11/03/20121– Jesús mientras crece va tomando progresivamente consciencia de su condición y vocación. Luego de la vuelta de Egipto, las escrituras no nos dan más datos de su infancia. Recién vuelve a aparecer en escena en el episodio que hoy contemplamos, cuando a los 12 años sus padres lo pierden y lo encuentran en el Templo. (EE 134, 272; Lc 2, 41-50)
San Ignacio considera este episodio de Lucas como un modelo de “perfección evangélica, cuando quedó en el templo, dejando a su padre adoptivo y a su madre, por dedicarse al puro servicio de su Padre eternal” (EE 135). Está, pues, en la línea de una elección de estado, objetivo con el cual han sido escritos los Ejercicios. Pero vale de cualquier elección reforma de vida, en la que siempre se trata de hacer la voluntad de Dios, “no queriendo ni buscando otra cosa alguna sino en todo y por todo la mayor alabanza y gloria de Dios nuestro Señor”, saliendo “de su amor propio, querer e interés” (EE 189).
1. Los padres de Jesús, como piadosos judíos, hacen cada año la peregrinación a Jerusalén, con ocasión de la fiesta de la Pascua. En realidad, la Ley prescribía esta peregrinación para las tres grandes fiestas del año: Pascua, Pentecostés y Tabernáculos (Éx 23, 14-17; 34, 23; Deum 16, 16). Pero para los palestinenses que habitaban lejos de Jerusalén bastaba un viaje anual y se lo hacía con preferencia para la celebración de Pascua.
A este propósito, se puede evocar la peregrinación anual de los padres de Samuel al santuario de Silo (1 Sam 1, 3. 7. 21. 249) y que, un día, “el niño se quedó para servir a Yahveh a las órdenes del sacerdote Elí” (1 Sam 2, 11). Pero en este caso los padres de Samuel lo dejan; mientras que en el caso de Jesús la iniciativa de quedarse es de este (1 Sam 2, 11, según los LXX, dice que los padres de Samuel “lo dejaron allí en presencia del Señor, y tornaron a Ramá”).
2. En toda la primera parte del episodio (Lc 2, 41-44) resalta la ternura del amor de María y José para con Jesús: no advirtieron enseguida la desaparición del Niño, pero no era culpa de ellos; se ponen a buscarlo y esta búsqueda se prolonga (repetición del verbo, empleo del participio presente); en el momento en que lo descubren, quedan sorprendidos; luego viene la queja –más que un reproche- (“¿Por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo…”).
¡Cuán verdadero, sencillo y profundamente humano es todo esto! ¡Qué sensibilidad en el narrador, que sobresale en analizar y hacernos compartir los sentimientos de sus personajes! Se lo reconoce a Lucas, cuyo arte delicado vuelve a encontrarse en la historia de los discípulos de Emaús.
En contraste con la ternura amorosa y llena de solicitud de los padres, ninguna señal de afecto humano en el hijo; ¡ellos son tan humanos y él lo parece tan poco! Pero este contraste tiene sentido.
3. Un detalle curioso: Lucas dice que “lo encontraron en el templo sentado en medio de los maestros” (v. 46). Es bastante sorprendente: a pesar de su inteligencia extraordinaria, Jesús no tiene sino doce años y su puesto no es en medio, sino a lo más “a sus pies” (Hech 22, 3). Hay, con todo, un precedente: en la historia de Susana, Daniel, que todavía no es más que un “jovencito” (Dn 13, 45), se decide a probar la inocencia de la acusada; enseguida, el relato añade que “los ancianos dijeron a Daniel: “Ven a sentarte en medio de nosotros, ya que Dios te ha dado la dignidad de la ancianidad” (Dn 13, 50). La analogía merece ser destacada entre ambos episodios, tanto más que aquí una antigua tradición cuida de precisar que Daniel tenía doce años.
También cuando el joven Samuel queda en el santuario de Silo debía bien pronto oír allí el llamamiento de Dios que iba a hacer de él un profeta (1 Sam 3). La Biblia no precisa a qué edad se produjo el hecho, pero una tradición judía extrabíblica dice que (testimonio del historiador Josefo): “Samuel tuvo doce años cumplidos, cuando comenzó a profetizar” (Antigüedades judías, v. 348).
Pero más allá de estos paralelos se puede comprender el punto de vista de Lucas, que pudo haber conocido estas tradiciones extrabíblicas y pudo haber querido aludir a ellas: como la de Samuel y la de Daniel, la sabiduría de Jesús viene de Dios y no es separable de la misión que le ha sido confiada. Más tarde, Jesús declarará a los sanedritas: “Cada día me sentaba en el templo para enseñaros” (Mt 26, 55). Cuando a la edad de doce años se sentó en el templo en medio de los doctores, no lo hizo por pura obstinación de una inteligencia excepcional, sino que manifiesta la conciencia personal que tiene la misión que el Padre le ha confiado.
En otros términos, no se trata de sentimientos humanos, con los que naturalmente simpatizamos (véase más arriba, punto 2), sino de la fidelidad de Jesús al designio o plan de Dios Padre sobre él. Es importante darse cuenta de esta transposición para comprender la respuesta de Jesús a la “queja” de su Madre: aparentemente decepcionante desde el punto de vista de la sensibilidad humana, introduce un orden más profundo y elevado, que es el de la vocación personal.
Una vez más, “no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos” (Is 55, 8): es importante recordarlo cuando –en Ejercicio y fuera de ellos- nos estamos preparando para una elección o reforma de vida (EE 189).
4. Lo que primeramente impresiona en la respuesta de Jesús a la “queja” de la Madre (v. 49) es su contraste con el versículo precedente. María observaba: “Tu padre y yo te buscábamos”; Jesús responde: “Es preciso que me ocupe en las cosas de mi Padre”. A José, designado por María como su padre, Jesús opone un verdadero Padre, el celestial. Los deberes de un hijo con su padre, los tiene él, en primer lugar, con su verdadero Padre y no con su padre putativo (Lc 3, 23). Como consecuencia de la antítesis que forma el Versículo 48, el versículo 49 es, pues, primariamente una afirmación de la filiación divina de Jesús.
En segundo lugar, si los padres de Jesús están desconcertados por la conducta del niño, también él lo está por la de sus padres. A la pregunta de la madre, responde planteando otra, que traduce un asombro extremo: “¿No sabíais?”. Ellos debían saber dónde encontrarlo siempre: “en las cosas de mi Padre”. Antes de ocuparnos de su interpretación, conviene fijar el sentido de las palabras que nos hemos contentado traducir literalmente.
5. Acerca de “las cosas de mi Padre” se presentan dos interpretaciones.
La primera comprende estas “cosas” en el sentido de los negocios, los intereses, cuanto concierne a mi Padre. Es la interpretación más frecuente entre los latinos: aunque rara en los comentarios exegéticos, es corriente, sin embargo, en las traducciones populares. La principal dificultad con que tropieza consiste en tener que explicar cómo Jesús se consagra mejor a los intereses de Dios, sustrayéndose a la autoridad de sus padres.
La otra interpretación es la de los Padres griegos y la de los traductores sirios. Reconocer en la locución “en las cosas” una construcción verbal que significa “estar en la casa de alguien”. Esta manera de expresarse aparece en la Biblia griega (Gn 41, 51; Est 7, 9) y se encuentran varios ejemplos en los documentos profanos del siglo primero. Un pasaje de Ireneo es particularmente impresionante: citando de memoria a Jn 14, 2 (“En la casa de mi Padre hay muchas mansiones”), escribe: “En las cosas de mis Padre hay muchas mansiones” . Tomamos partido por esta segunda interpretación. El contexto lo recomienda, en particular por la antítesis que opone el versículo 49 al 44: los padres de Jesús “pensaban que él estaba en la caravana” y hubieran debido pensar que estaba “en la casa de su Padre”.
Prefiriendo esta interpretación, no queremos negar cierta ambigüedad de la expresión, que podría ser intencional.
6. Los padres de Jesús habrían debido saber, pues, dónde encontrarlo. Jesús no es libre para obrar su capricho: una necesidad se le impone; su conducta obedece a una norma que sus padres deben conocer tan bien como él. Para comprender esta afirmación, es esencial precisar la naturaleza de la necesidad que se expresa con la pequeña palabra griega dei.
Aplicado a Jesús, el verbo se emplea regularmente en un contexto que se refiere a la pasión: anunciada por la Escritura, “debe” cumplirse necesariamente. Por ejemplo, en el primer anuncio de la pasión (Lc 9, 22; Mc 16, 21). ¿Por qué debe? La Escritura no es mencionada, pero los términos se escogen de intento para evocar varios pasajes bíblicos: Is 45; Sal 118, 22; Os 6, 2. si es preciso que sucedan todas estas cosas, es en virtud de la necesidad ineluctable del cumplimiento de las profecías. Es así como Lucas comprende y lo precisa en la redacción de la tercera predicción: en lugar de escribir sencillamente que “he aquí que subimos a Jerusalén y que será entregado”, añade “que se va a cumplir cuanto ha sido escrito por los profetas respecto del Hijo de hombre: será entregado” (Lc 18, 31-33).
Otros seis textos son propios del tercer Evangelio: Lc 13, 33; 17, 25 (que evoca Is 53 y Sal 118, 2); con una cita explícita en Lc 22, 37; Lc 24, 7 (a través de las palabras de Jesús se reconoce a Is 53, 6. 12); Lc 24, 44 (aquí la afirmación es clara a pedir de boca: todas las profecías mesiánicas han de realizarse necesariamente). Lo mismo en Hech 17, 3, en boca de Pablo: “discutió con ellos según las Escrituras, explicándoselas y probando que era preciso que Cristo sufriera y resucitara de entre los muertos”. “¿No sabíais?”, pregunta Jesús a sus padres. Pero, ¿cómo lo habrían sabido? Jesús se explica añadiendo: “que yo debía estar en casa de mi Padre”. Se trata de algo necesario e ineluctable; el verbo “debía” (o “es preciso”) evoca precisamente aquí el carácter de absoluta necesidad, inherente al cumplimiento de la Escritura. De manera que “¿No sabíais?” tendría, como fórmula equivalente: “¿No habéis leído en la Escritura?”. Más bien que interrogar a sus parientes y conocidos, más bien que buscar en las calles y posadas, María y José habrían debido reflexionar sobre las enseñanzas de la Escritura.
7. En esta escena de la vida oculta de Jesús, hay algo que nos remite a la consideración de la pasión, cuya “necesidad” –como cumplimiento de la Escritura- es la misma que ahora Jesús se quedara “en la casa de mi Padre”.
Es lo que, más en general, anuncia san Ignacio desde el nacimiento:
“Mirar y considerar lo que hacen para que el Señor sea nacido en suma pobreza, y al cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz” (EE 116).
Oración preparatoria: pedir gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y operaciones (el ejercicios de hoy) se ordenen puramente al servicio y alabanza de Dios.
Petición: interno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo para más amarlo y mejor servirlo.
Traer la historia: Se trata de reconstruir la historia de lo que contemplo a partir de los datos. Ayudará leer detenidamente y varias veces el pasaje que quiero contemplar: Lc 2, 41-50
Coloquio: dialogar con el Señor sobre este acontecimiento. ¿Qué me despierta? ¿A qué me invita?
Examen de la oración: ¿Cómo me fue? ¿Qué pasó en la oración? ¿Recibí alguna invitación del Señor?
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