22/03/2017 – La segunda semana de ejercicios es un tiempo especial de escucha para poder recibir las llamadas que el Señor nos está haciendo. Nos viene bien adentrarnos en los 30 años de vida oculta de Jesús, en donde en el silencio fue creciendo y madurando su llamada. Leemos en Lucas 2,39-40:
“Después que hubieron cumplido con todas las cosas según la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. Y el niño crecía, y se fortalecía y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él”
De los treinta años de la vida oculta de Jesús en Nazaret, Lucas no nos ha conservado ningún recuerdo concreto, sino sólo noticias generales. Esos treinta años siguen siendo verdaderamente ocultos, envueltos en silencio, a los cuales podemos aplicar, con fruto, nuestros “sentidos”, tanto los “imaginarios” como los “espirituales” (fe, esperanza, amor). Tres rasgos caracterizan, según Lucas, al niño Jesús, hasta el comienzo de su ministerio (bautismo, tentaciones…): la sumisión respecto de sus padres; su crecimiento, no sólo en estatura sino también en sabiduría y su crecimiento en gracia ante Dios y los hombres.
La sumisión de Jesús: para entender el alcance del v. 51a, importa observar primeramente su función literaria dentro del relato de Lucas. La mayor parte de los episodios de la infancia concluyen con una breve noticia que anuncia un cambio de escena. Por ejemplo, tras la anunciación a Zacarías, “cumplidos los días de su servicio, se volvió a casa” (Lc 1, 23); después de la anunciación a María, “y se fue el ángel de junto a ella” (1, 38); tras la visitación, “María permaneció unos tres meses, y se volvió a su casa” (1, 56); después del nacimiento de Jesús, “los pastores se volvieron” (2, 20); tras la presentación del niño en el templo, “cumplidas todas las cosas, se volvieron a la ciudad de Nazaret” (2, 39). En total, hay seis fórmulas de conclusión que terminan un cuadro con la mención de una partida.
Lucas no se contenta, sin embargo, con escribir que el niño Jesús volvió a Nazaret con sus padres, sino que añade: “y les estaba sujeto”. Sólo la noticia de 2, 20 muestra un complemento similar: los pastores se retiran “glorificando y loando a Dios”; frase con la que parece querer despertar, en sus lectores, los sentimientos de reconocimiento hacia Dios. Por lo que hace al versículo 51, la nota complementaria parece tener un matiz de exhortación: la catequesis de la Iglesia primitiva insistía en el deber de sumisión de los hijos respecto de sus padres, así como también sobre el deber de sumisión de la mujer respecto de su marido y de todos respecto de las autoridades (Rom 13, 1-7 y 1 Ped 2, 13 ss.). A veces, en lugar de “sumisión” se decía con gusto “obediencia”, tanto en las exhortaciones a los hijos como las que se dirigían a las mujeres casadas, donde, más que de simples señales exteriores de respeto, la obediencia es la prueba de una verdadera sumisión interior.
Llama la atención como el texto pasa al final del episodio a un lugar común que es lo habitual, lo de todos los días. Hay una acción de Dios que sorprende en la anunciación a María, en el anuncio del nacimiento de Juan el Bautista, el anuncio a los ángeles, pero después todo vuelve al lugar común. La infancia de Jesús es un lugar común atravesado por la oración, el trabajo, la familiaridad en el vínculo, y la sabiduría que brota del conocimiento de los textos. Es un Nazareth como escuela.
Al adentrarnos hoy en la contemplación, imaginemos el taller de José y la cocina de María (lugar de trabajo); podemos imaginar un pequeño oratorio donde meditan la Torá, como la leen, la comparten y la hacen suya al punto de que brota de la boca lo que abunda en el alma; diálogos entre ellos, la familiaridad con los vecinos. Todo era común salvo la presencia de un misterio escondido. Allí todo ocurría como pasa en la vida de cada uno de nosotros. Sí dice la Palabra que “el niño crecía y se fortalecía en gracia delante de Dios y de los hombres”.
Esta contemplación seguramente nos va a poner en sintonía con nuestra infancia. En la de todos, allí en la infancia hay un reservorio de vida, aún en medio de los golpes. Como dice Cabodevilla, los bellos recuerdos de infancia son el salvavidas para el naufragio. En ese reservorio de vida está el Adn de lo mejor para nuestras vidas, de ahí la necesidad de cuidar y proteger lo más genuino de la vida de los pequeños. La infancia de Jesús lo “único” que hizo, fue sostener a Jesús en la cruz. Estando colgado en la cruz al mirar a su mamá seguramente recordó cuántas veces ella estuvo ahí sosteniendo y alentando.
La sabiduría de Jesús: el término “sabiduría” merece retener especialmente nuestra atención.
Notemos que a propósito de Samuel, no se trata de sabiduría, a pesar de que parece haber influido en la noticia de Lucas respecto de Jesús: “El niño Samuel se hacía grande y bueno a los ojos del Señor y a los ojos de los hombres” (1 sam 2, 26).
Tampoco se trata de ella en una noticia relativa a Sansón: “El Señor lo bendijo, y el niño creció, y el Espíritu del Señor comenzó a acompañarle” (Jc 13, 24 s.), noticia que tal vez ha inspirado a la que Lucas consagra al Bautista: “El niño crecía y se fortalecía en espíritu” (Lc 1, 80).
Lucas repite la misma observación a propósito de Jesús en 2, 40, añadiendo en ella una primera mención de la sabiduría: “El niño crecía y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en él”.
Es curioso constatar en el discurso de Esteban, generalmente muy ligado a sus fuentes bíblicas, los Hechos añaden dos veces la misma palabra. Primeramente, a propósito de José: “Dios le dio gracia y sabiduría delante del faraón, rey de Egipto” (Hech 7, 10). Luego, a propósito de Moisés: “Moisés fue educado en toda la sabiduría de los egipcios y era poderoso en palabras y en obras” (v. 22). Ausentes de los relatos de la Biblia, esas dos menciones de la sabiduría parecen traicionar una preocupación propia de Lucas y es preciso decir otro tanto de la sabiduría del niño Jesús en Lucas 2. Se habla de una gracia de conocimiento que Jesús va recibiendo según las etapas propias de la vida.
El sentido en que Lucas habla de la sabiduría de Jesús no constituye ninguna dificultad: situado entre dos menciones de esa sabiduría, el episodio –que luego contemplaremos- del niño sentado en medio de los doctores se presenta necesariamente como una ilustración y una prueba de su sabiduría. Su naturaleza aparece a plena luz: Lucas describe a Jesús “oyendo e interrogando” a los doctores, provocando su estupor “por su inteligencia y sus respuestas” (2, 46-47).
Este donde de conocimiento del alma y del corazón de las cosas es clave en los ejercicios ignacianos, implica un conocimiento en hondura de los acontecimientos humanos. Esta sabiduría va a acompañar a Jesús durante toda su vida, en el conocimiento interior de las personas y en su discernimiento permanente para saber dónde ubicarse conforme a lo que Dios le confía.
Lo que en los versículos 40 y 52 se llama “sabiduría” se dice “inteligencia” en el versículo 47. Se trata, no directamente de una sabiduría de vida, sino de una cualidad del espíritu: el hecho de comprender rápidamente y utilizar sus conocimientos con tino. Una sabiduría que se manifiesta en las palabras, en cuestiones planteadas o respuestas dadas.
Es el mismo tipo que la de Esteban, de quien Lucas describe que sus adversarios “no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que les hablaba” (Hech 6, 10).
Es también la misma sabiduría que Jesús promete a sus discípulos, cuando hayan de comparecer ante los tribunales para dar testimonio de él: en lugar de escribir sencillamente: “Digan lo que se les comunicará en el momento, porque no son ustedes quienes hablarán, sino el Espíritu Santo” (mc 13, 11; Mt 10, 19-20; cf. Lc 12, 12), Lucas precisa: “Yo mismo les daré un lenguaje y una sabiduría, a la que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir” (21, 15).
En el ejercicio de hoy, a partir de contemplar a la familia de Nazareth, recordar nuestras mejores recuerdos de infancia con una mirada agradecida. Es un volver al Nazareth de cada uno, que nos hace muy bien para tomar fuerzas.
1- Oración preparatoria (EE 46) me pone en el rumbo del Principio y Fundamento: que lo que yo vaya a hacer me ponga en el contexto de buscar y realizar, ya desde ahora, y por encima de todo, la voluntad de Dios.
2- “Traer la historia” (EE 102) Se trata de reconstruir la historia de lo que contemplo a partir de los datos. Ayudará leer detenidamente y varias veces el pasaje que quiero contemplar: San Lucas 2,39-40.
3-“La composición de lugar” (EE 103) tengo que componer la escena, re-crearla, reconstruirla desde los datos que la Escritura me ofrece.
4- Formular la petición (EE 104). La petición es la que enrumba la oración, la pone en búsqueda de algo, no la hace simple pasatiempo, sino persistente interés en alcanzar algo.
“Interno conocimiento de nuestro Señor Jesús”
5- Reflectir para sacar algún provecho. Significa dejarme mirar por la escena, como ubicarme en ella: aquí me implico en ella como si presente me hallare. Es dejar que lo mirado me mire y me diga algo nuevo. Eso que se me dice son las mociones que se me dan.
6- Coloquio: A partir de lo que he vivido en la contemplación, no me faltarán palabras para pedir, agradecer, alabar o simplemente disfrutar de lo que se me ha dado.
7-Examen de la oración
Padre Javier Soteras
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