Descansar en Dios

martes, 4 de junio de 2013
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“En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: «Venid a mí todoslos que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso yhumilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestra salmas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera»    Mateo 11, 28- 30

 

 Al descanso lo traducimos en distracción, un apartarnos del ruido de lo cotidiano para encontrar espacios de recreación. Al cambiar de actividad desde estos lugares de distensión, buscamos renovar vínculos y recuperar nuestra energía, reacomodar la carga, decantar lo intensamente vivido para volver con toda nuestra fuerza.

 El descanso es, sin duda, una saludable experiencia que debemos aprender a administrar a fin de poder vivir en plenitud. El saber descansar forma parte de la vida. Saber descansar hace a la plenitud de vida, a la santidad. La propuesta del Evangelio es aprender a descansar en Dios. Somos invitados a vivir el descanso en Él, en la persona de Cristo. Vengan a mí todos los que estén afligidos y agobiados, dice Jesús, que yo les daré descanso.

 Pongamos nuestro descanso en Él, planifiquemos nuestro tiempo de recuperar energías, de cortar con la actividad habitual, de salir de la rutina, de decantar las ideas, de descansar el corazón y los afectos. Para proyectar tu tiempo de descanso, preguntate ¿Qué te descansa? ¿Has pensado qué es lo que te descansa? A mí, por ejemplo, ir al lago o al río a pescar, me descansa; salir a caminar, poder correr un poco. Y tener un poquito más de tiempo para la oración me recrea el alma. Un buen mate con amigos es un buen descanso. También detenerte  sin prisa a contemplar la belleza de la naturaleza.  La clave es cómo descansar en Dios. El Señor nos dice que cuando es en Él, se recupera todo. Lo que te descansa, pensalo en Dios. 

Descansar integralmente es descansar desde adentro

 El complejo humano es un articulado de componentes psico-físicos-espirituales; por eso, a la hora de recuperar energías, no podemos obviar ninguna de estas dimensiones. El cansancio se siente en el cuerpo, pero también se siente en el alma. Y Jesús nos dice: vengan a mí los que están afligidos y agobiados. El agobio y la aflicción  son experiencias interiores que, a su vez, se sienten en el cuerpo. Cuando tenemos demasiado peso sobre nosotros mismos, al cabo de un tiempo sentimos que ese peso aparece en las piernas, en la espalda, en los brazos, en la mirada, en el ceño. Nuestra corporeidad expresa el sentir profundo del cansancio. Por eso, el descanso requiere requiere disponer tiempo para el reposo, el buen dormir, el buen comer, el buen orar, la buena distracción, la buena manera de abrirnos espacios donde nos parece que todo se ha cerrado. En definitiva, saber descansar, no de cualquier manera, sino desde adentro.

 Al referirse al cansancio, el Señor lo relaciona con una realidad interior: aflicción y agobio. El cansancio es, sin dudas, una experiencia que tiene un arraigo fuerte en la interioridad (entendiendo la interioridad como el lugar donde la centralidad de todos los componentes vitales encuentra su punto neurálgico). Si no reacomodamos la interioridad, no logramos reposar. Descansar no es solamente “distracción”, sino que es una experiencia de la profundidad de la vida, en la que intervienen todas las dimensiones del ser humano. Es importante aprender a descansar afectivamente en los vínculos que son sanos y que nos hacen bien. Descansar las ideas con un buen reposo; un buen dormir nos ayuda a dejar que vengan todos los pensamientos que andan por allí sin acomodarse. Luego la reflexión, en algún momento de soledad, nos posibilita poner las ideas en su lugar.

 Pero también hay un descanso de la voluntad. En realidad, el descanso de la voluntad -el descanso de las fuerzas para seguir adelante- empieza a recrearse cuando las ideas son puestas en su lugar. Porque la voluntad sigue a la inteligencia en la claridad con la que ésta se mueve, y a la afectividad cuando ésta sabe reposar en las relaciones que son sanas y saludables. Hagan todo esto, dice Jesús, en mí.

 La experiencia del descanso es la experiencia de recuperar la centralidad. Uno descansa cuando todas las partes que forman su propio ser se van articulando y armonizando en la centralidad de la vida. Es decir, cuando vamos saliendo de la dispersión y vamos dejando que todas y cada una de las fuerzas que hacen a nuestro quehacer diario vayan haciendo centro en Dios, que está dentro de nosotros mismos.

Descansar desde la mansedumbre

 Jesús plantea mansedumbre y humildad como lugar desde donde nosotros recuperamos la fuerza para transformar la realidad. La mansedumbre es la que nos permite tener una serena y saludable distancia del fragor de la lucha de todos los días; el umbral de la tolerancia suele debilitarse cuando el cansancio se acumula. Este umbral se recupera cuando uno dice “paremos un poco”. Ese detenerse un momento, que es propio del corazón manso, hace que los márgenes que dan cauce al esfuerzo por transformar la realidad vayan permitiendo que el río de la vida (que es la fuerza que transforma la realidad y que viene de Dios como un manantial de agua que brota en nuestro interior) tenga su espacio bien definido y no se desborde.

 La mansedumbre permite recuperar la tolerancia, permite tener una mirada serena sobre lo que ocurre y así, desde un corazón manso, abordar la transformación de lo que pasa sin quitarle nada de fuerza a nuestro compromiso por cambiar la realidad. La fortaleza y la mansedumbre no se contraponen. Un corazón manso en Dios es un corazón fuerte,  comprometido por la transformación de sí mismo y de la realidad. La mansedumbre es bien definida como el cauce del río, que hace que el río no se pierda. Cuando la mansedumbre, que es la que le da hondura a nuestro cauce y define bien los márgenes de contención de nuestra vida, no mora en nosotros, el torrente de nuestra vida tiende a desperdigarse.

 La humildad viene en nuestra ayuda, porque le da el verdadero lugar a las cosas. La humildad, dice Teresa de Jesús, es la verdad. La humildad permite llamar a las cosas por su nombre. La humildad y la verdad confluyen. Quien anda en humildad anda en verdad, decía Teresa de Jesús. Por eso, cuando en nosotros hay un verdadero corazón humilde, es un corazón realista.

 Jesús hoy nos invita a descansar en Él. Y para eso, hace falta aprender de Él la mansedumbre y la humildad.

  P. Javier Soteras