14/07/2022 – En el Evangelio del día Mateo 11, 28 – 30 Jesús nos invita al reposo y descanso para poder encontrarnos con la mejor versión de nosotros mismos. ¿Cómo hacerlo? Yendo hacia Él que es manso y humilde de corazón
Jesús tomó la palabra y dijo: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.”
San Mateo 11,28-30
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Somos invitados a bajar un cambio, a encontrar un lugar de reposo para recuperar la serenidad que hemos perdido en este año desafiante, donde los nuevos modos de vida nos han afectado integralmente.
“Aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio”, nos dice Jesús regalándonos la clave para encontrar verdadero reposo. Un don que nace del corazón de Jesús.
Al descanso lo traducimos en distracción, en apartarnos del ruido de lo cotidiano para encontrar espacios de recreación para recuperar vínculos, renovar nuestras energías, reacomodar la carga, decantar la vivencia de lo intensamente vivido que se ha vuelto para nosotros muchas veces estresante. El descanso es sin duda una saludable experiencia que debemos aprender a administrar para poder vivir en plenitud. Es parte de la vida el saber descansar, hace a la calidad de plenitud de vida en la santidad. La propuesta del Evangelio es aprender a descansar en Dios.
Sumergidos en la vorágine en la que transcurre nuestro día a día, nos dejamos llevar por la inercia. En esa inercia no suele estar incluida una actividad importante, la de escuchar los mensajes que nos envía nuestro cuerpo. Además, si clasificamos a estas señales por su grado de importancia, entonces en el piso más alto de la jerarquía se encontrarían aquellas señales que nos indican que necesitamos descansar.
1 – Te sentís agotado. Estar cansado debido a un esfuerzo físico o mental prolongado y/o intenso es normal. Lo que no es normal es arrastrar ese cansancio día tras día, durante toda la jornada, desde que empieza la semana hasta que se termina.
2 – Te cuesta mucho mantener la concentración. Sea por cansancio o por otra causa, una señal temprana de que es necesario parar un poco es no poder mantener el foco de atención en lo importante.
3 – Te escapás de la realidad con actividades. Trabajar más tiempo no significa hacer más.
4 – Continuamente estás de mal humor. El cansancio suele ponernos de mal humor. Pero cuando el cansancio es extremo, ese mal humor se hace continuo.
5 – Tu salud está deteriorada.
6- te olvidaste de la oración.
¿Qué quiero, qué tengo, qué necesito hacer?
A lo largo de nuestra vida tenemos que decidir. No pasa una vez, son cientos y cientos de decisiones. Algunas más importantes y esenciales, otras menos importantes y cotidianas. Algunas más estresantes, otras más relajadas. Pero sí, hay que decidir. Estamos hechos de decisiones. Algunas elecciones son fáciles, y otras no tanto: el problema está cuando la decisión que tenés que tomar te paraliza, te bloquea, te pone mal. Y claro, o la pateás para delante, o esquivás el camino. Normalmente este bloqueo viene por el miedo: miedo a equivocarme, por no querer renunciar a ninguna opción, miedo a lo desconocido, ansiedad, falta de paciencia… Es un problema.
Llevado a nuestra vida de fe, el cristiano no es aquel que tiene todas las respuestas, sino aquel que se anima a hacerse buenas preguntas. Y, sobre todas las cosas, se anima a pensar, rezar y consultar con Dios el camino a seguir. Dicho de otra manera: tener a Jesús antes, durante y después del camino. Quizás, una manera de empezar es hacerte estas preguntas. Pero también hacérselas al Señor.
¿Qué quiero? ¿Qué necesito? ¿Qué tengo que hacer? Oralas. Tranqui, andá a tu ritmo. Dios inventó el tiempo, nosotros el apuro. Que el Espíritu Santo oriente tus búsquedas.
Tenemos que decidir descansar en y desde Dios. Jesús se expresa con una ternura única.
Planificar el descanso centrado en Dios
San Agustín: «Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro
corazón está inquieto hasta que descanse en ti».
No sé si a todo el mundo le pasará, pero me cuesta un poco entrar en ritmo de descanso. No es tan fácil bajar las revoluciones y parar, aun estando de vacaciones. Quizás el error esté en que uno trata de “desconectarse”, ¿no? ¿Pero de qué? ¿Del año, de la rutina, del trabajo, de la gente? ¿De qué? Tiene que haber algo más. Tal vez lo importante no sea desconectarse sino más bien relajarse, hacer un poco de silencio y dejar que hable Dios. Descansar no es desconexión, es reconexión. Con las vacaciones los horarios cambian, las costumbres y hábitos son distintos, pero… ¿y tu relación con Dios?
1- Organizá tu tiempo para la oración. Es cierto que a lo mejor tus horarios son diferentes, pero ¿podés acomodar un momento de tu día para la oración, para la meditación, para la misa, para la Palabra? Acordate de eso que decís todos los años: “cuando esté de vacaciones, lo voy a hacer”. Bueno, es el momento.
2- Profundizá vínculos. Ya sea con amigos, ya sea con familia, muchas veces en las vacaciones compartimos tiempo con personas con las que están siempre, pero que andan corriendo. Bueno, que sea no solo tiempo de cantidad, sino de calidad. Hablá, escuchá y tratá de no discutir por pavadas.
3- Leé. La vida espiritual no solamente se cultiva con la oración personal, sino también con la formación. Sí, ya sé, parece mala palabra en tiempo de descanso, pero vale la pena. Un libro de espiritualidad, la vida de un santo, algún documento de la Iglesia. Aprovechá a guardarte lo que te llamó la atención.
4- Hora de hacer balances. Este tiempo también es para revisar lo que pasaste, lo que viviste. No desde el reproche o la culpa, sino desde la memoria agradecida. Mirate con misericordia, fijate en lo bueno y en lo que hay que mejorar. Todo es enseñanza.
5- Ordená tus propósitos. Las vacaciones no son para preocuparse, sino para buscar buenos propósitos. ¿Qué esperás de este año, qué te gustaría trabajar, hacia dónde querés apuntar, qué deseás mejorar? Preguntale eso a Dios. No son necesarias cien, con que tengas un par en el corazón es suficiente.
Vayamos de nuestro corazón al Corazón de Jesús, pero no para evadirnos de lo que somos y de la realidad; sino para tomar fuerzas, renovarnos, mirarlo a Él y dejar que nos sane, salve, restaure y libere. Y así, meternos cada vez más en una realidad que nos exigen un profetismo nuevo para seguir apurando la llega del Reino y así vivir definitivamente como hermanos.