la docilidad que no es cualquier docilidad, y es la adaptabilidad, que no es cualquier adaptabilidad. Tienen su carácter específico estos tres ingredientes dentro del acto deliberativo en la prudencia.