Día 16: La vida oculta de Jesús en Nazaret

miércoles, 10 de marzo de 2021
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10/03/2021 – La segunda semana de ejercicios es un tiempo especial de escucha para poder recibir las llamadas que el Señor nos está haciendo. Nos viene bien adentrarnos en los 30 años de vida oculta de Jesús, en donde en el silencio fue creciendo y madurando su llamada.

 

 

De los treinta años de la vida oculta de Jesús en Nazaret, Lucas no nos ha conservado ningún recuerdo concreto, sino sólo noticias generales de 2, 40 y 51-52. Esos treinta años siguen siendo verdaderamente ocultos, envueltos en silencio, a los cuales podemos aplicar, con fruto, nuestros “sentidos”, tanto los “imaginarios” como los “espirituales” (fe, esperanza, amor). Tres rasgos caracterizan, según Lucas, al niño Jesús, hasta el comienzo de su ministerio (bautismo, tentaciones…): la sumisión respecto de sus padres; su crecimiento, no sólo en estatura sino también en sabiduría y su crecimiento en gracia ante Dios y los hombres.

1. La sumisión de Jesús: para entender el alcance del v. 51a, importa observar primeramente su función literaria. La mayor parte de los episodios de la infancia concluyen con una breve noticia que anuncia un cambio de escena. Por ejemplo, tras la anunciación a Zacarías, “cumplidos los días de su servicio, volviose a casa” (Lc 1, 23); después de la anunciación a María, “y se fue el ángel de junto a ella” (1, 38); tras la visitación, “María permaneció unos tres meses, y se volvió a su casa” (1, 56); después del nacimiento de Jesús, “los pastores se volvieron” (2, 20); tras la presentación del niño en el templo, “cumplirás todas las cosas, se volvieron a la ciudad de Nazaret” (2, 39). En total, con 2, 51a, seis fórmulas de conclusión que terminan un cuadro con la mención de una partida. El procedimiento redaccional es manifiesto.

Lucas no se contenta, sin embargo, con escribir que el niño Jesús volvió a Nazaret con sus padres, sino que añade: “y les estaba sujeto”. Sólo la noticia de 2, 20 muestra un complemento similar: los pastores se retiran “glorificando y loando a Dios”; frase con la que parece querer despertar, en sus lectores, los sentimientos de reconocimiento hacia Dios. Por lo que hace al versículo 51, la nota complementaria parece tener un matiz de exhortación: la catequesis de la Iglesia primitiva insistía en el deber de sumisión de los hijos respecto de sus padres, así como también sobre el deber de sumisión de la mujer respecto de su marido y de todos respecto de las autoridades (Rom 13, 1-7 y 1 Ped 2, 13 ss.). A veces, en lugar de “sumisión” se decía con gusto “obediencia”, tanto en las exhortaciones a los hijos como las que se dirigían a las mujeres casadas, donde, más que de simples señales exteriores de respeto, la obediencia es la prueba de una verdadera sumisión interior.

2. La gracia de Dios: si el versículo 51 constituye la conclusión del episodio de la peregrinación de Jerusalén, el versículo 52 debe ser considerado como una conclusión general del Evangelio de la infancia. Esta conclusión había sido iniciada al fin de la historia de la presentación: “El niño crecía y se fortalecía, estaba lleno de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él” (Lc 2, 40). Noticia del mismo género al final de la historia del nacimiento de Juan Bautista: “El niño crecía y se fortalecía en espíritu” (1, 80; aunque notemos que es más explícito respecto de Jesús, como queriendo marcar la diferencia entre ambos niños).

Son notas generales que resumen, en algunas palabras, el desarrollo de un niño y el historiador no juzga necesario detenerse más. Pero añadamos que la redacción se inspira en modelos bíblicos; por ejemplo, hablando de Samuel, se dice de él “se hacía grande y bueno a los ojos del Señor y de los hombres” (1 Sam 2, 26). Sin embargo, Lucas expresa con más corrección la idea de crecimiento y retoca la fórmula “bueno a los ojos de Dios y de los hombres”, inspirándose en otra expresión bíblica: “hallar la gracia delante de Dios y delante de los hombres”.

La idea de que Jesús crecía en gracia constituiría quizá una dificultad teológica, si se diera, a la palabra “gracia”, la acepción precisa que tiene en un tratado de gracia. De hecho, la expresión queda mucho más cerca del sentido primero del término, el que supone el vocabulario de la Biblia cuando habla de gracia que se halla ante alguien, o sea, favor, benevolencia.

Por ejemplo, hallar la gracia delante de Dios (Gn 6, 8; 18, 3; Éx 33, 12-13. 16. 17; 34, 9 etc.). “Delante de los hombres” (Gn 30, 27; 32-5; 33, 8. 10. 15; 34, 11; 39, 4. 21; 43, 14; 47, 25. 29; 50, 4; 1 Sam 1, 18, etc.). Delante de Dios y delante de los hombres (Prov 3, 4).

Finalmente, comparar Lc 1, 30 (“has hallado la gracia delante de Dios”) con Hech 7, 10 (= Gn 39, 21) y 7, 46 (= 1 Sam 27, 5); igualmente lc 2, 40 (“la gracia de Dios estaba en él”) con Hech 4, 34.

3. La sabiduría de Jesús: el término “sabiduría” merece retener especialmente nuestra atención.

Notemos que a propósito de Samuel, no se trata de sabiduría, a pesar de que parece haber influido en la noticia de Lucas respecto de Jesús: “El niño Samuel se hacía grande y bueno a los ojos del Señor y a los ojos de los hombres” (1 sam 2, 26).

Tampoco se trata de ella en una noticia relativa a Sansón: “El Señor lo bendijo, y el niño creció, y el Espíritu del Señor comenzó a acompañarle” (Jc 13, 24 s.), noticia que tal vez ha inspirado a la que Lucas consagra al Bautista: “El niño crecía y se fortalecía en espíritu” (Lc 1, 80).

Lucas repite la misma observación a propósito de Jesús en 2, 40, añadiendo en ella una primera mención de la sabiduría: “El niño crecía y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en él”.

Es curioso constatar en el discurso de Esteban, generalmente muy ligado a sus fuentes bíblicas, los Hechos añaden dos veces la misma palabra. Primeramente, a propósito de José: “Dios le dio gracia y sabiduría delante del faraón, rey de Egipto” (Hech 7, 10). Luego, a propósito de Moisés: “Moisés fue educado en toda la sabiduría de los egipcios y era poderoso en palabras y en obras” (v. 22). Ausentes de los relatos de la Biblia, esas dos menciones de la sabiduría parecen traicionar una preocupación propia de Lucas y es preciso decir otro tanto de la sabiduría del niño Jesús en Lucas 2.

El sentido en que Lucas habla de la sabiduría de Jesús no constituye ninguna dificultad: situado entre dos menciones de esa sabiduría, el episodio –que luego contemplaremos- del niño sentado en medio de los doctores se presenta necesariamente como una ilustración y una prueba de su sabiduría. Su naturaleza aparece a plena luz: Lucas describe a Jesús “oyendo e interrogando” a los doctores, provocando su estupor “por su inteligencia y sus respuestas” (2, 46-47).

Lo que en los versículos 40 y 52 se llama “sabiduría” se dice “inteligencia” en el versículo 47. Se trata, no directamente de una sabiduría de vida, sino de una cualidad del espíritu: el hecho de comprender rápidamente y utilizar sus conocimientos con tino. Una sabiduría que se manifiesta en las palabras, en cuestiones planteadas o respuestas dadas.

Es el mismo tipo que la de Esteban, de quien Lucas describe que sus adversarios “no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que les hablaba” (Hech 6, 10).

Es también la misma sabiduría que Jesús promete a sus discípulos, cuando hayan de comparecer ante los tribunales para dar testimonio de él: en lugar de escribir sencillamente: “Decid lo que os comunicará en el momento, porque no sois vosotros quienes habláis, sino el Espíritu Santo” (mc 13, 11; Mt 10, 19-20; cf. Lc 12, 12), Lucas precisa: “Yo mismo os daré un lenguaje y una sabiduría, a la que ninguno de vuestros adversarios podrá resistir ni contradecir” (21, 15).

¿De dónde procede ese interés de Lucas por la sabiduría? Atribuirlo a su formación griega es muy tentador. La fórmula del versículo 52, por su manera de asociar progreso en sabiduría y crecimiento físico, evoca el ideal clásico del desarrollo armónico del hombre entero, espíritu y cuerpo (“mens sana in corpore sano”). Destinando su obra a los lectores griegos, Lucas no debía ignorar que su manera de hablar del niño Jesús recordaría la norma de la educación antigua. Nosotros recibimos con gusto esta orientación de humanismo que tiende a concretar el ideal humanista de los griegos en la persona de Jesús, asumiendo así ese ideal en el cristianismo.

Jesús tiene una verdadera naturaleza humana y, por ello, hay que suponer también un desarrollo humano completo. Como hombre auténtico también en él un desarrollo humano completo. Como hombre auténtico tiene que haber hecho progresos también en su mentalidad y en su conocimiento experimental, desde una niñez auténtica, a grados de madurez cada vez más alta. El entender su desarrollo espiritual como de carácter solamente aparente, como una revelación gradual de su sabiduría y omnisciencia divinas, en la que “están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” (Col 2, 3), sería una doctrina herética –docetismo o apolinarismo- y contradiría el claro tono del texto de Lucas, que constata una relación evidente entre el desarrollo corporal y el espiritual de Jesús, que hace imposible suponer a uno como real y al otro como simple apariencia.

Jesús fue “probado en todo, igual que nosotros, excepto en el pecado” (Heb 4, 15): también, pues, fue “probado” en su crecimiento.

4. San Ignacio antepone la vida oculta a la escena en el templo, en medio de los doctores (Lc 2, 41-51), pero lo hace tomando la vida oculta de un pasaje posterior del mismo evangelista (2, 51-52). Como si quisiera decirnos que de ordinario –y según la ley de la Providencia divina- los llamado especiales de Dios –como el de quedarse en el templo- sólo se dan en aquellos que cumplen bien con él en la vida ordinaria.

 

Resumen:

 

Oración preparatoria: pedir gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y operaciones (el ejercicios de hoy) se ordenen puramente al servicio y alabanza de Dios.

Petición: interno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo para más amarlo y mejor servirlo.

Traer la historia: Se trata de reconstruir la historia de lo que contemplo a partir de los datos. Ayudará leer detenidamente y varias veces el pasaje que quiero contemplar: Lc 2, 50-51

Coloquio: dialogar con el Señor sobre este acontecimiento. ¿Qué me despierta? ¿A qué me invita?

Examen de la oración: ¿Cómo me fue? ¿Qué pasó en la oración? ¿Recibí alguna invitación del Señor?