Seguir más a Cristo
P. Javier Soteras
San Ignacio hablaba de “más seguir…” (EE 104) al Señor, en todas las peticiones de la Segunda semana y también en los coloquios de la misma semana (EE 109). Es una expresión que ha tenido, en la escritura, diversos sentidos, ya desde el Antiguo Testamento y hasta llegar al Nuevo, cuando adquiere su sentido definitivo.
1. La expresión “seguir a alguien” en el Antiguo Testamento
Servía para expresar el hecho por el cual un discípulo se unía a su maestro: así Eliseo sigue a Elías, renunciando a su familia, a su trabajo y a sus bienes (1 Rey 19, 19-21). Notemos el gesto dominador de Elías que, al arrojar su manto sobre Eliseo, toma la iniciativa y reivindica una autoridad o “derecho de posesión” que Dios le ha dado sobre Eliseo; a este gesto responde el asentimiento de Eliseo que, siguiendo a Elías, se pone a su servicio.
Más tarde el rabinismo presenta la imagen del maestro que va adelante montado en un asno y algunos de sus discípulos que lo siguen a distancia. Entonces, seguir es caminar detrás de alguien cuya superioridad y dignidad se reconoce.
Por otra parte, en el contexto más directamente religioso de las relaciones del hombre con Dios también se empleaba el verbo “seguir”: para designar y condenar la idolatría, se hablaba de “seguir a otros dioses”. Frente a esta actitud pagana, el verdadero creyente era el que seguía a Yahveh.
Elías ilustra bien la opción necesaria entre las dos actitudes cuando se dirige al pueblo y le dice: “Si Yahveh es Dios, seguidle; si Baal, seguid a este” (1 Rey 18, 21). “Seguir” significa, por tanto, adherir a aquel a quien se reconoce como Dios.
2. "Seguir a…" en el Nuevo Testamento
En el Nuevo Testamento la expresión “seguir a Jesús” no tiene sentido uniforme. Antes de considerarla en la fórmula del llamado “sígueme…”, en la que recibe la plenitud de su valor, quisiéramos señalar su alcance en distintos contextos, ya sea colectivos, ya sea individuales.
En varias oportunidades, los Evangelios nos relatan que la multitud seguía a Jesús. Según Mateo 4, 23-25, era un rasgo característico de la predicación de la Buena nueva: proveniente de todas partes, “una gran multitud lo siguió”. El entusiasmo popular –que provocaba este movimiento- se debía sobre todo a las curaciones milagrosas, pero también al deseo de escuchar la palabra de Jesús (Lc 5, 15; 6, 17-18).
Debemos reconocer en este entusiasmo una real adhesión a la persona del Maestro. Sin embargo, las multitudes eran por sí inestables, se renovaban de un sitio a otro y no acompañaban a Jesús de un modo estable: el seguir era momentáneo, hecho de relaciones exteriores y lábiles. El mismo Jesús señala esta exterioridad al destacar la diferencia que media entre la enseñanza que da a las multitudes y la revelación que confía a sus discípulos más cercanos y permanentes (Mc 4,11).
La curación milagrosa individual puede ser ocasión de seguir a Jesús: es el caso del ciego Bartimeo, quien “al instante”, recobró la vista y le sigue glorificando a Dios” (Lc 18, 43). Jesús le dio la vista que le permite seguirlo; ella suscita una disposición de alabanza y de acción de gracias que impulsa a Bartimeo a acompañar en adelante a aquel que lo curó. Según Mc 10, 52, “lo seguía por el camino”; es decir, quería compartir la ruta de Jesús, ruta que debía desembocar en Jerusalén… y en la cruz.
3. "Sígueme"… llamado personal
La invitación “sígueme…” es la expresión más característica de los llamados personales de Jesús. La encontramos en los cuatro evangelios (Mt 8, 2; Mc 2, 14; Lc 9, 59; Jn 1, 43 y en una forma más semítica –“venid conmigo”-, Mt 4, 19; Mc 1, 17).
El verbo “seguir…”, en primer lugar, hace pensar en las relaciones que se establecen entre un maestro y sus discípulos: el paralelo rabínico está confirmado por la apelación rabbi dada por los discípulos a Jesús (Mateo, Marcos y sobre todo Juan). En efecto, los discípulos reciben una enseñanza y reconocen en Jesús a su maestro. Jesús mismo aprueba esta manera de dirigirse a él “Vosotros me llamáis el Maestro” (Jn 13, 13), dice a sus discípulos en el momento en que les entrega su última enseñanza y afirma la realidad de ese título. Así sitúa su posición respecto de una institución social de su época. Pero a la vez, muestra igualmente cómo supera esta institución, porque se conduce como un maestro único en su género y como más que un maestro.
Es maestro de un tipo único y superior porque, a diferencia de los escribas que invocaban la autoridad de la Escritura o de la tradición, Él invoca su autoridad personal. Es esa autoridad la que provoca el asombro en sus oyentes (Mc 1, 22): resulta de la manera de proponer su enseñanza y demuestra su poder mandando a los demonios (Mc 1, 27).
Es también único por las disposiciones que lo animan en su enseñanza y por el modo como ejerce su autoridad: ningún autoritarismo de su parte y ningún temor de llevar adelante sus prescripciones. Si otros maestros se complacen en hacer sentir el peso de su autoridad o de las observancias de la Ley, Jesús busca suavizarlas (Mt 11, 29-30): “mi yugo es suave y mi carga ligera”.
Y no sólo es maestro único, sino que es más que un maestro. “Sígueme…” no es sólo una invitación para recibir una enseñanza, sino que Jesús reclama una adhesión a su persona: la expresión “sígueme…” pone de relieve, en su simplicidad, la relación personal que debe comprometer el futuro. El llamado es más personal de su parte y de parte de los que son llamados. Este carácter personal de la invitación hace posible un compromiso para toda la existencia. Lo llamamos no sólo Maestro, sino Señor (Jn 13, 13) y como Señor detenta la omnipotencia de Dios.
El compromiso de seguir a Jesús cobra todo su valor por la participación de los discípulos en la misión del Salvador e implica la participación en los sufrimientos redentores para el establecimiento del Reino (Lc 22, 28-29). La asociación al destino redentor de Jesús se marca de manera más impresionante en el “sígueme…” dirigido a Pedro después de la resurrección: se trata de una invitación de seguir a Cristo hasta el martirio (Jn 21, 19).
Otro signo de la amplitud del llamado se reconoce en el hecho, sorprendente para la sociedad judía, de que las mujeres siguen a Jesús. Esas mujeres, a diferencia de los discípulos, no reciben la misión de predicar, pero siguen a Jesús tanto como sus discípulos (Mc 15, 41; Mt 27, 55). Lucas (8, 2-4) las pone expresamente en paralelo con los Doce por su manera de acompañar a Jesús. Incluso aparecen en primer plano por su participación en el drama redentor y por la prioridad que se les da en las apariciones del Resucitado, de modo que se convierten, por la elección misma de Cristo, en las primeras testigos de la resurrección (Mt 28, 1-10; Lc 16, 9-11; Lc 24, 1-8; Jn 20, 11-18).
4. En Jesús, se sigue a un Maestro, también a Dios
Por medio de sus llamados, Jesús realizó, en un nivel superior, lo que significaba “seguir” en los dos empleos característicos del judaísmo: seguir a un maestro y seguir a Dios. Por el hecho de ser hombre, podía decir “sígueme…” como un maestro lleva a sus discípulos con él. Por otra parte, puede proporcionar lo que ningún maestro meramente humano podía procurar: un Absoluto en su propia persona, de tal manera que “seguirlo…” es seguir a Dios. E incluso seguir a Dios de un modo más completo que lo que los judíos seguían a Yahvé, porque, en el caso de Jesús, ya no hay el obstáculo que podía crear el temeroso respeto de la trascendencia divina (Éx 33, 20), pues la intimidad con Dios puede vivirse como la que se vive con un hombre.
Su llamado humano, expresado en el “sígueme…”, tiene toda la trascendencia del llamado divino. Pero volvamos, de un modo más explícito, sobre la expresión de esta trascendencia, la cual ya señalamos algunos indicios.
En primer lugar, la iniciativa soberana del llamado está muy acentuada en el Evangelio, más acentuada que en el Antiguo Testamento, que se dirigía a todo el pueblo en general y, por excepción, a un profeta o a un patriarca. Porque, como vimos, en el Antiguo Testamento se habla de “seguir a Yahvé” (Deut 13, 15); pero era un “seguir…” igual para todos, mientras que, en el Nuevo Testamento es un “sígueme…” que se dirige a cada persona en particular.
“Seguir a Yahvé” significa, en el Antiguo Testamento, optar por todos igual por la fe en él y amarlo de todo corazón; y este amor debía traducirse en la obediencia a los preceptos de la Ley. En cambio, seguir a Jesús es sobrepasar esta fe y este amor. En su llamado, Jesús no pide sólo que creamos en Él, sino que invita a radicalizar esta fe hasta el punto de correr el riesgo de dejar todos los bienes y poner toda su confianza en Él. No se contenta tampoco con un amor que consista solamente en la práctica de los mandamientos de la Ley. Quiere un amor que consista en vivir para Él y con Él, siguiendo sus consejos. Porque, como dice Juan Pablo II en la Redemptionis donum 9:
“En el Evangelio hay muchas exhortaciones que sobrepasan la medida del mandamiento (o precepto de la Ley de Dios), indicando no sólo lo que ‘es necesario’ (para ‘tener en herencia la vida eterna’, Mc 10, 17), sino lo que es ‘mejor’…, y que tradicionalmente se llama “consejo”, que obliga, no bajo pena de pecado, pero sí de imperfección.”
Y como el mismo Papa dice poco más adelante: “Todo lo que el Evangelio es consejo entra en el programa de aquel camino al que Cristo llama cuando dice: ‘Sígueme…’”
5. Seguir a Jesús, oir sus consejos
Llegamos así al sentido definitivo que tiene el “seguir más a Cristo”, del que san Ignacio nos habla en las peticiones y coloquios de la Segunda Semana y que es oír de sus “consejos”, que no sólo son los que tradicionalmente se llaman “evangélicos” –de castidad, pobreza y/u obediencia- sino cualesquiera de los otros.
La pesca milagrosa
P. Julio Merediz
Pensar que muchas personas a lo largo del país por estas horas están haciendo los ejercicios como vos, están buscando hallar la voluntad de Dios. Ésta realidad nos da fuerza en el camino.
Hoy vamos a pedir poder permanecer siempre en su amor, podemos ayudarnos con el salmo 15:
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al Señor: «Tú eres mi bien». Los dioses y señores de la tierra no me satisfacen.
Como cuerpo de la meditación de hoy, La pesca milagrosa ( Lc 5, 1-11)
Somos una multitud reunidos, ávidos como aquella multitud, de escuchar a Jesús. Nos sintamos como nunca pueblo fiel de Dios, y de ese pueblo serán sacados los discípulos de Jesús para seguir su obra. Los discípulos salen de nuestro pueblo pero siguen formando parte de él. Por eso, también hoy nosotros nos contagiamos el fervor por oír a Jesús, y ésto nos impresiona y nos cohesiona como pueblo, porque lo propio del pueblo de Dios es cohesionar: al apóstol, al discípulo, a un grupo, a un movimiento apostólico, a una comunidad.
Dice el evangelio que Jesús vio que había dos barcas y subiendo a la de Simón pidió que se corriera un poco de la tierra y sentándose comenzó a hablar a la muchedumbre. El Señor comienza pidiendo un favor a Simón, simplemente para enseñar con más comodidad. Simón ni se imagina lo que vendrá después: la pesca milagrosa, la vocación clara a ser pescador de hombre. Muchas veces pasa también en nuestras vidas; Dios comienza su acción en nosotros pidiéndonos un favor, pero en realidad en sus planes está Él hacernos el mismo favor de llamarnos y de ponernos a su servicio. Nuestra gloria como pueblo de Dios es servirlo.
Irse Mar adentro
Y cuando terminó de hablar, dice el evangelio, dijo a Simón “Navega mar adentro y hechen las redes”. Aquí comienza propiamente la acción del Señor sobre los discípulos, los manda simplemente a internarse en el mar y echar las redes.
Muchas veces a nosotros mismos nos está pidiendo lo mismo, porque el “mar adentro” implica irse de donde uno está instalado…
…navegar mar adentro es abandonar seguridades,
…navegar mar adentro es abrir horizontes de nuevas esperanzas,
…navegar mar adentro es comprometernos con nuestra historia, la de nuestro pueblo…. es, en definitiva, un acto de fe tal como lo fue para los discípulos del evangelio.
Simón opone una leve resistencia tanto a ir mar adentro como a echar las redes: “Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero en tu palabra echaré las redes”. “En tu palabra” es decir, confiado en vos Señor. En Pedro hay una fe que está en la base de toda vocación. No podría Pedro haber sido llamado, si no hubiera habido en él esta fe de base que le fue dada por gracia del mismo Señor y que él, sin duda, se había ocupado de alimentar como tantos otros de los oyentes de Jesús dentro del pueblo fiel.
Y allí se produjo el milagro: sacaron tal cantidad de peces que las redes ya se rompían y las barcas se hundían. Jesús nos muestra, como a sus discípulos, que Él es Dios porque sólo Dios puede hacer cosas donde no llegamos con nuestras propias fuerzas y sólo Él llega donde nos es imposible llegar a nosotros. Y Simón Pedro comprendió esta manifestación de la divinidad de Jesús y por eso conmovido se postró a sus pies y conmovido dijo: Alejate de mí Señor, que soy un hombre pecador.
La manifestación de Dios en nuestras vidas, el conocimiento inerno del Señor, es lo que nos revela nuestro pecado, ya que no podemos llegar al pecado por nuestras propias fuerzas. El conocimiento de que somos pecadores surge por contraste con el conocimiento que nos es revelado de Dios.
Dicen por ahí que “los grandes santos eran grandes pecadores”… pero no es que lo fueran más que nosotros sino que llegaron a un conocimiento interior de Dio tan profundo, a un amor tan grande de Cristo, que en contraste les reveló su miseria, su debilidad, su pecado. Este asombro ante Dios es el que nos hace sentir el llamado como llamado, pero no con triunfalismos humanos sino con una humildad como la que aparece en Simón Pedro.
Coloquio de José Gabriel del Rosario Brochero ante Jesús crucificado
Jesús mío, no me atrevo a poner mis ojos en el estandarte de la cruz, porque en ella veo que nunca te he seguido, que nunca te he acompañado en las batallas, que toda mi vida, prescindiendo de los pocos días de la inocencia, he militado bajo la bandera de Lucifer, que toda mi vida he ansiado los sueldos de Lucifer…
Porque Tú eres humilde y yo soberbio y ambicioso; Tú obediente, yo indócil y caprichoso; Tú pobre, yo codicioso de las riquezas; Tú te afanas por la salvación de las almas y yo paso por la vida en el ocio sin haber salvado un alma, antes sí he perdido muchas con mis escándalos.
Tú ayunaste en el desierto y teniendo sed en la cruz bebiste hiel y vinagre, y yo estoy lleno de apetitos sensuales y sólo busco el deleite y me entrego a la gula; Tú estuviste en la oración y yo en la disipación; Tú eres manso y yo soy duro con los pobres, impaciente con los que están atribulados y áspero con todos; Tú desprecias el mundo y condenas sus máximas y yo estoy sometido a ellas y avasallado por las ideas del siglo; Tú fuiste ultrajado, escupido, abofeteado y llagado, y yo vivo en el regalo, lleno de comodidades y siempre ansioso de deleite. Tú fuiste acusado y no abriste tu boca para quejarte de tantas calumnias y falsos testimonios, tantas afrentas y tantos escarnios, y yo no puedo sufrir el menor agravio sin quejarme y a veces sin vengarme o sin desear venganza…
Mi capitán Jesús, bien veo ahora que no he militado bajo el estandarte de tu cruz sino bajo el estandarte de Lucifer. Bien merezco que Tú también me vuelvas la espalda y me arrojes de tu servicio. Pero ya que tu bondad quiere vencer mi ingratitud y llamarme de nuevo, como lo haces ahora, aquí me tienes… pronto a ejecutar tus ordenes y militar bajo tu cruz. Escojo antes padecer contigo que gozar con el mundo, alistarme entre tus más valientes soldados y armarme con el escudo poderosos de tu gracia para alcanzar victoria no sólo de mis enemigos sino de mí mismo, y reinar contigo en la gloria.
Seguirlo, gracia de Dios
Los discípulos de Jesús en el pasaje evangelico que estamos meditando, se vieron poseídos de una sombra insospechable, momentos antes cuando estaban con toda la gente escuchando las palabras de Jesús. Navegaron con Él mar adentro, y allí se les manifestó como Dios en la pesca milagrosa. Por esto, la vocación que les viene, el llamado explícito a seguirlo es precedido por unas paalbras de consuelo y de fotyaleza: No teman, no temas, desde ahora serás pescador de hombres.
Este “no temas” que repetirá una y otra vez Jesús sobretodo en sus apareciones en la resurrección, ahora nos dice el Señor a cada uno al corazón: Navega mar adentro, echá las redes, no temás… serás pescador de hombres.
Resumen del ejercicio
1º Ponerse en la presencio del Señor, sentir la mirada llena de misericordia. 2º Pedimos crecer y permanecer en su amor. Salmo 15 3º Cuerpo: Lc 5, 1-11 Podemos saborear y gustar aquello “No el mucho saber harta y satisface el alma sino el gustar, el sentir interiormente, las cosas de Dios”. 4º Coloquio. Ponernos delante de Cristo, puesto en cruz… como el Cura Brochero.
Podemos concluir con ésta oración del P. Javier Albisu sj:
Señor, porque Tú lo dices queremos ir mar adentro
y echar nuestras redes confiándote la pesca;
Porque Tú lo dices y tu Palabra es verdadera,
por más que de momento parezca que no sea;
Por que Tú lo dices y allí donde señalas
no admites al amor ya más cautelas;
Porque tú lo dices y al decirlo tu esperanza entregas,
esa que es tuya, del Padre y en el Espírtu nuestra…;
Porque Tú lo dices y la iniciativa renuevas,
para que donde hubo fracaso tu gracia sea ahora fiesta;
Porque Tú lo dices y mar adentro nos llevas.
Mar adentro a tu manera, no a la nuestra tan costera…
Mar adentro, donde puedas mostrar allí tu gesta.
Mar adentro de tantas preguntas y urgencias
para volver en la barca con tu sola respuesta.
Mar adentro para echar la red de vuelta
y esperar el milagro con la misma paciencia.
Amén
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