Desde Itatí partimos con María

martes, 9 de julio de 2024

09/07/2024 – Feliz día de Virgen de Itatí y de la Patria. Queremos celebrar este día de la Patria y de la Virgen con la confianza puesta en el Señor que en ella nos dice que ha venido a poner las cosas en su lugar. Maria profetiza, desde su corazón pobre y humilde, que Dios ha venido a poner en lo alto a los más sencillos.

Durante su embarazo, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. San Lucas 1, 36

Poco después de los días de la encarnación, como ya sabemos por el sexto mes de Isabel, se puso en camino sin demora a la casa de su prima. No eran motivos de curiosidad lo que lleva a María a visitar a su pariente, lo hace por amor y por atender a su familiar, que es más anciana y fundamentalmente para compartir sus alegrías, por el entusiasmo de felicitarla y la alegría de verla.

El evangelista, nos relata que Isabel vivía en la región montañosa de Judá, no cita el pueblo, pero por la tradición, sabemos que es cercano a Jerusalén, en el actual Kain Karim, a siete kilómetros al oeste, auque esto no es muy seguro. En todo caso, para llegar hasta allí desde Galilea, se empleaban de tres a cuatro días.

El fragmento del Evangelio, nos muestra que a la llegada de María a casa de Isabel, la saludó primero. Podemos imaginar que por el parentesco debían saludarse muy cordialmente, esto es con muestras de afecto y de mutuo cariño. Por el modo como hace el relato san Lucas, nos hacemos la idea de cómo es María, por eso podemos decir que con un gesto de delicadeza, ella se daría por enterada del hecho de su gozosa maternidad. Es en este bello ambiente, con una agradable y dulce exquisitez espiritual, como se suceden las escenas de la visitación.

Al oír Isabel el saludo de María, Apenas esta oyó el saludo de María, suceden dos bellísimos hechos, el niño, (Bautista), saltó en su seno de gozo, y ella fue llena del Espíritu Santo, y bendice a María y al Niño que guardaba en su seno.

Isabel, iluminada por el Espíritu Santo, se convierte en profetisa al descubrir el misterio de María y conocer que en su seno estaba el que era esperado a través de toda la historia del pueblo de Israel; El esperado por los Patriarcas y vaticinado por los Profetas.

Lucas, nos hace comprender que la bendición a María la hace con emoción y con una fuerte voz y la proclama bendita entre las mujeres, en otras palabras, quiere decir que es la más bendita de todas. Isabel, por revelación del Espíritu Santo, sabe que se halla ante la madre de mi Señor. Es la proclamación de hallarse ante el Mesías.

El Bautista saltó de gozo en el seno de Isabel Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre, como indicando el privilegio de hallarse el Precursor ante el Mesías. Algunos teólogos han pensado que en este momento fue la santificación del Bautista, y se plantearon problemas sutiles y gratuitos relativos a su libertad y conocimiento por razón del gozo.

Isabel esta inspirada por el Espíritu Santo, ella ve en María el instrumento providencial de la salvación que vendrá a través del Fruto de su vientre, el Salvador y Redentor de Israel, al que no se puede aclamar menos que bendito.

Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor. Nuevamente beatifica Isabel a María. En efecto, Isabel, elogia a María, que creyó, por lo que se realizarán en ella los misterios anunciados de parte de Dios. Con ello se exalta la fe de María.

Cuando nosotros peregrinamos con María se repite este acontecimiento de gracia de servicio alegría en el espíritu y canto de profecía. El vínculo de peregrinos con María es para el desarrollo de la gracia de la compasión hecha servicio como ayer meditábamos y para llenar los ambientes de una alegría que conmueve y transforma.
Es al fe de Maria la que la movió a ese gesto de grandeza, en el servicio y la alegría: Feliz de ti por haber creído.

María, sin poder explicarse el modo como se iba a realizar el Plan de Dios, lo acepta cuando se le anuncia. María con su fe, hizo que la obra de Dios fuera una realidad.

El sí de María se hace canto profético de alegría

Luego dijo María dijo: Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora………………..

El fragmento del evangelio, nos presenta el cántico de María, El Magníficat, responde a una explosión de júbilo en Dios, incubada desde que se había realizado en ella el misterio de la encarnación. El himno de María no es ni una respuesta a Isabel ni propiamente una plegaria a Dios; es una elevación y un éxtasis y una profecía.

María dijo entonces; Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, este canto es la una expresión elevadísima del alma de María, donde las lágrimas de alegría, gozo y esperanzas, se encierran en el Corazón de la Virgen María.

Podemos observar, en este cántico, la alabanza de María a Dios por la elección que hizo de ella, el reconocimiento de la providencia de Dios en el mundo y como con esta obra se cumplen las promesas hechas.

Porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora. La humildad de la Virgen María, es la causa de su grandeza, como ella, se humilla hasta en lo más ínfimo y Dios la eleva a lo más alto de la dignidad.

La alabanza que hace María a Dios por la elección que hizo en ella, engrandeciendo a Dios, ella esta profundamente agradecida, así es como le bendice y le celebra.

Este gozo de María es en Dios mi Salvador. Nunca como aquí cobra esta expresión el sentido mesiánico más profundo. Ese Dios Salvador es el Dios que ella lleva en su vientre, y que se llamará Jesús, Yehoshúa, es decir, Yahvé salva. Y ella se goza y alaba a Dios, su Salvador.

María atribuye esta obra a la pura bondad de Dios, que miró la humanidad de su esclava. Fue pura elección de Dios, que se fijó en una mujer de condición social desapercibida, aunque de la casa de David. Pero por esa mirada de elección de Dios, desde ahora es decir, en adelante, la van a llamar bienaventurada todas las generaciones.

En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, por esa dignidad tan grande a la cual María fue elevada. Como vemos hoy, todas las generaciones cristianas de todos los siglos, han cantado las glorias de esta Virgen humilde y amorosa, que fue hecha la Madre de Dios.

Es la eterna bendición a la Madre del Mesías. Profecía cumplida ya por veinte siglos. Y todo es debido a eso: a que hizo en ella maravillas, cosas grandes — la maternidad mesiánica y divina en ella —, el único que puede hacerlas, Dios.

Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas. Esta obra sólo podía ser obra de la omnipotencia de Dios. Y cuyo nombre es Santo. Es, pues, obra de la santidad de Dios. ¡Su Nombre es santo!, Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. El pensamiento progresa, haciendo ver que todo este poder es ejercido por efecto de su misericordia. Esta es una de las constantes de Dios en el Antiguo Testamento. Ya al descubrir su nombre a Moisés se revela como el Misericordioso (Ex 34:6).

Y ninguna obra era de mayor misericordia que la obra de la redención. Pero se añade que esta obra de misericordia de Dios, que se extiende de generación en generación, es precisamente sobre los que le temen. Era el temor reverencial a Dios. Así, en el A.T., cuando el pueblo pecaba, Dios lo castigaba; pero, vuelto a él, Dios lo perdonaba.

Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón., Con esta metáfora, se expresa el poder de Dios, que aplasta a los soberbios y exalta a los humildes.

Derribó a los poderosos de sus tronos, y elevó a los humildes, como enseñándonos a todos, que si queremos ser grande a los ojos de Dios y ser amados por El, debemos ser humildes ante los hombres, reconociendo nuestra pequeñez y miseria. Esta imagen celebra cómo Dios quita a los poderosos de sus tronos y ensalza a los que no son socialmente poderosos.

María: a una virgen, la hace madre milagrosamente; y a una esclava, madre del Mesías.

Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Así María, se coloca en la línea de todos los que son pequeños y humildes, los hambrientos de Israel, los que están vacíos de si mismos, pero llenos de Dios.

Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre.

A María la elige para enriquecerla mesiánicamente. Es lo mismo que canta luego: los bienes prometidos a Abraham, que eran las promesas mesiánicas. Al fin, todo el Antiguo Testamento giraba en torno a estas promesas. Con esta Obra cumple Dios las Promesas, hechas a los Padres.

Con este hermoso himno, María, alaba a Dios por la elección que hizo en ella, reconoce la Providencia de Dios en el gobierno del mundo y nos recuerda como Dios cumplió las promesas hechas a los Patriarcas.

María, modelo de profetas

Con frecuencia, ya desde hace siglos, el profeta es el que “ve antes” y “dice antes”. Sin embargo, desde la perspectiva bíblica ese “antes” tiene relativa poca importancia. En la Biblia el verdadero profeta es el que es capaz de ver porque escucha y tiene la valentía de decir.

¿Qué es lo que ve el profeta y qué es lo que dice? No ve el futuro en cuanto futuro sino que ve a Dios dentro de un mundo que no percibe a Dios. Y en ese mundo “dice palabras de Dios”. El profeta es el hombre o la mujer que responden al ansia de conocer a Dios.

La auténtica profecía bíblica responde a la nostalgia de Dios, al ansia de saber, de ver, de escuchar a Dios.

Hoy aparecen amplios sectores de población carentes de esta nostalgia. El verdadero profeta tropieza con la dificultad de encontrar oídos y corazones con ansia de escuchar el mensaje de Dios. En sus oídos sólo resuenan otras voces muy distintas.

Juan Pablo II describe estas voces así: «La cultura hedonística, el materialismo ávido de poseer y las concepciones de libertad que prescinden de la verdad y de la norma moral.»

Los oídos de muchos, como los del “yupi”, no captan la belleza del gorjeo del ruiseñor.

Estas tres características que denunciaba el Papa producen esta situación de agnosticismo e indiferencia que se extienden como una mancha de petróleo en el mar.

El pensador y novelista Fernando Pessoa busca las raíces de este mal y diagnostica: «He nacido en un tiempo en el que la mayoría de los jóvenes han perdido la creencia en Dios por la misma razón que sus mayores la habían tenido sin saber por qué. Mejor, no es que la hayan perdido, es que nunca la han tenido en serio.»

Si esto es verdad, se explica que no hayan sido capaces de resistir la invasión hedonista y materialista que domina en el -quizá mal llamado- primer mundo.

Este panorama desolador es el que ha sugerido el exegeta W. Bruegemann, la “palabra alternativa” como núcleo de la profecía. Con razón tituló su libro “La imaginación profética”. Hace falta fantasía para hacer caer de los ojos, como a Pablo, una especie de “escamas” y así poder recuperar la vista.

Si los revolucionarios del mayo del ‘68 bociferaban pidiendo la «Imaginación al poder», con mucha más razón debemos gritar los cristianos: «Envía, Señor, profetas con imaginación». Porque la necesitarán -y mucha- para arrancar al mundo de sus instalaciones y ayudarles a descubrir nuevas formas de ver las cosas, de entenderlas, y de hacerlas.

María de Nazareth, profeta y modelo de profetas

¿Verdad que nos suena extraño este calificativo para María? Sin embargo no es un título ajeno a la realidad que ella vivió. El escriturista Francisco Mª López Melús al comentar el Magníficat en su libro “María, la verdadera discípula”, escribe:

«Este cántico es el espejo del alma de María. En ese poema logra su culminación la espiritualidad de los pobres de Yahwe y el profetismo de la Antigua Alianza. Es el cántico que anuncia el nuevo evangelio de Jesucristo, es el preludio del sermón de la montaña.»

El mariólogo R. Laurentín, toma las aguas más arriba y explica que ya el Antiguo Testamento reconoce el carisma profético en las mujeres. Así lo podemos ver en referencia a la hermana de Moisés, María, en Ex 15, 20; o a Débora que mandó a Barac emprender la batalla en nombre del Dios de Israel. Y entonó el cántico que mil veces repetido mantenía la fe de los israelitas (Jue 5, 1-31). O referido a Hulda cuyo oráculo hizo época en la conversión de Israel (2Re 2, 2-14 y 2Cro 34, 22.)

El evangelio de la infancia de Lucas, además de darle a la anciana Ana el título de profetisa, nos presenta a Isabel y María como las dos primeras profetas del Nuevo Testamento. No las llama ciertamente profetisas pero hace algo más al presentar sus cánticos inspirados. Ven a Dios y expresan para todos los tiempos los caminos de Dios: «Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a grandes voces: “Bendita tú entre la mujeres y bendito el fruto de tu vientre… Dichosa tú por haber creído» Entonces María dijo: «Mi alma glorifica al Señor…»

El Magníficat, canto profético

De este cántico los teólogos han dicho que es un resumen de la Biblia y síntesis de la historia de salvación

Juan Pablo II escribe que el “Magníficat” emerge de la fe profunda de María y que en él se vislumbra «su experiencia personal, el éxtasis del corazón. En estas sublimes palabras resplandece un rayo del misterio de Dios, la gloria de su inefable santidad, el eterno amor que como don irrevocable, entra en la historia del hombre».

La alternativa que presenta el profeta Jesús exige un nuevo talante. El cántico que brota del corazón de la más perfecta discípula es el paradigma de ese nuevo talante.

Quizá sea necesario explicitar las causas que exigen este nuevo estilo inaugurado por Jesús. «Hoy se ha cumplido ante vosotros esta profecía», anuncia tras leer un fragmento del profeta Isaías. Este texto es programático para el futuro de la Iglesia y la fidelidad al Resucitado.

Esta afirmación indica que Jesús deja a su Iglesia el encargo de seguir luchando para que el Reino de Dios avance. El Reino que empezó ya con Jesús pero que aún no ha llegado a su plenitud.

Esto quiere decir que la Iglesia no es el Reino, pero es su germen en continuo crecimiento. Y tiene la misión de anunciarlo e instaurarlo.

Y, como he indicado ya arriba, este luchar por la misma causa por la que Jesús vivió, murió y resucitó, pide a gritos un nuevo talante. Y María, discípula perfecta, es modelo excepcional para que nosotros aprendamos a caminar en el filo de la alternativa de Jesús.
Y así, en primer lugar, el “Magníficat” es el gozo exultante que reconoce la acción gratuita de Dios, que ha mirado su pequeñez y sin ningún mérito la ha llenado de su gracia.

El mariólogo R. Laurentín escribió una obra dedicada al Magníficat donde encontramos estas afirmaciones:

  • «El Magníficat es el cántico de María. Ella lo transmitió a la comunidad de Jerusalén, de donde lo tomó Lucas, el metódico historiador».
  • «El Magníficat expresa la acción de gracias de María y de todo el pueblo por la salvación encarnada en Jesús».

«María, por su cántico enteramente referido a Dios, se sitúa en la cumbre del profetismo y proclama que su Hijo actuará con el estilo que ha empleado con ella. La predilección por su esclava, la seguirá Jesús con su predilección por los pequeños y oprimidos. Jesús derribará a los poderosos».

Desde esta perspectiva los teólogos descubren la íntima relación que existe entre el Magníficat y las Bienaventuranzas. Esta es la razón por la que la Iglesia desde el s. II con Ireneo de Lyon, Clemente de Alejandría, Orígenes, Cirilo de Alejandría y un largo etcétera, le reconocen el título de profeta.