Día 17: El bautismo del Señor

jueves, 7 de marzo de 2013
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En esta segunda semana que estamos caminando, San Ignacio nos propone ir creciendo en el conocimiento de Jesús a través de la misma vida de Jesús, siempre buscando esa clave que es su seguimiento que es fruto de su amor y de la capacidad de discernir lo que va sucediendo en la vida para tomar aquello que me lleva a Él y quitar lo que nos aleja de Él. Hay muchos aspectos sobre Jesús que nos muestran los textos bíblicos, pero por una cuestión de tiempos, seleccionaremos sólo algunos. Lo importante es tener en claro a dónde vamos y qué queremos.


Para ponernos en la presencia de Dios, cada vez más familiar, podemos ayudarnos con el Salmo 33
 

Bendeciré al Señor en todo tiempo,
su alabanza estará siempre en mis labios.
Mi alma se gloría en el Señor:
que lo oigan los humildes y se alegren.

 

Petición: "Señor dame gracia para que te conozca en tu vida pública y conociéndote te ame y te sirva y te imite".

 

El Bautismo de Jesús


Tomamos el pasaje del comienzo de la vida pública de Jesús. El Bautismo de Jesús: Mt 3, 13-17
 

Leíamos en el evangelio que acudía a Juan toda Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán y eran bautizados por él confesando sus pecados. Podemos imaginar en este día esa multitud del pueblo penitente que iba a lavar sus pecados en el bautismo de Juan, pre anuncio del bautismo de Cristo. Para su primera manifestación, Jesús se pone del lado de los pecadores, y se ubica entre ellos, entre nosotros… Él no vino a condenar, sino que asume plenamente nuestra condición humana, aún siendo libre de todo pecado. Al verlo entre la gente, Juan el Bautista, reconoció a Jesús y dirá Y yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar en agua me dijo: “Aquel sobre quien veas al Espíritu descender y posarse sobre El, éste es el que bautiza en el Espíritu Santo”.

Y así comienza la historia de nuestro bautismo, un nuevo nacimiento de acuerdo a aquellas palabras que el Señor le dirá a Nicodemo “ En verdad te digo, el que no nazca de agua y Espíritu Santo no podrá entrar en el reino de Dios”. Y Cristo se acercó, como un hombre más para ser bautizado. Al principio Juan se negó: “Soy yo el que necesita ser bautizado por ti y tu vienes a mi?”. Juan no se sentía digno ni si quiera de desatarle la correa de su sandalia, su bautismo sólo era el anuncio del verdadero bautismo, pero Jesús quiere entrar en el Jordán: “Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia”. La nueva justicia era que las aguas serían purificadas por la entrada del Señor que comenzaba aquí la purificación de la creación entera que había caído por el pecado de Abraham.

Siguiendo el evangelio, dice que bautizado Jesús salió luego del agua y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía hacia Él y una voz decía del cielo “Éste es mi Hijo amado, en quien tengo puesta mi predilección”.

Nosotros hoy adoramos en nuestro interior a la Santísima Trinidad; al Padre que se complace en el Hijo, al Hijo que entra en el agua para guiar la era mesiánica guiado por el Espíritu Santo. El acto de adoración de la trinidad por cuyo nombre fuimos bautizados, es un acto de profunda humildad, en la que nos sentimos criaturas frente a Dios. Al miso tiempo es un acto de profundo gozo porque Dios quiso acercase a nosotros y salvarnos por el agua y el Espíritu Santo.

Cuando Jesús recibía la unción del cielo nos tomaba de la mano a todos los que un día seríamos bautizados. En Él una misma voz nos proclamaba: Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección. No solamente nos llamamos, sino que somos hijos de Dios. Cuando Jesús recibía la unción del cielo en Él encontraba un destinatario perfecto las palabras proféticas que hoy nosotros podemos apropiarnos: Éste es mi servidor, yo he puesto mi espíritu sobre él. Expondrá el derecho con fidelidad. Yo el Señor te llamé en la justicia, te sostuve de la mano”.

Cuando Jesús recibía la unción del cielo, en Él comenzaba nuestra liberación integral, en Él nuestra fe adquiría un dinamismo potenciador de la dignidad humana capaz de trabajar por la creación de una sociedad solidaria que construya su historia como una historia santa. En Él estaba el germen de una presencia valiente y lúcida de los cristianos en los diversos ambientes como la sal de la tierra y la luz del mundo.

 

 

Nuestro bautismo

 

Puede ayudarnos para nuestra devoción recordar, brevemente, la liturgia del sacramento del bautismo que apunta a significar el profundo misterio que se opera en nosotros cuando se nos derrama el agua bautismal. La renuncia satanás a sus pomas y sus sombras; la profesión de fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; en todos y cada unos de los artículos de nuestra fe que contiene el credo… son actos que nos separan de las cosas de la carne y nos orientan a vivir en adelante, como hijos de Dios.

El acto esencial del bautismo es cuando el agua es derramado en nuestras cabezas y opera en nosotros un cambio interior: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu santo”. Son las palabras que pronunciadas por el sacerdote nos dan un nuevo nacimiento y la iluminación interior. Luego, la unción con el santo crisma ese oleo perfumado, ese oleo que cada Jueves santo consagra el obispo de cada diócesis nos señala para siempre con el título de "cristianos": marcados con el crisma, con cristo.

Hay un sello indeleble que se nos ha dado gratuitamente en el bautismo y a quien debemos fidelidad. Con el bautismo al mismo tiempo que se nos da nueva vida se nos da una misión en el mundo. Además, en el sacramento aparecen dos detalles. Por un lado la ropa blanca y el cirio: “Que esta vestidura blanca sea signo de esta nueva dignidad, y con la ayuda de la palabra y el ejemplo de sus familiares logren mantenerla inmaculada hasta la Vida eterna. Y el cirio encendido: Y a ustedes, padres y padrinos, se les encomienda la misión de acrecentar esta luz, la luz de cristo, a fin de que estos bautizados vivan siempre como hijos de la luz y salgan al encuentro del Señor junto con todos los santos cuando Él vuelva”.
Esta meditación del bautismo nos puede hacer mucho bien, no sólo para entrar más en la vida de Jesús, sino para retomar la hermosura de la gracia de Dios en cada uno de nosotros.

 


Resumen del ejercicio


1º Nos ponemos e la presencia del Señor. Salmo 33
2º Petición:
3º Cuerpo: Mt 3, 13-17 El bautismo del Señor

4º Coloquio