Descubrir las maravillas que hace Dios con nuestro barro

viernes, 22 de julio de 2011
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VIVO SIN VIVIR EN MÍ

Santa Teresa de Jesús

 

Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí:
cuando el corazón le di
puso en él este letrero,
que muero porque no muero.

Esta divina prisión,
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga:
quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.

Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo el vivir
me asegura mi esperanza;
muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.

Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que sólo me resta,
para ganarte perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero
que muero porque no muero.

Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva:
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.

Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios que vive en mí,
si no es el perderte a ti,
para merecer ganarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.

 

“Ojalá me asistiera Dios -dice Teresa en la quinta morada– para que yo pueda dar a entender en algo los tesoros y deleites que hay en esta quinta morada. Quizás sería mejor no decir nada de ahora en adelante, pues ni se llega a entender ni hay comparación que pueda servir; pero vale la pena hacer el esfuerzo para guía de los que emprendieron y también para todos los otros, para que admiren las maravillas que hace Dios con nuestro pobre barro. Hay que pedirle fuerzas al Señor para cavar y llegar hasta este tesoro escondido. Fuerzas para darle todo lo que poseemos, sin reservarnos nada para nosotros. No se piense que aquí la oración se desenvuelve como en un sueño o como si el alma estuviera adormecida, como ocurría en cierta forma en la etapa precedente. Acá es diferente: lo que sucede es como una muerte al mundo para vivir más en Dios. Por breves momentos que duran estos ratos de oración, uno no es capaz ni de pensar aunque lo quiera hacer. Ni casi es capaz de amar. Y si lo hace, no entiende cómo es que logra hacerlo.”

¿De qué habla Teresa? Aquí parece que el alma, deleitándose de su propia capacidad de pensar y querer para poder estar mejor en Dios, es como si se perdiera en Él. Porque quiere entender y no puede, quiere amar y no puede. Exteriormente el cuerpo parece como muerto, pero en realidad el alma está más viva que nunca. Teresa está hablando, sin duda, de una experiencia interior muy intensa de Dios en su vida.

“En la morada cuarta -dice Teresa- nos podía quedar alguna duda, sobre todo al principio, si aquello que estábamos percibiendo no sería un sueño o imaginación nuestra, o la proyección de una ilusión o un deseo. Aquí, es imposible dudar de que es Dios quien está poniendo su mano. Nos une consigo sin ninguna intermediación, ni siquiera la de nuestro pensar. El pensamiento queda inmovilizado. El gozo y la paz que inundan el alma tienen el sello inconfundible de Dios. El alma ni ve, ni oye ni entiende durante el tiempo que está en esta oración. Tiempo que siempre es breve.”

¿Qué hace Dios? Imprime en el interior del corazón su presencia y así uno no puede dudar de que estuvo en Dios y Dios en uno. Tan cierto queda esto que aunque pasen muchos años sin que uno experimente nuevamente esta gracia, nunca dudará de lo sucedido.

¿Cómo lo puede explicar, si estando en este trance ni veía ni entendía?, se pregunta ella. No digo que lo vio en ese trance, sino que lo entendió después, por la certidumbre que deja Dios, superior a todas las certezas humanas. A mí me gusta decir que por momentos Dios es más cierto que todo lo cierto que está alrededor nuestro. Tenemos más certeza de Él que de estar pisando el suelo.

“En esta quinta morada -dice Teresa- se produce como efecto algo que nos deja más claridad que la experiencia vivida. Es que la vida toda se transforma.”

 

En discernimiento, se discierne por los frutos. Es decir, las dudas se disipan por experiencia de vida traducida en gestos, en acciones, en actitudes, en modos, en motivaciones que nos alientan el alma. O, por el contrario, nos encontramos bajo la confusión, el engaño, y entonces, lejos de ser Dios, es la propia fantasía, la proyección de las propias heridas, las realidades más miserables de nuestro propio ser, o la acción misma del mal, o la presencia de un espíritu del mundo que busca borrar la presencia de Dios en el corazón.

“Cuando el alma entra en la quinta morada -dice Teresa- no hay dudas de que ha sido Dios el que obró, porque la deja toda transformada. Todo lo que podemos hacer y dejar de lado por Dios no se puede comparar con lo que Él nos da ya en esta vida.”

Teresa quiere decir con esto que acá la operación es divina, “todas las potencias quedan como suspendidas, adormecidas”. Pero pone el énfasis en la operación, la actividad que Dios tiene en esta etapa. “Poniendo como comparación lo que ocurre con los gusanos de seda, los que después de un tiempo hacen su capullo y salen transformados en mariposas blancas, así algo similar hace Dios con nosotros en estos instantes de oración en que nos une a sí mismos. Morimos a nosotros mismos y salimos transformados como mariposas, en menos de media hora. No creo que nunca llegue a más la duración de esta oración. En ese momento se produce un cambio difícil de comprender.”

 

En otro pasaje, Teresa va a decir: “Dios hace en un segundo lo que uno intentó durante cuarenta años.” La presencia de la Palabra en cuanto creadora en el alma de una realidad nueva. Recibimos el acto creacional de Dios. “De gusanos feos -dice Teresa- nos transformamos en blancas mariposas. Sentimos un deseo enorme de servir y de padecer mil muertes por Dios. Todo le parece poco para agradarlo.” Ahora comprende cómo pudieron hacer sus hazañas todos los santos y mártires de la historia. Si ese regalo del Señor se repite, cada vez que ocurra se verá más y más transformada.

Teresa tiene una expresión que es típicamente suya: el alma está toda engolfada en Dios. Así como un golfo se mete en el mar, así sentimos a veces que estamos como metidos en la inmensidad de Dios. Esta experiencia es de certezas, de certidumbre de la presencia de Dios fundante de nuestra vida.

En esta quinta morada, si Dios es el que actúa, ¿entonces todo comienza a ser más fácil? Quizás alguno piense que después de eso todo es fácil y placentero, pero ocurre justamente lo contrario. No quiere esto decir que no tengo paz. Sí, se la tiene, y muy grande. Pero ocurre que aquellas cosas de la tierra que a los comienzos daban placer, ahora dan disgustos y fastidio. Sufren también los que fueron transformados en mariposas al ver lo poco que se aprecia a Dios. Quisieran si fuera posible salir de este mundo para estar junto a Dios pero les retiene el pensamiento de que Dios los quiere todavía en la tierra. Por eso, esta expresión típicamente teresiana “vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero”, en realidad quiere decir que la experiencia de Dios es tan fuerte, tan bella, tan rica, tan cierta, que todo es como nada, y que lo que antes era gozo, se hace fastidioso porque uno desearía estar todo el tiempo prendido a esta experiencia de la gracia, que Dios regala sólo por algunos instantes. Toda la belleza junta de lo vivido, sumada, no se parece a esta experiencia de Dios. Y por eso, cuando uno no está frente a esa presencia, le parece que camina en la sombra o en la oscuridad. Ésta es la oscuridad del corazón, de la noche oscura. Dios permite esto porque así también nos purifica, nos hace crecer en la fe, nos hace caminar en la confianza, y eso es verdaderamente lo que nos hace felices.

No hay que desear la experiencia mística. Todos los grandes santos han sufrido en alguna medida la experiencia de lo sobrenatural, donde han notado claramente la desproporción que hay entre la grandeza de Dios y la pequeñez de lo creado, de lo humano y de la propia realidad.

 

Teresa dice que en esta quinta morada lo que en realidad ocurre es que se va produciendo en nosotros el cumplimiento de la promesa de Ezequiel de un corazón nuevo y un Espíritu nuevo: “es admirable el poder de Dios; hace tan pocos años, y en algunos casos tan pocos días, esa persona pensaba en sí misma; ahora, sus preocupaciones son el renombre de Dios y el bien de todos los hombres. Es tan penetrante esta preocupación, que se sufre. Pareciera que se le tritura el corazón. ¿De dónde proviene este cambio, este sentir como en carne propia las ofensas que se le hacen a Dios? Al entregarse rendidamente hasta donde puede en sus manos, y al no querer otra cosa que lo que Él quiere, Cristo le imprime su propia imagen en el alma como cera blanda, y le pone en el corazón nuevos deseos, que brotan de este corazón nuevo moldeado por el corazón de Jesús. Se busca seguir adelante en el servicio de nuestro Señor y en el conocimiento propio, sin torcer el camino de los mandamientos. Dios nos da de a baldes estos regalos, y espera que den frutos en la propia vida y provecho de muchos. En realidad esto se goza, y se sufre.”

Uno no debe dejar de aspirar a llegar en algún momento, por más mal que esté, de poder entrar en comunión plena con el querer de Dios, es decir llegar a la unión verdadera de voluntades en un solo querer: el querer de Dios en mi querer. Mi querer en el suyo. La señal inequívoca de que esta unión con Dios es cierta se detecta en el verdadero amor al prójimo. Y en la humildad. Es muy importante revisar nuestras relaciones con los otros. Es como el termómetro, como lo dice también Juan en la Palabra: nosotros podemos decir que amamos a Dios, pero la medida real está en la fraternidad. Quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano, miente. El amor se prueba en la entrega de la vida por los hermanos, dice Jesús. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos.

 

Teresa era muy dura con las monjas en el camino del seguimiento: “no las quiero embobadas, sino con espíritu viril. Las quiero comprometidas en el quehacer, no en veleidades ni en la búsqueda de los regalos de Dios”.

 

Si Dios da regalos, es para que lo busquemos más a Él, no a los regalos. Es más importante el dador que el don, el que se da que lo que nos da. Para eso hay que romper la búsqueda de nosotros mismos en los regalos que Dios nos hace. Dios nos quiere profundamente vinculados a Él. Por eso nos invita al abandono y a la entrega. Y debemos estar atentos, porque a medida que vamos avanzando, la fragilidad es más manifiesta, la vulnerabilidad es más clara; a más presencia, por un lado más fortaleza, pero también más fragilidad, más debilidad. A más luz, más claridad de dónde estamos. Cuando Dios nos pone luz en el corazón por su presencia, más claramente vemos nuestra fragilidad. Y Dios así lo quiere, para que se note que si hay algo que brilla, es por la gloria de Dios que en nosotros brilla.

 

Padre Javier Soteras